NOVIEMBRE  2002

 

 

 

 

 

 

 

 


Del carruaje al automóvil

Por Huo Jianying

A pesar de que a mucha gente le gusta llamar “abuelo” a algunos autos, el automóvil moderno tiene sólo cien años de existencia, por lo que puede decirse que comparado con los antiguos carruajes tirados por caballos es, como mucho, un niño.

En las ruinas  yin  de la ciudad de Anyang (provincia de Henan) los arqueólogos han desenterrado carruajes de hace tres mil años; pero según sus estudios, la aparición del carruaje se produjo en tiempos aun más remotos. Por lo tanto, desde que los chinos comenzaron a utilizar carruajes hasta que han comenzado a subir a los automóviles han transcurrido cerca de 4.000 años. Pero mil años atrás, en China el petróleo ya se usaba como combustible líquido.

En aquel entonces se le llamaba  zhishui  (agua grasienta) y era considerado un don de la madre tierra. El negro humo que provocaba al arder llamó la atención de Shen Kuo (1031-1095), científico de la dinastía Song del Norte que utilizó su hollín para elaborar una tinta de mucha mejor calidad que la hecha a partir del carbón. Además, Shen no sólo demostró que el petróleo es un excelente combustible, sino que predijo que su uso se extendería por todo el planeta y llevó a cabo experimentos sobre la elaboración de productos derivados a partir de procesos de síntesis. Siendo un funcionario de rango, Shen Kuo no pudo dedicarse de lleno a los estudios científicos y técnicos, y depositó sus esperanzas en el futuro.

Lamentablemente, el “agua grasienta” no volvió a despertar el interés de los chinos hasta ocho siglos después, concretamente hasta 1956, año del nacimiento de la industria automovilística nacional. Y ha habido que esperar hasta estos últimos años para ver como se generalizaba el consumo de petróleo.

Carruaje de la dinastía Qing (1644-1911)

Según se dice, el primer automóvil que llegó a China fue el que Yuan Shikai regaló en 1902 a Ci Xi, emperatriz madre de la dinastía Qing, con ocasión de su cumpleaños. Este  vehículo, comprado en el extranjero, se parecía bastante a los viejos carruajes, pues su caja y sus ruedas también eran de madera. En la parte de delante había un asiento para el conductor y en la trasera dos sillas para los pasajeros.

Aunque este automóvil le gustó mucho, Ci Xi nunca lo condujo ni fue en él. Ello se debió, según se cuenta, a la colocación de las sillas y a la posición que debía adoptar el chófer. A Ci Xi no le hizo ninguna gracia que el asiento del conductor estuviera delante del suyo. Además, no estaba dispuesta a que éste condujese sentado e insistió en que manejara de rodillas. La discusión llegó finalmente a un punto muerto. Ante tal situación, y temiendo que ocurriera una desgracia, los funcionarios intentaron persuadir a la emperatriz madre de que abandonase la idea de utilizarlo. No se sabe qué pasó al final, pero el automóvil de marras se guardó primero en el Palacio Imperial y luego en el parque Dehe del Palacio de Verano, donde ha permanecido hasta la actualidad.

De allí en adelante, China experimentó grandes cambios, pero el automóvil siguió estando fuera del alcance de las familias chinas. Si bien el “automóvil imperial” dejó de ser el único privado, durante largo tiempo los que circulaban por la ciudad de Beijing podían contarse con los dedos.

En marcado contraste, durante la segunda mitad de la década de los 90 del siglo pasado, la “fiebre del automóvil” fue extendiéndose por toda China y estos vehículos motorizados fueron adquiriendo un protagonismo creciente en la vida diaria del pueblo. 

Si todos quienes tienen licencia de conducción saliesen a las calles de las ciudades con un automóvil, se produciría un colapso de la circulación sin precedentes, ya que de los dos millones que hay circulando normalmente se pasaría a los tres millones y medio. El número de personas con licencia de conducción pero sin coche propio es muy elevado, circunstancia que augura un brillante porvenir a los vendedores de automóviles. Por otra parte, en los próximos ocho años el gobierno municipal de Beijing planea invertir 1,8 billones de yuanes en la construcción de vías de comunicación para hacer frente a las necesidades que se avecinan.

Los vehículos chinos antiguos

En la antigua China, los tres tipos de vehículos más importantes eran el carruaje, la carreta de bueyes y la carretilla.

El carruaje, llamado también vehículo ligero, era usado por los nobles en sus viajes y combates; la carreta de bueyes, o vehículo pesado, se utilizaba para transportar mercancías; y la carretilla, que era empujada por una persona, solía ser usada por la gente común y corriente para transportar mercancías y pasajeros.

Antiguamente, la caja de estos vehículos se llamaba  yu . Al principio, quienes montaban en ellos solían ir de pie en la caja, razón por la cual en tres de sus lados llevaban tablas de madera que no sólo garantizaban la seguridad de los pasajeros, sino que ofrecían a éstos un apoyo sobre el que descansar de vez en cuando. La caja se cubría con un material flexible que, a modo unas veces de paraguas y otras de sombrilla, protegía de la lluvia y del sol. Al mismo tiempo era un elemento simbólico, tanto es así que cuando estos vehículos se usaban para transportar a delincuentes, había que desamontar su cubierta.

Posteriormente se habilitaron tres asientos: uno en el medio, para el conductor; otro a la derecha, para el acompañante; y otro a la izquierda, para el viajero más distinguido.

Carruaje de bronce de la dinastía Han del Este (25-220) desenterrado en la ciudad de Wuwei (provincia de Gansu)

En la dinastía Han (206 a.n.e- 220) la gama de vehículos se amplió. El de mayor categoría era sin duda alguna el  luche  del emperador, alto, amplio y con exquisitos y lujosos adornos. Los funcionarios de rango utilizaban el  xuanche , cuya caja tenía una cubierta inclinada hacia arriba en su parte delantera y llevaba a ambos lados esteras pintadas para cubrir las ventanillas. El  ziche , el vehículo de las damas nobles, tenía más detalles: su caja, impregnada de agradables aromas, era como un pequeño cuarto decorado con cortinas, donde las mujeres podían sentarse y tenderse. En dicha dinastía, la carreta de bueyes, que venía usándose principalmente para transportar mercancías, comenzó a utilizarse cada vez más para llevar a personas, ya que además de ser un vehículo tranquilo y seguro, era lo suficientemente espaciosa como para colocar en ella un mesa para comer, tomar vino y solazarse.

En la dinastía Song, se extendió el uso del caballo, el asno y el palanquín, y los viejos vehículos volvieron a usarse para transportar mercancías. El llamado  taiping , utilizado por primera vez en esta dinastía, era un vehículo tirado por cinco o siete bueyes que podía cargar más o menos lo mismo que un camión ligero de hoy en día.

En la evolución de estos medios de transporte, el carruaje con brújula y el carruaje con tambor de corredera marcaron un adelanto tecnológico, puesto que su funcionamiento se basaba en los principios de la transmisión mediante engranajes.

El carruaje con brújula, equipado con una vara y dos ruedas, llevaba una figura de madera cuyo brazo levantado señalaba siempre al sur.

Según datos históricos, el carruaje con tambor de corredera era de dos pisos, en cada uno de los cuales había una figurilla de madera que tocaba el tambor; la del piso inferior lo tocaba cada medio kilómetro y la del superior cada cinco kilómetros.

En tiempos de las dinastías del Sur y Norte (420-589) circulaba un vehículo equipado con un molino, que al mismo tiempo que se movía convertía el grano en harina.

El valor simbólico de los vehículos

Aparte de su utilidad práctica, los vehículos han sido desde la antigüedad símbolos de posición social, riqueza y poderío nacional. Los carruajes tirados por cuatro caballos se llamaban  yisheng  (un  sheng ) y las dimensiones y el poderío de un reino se describían diciendo que era un reino de, por ejemplo, cien  sheng  o mil  sheng . Por otra parte, la posición social y la situación económica de una persona eran fácilmente deducibles a partir de la cantidad y la hechura de los vehículos que poseía.

En el  Zhou Li , libro escrito hace dos mil años, se registran los reglamentos sobre la forma de los vehículos. Estrictos y recargados de detalles triviales, tratan de sus medidas, su color, su categoría y su capacidad, así como del modo en que debían alinearse en los ritos y otras actividades. El incumplimiento de dichos reglamentos era considerado una traición o un acto de rebeldía contra el gobierno.

El gran maestro Confucio nos ofrece al respecto un ilustrativo ejemplo. En el libro  Lun Yu  se relata la siguiente anécdota. Yan Hui, uno de sus discípulos predilectos, había muerto. Como su familia era tan pobre que no podía comprar un “guo” (un ataúd donde se colocaba otro más pequeño en el que se depositaba el cadáver), el padre de Yan pidió a Confucio que vendiera su vehículo para poder comprar uno. Confucio se negó y justificó su actitud explicándole que él era un alto funcionario del gobierno y, que como tal, si salía sin vehículo, contravendría los reglamentos. Y añadió que cuando su propio hijo murió, tampoco pudo vender su vehículo para darle un buen entierro. Confucio, célebre por su bondad, se vio obligado a rechazar la petición del padre de Yan Hui a fin de preservar la dignidad de los reglamentos y la ley.

Para convencer a Jiang Ziya de que lo ayudase a vencer al emperador de Shang (siglo XXII a.n.e.- sigloXI a.n.e.), Ji Chang, primer emperador de la dinastía Zhou (siglo XI a.n.e.- 771 a.n.e.), condujo en persona su vehículo hasta el retirado lugar donde vivía Jiang. Este proceder, inconcebible en aquella época, conmovió a Jiang tan profundamente que, con sus 80 años a cuestas, se puso al frente de las tropas y consiguió finalmente que el poder nacional pasase a manos de Ji Chang. Esta anécdota sobre el emperador Ji Chang se ha transmitido a lo largo de los milenios hasta llegar a nuestros días.

El tema de los vehículos y los automóviles parece inagotable. Incontables páginas web, numerosas exposiciones y nuevas marcas deslumbrantes de automóviles están tomando el relevo en la narración de la historia de estos medios de transporte cargados de simbolismo.

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