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Así Nos Ven
Waka waka, porque esto es… China
Por JOSÉ GORDO

Hinchas de la provincia de Sichuan disfrutan de partidos mientras comen.

La fiebre del Mundial en Beijing

“Oye, y en China, ¿cómo ves el Mundial?”, me preguntan a menudo mis amigos desde Europa. Pues como lo vería en España: en una de las muchas cadenas de televisión que retransmiten los partidos, en cualquier bar, pub o restaurante, o hasta en las pantallas gigantes instaladas en varios puntos de la ciudad. Y, posteriormente, comentando el juego con mis amigos, con mis compañeros en la oficina, o con quien esté a mi lado siguiendo el partido en ese momento.

Y es que, aunque pueda sorprender a muchos, el Mundial en China se ha vivido tanto, tanto, tantísimo como se pueda vivir en España, en Alemania, en Argentina, en México… Sí, es cierto que China no tiene la solera futbolística de Europa o Latinoamérica, que los equipos asiáticos no pueden hacer sombra (todavía, Japón y Corea del Sur han representado un papel más que digno en la competición de este año) a los occidentales y que aún están por llegar las grandes estrellas nacidas a este lado del mundo; por si fuera poco, las diferencias horarias, especialmente en el último tramo de la competición, con los partidos comenzando a las 2:30 de la madrugada en horario de Beijing y acabando, por tanto, a las 4:30 (si no había prórroga), hacían que presenciarlos en directo resultase, cuanto menos, terriblemente incómodo. Y, sin embargo, durante el mes que ha durado la Copa del Mundo, no sólo se ha seguido con atención o curiosidad: también con pasión. Mucha pasión.

En las calles de Sanlitun, la popular zona de ocio nocturno de Beijing, se concentraban los aficionados de uno y otro país, ya fuesen nacionales del mismo o simpatizantes chinos, para ver los partidos, bien en bares de copas o restaurantes, bien en la enorme pantalla gigante instalada en la gran plaza de uno de sus populares centros comerciales. ¿Y las celebraciones de los ganadores? Dignas de cualquiera que yo haya visto en Europa.

Pero el Mundial no se reducía a las calles céntricas o a las zonas populares entre los residentes foráneos; en los restaurantes de cualquier barrio residencial de clase trabajadora de Beijing, se instalaban pantallas gigantes y grandes televisores frente a la calle, con los locales compitiendo entre sí por atraer a la multitud que se acercaba a cenar a las terrazas con ganas de fútbol y de olvidar el calor de los veranos urbanos.

Los partidos se han retransmitido en directo, se han ofrecido repeticiones una y otra vez, se han organizado concursos televisivos, programas especiales y loterías, los resultados coparon las portadas de los periódicos generales, hay canales especiales en las webs chinas más populares de videos online… Para los occidentales es normal sorprenderse ante tanto interés por unos equipos que representan a culturas y países tan diferentes, tan lejanos a China. No es exactamente lo mismo, pero, ¿podríamos imaginarnos, por ejemplo, pasando una noche en vela para ver una competición de bádminton o de ping pong entre jugadores surcoreanos y chinos?

El fútbol en China

Sólo puedo suponer lo que podría haber sido si, además, hubiese participado China. O si la Copa del Mundo se hubiese celebrado aquí. Algo que se deben estar preguntando también las marcas de prendas deportivas occidentales, que, seguro, sonreirían ante los comentarios negativos sobre los cambios en el panorama de inversiones para las empresas extranjeras en China mientras cuentan sus beneficios: estos días, paseando por Beijing, es habitual encontrarse con gente vistiendo camisetas de sus selecciones favoritas; y no me refiero a los extranjeros residentes en la capital, algo que es de esperar, sino a muchísimos jóvenes chinos que, a falta de ídolos locales y de una selección nacional con presencia en el campeonato, llevan la de su jugador o combinado favorito.

Porque al fútbol chino aún le falta mucha madurez, como todo el mundo reconoce sin ningún pudor (sólo hace falta leer nuestro artículo ¿Escaso interés por el fútbol? en este mismo número). Es más, muchos aficionados desconfían de llegar a disponer en el futuro de un equipo con posibilidades de éxito; pero, sinceramente, viendo como todos hemos visto la velocidad y el alcance de los cambios que se producen en China, ¿por qué no iba a trasladarse eso al fútbol algún día?

En cualquier caso, ello no impide que ya haya mucha gente que entiende de fútbol en China. Que entiende “de verdad”, es decir, que saben criticar o apreciar las disposiciones tácticas de Del Bosque, Aguirre o Bielsa, que conocen la diferencia entre un 4-4-2 y un 4-3-3, que opinan que Argentina depende o no demasiado de Messi, o que comentan dónde piensan que flaquea Alemania, argumentando los porqués.

Cada retransmisión cuenta con tertulias post-partido y análisis de expertos y, al menos, que China no participe tiene algunas pequeñas ventajas para quienes venimos de fuera: comentarios objetivos que se agradecen y el ánimo de mucha gente a nuestras selecciones nacionales.

La roja, de todos

Eso sí, nadie se podrá quejar de falta de apoyo; como era de esperar, los equipos más fuertes y los “clásicos”, Alemania, Argentina, Brasil, Francia o Italia, son los que han contado con más incondicionales, pero no han sido los únicos, ni mucho menos. Y de entre todos los participantes, España ha sido uno de los que más simpatías ha despertado: ver a uno de los comentaristas del canal de deportes de la televisión nacional con su camiseta de la roja justo antes de empezar la final del Mundial es una de esas estampas difíciles de olvidar.

Como el llenazo, a las 5 de la mañana, en una madrugada de domingo a lunes, en el pub donde seguí la final, con mayoría aplastante de hinchas del equipo de Del Bosque. ¿Españoles? Muchos, sí; todos, ni mucho menos. Porque en medio de la alegría que se desató con la victoria, yo me quedo con una imagen: la de todos los que allí estaban de China, México, Cuba y muchos otros países, a quienes no siempre se recibe en Europa con los brazos abiertos, por decirlo suavemente, viviendo y celebrando el triunfo de España como si fuese el suyo propio. Pues, sin ánimo de ponerme sentimental, como buen europeo, yo creo que sí, que también lo es. Que dure.

 

 

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