中文 | English | عربي | Español | Deutsch
Cultura
El viejo maestro
Por JORGE MINAYA*

En
la zona antigua de Shanghai se encuentra el Templo de Confucio, anagrama arquitectónico, enclavado al sur de los jardines Yu, destinado a la memoria y a rendir culto al viejo maestro. Sus compartimentos jalonados por inquietudes académicas, religiosas y estéticas son un viaje a través de la experiencia vital del gran Kong Qiu. Camino al corazón del santuario, entre losas de piedra y un follaje multicolor, destaca la sala Da Cheng en la que se erige una estatua de madera del sabio, y cuyo entorno, presidido por las paredes del recinto, acogen silentes las magníficas grabaciones de las Analectas acuñadas en mandarín clásico. El de Shanghai es uno de los tantos santuarios dedicados al padre moral de China, cuya travesía por este mundo ha sido contada de tantas maneras, y que encierra una tremenda dificultad para diferenciar el mito de la realidad.

Pues bien, el nombre histórico del filósofo es Kong Qiu, que por influencia occidental devino en Confucio a partir de la forma latinizada Confucius y cuyo par chino sería Kongfuzi (Maestro Kong), y claro, su palabra, su construcción ética, su visión de la sociedad, su comprensión de las relaciones Individuo-Familia-Estado están tan imbricadas con la tradición china antigua que muchos asimilan el sistema de pensamiento de Confucio con el proceso mental de la civilización sínica. Sin embargo, hay algunas interrogantes que son inevitables a la hora de abordar la historiografía de este coloso cultural y social: ¿Esta visión totalizadora del confucianismo es atribuible sólo a Confucio? ¿Una cosa es Confucio y otra el confucianismo? ¿Existe el confucianismo?

En primer término tendremos que aceptar que el confucianismo comprende tantas corrientes de pensamiento, disímiles unas de las otras, que difícilmente podemos asumirlo como un sistema de pensamiento uniforme. Antes bien, se trata de una fuente de conocimientos profundamente heteróclita, tremendamente variada y cuyas ramificaciones se extienden por los cuatro puntos cardinales de la vida espiritual china. De ahí que, asimilar en su complejidad a Confucio o encorsetarlo en un solo sistema de ideas resulte inaceptable. En esta línea, un primer error sería “occidentalizar” nuestra visión del “confucianismo”, sometiéndolo a nuestra forma de entender las corrientes filosóficas o religiosas, apelando a esos conocidos “deísmos” como el materialismo, el positivismo o el cristianismo. Lo cierto es que el “confucianismo” es una entelequia cuyos principios hay que desentrañarlos cuidadosamente en una aproximación exenta de paradigmas predeterminados. Y es que la sola denominación nos plantea ya un problema semántico de gran calado: el término “confucianismo” no existe; no está representado ni por los caracteres, ni por las grafías del sistema lingüístico chino clásico. En todo caso, lo que entendemos por “confucianismo” podría ser asimilado a la idea china del ru, que en su significado primigenio designa al hombre culto, al letrado, y que contemporáneamente, sumada a la idea concepto jia, puede describir al “confucianismo” (rujia).

En rigor, la idea del ru, en sus raíces primeras, está asociada a dos prácticas propias de la antigüedad: los ritos y la religión, y está claro que esta característica medular atraviesa a Confucio y al “confucianismo” posterior en sus ideas base. Así, cualquier intención “reduccionista” que busque limitarlos al plano ético-político incurre en una gran arbitrariedad. Basta con recordar al mítico Dong Zhongshu, letrado confucianista de la dinastía Han del Oeste, quién no sólo fue uno de los padres de las teorías naturalistas del Yin-Yang (pivote ideológico de la armonía China), sino que además, fue un sacerdote religioso cuya labor estaba orientada a convocar a la lluvia como instrumento de predicción del destino. Dicho esto, y aceptando la verdad material del “confucianismo”, hay que reconocer que su evolución fue parte de un proceso de secularización que lo sacó del arcanus de la religión y lo instaló en la realidad terrenal de la moral y la política, o lo que es lo mismo, maduradas las tesis esenciales de Confucio, éste dejó de ser un ru tradicional para convertirse, siglos después, en el padre del pensamiento chino, tras culminar el proceso de “confucianización” de los ru bajo la dinastía Han, en el período comprendido entre los años 207 a.e.c. y 220 d.e.c.

Es preciso recordar que esta evolución de Confucio, y posteriormente del “confucianismo”, estuvo atada umbilicalmente a los textos chinos ancestrales. Digamos que Confucio, el exégeta del esfuerzo espiritual de su tiempo, la conciencia de su época, hizo de obras tradicionales como el Libro de las Odas, o Shijing, (antología de himnos, cantos y poemas del período Zhou), el Libro de Cambios, o Yijing (miscelánea de contenidos adivinatorios), y el Libro de Historia, o Shujing (suma de textos relacionados con la organización del poder), el principio organizador de la civilización sínica, y si bien, el “confucianismo” ulterior apeló a nuevas fuentes de inspiración para marcar su derrotero, con obras como el Invariable medio o Zhong-yong o el Gran estudio o Daxue, lo cierto es que la impronta de Confucio se mantendría inalterada por más de 25 siglos en tanto germen y embrión de la cultura China antigua, encarnando per se el proceso reflexivo del “Imperio del Centro”.

¿Existe en nuestra tradición algún precedente parecido al de Confucio? ¿Contamos con algún ícono de la religión, la filosofía o la ética que se le pueda parangonar? Difícilmente podremos encontrar en Occidente alguna figura omnisciente capaz de identificar toda una civilización con su propia historia. Probablemente la presencia dominante de Sócrates, Platón y Cristo puedan equiparar en nuestros anales ese nivel de influencia, ese predominio de estructuras y conciencias, ese imperio de formas y esa preponderancia de contenidos personificada por Confucio, quien sin duda se encuentra en el origen de la filosofía china, y cuya presencia multifacética va más allá del discurso moral y es objeto de culto religioso por millones de sus seguidores, quienes han hecho de sus valores verdades axiomáticas.

Ahora bien, más allá del mito erigido en torno a la figura de Confucio, más allá de la leyenda en la que se diluye su historia, más allá del racionalismo occidental que busca categorizar su paso por este mundo asimilándolo a corrientes filosóficas, más allá de la connotación metafísica que sus adeptos han querido darle, ¿quién fue realmente Confucio? Confucio fue ante todo y sobre todo un educador, un moralista de este mundo y para este mundo, un pensador cuyas inquietudes éticas enraizaron en “la realidad real” sin otra pretensión que no fuera enseñar a vivir mejor a sus compatriotas en el aquí y en el ahora. Difícilmente podremos encontrar en su sistema de ideas vestigios o alusiones sobre supuestos reinos celestiales, o disquisiciones complicadas sobre la muerte o la religión. Confucio fue un “profeta” de ideas prácticas que no buscó otra cosa que la felicidad y la armonía en este mundo para el común de los mortales.

Por lo demás, en esta travesía por el espacio-tiempo del sabio oriental hay un tema que es de suyo abstruso: primero debemos definir cuál es la obra que se le puede atribuir, y a partir de esto, diferenciarlo de sus discípulos y de la ideología creada en torno a sus ideas. Esto, que parece sencillo, no lo es tanto. Más aún cuando en nombre de Confucio y del “confucianismo” posterior se ha regido toda una civilización por milenios. Es preciso caminar a tientas y fijar cuatro escenarios de comprensión histórica: el de Confucio y su sistema de pensamiento, el de sus discípulos más célebres como Mencio y Xunzi, el de la ideología oficial “confuciana” auspiciada por la dinastía Han y el de los “confucianos” contemporáneos. Esta clasificación puede ayudarnos a alcanzar una aproximación más justa sobre el papel de Confucio en la construcción espiritual del “Gigante del Oriente”.

El primer abordaje a “la mansión del sabio” debe llevarnos al Lunyu (también conocido como las Analectas o Conversaciones), antología de diálogos cortos, diversos y recopilados a partir de temas individuales sin puentes de conexión, y que evidencian la síntesis de muchos años de disquisiciones del maestro sobre temas relacionados con la moral, los ritos y la virtud. Su forma es más bien asistemática y su autoría le pertenecería a varios de los discípulos de Confucio quienes recopilaron sus enseñanzas tras su muerte. Sin embargo, esta es sólo la parte anecdótica y adjetiva de una obra que, por más de 25 siglos, ha inspirado a la mitad del planeta, educando, elevando, y dándole un derrotero ético-político a la vida prosaica del lejano y del sudeste asiático. Preceptos como la justicia social, la disensión política y la obligación moral de los intelectuales del tiempo de Confucio de criticar a los gobernantes, incluso poniendo en riesgo su vida cuando éstos oprimían al pueblo, nos hablan del sentido profundamente humano, universal y visionario de los temas abordados en el Lunyu, sin dejar de lado el sistema de valores auspiciado por el venerable Kong, quién a partir de epígonos como el Lunyu, iluminó al mundo.

 

* Jorge Minaya Vizcarra, sinólogo y consultor internacional peruano.

 
China. Org. cn Agencia Noticiera Xinhua Diario del Pueblo Radio Internacional de China CCTV
Comuníquen con nosotros:
Dirección: Calle Baiwanzhuang No. 24, Beijing, 100037, China
Tel: 86-10-68996374
Fax: 86-10-68328338
E-mail: chinahoyes@yahoo.es
Derechos Reservados