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China y el Mundo Iberoamericano
El TLC entre el Perú y China
Por JORGE MINAYA VIZCARRA

Niña cuzqueña.

Las relaciones entre el Perú y China son de vieja data, hunden sus raíces formales en los años quincuagésimos del siglo XIX, cuando arribaron al puerto del Callao los primeros integrantes de la que a la postre fue la primera y más importante colonia China en esta región del mundo, como parte del proceso migratorio impulsado por el gobierno de Ramón Castilla, en 1849. Desde entonces, la vida cultural peruana en toda su enorme complejidad (pues es preciso recordar que el Perú es la madre patria de América del Sur) se vio imbricada con esta avanzada de “culíes”, hijos del imperio del centro, quienes vinieron a la tierra de los incas con el sueño de la patria nueva.

De hecho, y desde la perspectiva de la historiografía moderna, este encuentro de civilizaciones milenarias (avaladas ambas por más de 5.000 años de historia en continuidad) le dio al Perú un rostro variopinto, multiforme, abigarrado en formas, costumbres, colores y olores. Sin ninguna duda, la identidad nacional, “la peruanidad” (todavía en proceso de construcción), tiene claros rasgos orientales. Basta con otear, por ejemplo, la riqueza inacabable de la gastronomía peruana, para descubrir en ella la presencia estructural de la culinaria china. Por tanto, es imposible comprender la diversificación de la economía peruana y la expansión de su sector exportador en el siglo XIX sin incluir en ella el enorme aporte de los “culíes” chinos, quienes consolidaron la agricultura de exportación y la venta del guano en el mercado internacional.

Pues bien, han sido estas razones históricas, sumadas a la coyuntura económica del mundo moderno (que han hecho de China la economía y la “geoeconomía” en expansión más importante del mundo, y han convertido al Perú en el país más competitivo de América del Sur por sus reservas probadas de agua, gas y petróleo), las que han generado las condiciones comerciales, jurídicas y políticas para discutir, desarrollar y formalizar un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre ambas naciones.

Con relación a la esclavitud de antecedentes que dieron paso a la consolidación final del TLC, es preciso recordar que este sueño del mercado común se inició el 18 de noviembre de 2006, fecha en la que se produjo una reunión de trabajo entre los ministros de Comercio Exterior de los dos países, a propósito de la semana de los líderes del APEC, desarrollada en Hanoi, Vietnam. Posteriormente, en febrero de 2007, los equipos negociadores de las ambas partes acordaron elaborar un Estudio conjunto de factibilidad (como condición sine qua non, previa a la negociación del TLC), con el propósito de analizar las tendencias actuales del comercio bilateral y las inversiones entre ambos estados.

Asimismo, se buscó identificar las posibles barreras que podrían afectar el comercio actual de bienes y servicios entre el Perú y China (probablemente este fue el capítulo más complicado de la negociación, debido a la fuerte oposición de un sector importante de medianos empresarios del Perú, quienes apostrofaban contra la condición omnisciente, omnipresente y omnipotente del Estado chino en su economía y su clara vocación paternal) y finalmente se midió el impacto de la liberalización arancelaria en los dos mercados, todo ello acompañado además por una serie de recomendaciones para profundizar las relaciones económicas bilaterales.

Por otro lado, en lo tocante a las variables materias de negociación, hay que decir que estas se subdividieron en 12 espacios de aproximación comercial: acceso a mercados, reglas de origen, defensa comercial, servicios, inversiones, medidas sanitarias y fitosanitarias, obstáculos técnicos al comercio, solución de controversias, procedimientos aduaneros, asuntos institucionales, propiedad intelectual y cooperación. Pues bien, sobre este punto hay varias reflexiones que hacer, empezando por el proceso de modernización institucional que supone un TLC para un país en vías de desarrollo.

En efecto, no es exagerado afirmar (siempre desde la perspectiva del Perú) que esta negociación nos obligó literalmente a la refundación institucional del país (fenómeno que en rigor ya se había iniciado tras la firma del acuerdo similar con EE.UU.). Y es que un Tratado de Libre Comercio con los países más importantes de la tierra impone un nivel tal de “aggiornamiento” institucional, que no queda otra alternativa que repensar la “estatalidad” en su conjunto (todos los poderes del Estado, su marco constitucional, su estructura económica y productiva, su sistema jurídico y su dimensión valorativa deben ser dramáticamente replanteados). Queda claro pues que en virtud de los tratados de Libre Comercio con China y EE.UU., el “ser” del Estado y el Mercado en el Perú ha sido negado, lo que implica el fin de la primera República.

En este orden de ideas, y con relación a la parte medular del acuerdo político, es decir, al memorando de entendimiento del TLC, hay que decir que la contraparte China impone como cláusula previa a cualquier acuerdo comercial, el reconocimiento pleno de su estatus de economía de mercado. Varias razones subyacen a esta necesidad del Gigante de Oriente, en principio, claro está, evitar medidas punitivas antidumping por parte de la Organización Mundial del Comercio; sin embargo, y valga la digresión, resulta de suyo complicado otorgar dicho reconocimiento a la economía de la nación asiática, por cuanto ésta, y pese al proceso de reformas iniciadas por Deng Xiaoping a finales de la década de los setenta, sigue siendo una economía planificada, con una fuerte presencia del Estado en la asignación de los recursos, y en el control de precios de los productos y servicios, y con una fuerte tendencia hacia la competencia desleal (de hecho, un informe de la OMC muestra que China fue objeto de nuevas investigaciones antidumping durante el segundo semestre del 2008, con 34 nuevos casos dirigidos contra las exportaciones chinas de las 1.290 nuevas investigaciones).

Y es que transformar una economía planificada en una economía de mercado supone un proceso gradual, menos político y más económico-institucional. Es decir, no sólo requiere de la voluntad política para la adopción de reglas y de un sistema legal, sino también, de una aplicación apropiada y oportuna de las reglas de mercado, por parte de todas las autoridades y las empresas de todos los sectores, y esto en China todavía no está sucediendo. Por esa razón los socios principales de China, como EE.UU., la UE, Japón e India todavía no le otorgan dicho estatus. Sin embargo, hay que decirlo, no todos los países tienen la fortaleza de mercado para resistirse a esta exigencia, y este es el caso puntual del Perú, que no ha tenido otra alternativa que reconocerlo.

¿Por qué es importante para el Perú un TLC con China?

Varias razones, la primera y consabida es que se trata del mercado más grande del mundo (1.300 millones de habitantes); la segunda, menos conocida, es que de esos 1.300 millones, 500 millones de chinos viven en zonas urbanas, con un poder adquisitivo marcadamente creciente, lo que comporta un consumo diversificado y cada vez más exquisito. La tercera razón es que el PBI per cápita de la economía china ha evolucionado espectacularmente, a una tasa promedio anual de un 11% en las últimas dos décadas. Todo esto, desde la perspectiva e intereses de la economía peruana, suponen la importación de grandes volúmenes de materias primas, bienes intermedios y bienes de consumo importados.

Asimismo, las estructuras productivas del Perú y China son en general complementarias. Y en efecto, por el lado de las exportaciones peruanas, existen coincidencias con China en el tema de las materias primas y manufacturas basadas en recursos naturales (productos mineros, pesqueros y agroindustriales), y por el lado de las importaciones peruanas, la complementariedad con China está dada por la producción de manufacturas no basadas en recursos naturales, principalmente bienes de capital (maquinaria y equipos). Mientras, en el plano estrictamente comercial, China ya es actualmente nuestro segundo socio.

 

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