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Reportaje Exclusivo
Destino: Shenzhen
Por ZHANG MAN

Jóvenes inmigrantes recién llegadas a Shenzhen, tal vez para convertirse en niñeras, uno de los empleos con mayor demanda.
 
El 26 de agosto de 2010 fue un día muy especial para Shenzhen. Treinta años atrás, el Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional otorgaba a un área de 327,5 km2 situada en este término municipal, cercano a Hong Kong, el estatus de Zona Económica Especial (ZEE) en fase de pruebas, convirtiéndose así en la primera zona de este tipo desde que se iniciaron las políticas de reforma y apertura del país. De este modo, daba comienzo la transformación de este pequeño pueblo de pescadores en una de las metrópolis más modernas de China.

En los últimos tres decenios, el promedio de crecimiento anual del PIB de Shenzhen ha sido del 25,8%, alcanzando un valor absoluto de 820.100 millones de yuanes y de 93.000 yuanes per cápita en 2009, lo que hace de la ciudad una de las más importantes, económicamente hablando, de China. Su asombrosa expansión es uno de los mayores logros de la reforma económica del país. Shenzhen, llena de ritmo y vitalidad, es también una “fábrica de sueños”, donde muchos han podido hacer realidad los suyos.

Es innegable que el milagro económico de Shenzhen debe mucho al enorme ejército de inmigrantes procedentes del campo que han contribuido, con su sudor, al desarrollo de la ciudad. De sus más de 12 millones de habitantes, sólo alrededor de 1,7 millones tienen la calidad de residentes permanentes; en cuanto al resto, cerca del 80% son trabajadores que proceden del medio rural. Por otro lado, entorno al 64% de los ingresos fiscales de la metrópolis provienen de la industria manufacturera, cuya mano de obra está constituida en un 80% por este colectivo. Pero, ¿cuál es la verdadera historia de la búsqueda de una vida mejor por parte de estos trabajadores?

La primera generación

Yang Qin tenía 18 años cuando salió de su casa en Nanning, en la región autónoma de la etnia zhuang de Guangxi, con rumbo a Shenzhen. Estamos en 1990, cuando se decía que sólo los mejores iban a la nueva urbe del sur. Su rápido crecimiento actuaba de imán para el talento de todo el país. Pero no se puede decir que Yang formase parte de la élite: había sido admitida por una escuela de secundaria para cursar estudios de segundo ciclo, pero no podía permitírselo por las dificultades económicas por las que pasaba su familia, así que su padre la metió en un tren camino de Shenzhen. Un trayecto largo y triste para la joven.

En el recuerdo de la mayoría de los habitantes de esta ciudad figuran, seguramente, el establecimiento del primer McDonald’s, en la avenida Jiefang, y la apertura de la Bolsa, como los acontecimientos del año en 1990. Pero lo que no puede olvidar Yang Qin, es el largo y difícil viaje en un invierno gélido: incluso el botón en sus zapatos de tela se le rompió y, finalmente, se los tuvo que quitar y caminar descalza.

Gracias a un conocido, Yang consiguió un empleo en una fábrica de juguetes en el distrito de Longgang. “Me sentía tan afortunada de tener un trabajo que no podía ni pensar que la vida era dura, a pesar de que tenía que trabajar hasta la una de la mañana todos los días y no tenía ningún fin de semana libre”, recuerda Yang. Ganaba entre 60 y 70 yuanes al mes, pero como no había muchas alternativas de ocio en el entonces pobre Longgang, ni disponía de tiempo libre, podía ahorrar y enviar remesas a su pueblo natal.

Siete meses después, le llegó una oferta mejor -90 yuanes al mes- en una fábrica de teléfonos cercana. Siendo una chica inteligente y en la que se podía confiar, consiguió pronto un ascenso a un puesto de mayor responsabilidad, pero también con un mejor sueldo. Más tarde, pasaría a trabajar en las oficinas, un cambio significativo y envidiado por sus colegas del taller. Pero Yang era ambiciosa: “Deseaba una posición como la de mi supervisor, siempre paseando por la fábrica y pudiendo entrar en cualquier taller, deteniéndose a charlar con cualquier persona, que era lo que justamente me gustaba”, explica. Con este pequeño sueño en mente, cambió de trabajo una vez más, esta vez pasando a ser empleada en una fábrica de artículos de cuero.

Yang permaneció allí durante diez años, trabajando duramente para ascender de tornera a responsable de grupo y, finalmente, a supervisora. Tras haber alcanzado un cierto estatus profesional, tenía ya la capacidad de ayudar a sus paisanos y recomendarlos para trabajar en la fábrica. Hasta ahora, ha ayudado a cerca de 800 personas a encontrar un empleo en Shenzhen.

Yang llevaba más de diez años trabajando en la ciudad, en los que no había dejado nunca de enviar dinero a casa para pagar la educación de sus hermanos pequeños y cubrir los gastos médicos de sus padres. En 2001, cuando decidió casarse, se encontró, sin embargo, con que necesitaba dinero urgentemente, pero entonces ganaba ya más de 10.000 yuanes al mes.

Después de todos esos años, su posición y sus ingresos habían mejorado sustancialmente, al mismo ritmo que había cambiado la ciudad, ya irreconocible: “Los edificios se levantaban a una velocidad increíble; carreteras y más carreteras se construían para llegar a todas partes, no paraban de llegar nuevos inmigrantes…”, rememora. Aunque, tras tanto tiempo en la ciudad, estaba cualificada para solicitar la residencia permanente, decidió no hacerlo y abandonarla: “La vida era demasiado difícil en Shenzhen y no me sentía parte de la ciudad”, dice con franqueza.

Ahora, vive en Chenjiang, un pueblo de la ciudad de Huizhou, adyacente al distrito de Longgang. Compró un piso de más de 100 m2 y su hija, de nueve años de edad, tiene derecho a disfrutar de los recursos educativos locales. “Pero no he perdido mi ambición. Todavía quiero una casa y un coche mejores; y quiero aprender de las élites y gozar de las mismas cosas que ellos. Todos tenemos nuestros sueños, pero hacerlos realidad depende de los esfuerzos que les dediquemos”, concluye.

Nueva generación, nuevas expectativas

Zhou Wei, nacida en 1988, emigró a Shenzhen en 2007. Ese fue precisamente el año en que la ciudad del Sur fue escogida como uno de los diez destinos preferidos por los trabajadores procedentes del campo, según una encuesta patrocinada conjuntamente por varios medios de comunicación, incluyendo la Televisión Central de China y la Radio del Pueblo de Guangzhou.

Al dejar los estudios del primer ciclo de secundaria, Zhou pensó que su mejor oportunidad era tratar de buscar cualquier empleo en Shenzhen. En los últimos tres años ha estado trabajando en la cadena de montaje de amplificadores de una fábrica de equipos electrónicos, donde gana ahora 2.800 yuanes al mes, ingresos que incluyen un sobresueldo de 1.700 yuanes que consigue por trabajar horas extraordinarias en un turno de 12 horas, siete días a la semana. Nunca le han concedido vacaciones y, si faltase al trabajo, la sancionarían económicamente.

Zhou comparte un dormitorio con cuatro chicas de su edad, cuya compañía alegra su vida tras la jornada laboral. Una de las jóvenes adquirió una computadora portátil y comparten entre todas el coste de la navegación por Internet. El mayor placer de Zhou es conversar online hasta la madrugada, después del trabajo.

A ojos de Yang Qin, estos nuevos inmigrantes son muy diferentes de los de su generación, a pesar de la similitud de los comienzos, trabajando en cadenas de montaje y líneas de producción. Las generaciones de los nacidos en los 80 y los 90 han crecido de la mano de la televisión y de Internet y tienen una mentalidad más independiente. Cuando surgen problemas, “están preparados para valerse por sí mismos y saben cómo proteger sus derechos e intereses”, piensa Yang.

Yang Yue, la hermana de Yang Qin, es un claro ejemplo de estas diferencias. Nacida en 1982, llegó a Shenzhen tras finalizar sus estudios superiores, trabajando inicialmente en la misma empresa que su hermana, diez años mayor que ella. Pero, a los pocos días, vio que no era lo suyo: la fábrica estaba demasiado lejos del centro de la ciudad, el trabajo era tedioso y repetitivo, el uniforme laboral, gris y feo… No tardó en despedirse, sin ni siquiera avisar antes a su hermana, para trabajar como camarera en un lujoso hotel, donde podía vestir un uniforme de gala. Cuando se enteró, Yang Qin montó en cólera por lo que consideraba una irresponsabilidad, pero cuando indagó un poco más sobre el hotel, tuvo que aceptar que quizás su hermana había hecho lo mejor, lo que quedó confirmado cuando Yang Yue fue ascendida a supervisora. “Mi hermana pequeña siempre me aconseja que no trabaje tan duro y me dice que tengo que aprender a disfrutar de la vida”, dice Yang con una sonrisa.

Las dos generaciones de inmigrantes tienen unas expectativas completamente distintas. Ahora, vienen a la ciudad porque quieren vivir una vida mejor”, explica Liu Kaiming, director del Instituto de Observación Contemporánea (ICO, siglas en inglés), una organización sin ánimo de lucro dedicada a promover mejoras en el mundo laboral y alentar la responsabilidad social corporativa.

Liu está frecuentemente en contacto con el colectivo de jóvenes trabajadores inmigrantes y los conoce bien, por lo que no le resulta difícil describirlos: “Se trata, en su mayoría, de hijos únicos que han tenido, en general, una infancia sin dificultades. Muchos han crecido ya en las ciudades, donde han disfrutado de acceso constante a todo tipo de información por televisión, Internet o celulares. La publicidad les ha inculcado la idea de que el éxito es ganar mucho dinero, ser propietarios de una gran casa y conducir un Mercedes, pero la dura realidad pronto se encarga de frustrar sus expectativas: a menos que trabajen muchas horas extraordinarias, será difícil que ganen lo suficiente como para llenarse el estómago en Shenzhen”, dice.

Apoyo a la integración

Liu renunció a su empleo en la Universidad en 1997 para trabajar en Shenzhen. Lo que más le impresionó de la primera generación de inmigrantes fue su capacidad de sacrificio: “La mayoría de ellos podían trabajar días y días sin interrupción y enviar casi todo lo que ganaban a su hogar. Todos los domingos, en la oficina de correos cercana a mi casa, se podía ver una larga fila de trabajadores que esperaban turno para enviar su remesa”.

Su sacrificio, sin embargo, valió la pena. Eran tiempos de cambio, pero todavía difíciles y de salarios medios muy bajos: un profesor universitario ganaba 180 yuanes al mes y un profesor auxiliar, como Liu, solamente 96. Sin embargo, los ingresos de un trabajador inmigrante podían llegar hasta los 200 yuanes al mes, y, algunos, llegaban a ganar incluso más de 1.000.

“La mayoría de las casas nuevas que se ven ahora en los pueblos, se construyeron con este dinero ganado por la primera generación de emigrantes. La generación de los 80, en comparación, no obtiene apenas ingresos -sostiene Liu-. También es cierto que estos jóvenes han crecido en una sociedad mucho más abierta que la de sus padres y donde los cambios ocurren a velocidades vertiginosas, lo que los ha hecho más sensibles y receptivos a nuevas ideas”, reconoce. Y lanza un aviso: “Trabajan y viven en esta ciudad; ayudarlos a integrarse es una cuestión que no podemos obviar”.

La encuesta realizada por la Federación de Sindicatos de Shenzhen sobre la vida de los trabajadores inmigrantes de esta segunda generación en la ciudad valida los argumentos de Liu. Los resultados muestran que la mayoría de estos jóvenes no tiene ninguna experiencia en el trabajo agrícola y su objetivo vital en la ciudad va más allá de la simple supervivencia, quieren integrarse y disfrutar de la vida moderna.

Sin embargo, esas aspiraciones siguen siendo un sueño lejano. El estudio revela, al mismo tiempo, que el salario medio de estos chicos es de poco más de 1.838 yuanes al mes (incluyendo horas extras), es decir, lo justo para mantener un nivel de vida básico. Entorno al 46,8% de ellos aún tiene que vivir en un apartamento de alquiler barato y compartido y tienen una vida social limitada. El sistema de registro de residencia familiar, por otro lado, también les impide gozar de todos los derechos y servicios sociales al alcance de los residentes inscritos en las ciudades.

El gobierno municipal de Shenzhen está estudiando medidas de apoyo a la integración de este colectivo. Según la Oficina de Asuntos Laborales y Seguridad Social de Shenzhen, se han realizado acciones de capacitación profesional, y, asimismo, se ha diseñado un sistema de seguro médico adaptado a sus necesidades; sus hijos, por otro lado, están cubiertos por el esquema municipal básico de atención médica infantil. La administración municipal ha derogado también la norma que imponía el pago obligatorio para los trabajadores no residentes de una prima durante los cinco años previos a la edad legal de jubilación, lo que significa que los inmigrantes pueden ahora beneficiarse de una pensión en igualdad de condiciones que los residentes.

Si se sigue por este camino, es de prever, pues, que, en comparación con sus padres, esta segunda generación de trabajadores inmigrantes procedentes del mundo rural, disfrutará de mayores oportunidades para convertirse en auténticos ciudadanos de Shenzhen.

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