¡Qué
linda es Cuba!
Por
CHEN XI

El autor en las afueras de La
Habana |
"Qué
linda es La Habana,
Donde vive mi familia,
Las viviendas dan al sol,
Y florecillas rojas se abren frente a la casa"
Estos versos forman parte de una canción china titulada
La Habana linda. Es probable que muchos cubanos no
conozcan esta canción compuesta en elogio a Cuba,
país amigo de China. Yo, en cambio, la he escuchado
desde mi niñez, puesto que en los años sesenta
y setenta fue muy popular en mi país. Su sencilla
letra y su agradable melodía me llevaban con frecuencia
a soñar que algún día podría
ver con mis propios ojos la hermosa Cuba, el país
más dulce del mundo.
Finalmente llegó la oportunidad. Tras cumplir una
misión de dos años en Ecuador, en el verano
de 1998 regresé a China. En mi viaje de vuelta tuve
que hacer una escala técnica en La Habana, circunstancia
que aproveché para visitar a mis padres, que a la
sazón estaban trabajando en Cuba.
Al salir del aeropuerto de La Habana, se me presentó
una escena pintoresca compuesta por nubes blancas flotando
en el cielo azul, palmeras meciéndose con el viento
y bonitas mulatas paseando por las calles. Era muy agradable
respirar aquel aire fresco mezclado con una pizca del típico
sabor azucarado de la isla.
Paseo en bicicleta
En La Habana circulan numerosas bicicletas, muchas de ellas
chinas, ya que un buen número de sus habitantes utilizan
este vehículo para ir al trabajo. Con el fin de ver
más detenidamente esta hermosa ciudad, me convertí
en uno más de ellos. Pasear en bicicleta por esta
exótica tierra tropical era un refrescante placer.
La gente que me saludaba por la calle me transmitía
un calor humano extraordinario. Los cubanos, generalmente
altos, de piernas largas y excelente constitución
física, pasaban raudos con sus bicicletas. Aunque
estoy acostumbrado a montar en bicicleta, no podía
seguirlos. Durante mi estancia de dos semanas visité
varios lugares, entre ellos el casco antiguo, la catedral,
el castillo del Moro y el barrio chino.
A este último, situado en los alrededores de la
calle Zanja, se entra por un pórtico de estilo chino.
En su interior, hay muchas tiendas chinas y muchos chinos
descendientes de emigrantes de Guangdong que aún
hablan cantonés, el dialecto de esta provincia. Se
dice que aquí llegaron a establecerse 10.000 chinos,
lo que en las primeras décadas del siglo XX convirtió
a este barrio chino en uno de los mayores de América.
La mayoría de ellos se mezclaron con los cubanos
y pasadas varias generaciones terminaron por perder sus
rasgos chinos.
En la calle Línea, una de las avenidas más
importantes de La Habana, se levanta un grandioso monumento
en conmemoración de los chinos que lucharon por la
independencia de Cuba. En lo más alto de su pedestal
figura la siguiente inscripción: "No hubo un
chino cubano desertor, no hubo un chino cubano traidor".
Estas sencillas palabras elogian las grandes contribuciones
de los chinos cubanos y confirman la tradicional solidaridad
entre el pueblo cubano y los emigrantes chinos. En este
primer monumento erigido a los héroes de la independencia
de Cuba están inscritos los nombres más ilustres
de los chinos que lucharon y murieron gloriosamente por
la libertad de Cuba.

Centro de La Habana |
En junio, la temperatura llegaba a los 32 grados. El fuerte
sol y la elevada humedad me hacían sudar de lo lindo.
En el centro de la ciudad, una heladería llamada
Coppelia atrajo mi atención. Al ver a un chino venido
de lejos, su dueño me sonrío con franqueza
y me dirigió a un asiento especial. Los helados eran
tan variados como sabrosos. En cada porción, que
costaba sólo tres pesos (poco más de dos yuanes),
se servían siete bolitas de helado. Salí de
aquella heladería refrescado. Cuando reparé
en la cola que había ante su puerta, me sentí
conmovido por el trato de favor que se me había dispensado.
En La Habana hay pequeños mercados de artesanía
administrados por departamentos gubernamentales. Fue allí
donde compré algunos artículos de recuerdo
hechos de coral y carey, que, una vez en Beijing, regalé
a mis amigos.
La playa de Varadero
En los últimos años el Gobierno cubano ha
fomentado activamente el desarrollo del turismo. En Varadero,
por ejemplo, se han construido muchos hoteles de estrellas.
Por 50 dólares diarios, quienes se alojan en ellos
gozan de una serie de servicios relacionados con la comida,
el alojamiento y el ocio. En un mismo hotel pueden encontrarse
restaurantes especializados en cocina francesa, italiana
y española. Con la pulsera que les dan los camareros,
los clientes pueden entrar en ellos tranquilamente.
Los hoteles suelen construirse en las inmediaciones de
la playa para facilitar a los turistas el disfrute de la
misma. Para éstos, la utilización de salvavidas,
tablas de *windsurf*, bicicletas acuáticas y balsas
es totalmente gratuita.
Hay quienes afirman que la playa de Varadero es un lugar
de visita obligada para los turistas. No visitarla equivale
a viajar a Beijing y marcharse sin haber visto la Gran Muralla.
Al llegar a este lindo lugar, empecé a saber el porqué
de aquella afirmación.
La playa de Varadero, única en el mundo, es una
amplia extensión de arena blanca y fina que reluce
bajo el intenso sol del Caribe. Con sus suaves pendientes,
tranquilas aguas y excelente insolación, esta playa
es considerada un lugar ideal para los bañistas.
En la distancia, el mar y el cielo se fundían formando
un telón azul coronado de nubes blancas. La superficie
del mar estaba salpicada de vistosas velas y los turistas
que se bañaban parecían pequeños pétalos
flotantes. Al llegar lentamente a la orilla, las olas rompían
y se deshacían en blanca espuma.
Atraído por el encanto del mar, me apresuré
a entrar en el agua para disfrutar de este placer que me
ofrecía la naturaleza. Flotando en sus aguas, me
sentí más a gusto y relajado. Y al respirar
la brisa marina y notar como el agua salobre salpicaba mis
labios, me parecía que formaba parte del océano.
Subí a sentarme sobre la arena para disfrutar del
sol caribeño. Para mí era un placer ver a
los niños cubanos corriendo y jugando en la playa,
donde hice una siesta que disipó el cansancio acumulado
de muchos días.
Un pueblo amistoso
El pueblo cubano me pareció maravilloso. Es un pueblo
alegre, encantador, amable, confiado en sí mismo
y siempre con una sonrisa en los labios.
En Cuba, la gente, al ver a los chinos, los saluda cordialmente
agitando la mano y a veces gritando "chino, chino".
En esta efusiva tierra, uno nunca se siente un forastero
venido de lejos. A mi parecer, el pueblo cubano es el más
hospitalario del mundo. Una vez pregunté cómo
se iba a un sitio y algunos cubanos me ayudaron, e incluso
un joven me acompañó adonde iba sin aceptar
ningún agradecimiento. Por la calle me encontraba
a gente que mostraba sumo interés por China y que
amablemente me hacía preguntas sobre las costumbres
y otras muchas cosas de mi país. En cierta ocasión,
mientras paseaba por una callejuela, un anciano me invitó
a entrar a su casa para tomar café. A través
de los contactos que tuve con algunos cubanos, tuve la impresión
de que este pueblo abriga sentimientos amistosos hacia China;
y al mencionar los nombres de los dirigentes chinos, como
Mao Zedong, Deng Xiaoping y Jiang Zemin, todos mostraban
una profunda admiración.
A los cubanos, activos y abiertos, les gusta cantar y bailar.
Después del trabajo, al oír música,
los hombres, las mujeres, los niños y hasta los ancianos
comienzan a mover la cintura. Al atardecer, paseando por
el Malecón, a veces tenía la fortuna de compartir
el encantador pasatiempo de algunos ancianos que, con linda
voz y expresivos gestos, cantaban viejas canciones cubanas
acompañándose de guitarras y maracas. Aún
hoy, me conmuevo al recordar las subidas y bajadas de tono
de aquellas melodías.
Dos semanas es muy poco tiempo para conocer un país
cuyo brillante colorido tanto lo diferencia de los demás
y a un pueblo cuyas peculiaridades le confieren tantos atractivos.
Sin embargo, esa breve estancia en Cuba enriqueció
mis sentimientos y dejó en mi memoria una huella
indeleble. Por todo ello, siempre que pienso en Cuba, acuden
a mi mente estas sencillas palabras: maravillosa y linda.
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