México
a los ojos de una estudiante china
Por
YAO BEI
Dos
años atrás salí por primera vez al extranjero. Cuando estudiaba
español en la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing,
soñaba día y noche en ir a la península Ibérica para familiarizarme
con un pueblo mundialmente conocido por el flamenco y los toros.
Nunca pensé que iría a México, país cuyo nombre nada tiene que
ver con “español” y que para nosotros se encuentra muy lejos,
al otro lado del mundo.
Pero finalmente fui a este país americano gracias
a un intercambio de estudiantes enmarcado en un proyecto educativo
de los gobiernos mexicano y chino. El Departamento de Administración
de Estudiantes de la Embajada de China en México envió un carro
al aeropuerto para recogerme. Aunque debido a la larga duración
del viaje y a la diferencia de horario estaba muy cansada y
medio dormida, no podía dejar de mirar por la ventanilla. Estaba
en una ciudad llana y amplia,
con mucha vegetación y casas de aspecto basto en lugar
de bosques de rascacielos modernos, muy diferente que había
pensado. Viendo las señales de tráfico pasar volando para atrás
pero en que no encontraba ningún carácter chino, me puse a reír
por dentro: “Así empieza mi primer ´viaje´ por un país extranjero.”
Agua que
no es agua
“¿Quieres un vaso de agua?”
“Sí, por favor.”
“¿De qué sabor?”
Levanté la cabeza y miré a Francelia, totalmente
confusa. “Pero, ¿el agua tiene sabor?”
Así es, no tardé mucho en descubrir que el agua de
México no es como la de China: tiene sabores y colores diferentes.
Las familias mexicanas siempre preparan este tipo de refresco
y lo toman todos los días como si fuera simplemente agua. La
limonada, la naranjada, el agua de Jamaica, etcétera se elaboran
con agua y jugo o pulpa de fruta. No tiene nada de extraño que
a mí, una muchacha del pueblo del arroz, el refresco que más
me gustaba fuese la horchata, pues según dicen se elabora a
base de arroz molido.
Durante el almuerzo, en el restaurante de la escuela
había un gran cubo donde todos los días se servía un tipo de
agua distinto. Para nosotros, los estudiantes chinos, adivinar
de qué sabor sería el agua que iba a servirse durante el almuerzo
se convirtió en un divertido acertijo. Uno de nosotros llegó
incluso a tratar de encontrar un patrón de regularidad en el
tipo de agua que se servía a lo largo de la semana, pero finalmente
abandonó su intento y los demás seguimos con nuestro juguetón
saludo al encontrarnos a la hora del almuerzo: “Hola, ¿qué agua
hay hoy?”. Por supuesto, lo decíamos en chino, pero sustituíamos
la palabra china correspondiente a “agua” por la española, ya
que ésta expresa mucho mejor la riqueza de significado que tiene
este término en el español de México.
Ciudad
subterránea
México D.F. es una de las ciudades más populosas
del mundo. Me dio la impresión de ser una ciudad muy grande
y bulliciosa, pero no tan densamente poblada como Shanghai o
Beijing. De hecho, muy pocas veces vi calles congestionadas
de tráfico, lo que según un amigo mexicano se debe, por un lado,
a que la mayoría de las calles de la ciudad son de dirección
única, de modo que los carros tienen que cubrir mayores distancias,
pero las probabilidades de que se formen embotellamientos son
menores; y por otro lado, su extensa red de metro.
Al llegar a México, lo primero que debe aprender
todo estudiante extranjero es a tomar el metro. La primera vez
que vi el mapa del metro de México D.F. me quedé atónita: ¿acaso
no era el mapa de una ciudad?
La red de metro, formada por 14 líneas bien comunicadas,
cubre todo México D.F. Por
tan sólo 1,5 pesos es posible ir hasta cualquier punto de la
ciudad. Es mucho más económico que el metro de Beijing, cuyo
boleto vale más de 3 pesos, a pesar de contar con sólo dos líneas
de alcance bastante limitado.
Más que un simple medio de transporte, el metro de
México D.F. era para mí como un gran laberinto y una ciudad
subterránea independiente. Para no perderse, hay que llevar
siempre el mapa encima y tener mucho cuidado al decidir qué
salida tomar, puesto que entre una y otra puede haber varias
calles de distancia. Aquí abajo hay taquerías, pastelerías,
puestos de períodicos, pequeñas tiendas, pizzerías, heladerías
e incluso establecimientos de Kodak. Excepto en las horas punta
de la mañana, cuando los viajeros van apretados en los vagones
como sardinas en lata, durante el resto del día el metro es
bastante cómodo y no es difícil encontrar asiento. A veces hay
tanta gente que la policía debe encargarse de mantener el orden.
Una mañana en que como de costumbre iba siguiendo el río de
gente, al acercarse el metro noté algo diferente: delante del
andén había dos policías con un letrero en el que había una
flecha y la palabra “Damas”. Al ver el letrero, los hombres
de aquella marea humana detenía su marcha, se dirigían a otra
parte y cedían el paso a las señoras y señoritas. En aquel momento
esta anécdota me impresionó mucho. “Ladies first!” y “¡Las damas
primero!” son dos de las primeras expresiones que se aprenden
en las clases de lenguas occidentales; pero debido a ciertos
prejuicios desconocidos, siempre me había parecido que este
dicho escondía cierta hipocresía. Es comprensible, pues, que
la experiencia de aquel día se quedase anclada en mi memoria
y me ayudase a comprender mejor determinados aspectos de esta
cultura occidental. En 1949, año en que se fundó la República
Popular China, se inició un movimiento tendente a eliminar la
influencia perniciosa del feudalismo y a promover la igualdad
entre el hombre y la mujer; pero a mí parecer, ese movimiento
también hizo que la gente pasase por alto el hecho de que la
mujer es físicamente más débil que el hombre. Bajo la consigna
de que “la mujer es capaz de hacer lo mismo que hace el hombre”,
la mujer china logró una igualdad relativa en las actividades
sociales, pero al mismo tiempo perdió algo importante que no
sé muy bien cómo expresar. Me dije a mí misma que si algún día
tengo un hijo, voy a educarlo como un caballero para que siga
la costumbre de respetar a las mujeres.
Los artesanos fueron para mí otro de los atractivos
del metro de México D.F. Pasan de un vagón a vagón, pero nunca
te piden monedas poniéndosete delante y extendiendo la mano,
sino que se limitan a representar su programa: una canción popular,
una breve pieza dramática o una pieza de acordeón. Llevan un
pequeño cubo de latón atado a su instrumento musical y pasan
por delante de ti como si se paseasen por un escenario, sin
presionarte para que les des dinero. En cierta ocasión, nada
más subir al metro me arrepentí de haberlo hecho, pues en el
vagón había un vociferando muy tristemente. Me moví poco a poco
procurando no llamarle la atención, hasta llegar a una distancia
que creí segura. Siguió allá gritando a voz en cuello y hablaba
muy rápido. Cuando me hube tranquilizado, empecé a prestar atención
a lo que gritaba. Relata sus amargas experiencias infantiles;
decía que su papá siempre se emborrachaba y pegaba a su mamá;
que no tenía que comer; que otros niños lo humillaban; etcétera.
Y me dije: “¡Pobrecito! No me extraña que se haya vuelto loco”.
Pero de repente, aquel hombre dejó de vociferar y dijo “gracias”
a los viajeros que estaban cerca de él con una voz muy calmada
y regular. Éstos empezaron a darle monedas, incluidas las que
hacían llegar algunos viajeros más alejados. ¡Vaya un artista
ambulante! ¡A saber
quién era el protagonista de aquel relato tan amargo! Lancé
un gran suspiro y no pude dejar de admirar su profesionalidad.
En México hay mucha gente que vive muy humildemente, pero casi
no se ven mendigos que pidan limosna a cambio de nada. Un niño
de siete u ocho años puede subir a un bús turístico y comenzar
a cantar acompañándose con una botella de agua de plástico y
un palo. Es lo que hace para poder ganarse la vida. Tal vez
no ha tenido la oportunidad de recibir una educación que le
permitiese encontrar un trabajo mejor; tal vez esa es la manera
de vivir que le gusta; sea como fuere, la dedicación que muestran
merece mi más profundo respeto.
Los pasillos que comunican una parada con otra suelen
aprovecharse para montar exposiciones sobre diferentes temas:
un escaparate de trabajos manuales de papel japoneses; un grupo
de fotos gigantescas de plantas y animales típicos de México;
mapas del metro de diferentes ciudades del mundo; murales que
reproducen ceremonias rituales indias; hay incluso un túnel
con las luces apagadas en cuyo arqueado techo brillan las estrellas
de las constelaciones más conocidas. Cada vez que pasaba por
ese túnel aminoraba el paso y levantaba la cabeza para tratar
de adivinar las constelaciones que conozco. Este pequeño y exquisito
diseño, ¡quién sabe en cuántos niños habrá despertado el interés
por la astronomía!
El metro de México D.F. es un buen lugar para conocer
mejor este país e incluso para hacer intercambios culturales
con otros países. A veces pienso en aconsejar al departamento
chino pertinente que imiten a los japoneses y alquilen un escaparate
para promocionar nuestro país. Tal vez así los mexicanos no
volverían a confundirme con una japonesa.
Seto de
cactus y gusano de maguey
En
el mercado de flores y plantas de Beijing puedes ver diversas
variedades de cactus, pero todos son pequeños y cultivados en
macetas. Antes de viajar a México jamás había visto cactus altos
como árboles. Este tipo de planta espinosa es muy común en el
campo mexicano. En una pequeña aldea montañosa cercana a México
D.F. me tomé unas fotos junto a algunos cactus. Nadie se dio
cuenta de la excitación que sentí al comprobar que los campesinos
cercan sus huertos con cactus. ¡Qué inteligentes! Los cactus
son más altos que las personas, están provistos de espinas agudas
y duras, y al crecer muy cerca unos de otros forman una seto
perfecto para proteger sus cultivos. Estos cactos me hacen pensar
en la ingenuidad y candidez del sentido del humor mexicano.
Otro tipo de planta campestre muy llamativa es el
maguey, utilizado por los mayas para tejer telas y usado por
los mexicanos de hoy para elaborar tequila. El sabor del tequila
es maravilloso y el del gusano del maguey tampoco está mal.
En el mercado nocturno de Pachuga, mis amigas me llevaron a
un puesto de comidas muy concurrido, donde un cocinero estaba
friendo algo en una sartén.
“Bei, esto es una comida típica muy sabrosa, ¿no
quieres probarla?”, me incitó una de mis amigas sonriéndome.
Eché una mirada a lo que sacaban del aceite. Eran
unos palitos chiquitos muy parecidos a los usados en China para
ensartar camarones y comérselos. Tomé uno y me lo llevé a la
boca. No noté nada raro. Lo que me extrañó fue que mis amigas
me observasen con una sonrisa maliciosa.
“¿Sabes qué es esto?”
“¿Qué es?”
Mi amiga pidió al cocinero que destapara un cubo
que había junto a la sartén.¡Hijole! Lo que vi fueron miles
de gusanos apretados arrastrándose y retorciéndose. En un primer
momento me quedé como atontada, pero después recordé que a algunos
habitantes de una provincia de China les gusta comer los gusanos
que crecen en la carne. “¿A poco son ellos?” Al pensarlo, y
mientras mis amigas prorrumpían en carcajadas, sentí náuseas.
“¡No te preocupes! Son gusanos de maguey, muy limpios
y nutritivos.”
“Además, son vegetarianos.”
Creo que en el ámbito gastronómico, México y China
tienen que fomentar sus intercambios. Estoy segura de que ello
redundaría en una mayor variedad de las especialidades culinarias
de ambos países y pondría al descubierto nuevos testimonios
de las ancestrales relaciones entre los pueblos mexicano y chino.
México es un país occidental, lejano y culturalmente
distinto; pero a veces lo siento tan familiar y tan cariñoso
que lo considero mi segunda tierra natal.