Causas
de la deflación mundial y remedios
Por
ERH-CHENGHWA
¿Por
qué preocupa la deflación?
Durante la
mayor parte del período posterior a la Segunda Guerra Mundial,
ha sido la inflación, más que la deflación, la mayor preocupación
para las autoridades monetarias de todo el mundo y el objeto
de la investigación macroeconómica. En la economía planetaria
de hoy, la llegada de la deflación constituye un fenómeno
relativamente nuevo, si exceptuamos algunas economías en
desarrollo altamente inflacionarias. Esta situación se manifiesta
en la caída continuada del nivel general de precios. El
peligro que entraña la deflación es que puede crear expectativas
deflacionarias, puesto que los consumidores posponen las
compras con la esperanza de que los precios sigan bajando
y las empresas retrasan o cancelan sus inversiones debido
al riesgo de perder capital y a la disminución del margen
de beneficios derivada de la incapacidad para fijar los
precios. A su vez, este descenso del consumo y las inversiones
provocan nuevas bajadas de los precios, creándose así un
círculo vicioso de deflación. En respuesta a la reducción
de los precios, las autoridades monetarias deberían recortar
los tipos de interés nominales con el fin de compensar la
subida de los tipos de interés efectivos, o, actuando más
agresivamente, recortar estos últimos para revitalizar la
demanda agregada. Pero si no se consigue reactivar la demanda
antes de que los tipos de interés nominales caigan hasta
cero, como lleva algún tiempo sucediendo en Japón, la política
monetaria ya no resultaría tan eficaz a la hora de evitar
la subida de los tipos de interés efectivos. En consecuencia,
la economía podría quedarse atascada en una trampa deflacionaria
con un incremento sostenido del paro.
La economía
mundial se enfrenta al peligro de la deflación. El riesgo
de una deflación mundial es mucho mayor ahora que en cualquier
período de los dos últimos años, ya que actualmente la economía
está luchando por salir de la recesión. A pesar de las recientes
y repentinas subidas de los precios del petróleo, en la
mayoría de los sectores de la economía mundial los precios
de los bienes están bajando. En Estados Unidos y Europa
occidental, la tasa general de inflación, calculada a partir
del índice de precios al consumo (IPC), se mantiene en la
zona positiva oscilando entre el 1,5 y el 2,5 por ciento,
aunque ello se debe únicamente a la elevación constante
de los precios de los servicios, los cuales constituyen
la mayor parte de la economía. Sin embargo, incluso la inflación
de los precios de los servicios parece estar debilitándose.
En Japón, el índice general de precios lleva más de tres
años cayendo y por ninguna parte se vislumbra una salida
a esta espiral deflacionaria. En otros lugares del este
de Asia, la estabilidad de los precios es la norma. Excepto
Corea del Sur, en el 2002 los cuatro pequeños dragones han
sufrido cierta deflación. Hong Kong, donde ésta ha sido
más acusada, parece no haberse liberado nunca de la presión
deflacionaria ejercida por la crisis financiera del este
de Asia. Tras el éxito del programa de estabilización macroeconómica,
en 1998 la gestión macroeconómica de China se desplazó de
la lucha contra la inflación a la lucha contra la deflación.
La crisis financiera de Asia tuvo que ver con este cambio
de marchas macroeconómicas, pero la agresiva aplicación
de reformas estructurales emprendida por China en 1997 fue
más decisiva, debido a su casi inmediato impacto deflacionario
en la economía. Durante los últimos dos años, el debilitamiento
de la economía mundial ha generado una presión deflacionaria
adicional. A pesar de la impetuosa utilización de los déficit
fiscales para estimular la demanda interna, desde 1998 la
economía china se encuentra al borde de la deflación. El
índice general de precios (en cuanto corrector de la inflación
del PIB) cayó en 1998 y 1999 antes de regresar al terreno
positivo en los dos años siguientes. Pero en el 2002 la
deflación ha vuelto a hacer acto de presencia.
La
deflación, ¿es necesariamente un mal?
No necesariamente.
Todo depende de sus causas. Si la deflación se debe al incremento
de la oferta (un desplazamiento de la curva de la oferta
hacia la izquierda), el descenso de los precios iría acompañado
de una expansión de la producción y del empleo. En tal coyuntura,
los consumidores saldrían ganando, ya que los precios bajarían
y sus salarios subirían. Pero si la deflación obedece a
la reducción de la demanda (desplazamiento de la curva de
la oferta hacia abajo), entonces el descenso de los precios
iría acompañado por un declive simultáneo de la producción
y del empleo. En tal caso, los consumidores también saldrían
ganando, pero a costa de los trabajadores. Por lo tanto,
la combinación de una oferta en ascenso y una demanda en
descenso empujarían los precios hacia abajo con doble fuerza,
pero los efectos en la producción y el empleo serían inequívocos.
Esta situación parece corresponderse plenamente con la de
la presente economía mundial, puesto que las principales
economías están bajo la amenaza de la deflación y son testigos
de la paralización del crecimiento del empleo.
La deflación
mundial tiene causas mundiales. Si la deflación actual tiene
realmente un alcance mundial, ¿cuáles son las fuerzas mundiales
que la impulsan? Al parecer, entran en juego factores tanto
seculares como cíclicos, los cuales afectan a la economía
mundial de forma diametralmente opuesta. Dos son los principales
factores seculares: el primero es la constante intensificación
de la competencia en los mercados mundiales de bienes y
servicios; y el segundo, el avance y la difusión de la tecnología
en todo el planeta, sobre todo de la tecnología de la información.
El primer factor es consecuencia de la apertura en el régimen
de inversiones y comercio de la economía mundial, que han
potenciado la competencia en el mercado de bienes y, de
manera creciente, en el de servicios. En los últimos años,
el crecimiento del comercio mundial de servicios ya ha superado
al del comercio mundial de bienes. Por lo que respecta al
segundo factor, la revolución de la tecnología de la información
ha facilitado en gran medida el incremento del comercio
transfronterizo, probablemente más el de servicios que el
de bienes. La subcontratación de servicios de software
a la India (donde la mano de obra es barata) por parte de
Estados Unidos es un ejemplo típico, pero hay otros muchos
casos similares.
China
no contribuye a la deflación mundial
Por el contrario,
China estimula el crecimiento mundial. Recientemente, prestigiosas
publicaciones financieras internacionales han publicado
una avalancha de artículos en los que se afirma que China,
en su carrera por convertirse en una fábrica planetaria,
ha suministrado al mercado mundial productos a precios muy
competitivos, generando con ello una presión deflacionaria.
Haciéndose eco de esta opinión, las autoridades japonesas
han afirmado que China ha exportado la deflación y que debería
revaluar su moneda. Tal razonamiento resulta cuanto menos
dudoso. En efecto, en una coyuntura caracterizada por la
recesión de la economía mundial, la economía china actúa
de catalizador del desarrollo mundial, reduciendo de este
modo el peligro de una deflación mundial. En primer lugar,
China se ha convertido en el mayor mercado de los países
exportadores del este de Asia, incluido Japón. En segundo
lugar, el hecho de que China proporcione productos a precios
muy competitivos eleva los ingresos reales de las familias
y el nivel de bienestar. Por último, con implicaciones a
más largo plazo, el surgimiento de China como exportador
competitivo refleja de manera significativa la existencia
de una distribución más eficaz de los capitales y, en consecuencia,
de un nuevo foco del desarrollo mundial. Ello puede constatarse
en la contribución cada vez mayor de las compañías multinacionales
al comercio de China, el cual supera con creces el 50 por
ciento. La creciente integración de nuestro país en la economía
mundial transmite al crecimiento mundial un impulso similar
al generado por el régimen de comercio e inversiones más
abierto sobre el que se apuntaló la prosperidad económica
vivida tras la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, el
papel de China como factor deflacionario no difiere del
de los dos factores seculares señalados en el párrafo precedente.
El principal
culpable de la deflación mundial es el debilitamiento de
la demanda. Como se ha aducido más arriba, la contracción
de la demanda es la causa más perniciosa de la deflación
mundial. En efecto, la economía estadounidense, la principal
locomotora del desarrollo económico mundial, ha estado debatiéndose
en una incierta recuperación desde que estalló la burbuja
alentada por la tecnología punta, que ha sido una de las
mayores creadas en los mercados de valores desde hace más
de 40 años. El mercado laboral está debilitado y la tasa
de la capacidad de utilización permanece por debajo de lo
normal, sobre todo en el sector de la tecnología punta,
lo que impide la recuperación de las inversiones. En las
economías del Reino Unido y de los países de la zona del
euro, la demanda agregada también está bajando. Recientemente,
el Banco Central Europeo ha tratado de contener esta tendencia
introduciendo una reducción de 50 puntos básicos en los
tipos de interés, la primera desde el 2001. Japón sigue
viviendo en denier. En este país,
el crecimiento, si es que se ha producido alguno, ha sido
débil, y no se aprecian signos de recuperación, a pesar
de la reiterada adopción de medidas fiscales incentivadoras,
cuyo único resultado visible ha sido convertir su déficit
público en uno de los más altos del mundo.
Las reformas
estructurales pueden mitigar la presión deflacionaria. Tradicionalmente,
la deflación se ha combatido con medidas macroeconómicas
expansivas anticíclicas. Lo cierto es que en la actual situación
deflacionaria, el recurso a las mismas está muy generalizado.
No obstante, las políticas expansivas anticíclicas únicamente
dan resultado cuando la deflación es cíclica, no estructural.
Si los obstáculos estructurales constituyen la causa principal
de la deflación, entonces la adopción de tales medidas podría
incluso perjudicar a la economía, puesto que pospondría
el imprescindible ajuste estructural. El caso de Japón ilustra
claramente este punto. Al carecer de la determinación necesaria
para revitalizar su demanda interna por medio de reformas
estructurales, Japón sigue la opción más sencilla, es decir,
la consistente en estimular la demanda externa mediante
la devaluación de su moneda. Eso equivale a exportar la
deflación, con el consiguiente riesgo de generar una inútil
carrera de devaluaciones.
De modo parecido,
pero en una escala mucho menor, la economía estadounidense
debe revisar la administración corporativa para recuperar
la confianza de los inversores. Asimismo, la reestructuración
en el nivel empresarial debe proseguir para racionalizar
la capacidad creada ciegamente durante el último período
de expansión económica. En cuanto a las economías de la
zona del euro, la opinión más generalizada es que es necesario
eliminar la rigidez del mercado laboral. Por último, la
política china consistente en estimular la demanda agregada
apoyándose en los déficit fiscales debe justificarse, como
mínimo, mediante la continuación de las reformas estructurales.
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