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Reportaje Exclusivo
Todo por sus alumnos
Por ZHU HONG

Shi Lansong con algunos de sus alumnos en su barca

 

 

 

 

En un área rural de la región autónoma de Guangxi, vive el maestro Shi Lansong. En los últimos 25 años, ha realizado más de 30.000 trayectos en barca entre las dos orillas del lago Dalong, dejando ocho embarcaciones inutilizables de tanto usarlas. Pero, cada vez que esto sucedía, reemplazaba la lancha vieja por otra nueva y continuaba llevando estudiantes de un lado al otro del lago. Aunque todo cambia a su alrededor, él sigue fiel a su querida barca y a su costumbre de transportar a sus alumnos de regreso a casa.

Tras graduarse en la escuela de enseñanza secundaria superior local en 1985, con 20 años, Shi Lansong regresó a su casa, en la aldea de Dalongdong de Xiyan, del distrito de Shanglin, Nanning, en Guangxi, donde consiguió una plaza de maestro sustituto en la escuela Diaowang. Se convirtió en el único maestro de esta distante escuela, que se encarga de enseñar a los niños de primer y segundo grado de cinco pueblos cercanos, incluyendo Neizezhuang. Desde Neizezhuang a Diaowang hay tan sólo un kilómetro en línea recta, pero las montañas altas y los profundos lagos suponen grandes obstáculos para los alumnos.

Las dificultades de transporte, unidas a la pobreza de sus familias, provocaron que algunos estudiantes se viesen obligados a dejar la escuela. Shi, tras acceder a este puesto, había decidido construirse una nueva casa con los troncos de los árboles que había plantado en su patio, pero en vista de esto, cambió de idea y se hizo una barca en su lugar; a continuación, fue a visitar casa por casa a las familias de estos alumnos, pidiendo su vuelta y prometiéndoles que “mientras yo siga aquí, todos los niños volverán a casa sanos y salvos”. A partir de ese momento, Shi Lansong dio inicio a su ritual diario de transportar a los estudiantes en barca a la orilla opuesta del lago.

Cada vez que echa la barca al agua, Shi sube el primero y pone los remos en su lugar; a continuación, pone un pie sobre el banco para evitar que la oscilación provocada por el embarque de los estudiantes haga caer a alguno de ellos. El viaje de unos dos kilómetros sobre la superficie del lago dura alrededor de 30 minutos, trayecto que Shi repite cuatro veces al día.

“El viento en otoño puede por sí solo llevar a la barca de vuelta, aunque a veces forma fuertes olas en algunos puntos”, dice Shi. Sin embargo, a lo que más teme es a los días de lluvia: “A veces empieza a llover a mitad de camino y los niños se empapan de pies a cabeza, así que, al llegar a la escuela, lo primero que hago es preparar un buen fuego para secarlos bien, antes de empezar a dar clase”, explica.

Pero su dedicación se ha visto puesta a prueba más de una vez; recuerda, por ejemplo, que “1994 fue un año muy duro para nuestra familia; nació nuestro segundo hijo, lo que trajo nuevas dificultades: con los 250 yuanes que ganaba al mes como maestro sustituto, apenas me alcanzaba para mantener a mi familia”. De hecho, algunos aldeanos que se habían marchado a trabajar a las ciudades, habían podido hacerse casas nuevas, de dos y hasta de tres pisos, mientras que ellos seguían viviendo en una baja y miserable casucha.

No es de extrañar que su mujer le propusiera emigrar; en ese momento, los obreros que iban a trabajar a la provincia de Guangdong podían ganar alrededor de 1.000 yuanes al mes e incluso el hermano mayor de Shi le había buscado un buen puesto. Pero, tras meditarlo, su buen corazón le llevó a quedarse: “Sin un maestro, estos niños no tendrán nunca la oportunidad de aprender, y yo tendría remordimientos por el resto de mi vida”, justifica.

“En aquel momento no podía entender por qué, si no éramos menos inteligentes, ni menos trabajadores que los demás, teníamos que vivir en semejantes condiciones -dice Tong Shaoyu, su mujer-. Pero, al escucharle, entendí que esos que ahora tenían la oportunidad de hacerse buenas casas, habían sido alumnos de mi marido, y que era gracias a sus enseñanzas que habían podido tener éxito. De repente, me sentí muy orgullosa de él”.

En esos 25 años, la barca de Shi representó para muchos niños la esperanza de salir algún día al mundo exterior. Pero “una embarcación de madera sucumbe rápidamente al uso y, en dos o tres años, hay que sustituirla”, explica Shi. Sus idas y venidas se han llevado por delante ya ocho botes y, tras talar todos los árboles a su disposición, el maestro se vio obligado a comprar la madera y buscar carpinteros, lo cual se convirtió en su mayor fuente de gastos: según dice, construir una barca cuesta unos 200 yuanes, a los que hay que sumar el coste de la madera, con lo que el total puede ascender a unos 700 yuanes.

La fortuna, sin embargo, ha llamado a su puerta este mismo año, a mediados de septiembre, en forma de un beijinés llamado Wang. Wang se puso en contacto con Shi Lansong por propia iniciativa, donándole 10.000 yuanes para la construcción de una flamante y robusta barca. En cuanto recibió una parte de los fondos, Shi se fue a comprar los materiales y contrató a dos carpinteros. Trabajando día y noche durante algo más de dos semanas, completaron una espléndida lancha de hierro a la que llamaron Esperanza. Un día antes de acabar la construcción de la embarcación, Wang acudió a la escuela Diaowang y se reunió con Shi y sus estudiantes. Entregó el resto de los fondos pendientes y prometió hacerse cargo de los gastos de combustible y mantenimiento de la barca; además, regaló a cada niño una mochila, ropa de calle y deportiva, un paraguas y un impermeable, junto con un televisor LCD, cuatro ventiladores eléctricos y un sistema de sonido de alta fidelidad que donó a la escuela.

Shi Lansong nunca había estado tan contento: “Tengo 45 años y me quedan 15 para jubilarme, unos años en que no voy a dejar ni por asomo de seguir llevando a los niños de una orilla a otra”, dice, finalmente, emocionado.

 
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