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Economía
El segundo despegue de la reforma china
Por CHI FULIN*

El próspero distrito de Pudong, en Shanghai.

El

modelo de desarrollo de la economía china está experimentando un profundo cambio, desde un modelo centrado en la producción hasta uno orientado al consumo, y el XII Plan Quinquenal será el periodo clave para llevar a cabo con éxito esta metamorfosis. Como esta transformación implica a numerosos segmentos de la sociedad, sin duda va a encontrarse con muchas dificultades, por lo que se puede decir que la reforma china se encuentra ante un “segundo despegue”.

En los últimos 30 años, la inversión ha sido clave en el modelo de desarrollo centrado en la producción y, gracias a ella, el volumen de la economía china en su conjunto ha observado un crecimiento acelerado, que ha llevado al PIB chino a superar al japonés en 2010, por lo que la economía china se sitúa como la segunda del planeta en términos absolutos. Por otro lado, este modelo ha estado guiado por el Estado, de tal forma que el Gobierno captaba recursos que luego reinvertía para subsanar los problemas que pudiesen causar los mecanismos imperfectos de mercado, con la premisa de que “la prosperidad del país es lo más importante”.

Pero esta premisa ha provocado que el crecimiento de la capacidad productiva del Estado sea superior a la capacidad de consumo de la población, y esto ha dado como resultado, una escasez de demanda. Por ello, cuando no es posible elevar la renta nacional al mismo ritmo, seguir estimulando la producción de bienes desencadena fácilmente la sobreproducción y seguramente ocasione contradicciones sociales con sus consiguientes riesgos. Todo ello se ha visto agravado por la repentina crisis financiera internacional, que ha hecho que la reducción de la demanda en los países europeos y en Estados Unidos se convierta en una tendencia que se mantendrá en el mediano y largo plazo, obligando a China a poner fin a un modelo de crecimiento económico que dependía en gran medida de las exportaciones.

Por otro lado, que China tomase como referencia para aplicar sus políticas el volumen de la economía en su conjunto, ha hecho que en los últimos años la brecha entre ricos y pobres, entre zonas urbanas y rurales, y entre regiones y sectores más y menos desarrollados, se haga cada vez más grande. El desequilibrio distributivo de rentas y recursos hace que, cada vez menos personas acumulen más, y que la diferencia entre las rentas se acerque a la “línea roja” según el coeficiente de Gini. Estos problemas están limitando el crecimiento de la capacidad adquisitiva de las personas con ingresos medios y bajos y están empezando a centrar las preocupaciones de la sociedad. En suma, ha llegado el momento de redistribuir de manera más equitativa los beneficios económicos de China.

El cambio en el modelo de desarrollo es, pues, imperativo. Sin duda, se trata de un proyecto de enorme magnitud: supondrá un considerable reajuste de la estructura económica y de la distribución de las rentas, además de un cambio en las tareas gubernamentales. Pero desde el punto de vista de las perspectivas de desarrollo de China, la redistribución más equitativa de los ingresos es fundamental para la formación de una economía basada en el consumo interno. Ahora, la premisa es “la prosperidad del pueblo es lo más importante”, en la que habrá que insistir para extender los beneficios al conjunto de la sociedad y que será uno de los pilares del XII Plan Quinquenal, con el objetivo de que el consumo interno sea el motor del crecimiento de la nación.

Por eso, en los próximos cincos años, China pondrá el énfasis en la reforma del régimen de distribución de renta, en el aumento de los ingresos de la población y en el control de las diferencias excesivas de los mismos, para que el ritmo de incremento de la renta del pueblo no sea inferior al del PIB. Se espera que, a través de las reformas y medidas correspondientes, el porcentaje de la renta respecto al PIB pase del actual 43% al 60%. Actualmente, los salarios crecen a un 40% de lo que lo hacen las ganancias empresariales. Sin embargo, deberán crecer a un 50% de las mismas para que se nivelen y lleguen a crecer a un mismo ritmo, reflejando los aumentos de productividad. Además, si se consiguen realizar avances significativos en el proceso de integración urbana y rural, la diferencia de rentas entre la población de ambas zonas debería reducirse, pasando de 3,3:1 a 3:1.

La reforma de la distribución de rentas supone una profunda transformación de la estructura de ingresos entre el Estado, las empresas y la población, pero además debe tener en cuenta la estructura de ingresos entre las zonas rurales y urbanas, entre regiones y sectores, y entre el poder central y los gobiernos locales, es decir, que su complejidad es mucho mayor que la de cualquiera de las reformas que se han llevado a cabo hasta ahora en China. Como dijo Deng Xiaoping a comienzos de la década de los 90: “Cómo conseguir la prosperidad y, una vez obtenida, cómo distribuir la fortuna, son problemas importantes. Ahora, nos enfrentamos a ellos y resolverlos es más difícil que lograr el desarrollo, especialmente el asunto de la distribución”. China está, pues, de nuevo en la rampa de lanzamiento.

*Chi Fulin, es director de tesis doctorales, miembro del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino y director del Instituto para la Reforma y el Desarrollo de China (Hainan).

 
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