En apariencia, las nuevas generaciones de inmigrantes recién llegados a las ciudades chinas procedentes del campo, no se diferencian mucho de otros jóvenes urbanos: visten ropas modernas, se peinan a la última, utilizan celulares y computadoras, comen en McDonald’s, van a los mismos centros comerciales y pasean por los mismos parques, acuden a las bibliotecas… Sin embargo, se alojan en sencillos dormitorios proporcionados por las fábricas donde trabajan o viven en rudimentarios pisos de alquiler, además de tener que hacer frente a los gastos de seguro médico, pensiones, enseñanza y otros, por su cuenta. Paso a paso, la tradicional relación entre campo y ciudad va cambiando, adquiriendo una nueva dimensión.
Según la Administración Nacional de Estadística de China, en 2009, los trabajadores de origen rural en las ciudades sumaban 230 millones, de los que 150 millones trabajaban fuera de su región natal. De estos últimos, un 61,1% tenían entre 16 y 30 años, constituyendo la base de la fuerza laboral de China para los próximos años. La mayoría de ellos trabajan en la industria y en los servicios.
A principios de este año, el Gobierno chino decidió por primera vez elaborar documentos oficiales centrados en lo que entiende constituye un nuevo grupo social, la nueva generación de trabajadores emigrantes de origen rural; pero muchos de ellos prefieren otras denominaciones, como nuevos trabajadores de la industria o nuevos ciudadanos, e, incluso, en muchos casos, nuevos empleados de oficinas, ya que en las grandes ciudades, muchos ciertamente lo son, si bien en las medianas y pequeñas, siguiendo el ejemplo de sus padres, aún constituyen la mano de obra principal del sector manufacturero. De todas formas, se les identifica como “rurales” sólo en base a los documentos de registro familiar de residencia, que, en su caso, corresponden a pueblos y aldeas.
Su contribución al progreso de China ha sido fundamental en las últimas décadas; por ejemplo, la zona económica especial de Shenzhen, desde que recibió este estatus hace ahora 30 años, ha mantenido un ritmo de crecimiento del PIB del 25,8% en promedio, conseguido principalmente a través del desarrollo industrial, que se ha podido llevar a cabo gracias a la emigración rural. Las nuevas generaciones de emigrantes también serán clave para su futuro y, por eso, Gobierno, empresas y sociedad, piensan en cómo ayudarles a asentarse en las ciudades.
