ENERO 2003

 

 

 

 

 

 

 

 


          Dos arquitectos venezolanos en la           modernización urbana de Beijing

Por GEORGINA CABRERA MORILLO

        

Víctor Ochoa Piccardo

Entre los frutos de las relaciones de amistad entre China y América Latina, tan numerosos y variados, destacan aquellos que se encarnan en la acción efectiva de algunas personas. Entre tantos casos se podría citar, por ejemplo, el de los numerosos estudiantes de uno y otro lado que siguieron cursos o carreras en universidades chinas o latinoamericanas y que ahora se hallan desempeñando cargos desde los cuales siguen ensanchando y profundizando esa amistad.

Singulares experiencias

En realidad, son frutos que nacen y se multiplican en muchas áreas. Sin embargo, hay una que, según me parece, tiene un carácter especial por sus connotaciones humanas y afectivas. Me refiero al área de los expertos extranjeros que han estado viniendo a trabajar aquí, en los sectores de la educación y la cultura, desde los años cincuenta; es decir, a poco de proclamarse la República Popular. Es un terreno en el que se han producido, en beneficio de la amistad sino-latinoamericana, experiencias singulares que han traído como consecuencia, en muchas ocasiones, cambios tan grandes que han significado virajes insospechados en el destino de parte o de toda una familia. Conozco particularmente este sector y puedo decirles que los frutos surgidos en esta área han contribuido, de manera directa o silenciosamente indirecta, al derrumbe de tópicos y mitos que han venido dificultando el acercamiento y la comprensión de uno y otro lado. Examinar cada caso significa toparse con historias sorprendentes.

Precisamente, uno de esos casos es el de  los hermanos Antonio y Víctor Ochoa Picaccardo, distinguidos arquitectos venezolanos que, niños aún, vinieron con sus padres y ahora participan activamente en el boom de la construcción urbana de Beijing.

Historia de una familia

La historia de la “experiencia china” de la familia Ochoa Piccardo es rica y compleja; pero comprimiéndola en una síntesis bastante breve, diré que, a fines de la década de 1960, el padre, un venezolano que profesaba una lúcida y tenaz admiración por las ideas revolucionarias de Mao Zedong, fue invitado a venir a China a trabajar en Xinhua, la  agencia oficial de noticias. No lo pensó dos veces y se vino con toda su familia, entre los que se encontraban los pequeños Víctor, Antonio y Adolfo (este último, luego de una larga permanencia en Beijing, donde se graduó de médico, se fue a residir y a ejercer la profesión en su país, concretamente, en Caracas). Eran los años de la “revolución cultural” y el padre de los Ochoa tuvo ocasión de ver de cerca la magnitud de este movimiento que sumió al país en un caos por espacio de diez años. Los hijos, por su parte, al alternar cotidianamente en el colegio con los niños chinos, tuvieron una experiencia incomparable que los aproximó, de algún modo, a la comprensión de ciertos aspectos de la idiosincrasia de los chinos. Cuando se le cumplió el contrato al padre, todos volvieron a Venezuela. Pero pronto, Víctor, el mayor, que había estudiado, como sus hermanos, en un colegio de Beijing y, por lo tanto, dominaba la lengua china, retornó a esta ciudad para seguir sus estudios. Después, mientras Antonio seguía estudiando en Caracas, vendría Adolfo, el otro hermano. En 1976, año de la muerte de Mao Zedong, Zhou Enlai y Chu De, los grandes dirigentes de la Revolución China, Víctor ingresó a  la Universidad Qinhua para seguir la carrera de arquitectura.

Diferentes rumbos

A pesar de la coincidencia profesional de Antonio y Víctor, y de haber compartido la misma primera experiencia china en la época de la infancia, la historia de cada cual ha seguido cursos diferentes.    

Así, mientras Víctor y Adolfo seguían sus estudios en Beijing, Antonio lo hacía en Caracas, seguramente con la mente puesta en un futuro profesional que no guardaba relación con China. Pero de pronto, justo cuando ya graduado empezaba a afianzarse como arquitecto en su propio medio, Caracas, se vio, estimulado por su hermano Víctor, frente a la tentación de lanzarse a una aventura: venirse a Beijing, una ciudad cuyos barrios eran ya, en esos momentos, un hervidero de grúas y de andamios de construcción. Y cayó en la tentación y se vino con su familia.

Antonio: importante galardón

Su ingreso profesional en este boom de la construcción urbana en Beijing fue tan auspicioso que, al poco tiempo, pasó a ocupar el puesto de arquitecto jefe de Soho China, la mayor y más importante empresa del sector de la arquitectura y la construcción de este país. Luego, con otros diez prominentes arquitectos de Asia, se embarcó en el famoso proyecto Comuna de la Gran Muralla, consistente en hacer cada cual, de acuerdo con su propia concepción, el diseño de una obra arquitectónica moderna que se integrara de forma armoniosa en el paisaje de montañas de la Gran Muralla y a la propia Gran Muralla. Es un proyecto patrocinado por Zhang Xin y Pan Shiyi, una pareja de jóvenes economistas que, luego de estudiar en los EE UU, volvieron a su país y fundaron la empresa  Soho China.

El proyecto, ya terminado, con sus once estructuras modernas -son, en realidad, casas campestres, que se alzan frente a la Gran Muralla, a cierta distancia una de otra,-acaba de obtener un importante galardón internacional: el Premio Especial de la VIII Exhibición Internacional de Arquitectura, en el marco de  la afamada Bienal de Venecia 2002.

Casas campestres frente a la Gran Muralla

Antonio Ochoa Piccardo

Es una obra original que se halla en un área realmente privilegiada, tanto por hallarse entre hermosas colinas y montañas, como por tener enfrente los trechos más famosos de la milenaria Gran Muralla China. Antonio admite que ha sido un verdadero desafío a la creatividad  y a la capacidad de conjugar las líneas de la modernidad con  las que ofrece el bello suelo accidentado y el descomunal monumento que es la Gran Muralla. Las casas -la número seis ha sido diseñada por Antonio- han sido concebidas para cumplir la finalidad propia de una sociedad que tiene cada vez más acceso al bienestar; es decir, para servir de “refugio” espiritual, lejos del “mundanal ruido”. Una segunda casa para disfrutar plenamente no solo de la naturaleza sino también de la impresionante vista de la Gran Muralla, en un ambiente moderno y confortable.

En el centro de un mar agitado

Ya con el diploma de arquitecto bajo el brazo y un gran conocimiento de la realidad china, Víctor debe haber puesto sobre la balanza sus preferencias por el lugar dónde tendría que ejercer la profesión. Finalmente, se decidió por China, a pesar de que en aquella época no había el menor indicio de desarrollo urbano en ninguna de las grandes ciudades de este país.

A Víctor lo conozco desde que vine a China hace más de veinte años. Tiene un ostensible temperamento artístico, es un lector empedernido y cultiva con especial esmero su vocación de arquitecto. Sin embargo, el lugar elegido para residir, este país de comienzos de los ochenta, no le ofrecía mayores perspectivas en este terreno. De modo que, mientras esperaba la ocasión que le permitiera ejercer su profesión, fue tentado por el todavía incipiente mundo de los negocios. Poco después, cuando el Banco Exterior de España abrió una oficina en Beijing, fue designado representante de esta importante entidad financiera, cargo en el que permaneció por más de diez años.

Víctor tiene ahora su propio taller de arquitecto y se encuentra, por decirlo de algún modo, en el centro mismo de un mar muy agitado y en crecida: el desarrollo urbano de Beijing. He hablado muchas veces con él y sé que comparte la idea de que China se está transformando y reinventando socialmente a sí misma, económica y artísticamente, dentro de los parámetros de una modernidad cada vez más depurada. En una de las últimas veces que nos vimos, me dijo que entre los muchos proyectos que tenía entre manos se hallaba el de un club de equitación y una casa de mil doscientos metros de área construida con piscina y jardines subterráneos. Cada diseño es un verdadero desafío, dice, pues se trata de conjugar las exigencias del cliente con las concepciones artísticas del diseño arquitectónico. Mucha gente todavía se rige por viejas tradiciones, como por ejemplo, la orientación de la fachada al sur y evitar a toda costa la del norte y del oeste; o como el ajuste del diseño a las coordenadas de la geomancia (determinada orientación de la casa según el terreno). El riesgo de esto, según Víctor, es caer en la monotonía de construir edificios en fila india, en una misma orientación. Señaló, además, que en este increíble despegue de la construcción urbana en toda China, está surgiendo en este país una generación de arquitectos bastante creativos y con ideas muy modernas. Incluso, dijo, obligados por las circunstancias, los viejos arquitectos también se hallan en la faena de hacer un reciclaje de sus concepciones.

Más de treinta años atrás, cuando vinieron por primera vez al viejo Beijing con su padre, los entonces pequeños Víctor y Antonio Ochoa no imaginaron ni remotamente que, andando el tiempo, se hallarían embarcados, junto con otros arquitectos chinos y extranjeros, en la tarea de ensanchar, con el necesario toque de modernidad, el perfil urbano de la ciudad que los acogió cuando eran niños.

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