Dato de referencia

 


FEBRERO 2004


¿Juntos pero no revueltos?

---- El alquiler compartido entre personas de distinto sexo

Por nuestra reportera LU RUCAI

Los quehaceres domésticos pertenecen a las chicas

“Fulano de tal, graduado universitario, honesto. Vive en un departamento en condiciones óptimas en el distrito Chaoyang de la ciudad de Beijing, con aire acondicionado y una cocina bien equipada. Desea alquilarlo junto con una joven intelectual de buenas cualidades”. Al leer este clasificado, muchos pensaron que no pasaba de ser una forma más de buscar novia. Pero a los ojos de la nueva generación, es algo común y corriente; una simple búsqueda de una persona que comparta con uno el alquiler del departamento. Lo singular en este caso es que la colaboración se establece con alguien del sexo opuesto.

En la actualidad, abunda esta suerte de anuncios, dada la aceptación que tiene entre la juventud urbana la variante del alquiler compartido entre ambos sexos. Una encuesta realizada entre los 4.000 empleados de oficina de Shanghai arroja que un 95 por ciento de ellos quiere alquilar la vivienda con otra persona, y que un 85 por ciento acepta de cierta manera compartir su departamento con el otro sexo. Ahora, los jóvenes citadinos que han hecho suya esta modalidad de convivencia lo hacen al conjuro de la consigna “!Vivamos juntos!”.

La necesidad obliga
El anuncio del solicitar el coarredatario es muy llamativo

Unos años atrás, cuando se mencionaba la palabra convivencia, el chino común solía asociarla con parejas sentimentales, o algo por el estilo. También se le vinculó en un momento con la práctica del “sexo prematrimonial”. Sin embargo, hoy son muchos los que dirán que convivencia no es más que dividirse las responsabilidades en una vivienda compartida.

La señorita Chen, que trabaja en una estación televisiva, alquiló su departamento al graduarse de la universidad en julio pasado, y comparte el inmueble con un joven dedicado al sector inmobiliario. Los dos eran perfectos desconocidos entre sí antes de acordar el compartimiento  del piso. “No fue fácil encontrar este departamento. El principal obstáculo para mí era la gran distancia que lo separaba de mi oficina. También tuve dificultades porque la otra parte no aceptaba este modo de alquiler. Así hasta que di con este vecino con quien me siento satisfecha.” La señorita Chen permanece serena mientras evoca el proceso que le condujo a compartir su vivienda. “Soy algo negligente y descuidada, y no se me da muy bien tratar con otras chicas, por eso rechacé la oportunidad de compartir vivienda con una compañera y acepté al señor Bai como mi vecino. Era algo difícil de entender para mis amigos, incluida la compañera a quien rechacé como co-arrendataria. Me siento bien así y no preciso explicar más.” El señor Bai comparte este sentimiento, sintiéndose reconfortado por poder charlar con una muchacha después de una dura jornada diaria enfrentando sólo a hombres.

Abundan los que se acogen bien esta práctica de convivencia por distintos motivos. Las muchachas prefieren un coarrendador masculino porque es posible propiciar cierta complementación entre los melindres y detalles de una chica y la capacidad del hombre para las tareas pesadas del hogar. Por su parte, al muchacho le gusta vivir con una vecina capaz de mantener limpia la vivienda. Esta singular simbiosis responde como ninguna a la creencia popular de que no hay mejor combinación que la que se da entre los dos sexos.

Entrevista antes de convivir

Desde que se puso en boga esta convivencia no ha cesado la polémica social, sobre todo en torno al tema de la seguridad. Una anciana de avanzada edad dijo perpleja: “¡Para la chica es un peligro vivir tan cerca de un hombre!” Pero la señorita Cai pasa por alto estos temores. Ante todo, considera que no se trata de meter en su casa a cualquier hombre. Sobre eso tiene experiencia, pues ha compartido su inmueble con personas del otro sexo en dos ocasiones ya. La primera vez fue un colega a quien conocía bien. La segunda vez actuó con prudencia. Antes de aceptar a su vecino se entrevistó con cinco candidatos para observar sus comportamientos, comprobar sus datos de carné de identidad y averiguar los números telefónicos de sus respectivos centros laborales.

En cuanto a los anuncios clasificados de marras, los mismos incluyen varias demandas. Por ejemplo, el hombre suele solicitar una colabora elegante y de buen ver, mientras la chica exige buenos modales. El perfil académico universitario también puede ser parte de la hoja de vida, pues la mayoría considera una formación superior equivale a buena calidad personal.

Otros requisitos se refieren a las reglas de convivencia. Por lo general,  comparten el pago del alquiler, el consumo del agua y el gasto de electricidad. El dormitorio es un lugar de especial intimidad al cual, a diferencia de la zona pública (antesala, cocina o retrete), no se entra sin permiso del dueño. La mayoría de ellos considera que la otra parte no tiene razón para inmiscuirse en sus asuntos privados.

Compartir vivienda en ciudades

En las grandes ciudades ya es corriente que dos o tres personas  compartan una vivienda. Por una parte pueden compartir los altos egresos por pago de la renta y por otra se alivia la soledad. Una encuesta muestra que los que adoptan esta medida son jóvenes solteros de entre 22 a 30 años, o recién graduados, con insuficientes recursos económicos para cubrir los mil o dos mil yuanes de alquiler mensual. Súmese a ellos que los recién graduados universitarios, tras años de vida en colectivo, no se acostumbran de pronto a vivir solos.

Con todo, hasta ahora este nuevo modo de vivir se limita a las grandes ciudades como Beijing, Shanghai y Guangzhou. La señorita Xiu estuvo medio año en la ciudad de Jinan en Shandong por motivos de trabajo. Cuando intentó aplicar este método de convivencia chocó con los reparos de un señor que vive cerca de su empresa y que se negó a compartir con ella una habitación por temor al que dirán. Para muchos chinos no pasa por alto el hecho de que alquilar una vivienda con alguien desconocido del sexo opuesto sólo es factible en las grandes ciudades como Beijing. En  sus pueblos natales, o en las pequeñas ciudades, nadie se atreve a intentarlo. E incluso en las grandes urbes, quienes lo aceptan ocultan la verdad a sus familiares. La señorita Li está arrepentida por haber informado a sus padres que compartía la vivienda con un muchacho. “Si hubiera sabido las consecuencias, lo hubiera callado. Ahora me veo  obligada a decirles que vivo sola”.

Quede claro que con este procedimiento nadie viola ley alguna; los frecuentes reparos obedecen a razones subjetivas. El periódico Juventud de Beijing hizo una encuesta con los siguientes resultados: un 44,0 lo acepta, un 24,5 por ciento se muestra indiferente y un 31,5 por ciento lo encuentra inaceptable. Sin embargo, al preguntarles que actitud adoptarían si lo hace un familiar, el 37,8 por ciento dijo oponerse a la práctica. Por ello, algunos como la señorita Li no cuentan la verdad a sus familiares.

La convivencia no tiene nada de particular

En tiempo libre, los coarrendatarios charlan, miran películas o escuchan música

Aunque la nueva generación ve con buenos ojos el compartimiento de la vivienda, un número creciente de jóvenes empieza a ver el tema con mayor cautela. En los anuncios que pululan en Internet se puede leer: “no hay exigencia sobre el sexo.” El estudiante Liu Yong, que está preparando su examen de postgrado, dice al respecto: “No me importa si es chico o chica, lo fundamental es que la vivienda quede cerca de mi escuela y que convivamos armoniosamente”.

Generalmente, los primeros co-arrendatarios son amigos, compañeros o colegas. La situación comienza a cambiar cuando se trata de un desconocido. Lo que hoy acontece con la vivienda compartida entre personas de sexo opuesto, de algún modo remeda la polémica por las piscinas compartidas en los años 30 del siglo pasado. Algún día lo veremos como lo más natural del mundo.  

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