Contenido de enero del 2001
 
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Cien años de diálogo entre lo viejo y lo nuevo, entre China y Occidente

Por nuestra reportera LI XIA

UN país con una civilización de cinco mil años de antigüedad sin duda alguna lleva sobresí una carga histórica que incluye tanto loesencial como lo accesorio, aspectos ambos que de vez en cuando se transforman el uno en el otro bajo el empuje del paso del tiempo y los concomitantes cambios sociales, económicos y políticos. La historia sigue su curso acompañada de sus alternancias. El mundo humano está compuesto por diferentes países y nacionalidades con culturas e ideologías distintas que unas veces chocan y otras armonizan. El cambio de siglo que estamos viviendo es un buen momento para echar una mirada retrospectiva a la historia. No cabe duda de que la aceptación de lo más granado de las tradiciones legadas por los antepasados y la asimilación de lo esencial de todo tipo de civilizaciones es una actitud que favorece el desarrollo y el progreso de la sociedad humana.

La cultura
En el último año del siglo XX surgió entre los chinos un hondo sentimiento de veneración por lo antiguo, sentimiento que pude percibir con mucha facilidad en Panjiayuan, el mayor mercado de artículos de segunda mano de Beijing. Al ver que los jóvenes de tan sólo veinte o treinta años vestían chaquetas chinas con botones hacia el centro del pecho y regateaban con los vendedores por aquellos objetos artísticos antiguos, cajitas de rapé, biombos, ventanas y puertas talladas, no pude controlar el torbellino de sentimientos que se agolparon en mi mente. En el siglo XX China fue escenario de dos grandes movimientos revolucionarios, el Movimiento del 4 de Mayo y la Revolución Cultural, cuyos protagonistas fueron precisamente jóvenes de esas edades que se lanzaron a la destrucción de la cultura tradicional.
En 1919 estalló el Movimiento del 4 de Mayo. Decididos a derrocar el régimen autocrático de los caudillos militares, los estudiantes llevaron a cabo al mismo tiempo una campaña patriótica y un movimiento en contra de la civilización feudal. A su juicio, la milenaria influencia de la filosofía moral y política de Confucio se había convertido en un yugo que lastraba el progreso de China. La única esperanza de la nación residía en la ruptura total con la tradición. Aquellos jóvenes revolucionarios defendían el uso del chino contemporáneo en los escritos y se oponían a la utilización del chino clásico, preconizaban el amor libre y abogaban por la igualdad entre ambos sexos. Debido a su peculiar trasfondo histórico, ese movimiento promulgó el rechazo en bloque de lo tradicional, sin distinguir entre lo bueno y lo malo, actitud que afectó en cierta medida la transmisión de la cultura tradicional china.
A finales de la década de los 60, la Revolución Cultural se propagó de forma arrolladora por toda la nación. El radicalismo alcanzó tal cota que durante casi diez años en un país con una población de más de mil millones de habitantes las únicas distracciones fueron ocho obras teatrales modélicas y dos novelas. La nación en masa, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, vestía todos los días de azul o de gris. Las fiestas tradicionales, incluida la Fiesta de la Primavera, fueron sustituidas por actividades laborales colectivas. Las antigüedades que hoy alcanzan precios exorbitantes en el mercado de Panjiayuan eran perseguidas como "cuatro viejos" para destruirlas o quemarlas, mientras que sus dueños fueron objeto de crueles humillaciones.
Estas dos revoluciones influyeron por igual en la actitud de los chinos hacia la cultura occidental. La mayoría de quienes participaron en el Movimiento del 4 de Mayo se declararon favorables a la "occidentalización"; es decir, la sustitución de la cultura tradicional china por la occidental, la cual, en su opinión, representaba la civilización, mientras que la primera encarnaba la ignorancia y el atraso. En aquella época se introdujeron en China muchos libros extranjeros sobre economía, política y filosofía, obras que proporcionaron a los chinos los primeros conocimientos acerca de la cultura occidental.
Durante la Revolución Cultural (1966-1976), todas las teorías, tanto las tradicionales como las occidentales, salvo las de Marx y Engels, fueron arrinconadas, exaltando al mismo tiempo la ideología del líder soviético Lenin hasta erigirla en guía del Partido Comunista de China. Los trajes y la comida occidentales no podían encontrarse en ningún lugar de China, y los jóvenes, convencidos de que Occidente no era nada más que una sociedad decadente, creyeron que su misión consistía en derribarla para salvar al pueblo de aquella parte del mundo.
Pero a partir de los años 80 comenzaron a producirse cambios drásticos. En efecto, la política de reforma y apertura iniciada en dicha década ha ido cambiado la mentalidad y el estilo de vida del pueblo chino; más concretamente, las corrientes de pensamiento procedentes de Estados Unidos han influido en toda una generación de chinos. Hoy día se ven por todas partes grandes anuncios de McDonald´s y de Coca Cola; el Gobierno chino importa todos los años diez películas de Hollywood, y las estrellas de cine estadounidenses se han convertido en ídolos de la juventud; el rock'n'roll y las funciones de teatro moderno están en boga; y las revistas europeas de moda se han convertido en la biblia de los jóvenes de las ciudades. De repente, las puertas de China, herméticamente cerradas a Occidente desde la fundación de la Nueva China y el período de la Guerra Fría, se han abierto.
En este diálogo centenario entre lo viejo y lo nuevo, entre China y Occidente, hay que mencionar el cine chino. El llamado séptimo arte, nacido en Francia, ha sido siempre un instrumento de propaganda del Gobierno, y, como es lógico, las funciones que ha desempeñado en las diferentes épocas históricas han sido distintas. Al iniciarse la apertura de China, el cine, siendo un lenguaje común a todos los seres humanos, asumió la responsabilidad de tender una puente de comunicación con Occidente; esto es, de dar a conocer China al mundo occidental. El intento más exitoso en este sentido parece haber sido el del director Zhang Yimo, quien logró sacar el máximo partido de la China antigua, misteriosa y enfermiza que los occidentales se habían forjado en su imaginación. Con esta imagen deformada de China producto de una aberración especular, Zhang logró introducirse en los festivales cinematográficos internacionales y ganar no pocos premios. La obra de otro cineasta chino, Chen Kaige, director de Adiós a las concubinas, también ha sido bien acogida gracias a su contemporización con la estética occidental.
Muchos chinos creen que los directores como Zhang Yimo y Chen Kaige se han aprovechado de los aspectos menos halagadores de nuestra cultura para ganarse el favor y la aceptación del público extranjero. Tal vez tengan razón. Pero considerada esta cuestión desde otro ángulo, tal proceder resulta inevitable. En efecto, en el diálogo entre dos culturas distintas el no tomar en consideración las preferencias del interlocutor equivale a adoptar una actitud irresponsable. Es algo parecido a lo que sucede con el queso que los franceses producen para el mercado chino, en cuya elaboración se ha modificado la receta original para ajustar su sabor a un paladar no acostumbrado a degustar este producto.
Hoy en día, los intelectuales chinos son conscientes de que la civilización occidental no tiene la panacea para resolver los problemas de la oriental, del mismo modo que las soluciones de la civilización oriental no siempre pueden resolver los problemas de la sociedad occidental. Lo más importante no es que una civilización predomine sobre la otra, sino que la humanidad aproveche sus recursos para estimular su desarrollo.Las relaciones interpersonales
A lo largo del siglo XX, en China las relaciones entre vecinos, familiares y colegas no han experimentado grandes cambios. Aunque en los años 80 la aplicación de la política de reforma y apertura, así como la penetración de la cultura occidental, introdujeron algunos cambios en tales relaciones, éstas siguen conservando en lo esencial sus rasgos tradicionales.
En los años 70 corría la siguiente anécdota: Una pareja de recién casados fue a vivir a un grupo de viviendas con patio común. Cierto día, eran ya las once del mediodía y las ventanas, las puertas y las cortinas de su casa seguían cerradas. La anciana vecina de al lado, muy preocupada por lo que pudiese haber sucedido, llamó a los demás vecinos, quienes acudieron enseguida y llamaron a la puerta, poniendo al joven matrimonio en una situación muy embarazosa. Esta anécdota se considera una prueba suficiente para afirmar que en China no existe la privacidad.
No obstante, a medida que los altos edificios han ido sustituyendo los grupos de viviendas, las relaciones vecinales han ido cambiando tanto que cada vez se ajustan más a las descritas en un antiguo proverbio chino: "Aunque desde una casa se oyen el canto del gallo y los ladridos del perro de la otra, quienes viven en ellas no se visitan hasta morir". La gente ya asumido el derecho a la privacidad. La historia de Yu Yongjun, una joven de la ciudad de Chengdu (provincia de Sichuan), ilustra bien este cambio, aunque en otro sentido. La joven Yu Yongjun vivía con su hijo de siete en un bloque de viviendas. Los ancianos de su bloque tenían la costumbre de reunirse todas las noches después de la cena en el piso de encima del de Yu para jugar al majiang. Las fichas de este juego, hechas de plástico duro, producen un ruido muy fuerte, al que se añadían los gritos de alegría y de enfado que acompañaban a las partidas. Este alboroto nocturno cotidiano alteraba la vida de Yu. Una noche la joven fue a hablar con los jugadores, quienes le replicaron que debía respetar su derecho a divertirse. Yu no tuvo más remedio que dirigirse a la comunidad de vecinos del edificio, que adoptó una medida muy democrática: decidir por votación de todos los vecinos si debían prohibirse las partidas nocturnas. De los 68 vecinos sólo Yu votó a favor de la prohibición. Lo interesante de este caso es que muchos de quienes votaron en contra se habían quejado en secreto, pero no habían votado a favor de la prohibición para no disgustar a sus vecinos. Posteriormente, la historia de Yu salió en televisión para pedir la opinión del público. La mayoría opinó que debía respetarse el derecho de Yu al descanso, pero cuando Yu planteó la posibilidad de llevar el caso a los tribunales, tanto el presentador del programa como un abogado allí presente trataron de disuadirla y le aconsejaron optar por una acción menos contundente. La idea de que "un vecino cercano es mejor que un pariente lejano" hace que los chinos teman ofender a sus vecinos. Esta historia, aunque insignificante, es un reflejo de que, si bien China se está abriendo al exterior y los chinos están comenzando a hacer suya la concepción occidental de respeto a los derechos del individuo, en la vida real la ley correspondiente todavía no se ha formulado a la perfección y las tradiciones invisibles siguen controlando en cierta medida la conducta de la gente. Saben lo que tienen que hacer, pero la fuerza de la costumbre les impide hacerlo.
A principios del siglo XX, la familia china ideal estaba formada por cuatro generaciones que vivían bajo un mismo techo y cuya cabeza solía ser un hombre maduro. Sin embargo, la familia ideal de las actuales ciudades es la que consta de tres miembros. Ello se debe a que los jóvenes desean disponer de su propio espacio y vivir independientes de sus padres; pero, sobre todo, a que las relaciones entre suegra y nuera nunca han sido muy buenas y siguen sin serlo.
Nuestros antepasados decían que mientras los padres estén vivos los hijos no deben hacer largos viajes. En algunos cuentos didácticos antiguos la piedad filial de los padres es tanta que entierran vivos a sus propios hijos para la seguridad de los abuelos. Obviamente, los jóvenes de hoy no aceptan estas ideas tradicionales, sino que persiguen la libertad y su sueño es viajar por todo el mundo. Lo paradójico es que al tiempo que la sociedad ensalza la libertad, los medios de comunicación aprovechan cualquier oportunidad para dirigir la atención de los jóvenes a las relaciones familiares y al apoyo espiritual de sus padres. La canción titulada "Vuelve a casa a menudo", que en poco tiempo alcanzó gran popularidad en todo el país, es un fiel reflejo de esta manera de pensar. Los chinos creen que, en Occidente, las exigencias planteadas por el desarrollo económico enfrían las relaciones familiares y temen que en China se produzca el mismo fenómeno. En realidad, la concepción que los chinos, en especial los hombres, tienen de la familia está profundamente arraigada en su psicología. Es por ello que les cuesta mucho renunciar a la responsabilidad de prolongar el linaje y de alcanzar la gloria y distinciones que honren a los antepasados.
Al ser un país cuyo desarrollado se ha basado en la pequeña economía agraria, las relaciones familiares han sido siempre el espejo en el que se han mirado las demás relaciones sociales, hecho que puede rastrearse en algunas expresiones chinas. Las relaciones estrechas entre amigos y compañeros, por ejemplo, se describen siempre con las expresiones "chengxiong daodi" (llamarse mutuamente hermanos) y "qin ru xiongdi" (tan íntimos como hermanos). En China, las "relaciones" son un componente imprescindible del trato social. Si a un policía de tráfico que va a ponerte una multa le convences de que os une algún lazo familiar o de amistad, diciéndole, por ejemplo, que uno de tus parientes también es polícia o que los dos vivís en el mismo callejón, lo más probable es que no te multe. En cierta ocasión un empresario francés se quejó a su mujer, de nacionalidad china, diciéndole: "La única manera de hacer negocios con vosotros los chinos es sentándose a la mesa para comer".

La vida
La dieta de los chinos varía de acuerdo con el cambio de estación. A los chinos les gusta que en su hogar reine una atmósfera de armonía con la naturaleza, razón por la cual necesitan no sólo tener plantas y paisajes artificiales en sus patios sino también sentir que están unidos a la tierra. Es por ello que la mayoría de los ancianos se muestran reacios a vivir en bloques de pisos. Para ellos, vivir en un edificio de cemento a decenas de metros del suelo supone una violación de los principios en que se basa el cuidado de la salud. Sin embargo, en los años 60 y 70, época en que la explosión demográfica coincidió con el atraso económico, los chinos no podían permitirse el lujo de seguir esta teoría tradicional, sino que debían esforzarse por conseguir un mínimo de espacio en el que pudieran vivir dignamente y por desembarazarse de las incomodidades que conllevaban el hacinamiento de tres generaciones en una casa de unos diez metros cuadrados, el uso de un cuarto de baño casi al aire libre o el tener que compartir un grifo con varias familias. Así se explica la aparición de bloques de viviendas de construcción sencilla, pero que satisfacían las necesidades básicas de la gente de aquella época.
En la actualidad, algunos chinos con suficientes medios económicos pueden hacer realidad el viejo sueño de armonizar su hogar con la naturaleza. Las viviendas con jardines, césped y lago se han convertido en las nuevas estrellas del mercado inmobiliario.
En la época de atraso económico se destruyeron numerosos grupos de viviendas con patios comunitarios, las típicas casas de Beijing, para levantar bloques de pisos, destrucción que se consideró un símbolo de modernización. Pero en los últimos años, un número creciente de chinos han viajado por Europa y han podido comprobar que muchas ciudades históricas, como París, conservan muy bien su arquitectura y sus viviendas antiguas, lo que ha propiciado el inicio de un autoexamen. Algunos promotores inmobiliarios han aprovechado esta tendencia para promocionar la venta de viviendas con patio común construidas siguiendo el modelo tradicional y han obtenido con ello resultados excelentes.
El dicho "De lo que se come se cría" sintetiza la dietética tradicional china. A pesar de que China es un país que posee una rica gastronomía, algunas costumbres alimentarias de los chinos dejan bastante que desear. El comer animales que escasean, por ejemplo, siempre se ha considerado símbolo de riqueza y de elevada posición social. Tanto es así que incluso hoy muchos ricos siguen intentando practicar esta costumbre. La afición de los chinos por la gastronomía se pone de manifiesto no sólo en la variedad de los alimentos, sino en su afán de ostentación y espectacularidad. Cuando se invita a alguien a comer, hay que preparar un gran número de platos diferentes para asegurarse de que haya de sobras, con lo que el anfitrión demuestra su generosidad y su sinceridad. Así nace el vicio del despilfarro. Además, en los restaurantes donde comen los chinos siempre se oyen voces, carcajadas e incluso gritos. Los chinos creen que comer es una actividad animada que debe ir acompañada de sonidos. A los chinos no se les ocurrió que también se puede comer en un ambiento tranquilo hasta que en los años 80 McDonald´s estableció su cadena de establecimientos en China y en algunos hoteles de capital mixto se abrieron restaurantes de cocina occidental. Un periódico publicó un artículo en el que se afirmaba que McDonald´s había introducido en China no sólo el sabor de la comida norteamericana sino una cultura de la comida diferente.
Los chinos de hoy en día prefieren alimentos verdes y comidas naturales. Recientemente, en la Universidad de Beijing se ha fundado la Asociación de Vegetarianos. En opinión de sus miembros, los animales son amigos de la humanidad, por lo que comérselos es una salvajada. La cultura china de la comida también está "internacionalizándose". Los intelectuales chinos creen que lo esencial de las culturas china y occidental forma parte del patrimonio de la humanidad. El pueblo chino es perfectamente capaz de distinguir lo accesorio de lo fundamental y de elegir racionalmente de acuerdo con sus necesidades y circunstancias.


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