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Sociedad
Muy talentosas amigas
Por FENG ZHIYING*

Queridos amigos Teresa y Pérez:

Ante todo, les envío mis sinceros saludos. En esta carta voy a presentarles a algunas amigas que conocí en el asilo.

El tiempo pasa volando. Ya hace medio año que vivo en el asilo. Llevo una vida regular: me acuesto temprano y me levanto también temprano, pues soy madrugadora. Cuando no hace viento, salgo al patio a pasear acompañada de la música indirecta que sale de los numerosos postes eléctricos. De paso, visito a mis amigos los gansos, dos blancos y dos grises. Al verme, ellos me saludan graznando y, en ese momento, me siento muy desahogada.

Ya me he acostumbrado a la vida del asilo. Actúo según el dicho popular: “Uno nunca es demasiado viejo para aprender”, y dedico mis horas ociosas al estudio del español. Además, he hecho amistad con otras dos vecinas: las señoras Yang y Sun. Las tres vivimos en departamentos contiguos: yo en el n.° 14, Yang en el n.° 15 y Sun en el n.° 16. De esta última les hablé ya en mi segunda carta, ¿se acuerdan Uds.? Ella es coleccionista de muñecas. Después de pasar el Año Nuevo y la Fiesta de la Primavera, la señora Sun ha redondeado la magnitud de su colección: dos Papá Noel y más muñecas chinas y occidentales.

La Sra. Sun (izq.) y la Sra. Yang.

 

Mis vecinas cercanas tienen varios puntos en común: ambas viajaron por trabajo a numerosos países, por lo que pudieron ver mucho mundo. Después de jubilarse, fueron contratadas durante varios años más, lo que denota sus ricas experiencias profesionales y gran capacidad personal. Las tres tenemos un lenguaje común; conversamos a menudo sobre diversos temas, matando de este modo el tiempo de ocio y, a la vez, enriqueciendo nuestros conocimientos. Yang, desconocida para Uds., se mudó con su marido al asilo un mes y medio más tarde que yo. Un día charlé con ella y, conversando y conversando, de repente nos dimos cuenta de que ella había sido colega de mi difunto esposo por más de 10 años. Al saberlo, me quedé boquiabierta. ¡Dios mío! ¿Cómo es posible? Paradójicamente, el mundo es grande, pero a veces también muy chico. Cuando mi marido vivía, nunca vi a la Sra. Yang; sin embargo, cuando llegamos a la vejez, nos encontramos en el Huichen.

Aquel día hablamos emocionadas de muchos conocidos en común. Desde entonces, Yang me muestra gran solicitud. Si pasan dos días sin que me vea, toca a mi puerta para saber si estoy bien, y cuando va de compras en el ómnibus del asilo, me pregunta qué necesito. En una palabra, se porta como una hermana mayor (porque tiene un año más que yo). Yang tiene unas manos muy hábiles. A muchos les es difícil hacer florecer la orquídea, pero a ella no. En la Fiesta de la Primavera, la maceta de orquídea que colocó en el antepecho del corredor de nuestro piso floreció durante muchos días, exhalando un aroma delicioso.

En su estancia en el extranjero, conoció a muchos chinos de ultramar, la abrumadora mayoría de los cuales son patriotas. Algunos, al pisar su tierra natal, pidieron visitar a la Sra. Yang, gesto que demuestra la profunda amistad cultivada entre ellos. Después de jubilarse, mi amiga Yang trabajó durante más de dos años en la ciudad de Xiamen, provincia de Fujian. En seguida, su marido fue enviado a trabajar cuatro años a Rusia. Ella lo acompañó todo ese tiempo y aprovechó la oportunidad para aprender algo de ruso.

Yang y yo llamamos a Sun “hermana mayor”, pues es de mayor edad que nosotras, y además, digna de ser respetada. Yo la adoro. Dije una vez que cada anciano es un libro de historia y en el caso de Sun ese libro es legendario, pletórico de dulzura y amargura. Al leerlo, uno se conmoverá hasta las lágrimas. Después de retirarse del trabajo, fue contratada durante 16 años para enseñar inglés a empleados de algunas entidades que salieron posteriormente a estudiar o trabajar en el extranjero. Tenía alumnos por todas partes.

Yang y Sun padecen de reumatismo, debido al cual no pueden ponerse en cuclillas. En el caso de Sun, el padecimiento la afecta más. Hace algún tiempo se sometió a una operación en la rodilla derecha, para implantarle una rodilla artificial. Como parte de su rehabilitación, Sun nada en la piscina de aguas termales, donde también se puede ver a menudo al esposo de Yang, que padece de cierta enfermedad senil. Yang, en cambio, va varias veces a la semana a sumergirse hasta el cuello en el estanque de aguas termales, además de hacer un tipo especial de ejercicios físicos con otros vecinos a las siete de la mañana. Un día, en mi presencia, mi amiga Yang nos mostró cómo podía agacharse a duras penas. Está muy contenta, porque la terapia le ha surtido un buen efecto.

Desgraciadamente, la hermana Sun se resfrió durante la Fiesta de la Primavera. Cuando se sintió mal, recurrió a la tarjeta de auxilio y al momento acudió una doctora a atenderla. Como Sun tenía fiebre, todas las mañanas era llevada a la clínica en silla de ruedas, para recibir una inyección en vena. El comedor prepara comidas especiales para los enfermos y las envía a sus apartamentos. El asilo cuida tan esmeradamente a quienes enferman que uno puede recuperarse más rápido que si está en su propia casa. Cada vez que yo iba a visitar a la Sra. Sun, siempre la veía acompañada por alguna amiga del asilo o de afuera, incluidas sus antiguas discípulas. La amistad y la solicitud la rodeaba, lo que contribuyó a que se repusiera pronto. Durante el periodo de convalecencia, el asilo siguió brindándole una meticulosa atención y diariamente le traía las comidas a la casa.

La enfermedad de mi amiga Sun me hizo recordar mi amargo pasado viviendo sola en casa. Una vez enfermé y no tenía a nadie que me atendiera. Fui sola al hospital y, aunque volví agotada, tuve que preparar yo misma la comida. En consecuencia, siempre tardaba en recuperarme de las enfermedades. El agudo contraste evidencia la manifiesta ventaja que representa el asilo en este sentido. La hermana Sun es solícita para con los demás. Fui varias veces a verla, pero en ningún momento me permitió acercarme, puesto que ella sabe que una persona que padece de dilatación bronquial, como yo, es propensa a contagiarse con el catarro.

Mi talentosa hermana Sun es experta en inglés y francés, ha traducido un libro de más de 20 cuentos infantiles del francés al chino, es versada en canto y gusta de varios deportes. A menudo la oigo canturrear al pasar por el corredor de nuestro piso o cantar mientras escucha música en casa.

Según un refrán popular chino, “Los congéneres se juntan”. He trabado amistad con las vecinas Yang y Sun, porque compartimos muchos puntos de vista, como nuestra satisfacción por nuestra nueva vida en el asilo; porque ellas tienen un corazón de oro; porque ellas son mis hermanas mayores no sólo de edad, sino también por su comportamiento, y de ellas podré aprender muchas cosas. ¡Nunca había pasado por mi mente que al ingresar en el asilo tendría tan buenas compañeras como Yang y Sun! Al leer esta carta, Uds. podrán dejar a un lado cualquier preocupación por mí, porque vivo aquí realmente contenta y feliz.

¡Cuídense mucho!

Su amiga para siempre, Feng

 

*Feng Zhiying, revisora de traducción de español de Beijing Informa y miembro de la Asociación de Traductores de China, se jubiló hace veinte años.

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