JUNIO 2003


Causas de la deflación mundial y remedios

Por ERH-CHENGHWA

¿Por qué preocupa la deflación?

Durante la mayor parte del período posterior a la Segunda Guerra Mundial, ha sido la inflación, más que la deflación, la mayor preocupación para las autoridades monetarias de todo el mundo y el objeto de la investigación macroeconómica. En la economía planetaria de hoy, la llegada de la deflación constituye un fenómeno relativamente nuevo, si exceptuamos algunas economías en desarrollo altamente inflacionarias. Esta situación se manifiesta en la caída continuada del nivel general de precios. El peligro que entraña la deflación es que puede crear expectativas deflacionarias, puesto que los consumidores posponen las compras con la esperanza de que los precios sigan bajando y las empresas retrasan o cancelan sus inversiones debido al riesgo de perder capital y a la disminución del margen de beneficios derivada de la incapacidad para fijar los precios. A su vez, este descenso del consumo y las inversiones provocan nuevas bajadas de los precios, creándose así un círculo vicioso de deflación. En respuesta a la reducción de los precios, las autoridades monetarias deberían recortar los tipos de interés nominales con el fin de compensar la subida de los tipos de interés efectivos, o, actuando más agresivamente, recortar estos últimos para revitalizar la demanda agregada. Pero si no se consigue reactivar la demanda antes de que los tipos de interés nominales caigan hasta cero, como lleva algún tiempo sucediendo en Japón, la política monetaria ya no resultaría tan eficaz a la hora de evitar la subida de los tipos de interés efectivos. En consecuencia, la economía podría quedarse atascada en una trampa deflacionaria con un incremento sostenido del paro.

La economía mundial se enfrenta al peligro de la deflación. El riesgo de una deflación mundial es mucho mayor ahora que en cualquier período de los dos últimos años, ya que actualmente la economía está luchando por salir de la recesión. A pesar de las recientes y repentinas subidas de los precios del petróleo, en la mayoría de los sectores de la economía mundial los precios de los bienes están bajando. En Estados Unidos y Europa occidental, la tasa general de inflación, calculada a partir del índice de precios al consumo (IPC), se mantiene en la zona positiva oscilando entre el 1,5 y el 2,5 por ciento, aunque ello se debe únicamente a la elevación constante de los precios de los servicios, los cuales constituyen la mayor parte de la economía. Sin embargo, incluso la inflación de los precios de los servicios parece estar debilitándose. En Japón, el índice general de precios lleva más de tres años cayendo y por ninguna parte se vislumbra una salida a esta espiral deflacionaria. En otros lugares del este de Asia, la estabilidad de los precios es la norma. Excepto Corea del Sur, en el 2002 los cuatro pequeños dragones han sufrido cierta deflación. Hong Kong, donde ésta ha sido más acusada, parece no haberse liberado nunca de la presión deflacionaria ejercida por la crisis financiera del este de Asia. Tras el éxito del programa de estabilización macroeconómica, en 1998 la gestión macroeconómica de China se desplazó de la lucha contra la inflación a la lucha contra la deflación. La crisis financiera de Asia tuvo que ver con este cambio de marchas macroeconómicas, pero la agresiva aplicación de reformas estructurales emprendida por China en 1997 fue más decisiva, debido a su casi inmediato impacto deflacionario en la economía. Durante los últimos dos años, el debilitamiento de la economía mundial ha generado una presión deflacionaria adicional. A pesar de la impetuosa utilización de los déficit fiscales para estimular la demanda interna, desde 1998 la economía china se encuentra al borde de la deflación. El índice general de precios (en cuanto corrector de la inflación del PIB) cayó en 1998 y 1999 antes de regresar al terreno positivo en los dos años siguientes. Pero en el 2002 la deflación ha vuelto a hacer acto de presencia.

La deflación, ¿es necesariamente un mal?

No necesariamente. Todo depende de sus causas. Si la deflación se debe al incremento de la oferta (un desplazamiento de la curva de la oferta hacia la izquierda), el descenso de los precios iría acompañado de una expansión de la producción y del empleo. En tal coyuntura, los consumidores saldrían ganando, ya que los precios bajarían y sus salarios subirían. Pero si la deflación obedece a la reducción de la demanda (desplazamiento de la curva de la oferta hacia abajo), entonces el descenso de los precios iría acompañado por un declive simultáneo de la producción y del empleo. En tal caso, los consumidores también saldrían ganando, pero a costa de los trabajadores. Por lo tanto, la combinación de una oferta en ascenso y una demanda en descenso empujarían los precios hacia abajo con doble fuerza, pero los efectos en la producción y el empleo serían inequívocos. Esta situación parece corresponderse plenamente con la de la presente economía mundial, puesto que las principales economías están bajo la amenaza de la deflación y son testigos de la paralización del crecimiento del empleo.

La deflación mundial tiene causas mundiales. Si la deflación actual tiene realmente un alcance mundial, ¿cuáles son las fuerzas mundiales que la impulsan? Al parecer, entran en juego factores tanto seculares como cíclicos, los cuales afectan a la economía mundial de forma diametralmente opuesta. Dos son los principales factores seculares: el primero es la constante intensificación de la competencia en los mercados mundiales de bienes y servicios; y el segundo, el avance y la difusión de la tecnología en todo el planeta, sobre todo de la tecnología de la información. El primer factor es consecuencia de la apertura en el régimen de inversiones y comercio de la economía mundial, que han potenciado la competencia en el mercado de bienes y, de manera creciente, en el de servicios. En los últimos años, el crecimiento del comercio mundial de servicios ya ha superado al del comercio mundial de bienes. Por lo que respecta al segundo factor, la revolución de la tecnología de la información ha facilitado en gran medida el incremento del comercio transfronterizo, probablemente más el de servicios que el de bienes. La subcontratación de servicios de software a la India (donde la mano de obra es barata) por parte de Estados Unidos es un ejemplo típico, pero hay otros muchos casos similares.

China no contribuye a la deflación mundial

Por el contrario, China estimula el crecimiento mundial. Recientemente, prestigiosas publicaciones financieras internacionales han publicado una avalancha de artículos en los que se afirma que China, en su carrera por convertirse en una fábrica planetaria, ha suministrado al mercado mundial productos a precios muy competitivos, generando con ello una presión deflacionaria. Haciéndose eco de esta opinión, las autoridades japonesas han afirmado que China ha exportado la deflación y que debería revaluar su moneda. Tal razonamiento resulta cuanto menos dudoso. En efecto, en una coyuntura caracterizada por la recesión de la economía mundial, la economía china actúa de catalizador del desarrollo mundial, reduciendo de este modo el peligro de una deflación mundial. En primer lugar, China se ha convertido en el mayor mercado de los países exportadores del este de Asia, incluido Japón. En segundo lugar, el hecho de que China proporcione productos a precios muy competitivos eleva los ingresos reales de las familias y el nivel de bienestar. Por último, con implicaciones a más largo plazo, el surgimiento de China como exportador competitivo refleja de manera significativa la existencia de una distribución más eficaz de los capitales y, en consecuencia, de un nuevo foco del desarrollo mundial. Ello puede constatarse en la contribución cada vez mayor de las compañías multinacionales al comercio de China, el cual supera con creces el 50 por ciento. La creciente integración de nuestro país en la economía mundial transmite al crecimiento mundial un impulso similar al generado por el régimen de comercio e inversiones más abierto sobre el que se apuntaló la prosperidad económica vivida tras la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, el papel de China como factor deflacionario no difiere del de los dos factores seculares señalados en el párrafo precedente.

El principal culpable de la deflación mundial es el debilitamiento de la demanda. Como se ha aducido más arriba, la contracción de la demanda es la causa más perniciosa de la deflación mundial. En efecto, la economía estadounidense, la principal locomotora del desarrollo económico mundial, ha estado debatiéndose en una incierta recuperación desde que estalló la burbuja alentada por la tecnología punta, que ha sido una de las mayores creadas en los mercados de valores desde hace más de 40 años. El mercado laboral está debilitado y la tasa de la capacidad de utilización permanece por debajo de lo normal, sobre todo en el sector de la tecnología punta, lo que impide la recuperación de las inversiones. En las economías del Reino Unido y de los países de la zona del euro, la demanda agregada también está bajando. Recientemente, el Banco Central Europeo ha tratado de contener esta tendencia introduciendo una reducción de 50 puntos básicos en los tipos de interés, la primera desde el 2001. Japón sigue viviendo en denier. En este país, el crecimiento, si es que se ha producido alguno, ha sido débil, y no se aprecian signos de recuperación, a pesar de la reiterada adopción de medidas fiscales incentivadoras, cuyo único resultado visible ha sido convertir su déficit público en uno de los más altos del mundo.

Las reformas estructurales pueden mitigar la presión deflacionaria. Tradicionalmente, la deflación se ha combatido con medidas macroeconómicas expansivas anticíclicas. Lo cierto es que en la actual situación deflacionaria, el recurso a las mismas está muy generalizado. No obstante, las políticas expansivas anticíclicas únicamente dan resultado cuando la deflación es cíclica, no estructural. Si los obstáculos estructurales constituyen la causa principal de la deflación, entonces la adopción de tales medidas podría incluso perjudicar a la economía, puesto que pospondría el imprescindible ajuste estructural. El caso de Japón ilustra claramente este punto. Al carecer de la determinación necesaria para revitalizar su demanda interna por medio de reformas estructurales, Japón sigue la opción más sencilla, es decir, la consistente en estimular la demanda externa mediante la devaluación de su moneda. Eso equivale a exportar la deflación, con el consiguiente riesgo de generar una inútil carrera de devaluaciones.

De modo parecido, pero en una escala mucho menor, la economía estadounidense debe revisar la administración corporativa para recuperar la confianza de los inversores. Asimismo, la reestructuración en el nivel empresarial debe proseguir para racionalizar la capacidad creada ciegamente durante el último período de expansión económica. En cuanto a las economías de la zona del euro, la opinión más generalizada es que es necesario eliminar la rigidez del mercado laboral. Por último, la política china consistente en estimular la demanda agregada apoyándose en los déficit fiscales debe justificarse, como mínimo, mediante la continuación de las reformas estructurales.

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