FEBRERO 2003

 

 

 

 

 

 

 

 


                        México a los ojos de una estudiante china

 

Por YAO BEI

Dos años atrás salí por primera vez al extranjero. Cuando estudiaba español en la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing, soñaba día y noche en ir a la península Ibérica para familiarizarme con un pueblo mundialmente conocido por el flamenco y los toros. Nunca pensé que iría a México, país cuyo nombre nada tiene que ver con “español” y que para nosotros se encuentra muy lejos, al otro lado del mundo.

Pero finalmente fui a este país americano gracias a un intercambio de estudiantes enmarcado en un proyecto educativo de los gobiernos mexicano y chino. El Departamento de Administración de Estudiantes de la Embajada de China en México envió un carro al aeropuerto para recogerme. Aunque debido a la larga duración del viaje y a la diferencia de horario estaba muy cansada y medio dormida, no podía dejar de mirar por la ventanilla. Estaba en una ciudad llana y amplia,  con mucha vegetación y casas de aspecto basto en lugar de bosques de rascacielos modernos, muy diferente que había pensado. Viendo las señales de tráfico pasar volando para atrás pero en que no encontraba ningún carácter chino, me puse a reír por dentro: “Así empieza mi primer ´viaje´ por un país extranjero.”

Agua que no es agua

“¿Quieres un vaso de agua?”

“Sí, por favor.”

“¿De qué sabor?”

Levanté la cabeza y miré a Francelia, totalmente confusa. “Pero, ¿el agua tiene sabor?”

Así es, no tardé mucho en descubrir que el agua de México no es como la de China: tiene sabores y colores diferentes. Las familias mexicanas siempre preparan este tipo de refresco y lo toman todos los días como si fuera simplemente agua. La limonada, la naranjada, el agua de Jamaica, etcétera se elaboran con agua y jugo o pulpa de fruta. No tiene nada de extraño que a mí, una muchacha del pueblo del arroz, el refresco que más me gustaba fuese la horchata, pues según dicen se elabora a base de arroz molido.

Durante el almuerzo, en el restaurante de la escuela había un gran cubo donde todos los días se servía un tipo de agua distinto. Para nosotros, los estudiantes chinos, adivinar de qué sabor sería el agua que iba a servirse durante el almuerzo se convirtió en un divertido acertijo. Uno de nosotros llegó incluso a tratar de encontrar un patrón de regularidad en el tipo de agua que se servía a lo largo de la semana, pero finalmente abandonó su intento y los demás seguimos con nuestro juguetón saludo al encontrarnos a la hora del almuerzo: “Hola, ¿qué agua hay hoy?”. Por supuesto, lo decíamos en chino, pero sustituíamos la palabra china correspondiente a “agua” por la española, ya que ésta expresa mucho mejor la riqueza de significado que tiene este término en el español de México.

Ciudad subterránea

México D.F. es una de las ciudades más populosas del mundo. Me dio la impresión de ser una ciudad muy grande y bulliciosa, pero no tan densamente poblada como Shanghai o Beijing. De hecho, muy pocas veces vi calles congestionadas de tráfico, lo que según un amigo mexicano se debe, por un lado, a que la mayoría de las calles de la ciudad son de dirección única, de modo que los carros tienen que cubrir mayores distancias, pero las probabilidades de que se formen embotellamientos son menores; y por otro lado, su extensa red de metro.

Al llegar a México, lo primero que debe aprender todo estudiante extranjero es a tomar el metro. La primera vez que vi el mapa del metro de México D.F. me quedé atónita: ¿acaso no era el mapa de una ciudad?

La red de metro, formada por 14 líneas bien comunicadas, cubre todo México D.F.  Por tan sólo 1,5 pesos es posible ir hasta cualquier punto de la ciudad. Es mucho más económico que el metro de Beijing, cuyo boleto vale más de 3 pesos, a pesar de contar con sólo dos líneas de alcance bastante limitado.

Más que un simple medio de transporte, el metro de México D.F. era para mí como un gran laberinto y una ciudad subterránea independiente. Para no perderse, hay que llevar siempre el mapa encima y tener mucho cuidado al decidir qué salida tomar, puesto que entre una y otra puede haber varias calles de distancia. Aquí abajo hay taquerías, pastelerías, puestos de períodicos, pequeñas tiendas, pizzerías, heladerías e incluso establecimientos de Kodak. Excepto en las horas punta de la mañana, cuando los viajeros van apretados en los vagones como sardinas en lata, durante el resto del día el metro es bastante cómodo y no es difícil encontrar asiento. A veces hay tanta gente que la policía debe encargarse de mantener el orden. Una mañana en que como de costumbre iba siguiendo el río de gente, al acercarse el metro noté algo diferente: delante del andén había dos policías con un letrero en el que había una flecha y la palabra “Damas”. Al ver el letrero, los hombres de aquella marea humana detenía su marcha, se dirigían a otra parte y cedían el paso a las señoras y señoritas. En aquel momento esta anécdota me impresionó mucho. “Ladies first!” y “¡Las damas primero!” son dos de las primeras expresiones que se aprenden en las clases de lenguas occidentales; pero debido a ciertos prejuicios desconocidos, siempre me había parecido que este dicho escondía cierta hipocresía. Es comprensible, pues, que la experiencia de aquel día se quedase anclada en mi memoria y me ayudase a comprender mejor determinados aspectos de esta cultura occidental. En 1949, año en que se fundó la República Popular China, se inició un movimiento tendente a eliminar la influencia perniciosa del feudalismo y a promover la igualdad entre el hombre y la mujer; pero a mí parecer, ese movimiento también hizo que la gente pasase por alto el hecho de que la mujer es físicamente más débil que el hombre. Bajo la consigna de que “la mujer es capaz de hacer lo mismo que hace el hombre”, la mujer china logró una igualdad relativa en las actividades sociales, pero al mismo tiempo perdió algo importante que no sé muy bien cómo expresar. Me dije a mí misma que si algún día tengo un hijo, voy a educarlo como un caballero para que siga la costumbre de respetar a las mujeres.

Los artesanos fueron para mí otro de los atractivos del metro de México D.F. Pasan de un vagón a vagón, pero nunca te piden monedas poniéndosete delante y extendiendo la mano, sino que se limitan a representar su programa: una canción popular, una breve pieza dramática o una pieza de acordeón. Llevan un pequeño cubo de latón atado a su instrumento musical y pasan por delante de ti como si se paseasen por un escenario, sin presionarte para que les des dinero. En cierta ocasión, nada más subir al metro me arrepentí de haberlo hecho, pues en el vagón había un vociferando muy tristemente. Me moví poco a poco procurando no llamarle la atención, hasta llegar a una distancia que creí segura. Siguió allá gritando a voz en cuello y hablaba muy rápido. Cuando me hube tranquilizado, empecé a prestar atención a lo que gritaba. Relata sus amargas experiencias infantiles; decía que su papá siempre se emborrachaba y pegaba a su mamá; que no tenía que comer; que otros niños lo humillaban; etcétera. Y me dije: “¡Pobrecito! No me extraña que se haya vuelto loco”. Pero de repente, aquel hombre dejó de vociferar y dijo “gracias” a los viajeros que estaban cerca de él con una voz muy calmada y regular. Éstos empezaron a darle monedas, incluidas las que hacían llegar algunos viajeros más alejados. ¡Vaya un artista ambulante!  ¡A saber quién era el protagonista de aquel relato tan amargo! Lancé un gran suspiro y no pude dejar de admirar su profesionalidad. En México hay mucha gente que vive muy humildemente, pero casi no se ven mendigos que pidan limosna a cambio de nada. Un niño de siete u ocho años puede subir a un bús turístico y comenzar a cantar acompañándose con una botella de agua de plástico y un palo. Es lo que hace para poder ganarse la vida. Tal vez no ha tenido la oportunidad de recibir una educación que le permitiese encontrar un trabajo mejor; tal vez esa es la manera de vivir que le gusta; sea como fuere, la dedicación que muestran merece mi más profundo respeto.

Los pasillos que comunican una parada con otra suelen aprovecharse para montar exposiciones sobre diferentes temas: un escaparate de trabajos manuales de papel japoneses; un grupo de fotos gigantescas de plantas y animales típicos de México; mapas del metro de diferentes ciudades del mundo; murales que reproducen ceremonias rituales indias; hay incluso un túnel con las luces apagadas en cuyo arqueado techo brillan las estrellas de las constelaciones más conocidas. Cada vez que pasaba por ese túnel aminoraba el paso y levantaba la cabeza para tratar de adivinar las constelaciones que conozco. Este pequeño y exquisito diseño, ¡quién sabe en cuántos niños habrá despertado el interés por la astronomía!

El metro de México D.F. es un buen lugar para conocer mejor este país e incluso para hacer intercambios culturales con otros países. A veces pienso en aconsejar al departamento chino pertinente que imiten a los japoneses y alquilen un escaparate para promocionar nuestro país. Tal vez así los mexicanos no volverían a confundirme con una japonesa.

Seto de cactus y gusano de maguey

En el mercado de flores y plantas de Beijing puedes ver diversas variedades de cactus, pero todos son pequeños y cultivados en macetas. Antes de viajar a México jamás había visto cactus altos como árboles. Este tipo de planta espinosa es muy común en el campo mexicano. En una pequeña aldea montañosa cercana a México D.F. me tomé unas fotos junto a algunos cactus. Nadie se dio cuenta de la excitación que sentí al comprobar que los campesinos cercan sus huertos con cactus. ¡Qué inteligentes! Los cactus son más altos que las personas, están provistos de espinas agudas y duras, y al crecer muy cerca unos de otros forman una seto perfecto para proteger sus cultivos. Estos cactos me hacen pensar en la ingenuidad y candidez del sentido del humor mexicano.

Otro tipo de planta campestre muy llamativa es el maguey, utilizado por los mayas para tejer telas y usado por los mexicanos de hoy para elaborar tequila. El sabor del tequila es maravilloso y el del gusano del maguey tampoco está mal. En el mercado nocturno de Pachuga, mis amigas me llevaron a un puesto de comidas muy concurrido, donde un cocinero estaba friendo algo en una sartén.

“Bei, esto es una comida típica muy sabrosa, ¿no quieres probarla?”, me incitó una de mis amigas sonriéndome.

Eché una mirada a lo que sacaban del aceite. Eran unos palitos chiquitos muy parecidos a los usados en China para ensartar camarones y comérselos. Tomé uno y me lo llevé a la boca. No noté nada raro. Lo que me extrañó fue que mis amigas me observasen con una sonrisa maliciosa.

“¿Sabes qué es esto?”

“¿Qué es?”

Mi amiga pidió al cocinero que destapara un cubo que había junto a la sartén.¡Hijole! Lo que vi fueron miles de gusanos apretados arrastrándose y retorciéndose. En un primer momento me quedé como atontada, pero después recordé que a algunos habitantes de una provincia de China les gusta comer los gusanos que crecen en la carne. “¿A poco son ellos?” Al pensarlo, y mientras mis amigas prorrumpían en carcajadas, sentí náuseas.

“¡No te preocupes! Son gusanos de maguey, muy limpios y nutritivos.”

“Además, son vegetarianos.”

Creo que en el ámbito gastronómico, México y China tienen que fomentar sus intercambios. Estoy segura de que ello redundaría en una mayor variedad de las especialidades culinarias de ambos países y pondría al descubierto nuevos testimonios de las ancestrales relaciones entre los pueblos mexicano y chino.

México es un país occidental, lejano y culturalmente distinto; pero a veces lo siento tan familiar y tan cariñoso que lo considero mi segunda tierra natal.

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