SEPTIEMBRE  2002

 

 

 

 

 

 

 

 


Cuentos históricos

Un complot de asesinato

En las postrimerías del Período de los Reinos Combatientes, Ying Zheng, soberano del reino de Qin, conocido más tarde como el emperador Qin Shi Huang, llevó a efecto vigorosamente su plan de poner todos los reinos bajo su dominio. En el año 227 a.C., después de haber subyugado a los reinos de Han y Zhao, amenazó al reino de Yan, el más septentrional de los seis reinos.

El príncipe Dan, hijo del soberano de Yan, convencido de que era prácticamente imposible fortalecer la defensa militar de su estado, resolvió encargar a un sicario el asesinato de Ying Zheng, a quien guardaba un enorme rencor por haberlo mantenido encarcelado en el reino de Qin, de donde logró escapar al cabo de cinco años.

Y encontró a la persona indicada: Jing Ke, un aventurero del reino de Wei cuyo vagabundeo lo había llegado hasta el reino de Yan. Allí se mezcló con la gente común y llegó a hacerse respetar por su comportamiento caballeresco y su preocupación por el bien ajeno.

Cuando ambos se conocieron, se trataron como si fueran viejos amigos. Considerando que Jing Ke era la persona indicada para llevar a cabo sus propósitos, el príncipe mandó construir un palacio para él y ordenó que le sirvieran los platos más exquisitos, llegando incluso a saludarlo casi a diario.

Un día estaban admirando los peces de un estanque, cuando de repente salió a la superficie una enorme tortuga. Jing Ke tomó un guijarro y lo lanzó al animal. De ahí en adelante, el príncipe le dio muchas bolitas de oro para que las lanzara a las tortugas. En otra ocasión, estando de caza, Jing Ke dijo casualmente que el hígado de caballo era muy sabroso. De inmediato, el príncipe mató a su caballo e hizo cocinar el hígado para él. Jing Ke, sumamente impresionado por todo esto, le dijo: “El príncipe me trata con mucha preferencia. Estoy dispuesto a hacer lo que me pida”.

Al saber que las tropas de Qin se hallaban en la frontera sur de Yan, el príncipe Dan llamó a Jing Ke y le expuso su plan de asesinar al soberano de Qin para salvar al reino de Yan.

“He pensado mucho en esto”, dijo Jing Ke, quien añadió: “El problema reside en que para poder acercarnos al rey de Qin debemos primero ganarnos su confianza”. Entonces pidió al príncipe dos cosas: la primera, un mapa de Dukan (en lo que hoy es el centro de la provincia de Hebei, al suroeste de Beijing), la región más fértil del reino de Yan, de la cual quería apoderarse el soberano de Qin; y la segunda, la cabeza del general Fan Yuqi, a quien el rey de Qin había decidido matar para castigar su traición. “Si logro ofrecer estas dos cosas al rey de Qin, de seguro que éste me recibirá personalmente y entonces tendré la oportunidad de asesinarlo”, dijo Jing Ke.

Mientras el príncipe Dan preparaba un mapa de Dukan, Jing Ke fue a casa de Fan Yuqi, a quien puso al corriente del complot. Luego lo convenció de que entregara su cabeza como contribución a la defensa del reino de Yan, puesto que con ello facilitaría el asesinato del soberano de Qin. Fan Yuqi se mató y Jing Ke tomó su cabeza. Luego, el príncipe Dan entregó a Jing Ke un puñal envenenado y ordenó a Qin Wuyang, conocido por su valentía, que lo acompañara.

Tras llegar al reino de Qin, no tardaron en ser recibidos por el rey. Sin embargo, Qin Wuyang se asustó tanto que su rostro empalideció y sus manos no podían dejar de temblar. Ello infundió sospechas en el soberano, pero Jing Ke le explicó que su compañero se sentía intimidado por la majestuosa presencia del rey.

Entonces, Jing Ke se acercó al rey llevando la caja de madera en la que había puesto la cabeza de Fan Yuqi y un mapa enrollado dentro del cual había escondido el puñal envenenado. Apenas hubo desenrollado el mapa, apareció el puñal. El soberano retrocedió, Jing Ke se abalanzó sobre él y mientras lo asía por una manga lo apuntó con el puñal. Pero el rey dio media vuelta y el arma sólo rasgó su manga.

Al rey no le quedó más remedio que parapetarse tras una columna para intentar zafarse del incesante acoso de Jing Ke. Como el soberano había ordenado que nadie entrase armado al salón de audiencias, todos los presentes asistían al forcejeo sin poder hacer nada. Por suerte, el médico privado del rey arrojó su bolsa de medicinas contra Jing Ke, concediendo así al rey un momento de respiro. Entonces, éste desenvainó su espada e hirió en la pierna izquierda a Jing Ke, que cayó bañado en un charco de sangre; desesperado, lanzó su puñal al rey, pero falló. Los guardias entraron precipitadamente en el salón y mataron a Jing Ke y Qin Wuyang, frustrando de este modo el complot.

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