¿Juntos
pero no revueltos?
---- El alquiler compartido
entre personas de distinto sexo
Por
nuestra reportera LU RUCAI
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Los quehaceres domésticos pertenecen a las chicas |
“Fulano de tal, graduado universitario, honesto. Vive en un departamento
en condiciones óptimas en el distrito Chaoyang de la ciudad
de Beijing, con aire acondicionado y una cocina bien equipada.
Desea alquilarlo junto con una joven intelectual de buenas
cualidades”. Al leer este clasificado, muchos pensaron
que no pasaba de ser una forma más de buscar novia. Pero
a los ojos de la nueva generación, es algo común y corriente;
una simple búsqueda de una persona que comparta con uno
el alquiler del departamento. Lo singular en este caso
es que la colaboración se establece con alguien del sexo
opuesto.
En la actualidad, abunda esta suerte de anuncios, dada la aceptación que
tiene entre la juventud urbana la variante del alquiler
compartido entre ambos sexos. Una encuesta realizada entre
los 4.000 empleados de oficina de Shanghai arroja que
un 95 por ciento de ellos quiere alquilar la vivienda
con otra persona, y que un 85 por ciento acepta de cierta
manera compartir su departamento con el otro sexo. Ahora,
los jóvenes citadinos
que han hecho suya esta modalidad de convivencia lo hacen
al conjuro de la consigna “!Vivamos juntos!”.
La necesidad obliga
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El anuncio del solicitar el coarredatario es
muy llamativo |
Unos años atrás, cuando se mencionaba la palabra convivencia, el chino
común solía asociarla con parejas sentimentales, o algo
por el estilo. También se le vinculó en un momento con
la práctica del “sexo prematrimonial”. Sin embargo, hoy
son muchos los que dirán que convivencia no es más que
dividirse las responsabilidades en una vivienda compartida.
La señorita Chen, que trabaja en una estación televisiva, alquiló su departamento
al graduarse de la universidad en julio pasado, y comparte
el inmueble con un joven dedicado al sector inmobiliario.
Los dos eran perfectos desconocidos entre sí antes de
acordar el compartimiento del piso. “No fue fácil encontrar este departamento.
El principal obstáculo para mí era la gran distancia que
lo separaba de mi oficina. También tuve dificultades porque
la otra parte no aceptaba este modo de alquiler. Así hasta
que di con este vecino con quien me siento satisfecha.”
La señorita Chen permanece serena mientras evoca el proceso
que le condujo a compartir su vivienda. “Soy algo negligente
y descuidada, y no se me da muy bien tratar con otras
chicas, por eso rechacé la oportunidad de compartir vivienda
con una compañera y acepté al señor Bai como mi vecino.
Era algo difícil de entender para mis amigos, incluida
la compañera a quien rechacé como co-arrendataria. Me
siento bien así y no preciso explicar más.” El señor Bai
comparte este sentimiento, sintiéndose reconfortado por
poder charlar con una muchacha después de una dura jornada
diaria enfrentando sólo a hombres.
Abundan los que se acogen bien esta práctica de convivencia por distintos
motivos. Las muchachas prefieren un coarrendador masculino
porque es posible propiciar cierta complementación entre
los melindres y detalles de una chica y la capacidad del
hombre para las tareas pesadas del hogar. Por su parte,
al muchacho le gusta vivir con una vecina capaz de mantener
limpia la vivienda. Esta singular simbiosis responde como
ninguna a la creencia popular de que no hay mejor combinación
que la que se da entre los dos sexos.
Entrevista antes de convivir
Desde que se puso en boga esta convivencia no ha cesado la polémica social,
sobre todo en torno al tema de la seguridad. Una anciana
de avanzada edad dijo perpleja: “¡Para la chica es un
peligro vivir tan cerca de un hombre!” Pero la señorita
Cai pasa por alto estos temores. Ante todo, considera
que no se trata de meter en su casa a cualquier hombre.
Sobre eso tiene experiencia, pues ha compartido su inmueble
con personas del otro sexo en dos ocasiones ya. La primera
vez fue un colega a quien conocía bien. La segunda vez
actuó con prudencia. Antes de aceptar a su vecino se entrevistó
con cinco candidatos para observar sus comportamientos,
comprobar sus datos de carné de identidad y averiguar
los números telefónicos de sus respectivos centros laborales.
En cuanto a los anuncios clasificados de marras, los mismos incluyen varias
demandas. Por ejemplo, el hombre suele solicitar una colabora
elegante y de buen ver, mientras la chica exige buenos
modales. El perfil académico universitario también puede
ser parte de la hoja de vida, pues la mayoría considera
una formación superior equivale a buena calidad personal.
Otros requisitos se refieren a las reglas de convivencia. Por lo general,
comparten el pago del alquiler, el consumo del
agua y el gasto de electricidad. El dormitorio es un lugar
de especial intimidad al cual, a diferencia de la zona
pública (antesala, cocina o retrete), no se entra sin
permiso del dueño. La mayoría de ellos considera que la
otra parte no tiene razón para inmiscuirse en sus asuntos
privados.
Compartir vivienda en ciudades
En las grandes ciudades
ya es corriente que dos o tres personas
compartan una vivienda. Por una parte pueden compartir
los altos egresos por pago de la renta y por otra se alivia
la soledad. Una encuesta muestra que los que adoptan esta
medida son jóvenes solteros de entre 22 a 30 años, o recién
graduados, con insuficientes recursos económicos para
cubrir los mil o dos mil yuanes de alquiler mensual. Súmese
a ellos que los recién graduados universitarios, tras
años de vida en colectivo, no se acostumbran de pronto
a vivir solos.
Con todo, hasta ahora este nuevo modo de vivir se limita a las grandes
ciudades como Beijing, Shanghai y Guangzhou. La señorita
Xiu estuvo medio año en la ciudad de Jinan en Shandong
por motivos de trabajo. Cuando intentó aplicar este método
de convivencia chocó con los reparos de un señor que vive
cerca de su empresa y que se negó a compartir con ella
una habitación por temor al que dirán. Para muchos chinos
no pasa por alto el hecho de que alquilar una vivienda
con alguien desconocido del sexo opuesto sólo es factible
en las grandes ciudades como Beijing. En
sus pueblos natales, o en las pequeñas ciudades,
nadie se atreve a intentarlo. E incluso en las grandes
urbes, quienes lo aceptan ocultan la verdad a sus familiares.
La señorita Li está arrepentida por haber informado a
sus padres que compartía la vivienda con un muchacho.
“Si hubiera sabido las consecuencias, lo hubiera callado.
Ahora me veo obligada
a decirles que vivo sola”.
Quede claro que con este procedimiento nadie viola ley alguna; los frecuentes
reparos obedecen a razones subjetivas. El periódico Juventud
de Beijing hizo una encuesta con los siguientes resultados:
un 44,0 lo acepta, un 24,5 por ciento se muestra indiferente
y un 31,5 por ciento lo encuentra inaceptable. Sin embargo,
al preguntarles que actitud adoptarían si lo hace un familiar,
el 37,8 por ciento dijo oponerse a la práctica. Por ello,
algunos como la señorita Li no cuentan la verdad a sus
familiares.
La convivencia no tiene nada de particular
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En tiempo libre, los coarrendatarios charlan,
miran películas o escuchan música |
Aunque la nueva generación
ve con buenos ojos el compartimiento de la vivienda, un
número creciente de jóvenes empieza a ver el tema con
mayor cautela. En los anuncios que pululan
en Internet se puede leer: “no hay exigencia sobre el
sexo.” El estudiante Liu Yong, que está preparando su
examen de postgrado, dice al respecto: “No me importa
si es chico o chica, lo fundamental es que la vivienda
quede cerca de mi escuela y que convivamos armoniosamente”.
Generalmente, los primeros co-arrendatarios son amigos, compañeros o colegas.
La situación comienza a cambiar cuando se trata de un
desconocido. Lo que hoy acontece con la vivienda compartida
entre personas de sexo opuesto, de algún modo remeda la
polémica por las piscinas compartidas en los años 30 del
siglo pasado. Algún día lo veremos como lo más natural
del mundo.