Datos, documentación e información sobre la reconstrucción de la calle Nanchizi

 


FEBRERO 2004


 

Viejo patio, nueva vivienda

--reconstrucción de Nanchizi

 

Por nuestra reportera Zhan Ni

Nanchizi está rodeado de un medio ambiente muy bueno

El apego y el arrepentimiento sobrecogieron por igual a Zhang Fenghe, en el minuto que traspasó de nuevo el umbral del ahora recién remozado patio antiguo de la calle Nanchizi, al este de la puerta de Tian’anmen.

Por espacio de 47 años Zhang fue inquilino de este patio cuadrangular con habitaciones de ladrillo y teja gris. Un año antes, con el fin de proteger el paisaje del viejo sector capitalino, la municipalidad de Beijing decidió reconstruir la calle Nanchizi, donde  se acumulan varios cientos de años de historia beijinesa. Un tanto  regañadientes y molesto con las políticas del ayuntamiento respecto a la mudanza, Zhang se trasladó de Nanchizi, para instalarse en una nueva casa en Di’anmen, un lugar apartado detrás de Tian’anmen.

Pero no por ello dejó de añorar las escenas de la vida cotidiana en la vieja casa de vecindad de Nanchizi, rodeada de un singular ambiente cultural con reminiscencias de ciudad imperial.

Nanchizi es un lugar especial de Beijing. Ubicada en el sureste del Palacio Imperial, esta arteria urbana formó parte de la ciudad imperial en las dinastías Ming y Qing. Las construcciones de este lugar solían ser entidades encargadas del manejo de la vida de  la realeza y los asuntos ordinarios del emperador. A partir de la dinastía Qing, Nanchizi se fue convirtiendo en dependencia del Ministerio del Interior en las afueras del palacio, donde se guardaban los objetos y recursos de la corte real. En la actualidad, los sitios conocidos como Depósito de Porcelana y Callejuela del Farol quedan como vestigios de aquel entonces. En aquellos tiempos, Nanchizi era un lugar de acceso prohibido. En la época de la República de China (1912-1949), esta zona llegó a ser un barrio residencial, pero no cualquiera podía vivir en los patios cuadrangulares. Sus inquilinos eran en su mayoría  descendientes de linaje imperial, celebridades de los diversos círculos sociales y funcionarios importantes del gobierno. “En la época contemporánea vivieron allí el mariscal Luo Ruiqing y el general Zhang Yunyi”, dice con orgullo Zhang Fenghe. Al igual que otros habitantes del área con amplio conocimiento del devenir histórico, Zhang Fenghe está orgulloso de haber vivido en la misma cuadra que alguna vez habitaron personas tan importantes.

La puerta en forma de luna refleja el estilo tradicional

A lo largo de casi cien años, el alto y grueso muro levantado en la convergencia de la parte sureña de la calle Nanchizi y la calle Chang’an no sólo ha formado una barrera protectora contra el tráfico ruidoso, sino que también ha servido para conservar el panorama, la disposición y el ambiente del barrio tradicional de Beijing. Las hileras de patios cuadrangulares con habitaciones ordenadamente combinadas realzan silenciosa y armoniosamente la elegancia y esplendidez de la Ciudad Prohibida.

Zhang Fenghe afirma que en su niñez vivía en un gran patio independiente, tan cuadrado como una caja. Su familia consiguió domiciliarse en la suntuosa zona gracias a su acomodada posición económica. Su madre procedía de una familia distinguida del nordeste, que tenía una antigua amistad con Zhang Xueliang, el famoso personaje de la historia moderna. Su padre trabajaba de mayordomo en la librería del mercado Dong’an, situado en la calle Wang Fujing, llamada “la primera calle comercial de China.” “Mi casa – rememora Zhang – tenía tres habitaciones en el sector norte, dos habitaciones separadas a la derecha e izquierda, tres habitaciones divididas entre el este y el oeste, mientras que el resto de las habitaciones servía de cocina, comedor y cuarto de baño. Es todo un mundo en miniatura. La portada y el muro que ejerce de biombo, con vigas talladas y paredes pintadas, eran muy ostentosos”. Zhang habla con fruición, como contando las piezas del tesoro que ha sido su casa. Sus dos tíos e hijos vivían con ellos. Cada fin de semana, su padre iba sin falta al jardín imperial (el actual parque Zhongshan) para hacer ejercicios, seguido de los niños de la familia, que saltaban y corrían a su lado. Las mañanas las dedicaban a la lectura de libros en el jardín, y cerca del foso de muralla. Zhang Fenghe remueve los rincones de sus recuerdos y ve aparecer ante él, majestuosa y pletórica de espíritu imperial, a la Ciudad Prohibida, con su bella torre, el río Changpu y el templo Pudu, que daban la cara a su casa.

Los viejos vecinos se reúnen en el patio cuadrangular

Un buen día, el silencio que poblaba el patio de la familia de Zhang abandonó aquellos fueros. Sus tíos partieron al serles asignadas viviendas en otras zonas. Debido a la explosión demográfica que el país registró entre las décadas de los 40 y 50, --sumado al lento ritmo que caracterizó entonces a la construcción de casas de familia--, el gobierno expropió muchas viviendas para repartirlas entre quienes carecían de  un techo propio, por lo que la familia Zhang quedó sólo con dos habitaciones formales. Al trasladarse de una vez decenas de familias al patio, el espacio disponible se hizo extremadamente reducido. En los años 70 del siglo pasado, un fuerte terremoto  sacudió a Tangshan, 200 kilómetros al norte de Beijing, afectando también a la capital del país. Ante la emergencia, se edificaron a título privado algunas casas de madera en el patio de la familia Zhang.

Súmese a ello que el para entonces viejo patio había sido reconstruido tras un fuego ocurrido en 1917. De ahí que se viera cada día más desvencijado, desordenado y carente de funcionalidad. Decenas de familias debían compartir un cuarto de baño y un grifo, y como todavía se preparaba la comida con carbón, los riesgos de todo tipo iban en aumento. Se imponía  mejorar la calidad de vida de los residentes.

Desde que se reconstruyó la calle Nanchizi, en agosto de 2001, Zhang Fenghe, movido por su amor a lo que una vez fue suyo,  no deja pasar una semana sin que se llegue en bicicleta desde Di’anmen a su antigua casa. Una vez allí, se pone a contemplar las obras que van transformando su viejo patio y, como buen aficionado a la construcción, se detiene en cada detalle de la labor de los obreros: cómo pulen los ladrillos gris hasta dejarlos lisos y refinados como antes, cómo reproducen la antigua configuración y fisonomía del viejo patio y, sobre todo, cómo trabajan en la puerta, que en su opinión es lo más importante. La  puerta del patio, explica, simboliza la condición, posición, intereses, juicios estéticos y aspiraciones de los residentes del lugar, a los cuales deben  responder la estructura, altura, medida, realce, proporción y peldaños de la entrada. Este tema la ha dado mucho que pensar, sin llegar a una respuesta satisfactoria. Por otra parte, sí parece sentirse a gusto con la labor de reconstrucción de la puerta del patio número 10 en el callejón detrás del templo Pudu. “Su diseño es  adecuado, pues conserva en gran medida el estilo del viejo patio cuadrangular: la puerta roja de hoja de hierro, los anillos de bronce, los peldaños, la portalada suntuosamente ornamentada, imbuida del encanto propio de las viviendas del viejo Beijing”. Lo único que lamenta es la ausencia del bloque de piedra delante de la puerta donde él se divertía, jugando y contando historias junto a sus amigos de infancia. Zhang se regocija con esta vista, mientras alimenta la cuita de verse alejado de su patio por lo que considera un error de apreciación de quienes así lo decidieron.

La decoración de las habitaciones y el estilo de construcción se realzan mutuamente

De acuerdo a la distribución tradicional, este tipo de patio cuenta con un emparrado de glicinia, dos arriates, tres mesas de piedra y doce taburetes del mismo material como adorno; las puertas de las habitaciones y los marcos de las ventanas son de color rojo y verde, con un brillo que destaca sobre las paredes, las tejas y los ladrillos grises. Todo exuda una apariencia primitiva, sencilla y elegante.

Cheng Qingde (conocido de forma cariñosa como Dezi), fue vecino y amigo de Zhang Fenghe. La familia de Dezi se trasladó al patio cuando el mismo se convirtió en un conjunto residencial multifamiliar. Dezi volvió al patio después de su reconstrucción.  “Cuando vuelvo aquí siento un cariño similar al que me espera en mi propia casa. Hasta el aire es diferente aquí”. Dice sin poder ocultar su contentura al contemplar la conversión de un estrecho y viejo conjunto residencial en un amplio, claro, tranquilo y elegante patio cuadrangular.

Dezi tiene especiales recuerdos de la antigua Nanchizi. En aquel tiempo, cuatro generaciones de su familia se hacinaban en una casa menos de 40 metros cuadrados. Cada verano, en cuanto llovía, tenía que correr a casa. Al llegar, cubría el tejado con fieltro y después desaguaba el patio. Si no se aplicaba con energía a la tarea, la vieja casa era como “un barco que hacía aguas en medio de un inmenso océano”. Las decenas de años que vivió en Nanchizi le sirvieron para perfeccionar la habilidad de remendar la casa, bromea Dezi.

A su juicio, reconstruir la calle Nanchizi no sólo significa retomar la tradición, sino también dar un toque humano a las residencias. Su  nueva casa dispone de suministro de agua, electricidad, alcantarillado, calefacción, gas natural, cocina y cuarto de baño; incluso la necesaria banda ancha de Internet de la era de la informática. Dezi, preocupado por no contar con estacionamiento para su auto en el callejón, descubrió un garaje común con capacidad para 160 coches. A pesar de todo, el diseño de la casa no le satisface. Por ejemplo, la cocina y el cuarto de baño resultan en extremo pequeños; la disposición de la mesa y las sillas en el salón apenas deja espacio para dos o tres personas. “Así las cosas, tendré que recibir a los visitantes en el patio”, afirma desesperanzado.

Pero con todo, se congratula por no haber tenido que mudarse como sí le ocurrió a Zhang Fenghe. “Apenas supe la noticia de la reconstrucción de Nanchizi, consulté con mis familiares para decidir si saldríamos o no de aquí, y mudarnos a los edificios. Además, las altas tarifas que se cobran por el patio cuadrangular reconstruido quedan fuera del alcance de la gente  común como nosotros. Mi padre no estaba dispuesto a separarse del puesto de desayuno que visita de vez en cuando, de sus paseos diarios entre las flores y hierbas del Palacio de la Cultura, mucho menos de los vecinos y compañeros con los que ha convivido por decenas de años”, prosigue Dezi, para añadir: “El abismo entre los deseos de mi padre y la dura realidad me dejaban en perenne dilema. Menos mal que el gobierno aplica la política de préstamo con condiciones favorables a los residentes afectados; el interés del préstamo es más bajo que el del préstamo comercial para viviendas. De lo contrario, no nos atreveríamos a pensar en volver aquí”.

Al saber lo ocurrido a Dezi, Zhang Fenghe, incapaz de desprenderse del encanto del viejo Beijing, ha vuelto a soñar con la posibilidad de un regreso a los días de su infancia.

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