Estimados amigos Teresa y Pérez:
Recibí con sumo agrado su gentil carta, en la cual me muestran un gran interés por el tema de la vida de los ancianos chinos. Por la presente trataré que conozcan un poco más sobre cómo viven las personas de la tercera edad en éste y otros asilos de Beijing.

Ceremonia de cumpleaños.
Cada anciano es un libro de historia, después de haber visto mucho mundo, experimentado numerosos sucesos, vivido la dulzura y la amargura y acumulado ricas experiencias en el trabajo. Hoy en día el grupo de los cuellos plateados (como se denomina a las personas de edad avanzada con cabellos blancos) es muy acogido y apreciado. Dotados de abundantes experiencias profesionales, muchos rinden una alta eficiencia en el trabajo. Pero al llegar a la vejez, algunos han perdido a su cónyuge o viven solos y otros mantienen un penoso estado de salud. Casi todos adolecen de una o varias enfermedades seniles. Esta lastimosa situación nos hace pensar en cómo pasar los últimos años de nuestra vida. Unos han decidido ir al asilo, otros han optado por contratar una empleada para que les cuide en casa.
Antes de incorporarme al Huichen, varios de mis amigos se habían mudado ya a distintos asilos, unos regulares y otros de buenos servicios, pero casi todos están satisfechos con su nueva vida. Una pareja conocida tuvo la suerte de entrar en una comunidad senil fundada y administrada por el Buró Municipal de Asuntos Civiles, que no sólo los atiende bien en la vida cotidiana, sino que su personal médico les ofrece servicios a domicilio una vez al día.
Después de cundir la influenza tipo A H1N1, esas visitas se hacen dos veces al día, para chequear su presión sanguínea y temperatura corporal. Estas instalaciones del buró son muy acogidas por sus buenos servicios y bajo costo, en comparación con otros asilos, incluido Huichen. Desgraciadamente numerosos solicitantes no pudimos ingresar en él, porque ya está repleto.
En la actualidad existen muchos asilos que garantizan una esmerada atención médica a sus habitantes. En ellos los esposos viven muy contentos por haberse librado de los agotadores quehaceres domésticos, y los matrimonios se sienten felices y más saludables que en su propia casa, aunque esta sea más espaciosa y cómoda que el departamento en el que residen.

Dos hermanas de una condiscípula universitaria mía viven hace más de dos años en un asilo cerca del Huichen llamado “Ciudad del Sol”, el cual comenzó a brindar servicios en 2003 y cuenta con buenas instalaciones médicas y sanitarias. Las dos señoras padecen del corazón y otras enfermedades seniles. La menor va todas las mañanas a la hidroterapia de aguas termales y me comentó que este tratamiento ha surtido un efecto positivo en su padecimiento reumático. Antes andaba con la ayuda de un bastón y ahora puede caminar sin ningún apoyo. La comunidad también organiza variadas actividades, e incluso ha creado una universidad para ancianos que tiene una elevada asistencia. Lo que más resalta en este asilo es un hospital donde se brindan solícitos cuidados a los moribundos, un acto muy humano y loable.
Para alejarse de la soledad, casi todos los ancianos del Huichen han hecho nuevas amistades con sus vecinos. Viviendo en una gran familia, nos ayudamos y nos preocupamos mutuamente. Sun, intelectual octogenaria proveniente de otro asilo hace más de medio año, tomó la iniciativa de ponerse en contacto conmigo, haciéndome saber muchas cosas, y me recomendó una suscripción de yogur. Sola y sin hijos, sabe francés e inglés y también sabe vivir. Casi todos los días va a nadar, pasea y lee los periódicos a los que está suscrita, además de recibir muchas visitas. Un día me invitó a visitar su casa. Al entrar en la habitación, se me antojaba como un museo de muñecas, más de diez de todos los tamaños, desde la colosal bailarina de flamenco hasta las hechas en miniatura, colocadas en el librero. Todas son recuerdos de la estancia de su dueña en el extranjero. Además, también tiene algunos muñecos chinos, como músicos y hazmerreír, obsequiados por sus amigos. Al hablar de sus tesoros, mi vecina irradiaba felicidad. Al día siguiente, cuando nos encontramos en el corredor de nuestro piso, me dijo excitada como una niña: “Tengo dos pequeños más, regalos de ayer”. Sí, al aproximarse las fiestas, sus amigos le han traído regalos de Año Nuevo. Así es la vida de la estimada Sun, colorida y saludable, a la vez que envidiable para muchas personas de su edad.
En la pared de la antesala del apartamento n°. 3 hay fotos de ancianos celebrando su cumpleaños. Una vecina que vive aquí hace más de dos años me dijo que ella ha festejado su cumpleaños dos veces en el asilo. Una vez al mes, el Huichen reúne a los que han nacido en un mismo mes en una gran sala multipropósito, para agasajarlos con los tallarines de la longevidad y ofrecerle a cada uno un pastel dulce en forma de durazno (también símbolo de la larga vida), además de una cestilla de plástico. Se trata de un acto de personificación realizado por el asilo para los ancianos que me ha emocionado mucho.
Como la ventana de mi alcoba da al patio, todas las mañanas observo que muchos vecinos hacen ejercicios: unos practican taiji, otros pasean o caminan a grandes zancadas. Cuando hace mal tiempo, algunos andan por el largo corredor dando vueltas. Sólo cuando nos retiramos del trabajo, pensamos en la manera de preservar la salud. Pero para algunos ya es tarde. Me encuentro a veces con los que caminan con dificultad, apoyándose en el bastón o en el brazo de su cónyuge.
Al ir al comedor, veo a menudo a un feliz matrimonio ochentón. Ambos van de la mano por la galería, charlando jubilosos. En su presencia tengo la sensación de haber visto a una pareja enamorada. Al llegar a la vejez, los dos siguen sintiéndose aún tan cariñosos que avergonzarían a los jóvenes matrimonios que no saben apreciar el amor conyugal y serían la envidia de los que han perdido a su ser querido.
En la carta anterior, olvidé decirles que el asilo Huichen dispone de otros dos tipos de departamentos más espaciosos que el mío: uno de más de 60m2 y otro, compuesto de dos piezas, de más de 80m2. Una señora octogenaria de apellido Hua vive con su marido desde hace dos años en uno de este último tipo. Ella tiene una hija y un hijo. La hija trabaja en EE.UU. y como no puede estar al lado de sus padres, los ha instalado en el asilo, costeando todos los gastos. Al regresar de vacaciones al país, viene a vivir en la otra pieza, acompañando varios días a sus padres. Se trata de una hija llena de piedad filial.
En cambio, otra vecina está ausente estos días del asilo, porque su hijo se la llevó a EE.UU. a principios de diciembre, para que viva junto con su familia varios meses y conozca ese país. El departamento está reservado y ella volverá en unos meses.
Durante muchos años no fui al cine. Algunas películas internacionalmente premiadas las vi por la televisión. Ahora ya tengo acceso al cine sin necesidad de salir del edificio donde me alojo, porque la sala de proyección está en el tercer piso. Ayer sábado oí acalorados comentarios entre los vecinos, quienes vieron contentos una película recién exhibida en la ciudad y de buena taquilla, titulada “Gran causa de la fundación de la Nueva China”, en la que actúan más de cien famosas estrellas de cine. ¡Lástima haya perdido esa buena ocasión!
Dejaré de escribir para no cansarlos demasiado; seguiré contándoles más en la próxima carta.
¡Reciban mi cordial saludo!
Su amiga para siempre, Feng