Visita de la ciudad
de Huaihua
UN
amigo mío me contó que en su viaje en tren de Huaihua a Beijing iba
sentado junto a un matrimonio de jubilados que jugaban a las cartas,
comían bocadillos y daban una cabezada cuando se sentían cansados,
ocupando así el tiempo de su largo viaje.
Esta pareja, que venía de Huaihua, le explicó
a mi amigo que los habitantes de esa ciudad, además de ser muy sencillos
y honrados, no escatiman su dinero a la hora de atender a quienes
les visitan. Inmediatamente surgió en mí el deseo de visitar esa
ciudad, y mi amigo me invitó a viajar con él.
En
la ciudad de Huaihua, situada en el suroeste de la provincia de
Hunan, conviven los han, los dong, los miao, los yao, los tujia
y otras etnias. Se dice que la presencia del ser humano en esa zona
se remonta a hace 300.000 años. Hoy día éste es un lugar económica y
culturalmente desarrollado, así como un importante centro político
y militar del sur de China.
El edificio Furon
El edificio Furon (Flor de loto) se encuentra
en Qincheng, pueblo donde confluyen los ríos Wan y Wu. Tras pasar
por un puente desvencijado se llega a la calle de piedra del pueblo.
A uno y otro lado se levantan casas de madera en cuyas puertas hay
puestos en los que se venden bocadillos preparados con arroz glutinoso,
paocai (legumbres maceradas en salmuera) y productos caseros. Hay
también una peluquería en la que siguen usándose utensilios anticuados,
pero los precios son baratos: dos yuanes por cortar, lavar y secar.
En las paredes de muchos hogares aún puede verse colgado el retrato
de Mao Zendong junto a las fotos de familiares. La sencilla vida
de Qincheng explica la longevidad de muchos de sus habitantes.
El
edificio Furon es "la primera reliquia histórica de Hunan",
ya que era allí donde el poeta Wang Changling (698-756), muy conocido
en tiempos de la dinastía Tang, recibía y despedía a sus amigos. Se
dice que después de Wang muchos intelectuales compusieron versos
y pintaron en este edificio. La construcción original fue destruida
por las guerras y la actual, que data de la dinastía Qing, muestra
una inclinación similar a la de la célebre torre de Pisa (Italia).
En el jardín hay un pino de 1.300 años que tiene 30 metros de altura,
2,8 metros de diámetro y una copa de 25 metros cuadrados. El edificio
Furon conserva lápidas con inscripciones de literatos y héroes de
diversas épocas.
El mercado libre de Jingzhou
La
ciudad de Jingzhou se fundó en el año 1103. Durante la dinastía Ming
(1368-1644), su emplazamiento en la frontera de las provincias de
Hunan, Guangxi y Guizhou propició la formación de un gran mercado
al que acudían los mercaderes de las provincias y ciudades vecinas.
Una noche mi amigo y yo salimos a pasear por la calle peatonal.
Lo que más nos llamó la atención fueron las discotecas y los restaurantes,
que, a pesar de sus reducidas dimensiones, estaban llenos de gente.
A través de la puerta entreabierta de una discoteca pudimos ver que
había un televisor, sofás y equipos de luces. El camarero se afanaba
en atender a la clientela. En un extremo de la calle, se levanta
el pabellón Wangjiang (Mirador al río), iluminado con luces de colores
y acompañado por un surtidor cuyas columnas de agua suben y bajan
al ritmo de la música. En el pabellón pudimos admirar puentes de piedra,
altas norias y casas de madera de la etnia miao.
Justo al día siguiente comenzó la feria de Jingzhou,
acontecimiento en el que participan casi todos los habitantes de
la ciudad. Una vez inaugurada la feria, la gente entró en tropel.
La curiosidad nos empujó a mezclarnos con la apretada muchedumbre
y a adentrarnos por entre los puestos de ropa, zapatos, fiambres
y productos autóctonos, así como los puestos de plantas medicinales
tibetanas atendidos por tibetanos. El más animado era el puesto
en el que se vendían billetes de lotería, donde los altavoces anunciaban
los números premiados y la gente rodeaba a los agraciados para felicitarlos.
¿A quién no le gustaría hacerse rico de la noche a la mañana?
El puente del viento y la lluvia y la velada alrededor
de la hoguera
Los miembros de la etnia tong, una de las 54 que
hay en China, vive principalmente en la frontera entre las provincias
de Hunan, Guizhou y Guangxi.
Por los caminos se extienden semillas de té y
arroz puestas a secar al sol y se ven campesinos trillando el arroz
con instrumentos primitivos.
Las "casas cercadas" de los tong son
viviendas de madera construidas sobre estacas para proteger a sus
moradores de los ataques de los animales salvajes. En el primer
piso se crían animales y se guardan los aperos de labranza; en el
segundo vive la familia y se prepara la comida; y en el tercero
se almacena el grano. Generalmente las casas son independientes,
aunque también las hay que se comunican por medio de galerías.
En todas las aldeas tong hay una puerta de madera
montada a machihembrado. Antes de entrar en la aldea, los visitantes
deben beber el vino ofrecido por una muchacha de la aldea o responder
cantando a sus preguntas, y ofrecer un regalo a la muchacha como
recuerdo.
El puente Puxiu, el puente del viento y la lluvia,
cruza el río que pasa por la aldea. Cuenta la leyenda que hace mucho
tiempo un joven de una orilla y una muchacha de la otra orilla se
enamoraron. Cada vez que querían verse tenían que cruzar el río
en barca. Cierto día de junio, las olas volcaron la barca de la
muchacha y el dragón negro se la llevó. Al oír la triste noticia,
el joven emprendió su búsqueda sin descansar ni de día ni de noche.
Conmovido por el amor demostrado por el joven, el dragón blanco
peleó contra el dragón negro durante tres días, al término de los
cuales consiguió rescatar a la muchacha a costa de graves heridas
que le provocaron la muerte. En memoria del dragón blanco, los aldeanos
construyeron un puente sobre el río con una galería cubierta y pabellones
que protegen del viento y la lluvia. Los pabellones del puente Puxiu,
construido en la dinastía Qing, están decorados con figuras de dragón.
La torre del tambor, de base cuadrangular, es
el símbolo de las aldeas tong. En su primer piso se coloca un enorme
tambor con el que se da la alarma en caso de peligro. La torre también
es el lugar donde se reúnen los aldeanos para divertirse, discutir,
dirimir disputas y decidir sobre lo correcto y lo incorrecto. La
torre del tambor de la aldea Touzhai, construida en la dinastía
Ming (1368-1644), se halla en buen estado de conservación.
Tuvimos la suerte de poder asistir a una comida
festiva que sólo se celebra en la Fiesta de la Primavera y en días
de júbilo. Según se ha transmitido oralmente, cuando hace mucho
tiempo el héroe Wu Mian y sus tropas de rebeldes pasaron por esta
aldea tong, sus habitantes lo invitaron a alojarse en ella. Todas
las muchachas querían invitarlo a comer a su casa, poniendo a Wu
en una situación muy embarazosa. Una ingeniosa joven sugirió que
cada familia preparara un plato y lo llevara a la plaza de la aldea.
Esta costumbre ha pasado de generación en generación hasta llegar
a nuestros días. Nos sentamos entre las muchachas, frente a un apuesto
joven integrante de la compañía artística del distrito ataviado
con el traje tradicional. Antes de comer, todos bailaron y cantaron
cogidos de los brazos. Las jóvenes nos saludaron alzando su tazón
de vino al tiempo que cantaban: "Los muchachos compraron buen
arroz glutinoso y las muchachas trajeron agua del manantial para
preparar un buen vino. En lugar de venderlos los ofrecemos a nuestros
visitantes". Rechazar tal invitación habría sido una descortesía,
y bebimos hasta saciarnos. Mi amigo bebió siete tazones de vino
y casi acaba borracho. Mientras brindaba con vino, una muchacha
pintó con polvo de carbón el rostro del joven y de los invitados,
a quienes decía amar y respetar. Los platos fueron los típicos del
lugar: verduras encurtidas, carne ahumada y pescado salado.
Terminada la comida, las muchachas entonaron una
melodiosa canción de despedida. Una muchacha nos llevó a su casa
para que mi amigo se limpiara su rostro pintado de negro. Al caer
la noche, se encendió una hoguera en la misma plaza y la compañía
artística del distrito interpretó magníficos bailes y canciones.
Pasamos tres días inolvidables.
Por CHEN XIAOTIAN
es escritor.
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