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Reportaje Exclusivo
Agradecimiento de un emigrante
Por HOU RUILI

Huang Jiusheng arropando a una anciana para protegerla del frío.

 

 

 

Huang Jiusheng es un empleado urbano de origen campesino que pasó su infancia al cuidado de los aldeanos de su pueblo natal, creciendo gracias a su ayuda. Para corresponder a su bondad, y a pesar de sus limitados ingresos, ha dedicado más de 1,2 millones de yuanes a la asistencia de 680 ancianos de su aldea, desde 1996 hasta hoy.

Huang Jiusheng nació en 1965 en el seno de una familia común y corriente de la aldea de Yangang, distrito de Huangchuan, en Henan. Cuando sólo tenía seis años, su madre murió y su padre se casó de nuevo y se trasladó a vivir con la familia de su esposa, abandonando a Huang y a su hermana pequeña. Así, los dos niños se quedaron sin la protección de una familia y Huang se vio obligado a cuidar de su hermana y, al mismo tiempo, trabajar en el campo para poder mantenerse. Como no tenían quien les hiciese ropas para el invierno, los dos hermanos estaban siempre congelados, con la sensación constante de un frío que les penetraba hasta los huesos. Afortunadamente, sus vecinos no se olvidaban de ellos: unos les daban un tazón de arroz o verduras y otros les prestaban unos panes de maíz o ropas. Lü Zhongxiu, que vivía al lado de la casa de Huang, era una de ellos. Un año, el día de la Fiesta de la Primavera, Lü se acercó de madrugada al domicilio de los dos niños y les trajo ropas hechas a mano. Huang se sintió tan conmovido al abrigo de la ropa nueva que, sin pensar, la llamó “mamá”. Desde aquel día, a los ojos de los dos chicos, esta vecina se convirtió en su madre.

Gracias al amor y a los generosos cuidados de los aldeanos, Huang y su hermana crecieron sanos y con el corazón lleno de agradecimiento. Con sólo 13 años, en 1978, Huang empezó ya a intentar corresponder a tanta amabilidad, rellenando las tinajas con agua para los aldeanos (en aquel entonces aún no disponían de agua corriente). Como era pequeño y no era capaz de subir un cubo lleno de agua del pozo, se veía obligado a subir varias veces el cubo a medias para rellenar otro balde, y tenía que hacer varios viajes hasta llenar la tinaja. Por ejemplo, en una ocasión, tuvo que hacer más de 13 idas y venidas entre una casa y el pozo hasta llenar una tinaja; pero, pese a lo accidentado del sendero, Huang insistía en hacerlo.

Tras concluir sus estudios de secundaria, Huang empezó a buscar empleo. Primero, encontró un trabajo físico en una fábrica de ladrillos y, a continuación, otro como vendedor de arroz, pero en ambos ganaba muy poco. Se dio cuenta de que, sin una habilidad profesional, su futuro no era muy prometedor. Por eso, cuando se le presentó la oportunidad de trabajar en la construcción, se esforzó sin descanso por estudiar y dominar las técnicas de edificación. Así fue como, poco a poco, pasó de ser un aprendiz a llegar a ser un experto, y su labor dejando de ser física, hasta que con el tiempo se convirtió en gerente del departamento de proyectos de una compañía de construcción. Ahora, tiene a su cargo a más de 800 trabajadores.

Hasta 1986, cuando ya habían transcurrido tres años desde su partida, no había regresado a su pueblo. Volvió con un tractor en el que cargó los regalos que había comprado para celebrar la Fiesta de la Primavera con el propósito de agradecer la ayuda de sus vecinos. Al ver la pobreza que reinaba en su aldea, se llevó consigo a más de 40 campesinos a la ciudad de Zhengzhou, proporcionándoles empleo en la construcción.

En vísperas de la Fiesta de la Primavera de 1996, regresó de nuevo a su pueblo llevando, como antes, numerosos presentes. Visitando a sus vecinos, descubrió que muchos ancianos vivían en muy malas condiciones. Por eso, decidió que iba a ocuparse de ellos, 680 en total.

Desde ese momento, empezó a enviar remesas de dinero al departamento de Asuntos Civiles de su aldea natal, con las que se adquiría arroz, harina, aceite y carne para los ancianos. Nunca ha dejado de enviar ayuda e incluso aumenta cada año el importe, que empezó siendo de 20.000 yuanes al año y hoy ya es de 100.000.

Li Guangqun, uno de los ancianos, dice emocionado: “Cada vez que regresa Huang, siempre nos visita, casa por casa. Cuando ve lo que nos hace falta, nos lo trae enseguida”. Cuando supo que el marido de Lü padecía de cáncer, Huang pagó todos los gastos médicos y cuando, finalmente, éste murió, se llevó a Lü a vivir a su casa, cuidando de ella como si fuera su propia madre.

En 2008, Huang contribuyó con 500.000 yuanes a la construcción de una residencia para la tercera edad en su pueblo natal. “Considero a estos ancianos como mis propios padres. En el caso de ellas, siempre me recuerdan a mi madre, que no pudo conocer una vida cómoda. Por eso, quiero que puedan disfrutar de alegría y felicidad en sus vidas, y ni siquiera me importa que algunos de ellos no me conozcan”, confiesa Huang.

 

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