Calles
de luces rojas... estilo chino
Por Inesa Pleskacheuskaya*
-- Lo que en Occidente
constituye sinónimo de ambientes sórdidos y mujeres de la
vida, en China no conlleva otro placer que el de deleitar
el paladar con las ofertas culinarias locales.
Dígase
calles de luces rojas y al común de los occidentales le
vendrán de inmediato a la mente las chicas de vida alegre
y todo lo que las rodea. No en China. Casi todo restaurante
en este país tiene colgados faroles rojos a su vera, y cuántos
más tenga, mejores perspectivas de que ofrezca platos inolvidables.
En Occidente, los restaurantes chinos
no gozan precisamente de buena fama. Se les menosprecia
por ruidosos y carentes de gusto en la decoración, así como
por sus camareros de ropas grasientas, palillos de plástico
y cuadros baratos. Con todo, y a mi entender, de nuevo se
trata de una diferencia de percepción, o más bien cultural.
En Occidente, los comensales no sólo consumen comida, también
socializan. En mi país, al igual que en las vecinas Rusia
y Ucrania, los clientes suelen además bailar en estos lugares.
Quien lo quiera comprobar que vaya al Barrio Ruso de Yabaolu,
en pleno Beijing. Sin embargo, la mayoría de los chinos
va a un resturante, ante todo, en busca del buen yantar.
Todo lo demás, decoración incluida, queda en segundo plano.
En China, los horarios de los restaurantes se establecen
de acuerdo a los hábitos gastronómicos de su población.
De ahí que cueste Dios y ayuda dar con un establecimiento
abierto después de las 10:00 pm donde socializar y bailar,
aunque, claro, hay sus excepiones. Ahí están los locales
rusos de Yabaolu y los de la famosa Calle Fantasma en Dongzhimennei.
De día, entre dos y cinco de la tarde, los restuarantes
acostumbran a cerrar, pues no es hábito chino comer a esas
horas.
Por otra parte, los
buenos restuarantes aquí no son necesariamente los de mejor
apariencia, pero resultan fáciles de detectar. Señal inconfundible
en este sentido son la cola de parroquianos que espera para
entrar, o el estacinamientro de autos repleto frente al
local.
Beijing dispone en la
actualidad de excelentes expendios gastronómicos, capaces
de complacer cualquier gusto y presupuesto. Por apenas 25
centavos de dólar, usted puede disfrutar de un exquisito
plato de ravioles chinos, u optar por un lugar caro de cocina
shanghainesa. Pero en este caso vaya preparado a dejar al
menos 100 dólares.
De acuerdo a estudios
de opinión recientes, el beijinés promedio disfruta cada
vez más comiendo fuera de casa. Basta dar un vistazo cualquier
día a los restaurantes. ¡Todos llenos!
No es de extrañar en
consecuencia la reñida competencia que anima a este sector.
En algunas calles es posible ver de 10 a 15 restaurantes
situados uno al lado de otro, desviviéndose cada uno por
atraer a la clientela. Y hasta hay quienes halan de la manga
al potencial consumidor, en su afán por acercarlo a su oferta.
Si algo diferencia al chino del occidental
en un restuarante es la exagerada manera de ordenar platos
del primero, por la tradición china de mantener las apariencias
a todo trance. Cuando un chino invita a a sus huéspedes
o amigos a un restaurante (con frecuencia caro) no piensa
sólo en compartir una comida. Lo hace casi siempre en la
esperanza de cimentar lazos de amistad, o promover alguna
transacción comercial. Un banquete pantagruélico equivale
a una buena inversión, o a los prolongados diálogos de negocios
que se estilan en Occidente, por lo que el anfitrión chino
no repara en tirar la casa por la ventana para esas ocasiones.
Por tanto, el invitado occidental no debe apresurarse a
calificar de ostentoso a su anfitrión, pues corre el riesgo
de arruinar la amistad y el eventual acuerdo comercial.
Para el chino, la posibilidad de que se consuman todos los
platos al final de la comida supone que ha sido mezquino,
y con frecuencia es la oficina para la cual trabaja la que
al final carga con los gastos. Se estima que cada año, las
compañías chinas desembolsan la friolera de 12 mil millones
de dólares en banquetes. Ello, empero, no es motivo de preocupación.
Recordemos que son inversiones insoslayables.
Para los que quieran
ir un poco más lejos en la aventura gastronómica china,
recomiendo lo que los rusos en Beijing han bautizado como
“tenderete de los glotones”. El mismo está ubicado en la
populosa arteria comercial de Wangfujing, que dispone asimsimo
de toda una calle de fondas y similares. En el tenderete
se ofrecen desde yang za sui – intestinos de cabra,
hasta zha go go - brochetas de cigarras, de cucarachas
o gusanos de seda. De todo como en botica.
Y no olvidar las casas
de té. El consumo de dicha infusión, como ya he escrito
previamente, es signo de refinamiento en China, además de
un popular pasatiempo local cuando sirve de marco a cualquier
converación. En tiempos idos, era costumbrte iniciar el
día visitando una casa de té. Es la versión china del café
francés o la taberna inglesa. En dichos establecimientos
es posible ver incluso actos de acrobacia o actuaciones
musicales.
Entre ellas destaca la Casa de Té Laoshe
de Beijing, que suelen frecuentar jefes de Estado para disfrutar
de las más acendradas tradiciones chinas. Este es un lugar
que recomiendo de corazón.
Y si de consejos se
trata, no pierda su tiempo yendo a restaurantes occidentales
si su estancia en Chian es corta. En primer lugar nunca
será igual el sabor – con frecuencia será más dulzón y menos
colorido, para adaptarse a los hábitos locales, y además,
de vuelta a casa podrá disfrutar de lo verdadero. ¡Aquí
hasta las Mc Donalds son distintas!
Si lo que le gusta es
la comida china, no lo dude, el sitio para visitar es China.
He comido sus platos en Londres, Nueva York, Minsk y Moscú.
Pero nada se compara a lo auténtico de degustar una receta
del Imperio del Centro preparada en la tierra que la vio
nacer, quizás por obra del ambiente irrepetible, o hasta
por los posibles gérmenes que acompañan a una cocina sin
esterilizar. China, amigos míos, sigue siendo el mejor sitio
para comer chino. ¡Bienvenidos a Beijing!
*La autora es jefa
de la oficina en Beijing del periódico beilorruso “Belarus
Today” y del Canal nacional ONT
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