Cuentos
históricos
Un complot de asesinato
En
las postrimerías del Período de los Reinos Combatientes, Ying
Zheng, soberano del reino de Qin, conocido más tarde como el
emperador Qin Shi Huang, llevó a efecto vigorosamente su plan
de poner todos los reinos bajo su dominio. En el año 227 a.C.,
después de haber subyugado a los reinos de Han y Zhao, amenazó
al reino de Yan, el más septentrional de los seis reinos.
El príncipe Dan, hijo del soberano de Yan, convencido
de que era prácticamente imposible fortalecer la defensa militar
de su estado, resolvió encargar a un sicario el asesinato de
Ying Zheng, a quien guardaba un enorme rencor por haberlo mantenido
encarcelado en el reino de Qin, de donde logró escapar al cabo
de cinco años.
Y encontró a la persona indicada: Jing Ke, un aventurero
del reino de Wei cuyo vagabundeo lo había llegado hasta el reino
de Yan. Allí se mezcló con la gente común y llegó a hacerse
respetar por su comportamiento caballeresco y su preocupación
por el bien ajeno.
Cuando ambos se conocieron, se trataron como si fueran
viejos amigos. Considerando que Jing Ke era la persona indicada
para llevar a cabo sus propósitos, el príncipe mandó construir
un palacio para él y ordenó que le sirvieran los platos más
exquisitos, llegando incluso a saludarlo casi a diario.
Un día estaban admirando los peces de un estanque,
cuando de repente salió a la superficie una enorme tortuga.
Jing Ke tomó un guijarro y lo lanzó al animal. De ahí en adelante,
el príncipe le dio muchas bolitas de oro para que las lanzara
a las tortugas. En otra ocasión, estando de caza, Jing Ke dijo
casualmente que el hígado de caballo era muy sabroso. De inmediato,
el príncipe mató a su caballo e hizo cocinar el hígado para
él. Jing Ke, sumamente impresionado por todo esto, le dijo:
“El príncipe me trata con mucha preferencia. Estoy dispuesto
a hacer lo que me pida”.
Al saber que las tropas de Qin se hallaban en la
frontera sur de Yan, el príncipe Dan llamó a Jing Ke y le expuso
su plan de asesinar al soberano de Qin para salvar al reino
de Yan.
“He pensado mucho en esto”, dijo Jing Ke, quien añadió:
“El problema reside en que para poder acercarnos al rey de Qin
debemos primero ganarnos su confianza”. Entonces pidió al príncipe
dos cosas: la primera, un mapa de Dukan (en lo que hoy es el
centro de la provincia de Hebei, al suroeste de Beijing), la
región más fértil del reino de Yan, de la cual quería apoderarse
el soberano de Qin; y la segunda, la cabeza del general Fan
Yuqi, a quien el rey de Qin había decidido matar para castigar
su traición. “Si logro ofrecer estas dos cosas al rey de Qin,
de seguro que éste me recibirá personalmente y entonces tendré
la oportunidad de asesinarlo”, dijo Jing Ke.
Mientras el príncipe Dan preparaba un mapa de Dukan,
Jing Ke fue a casa de Fan Yuqi, a quien puso al corriente del
complot. Luego lo convenció de que entregara su cabeza como
contribución a la defensa del reino de Yan, puesto que con ello
facilitaría el asesinato del soberano de Qin. Fan Yuqi se mató
y Jing Ke tomó su cabeza. Luego, el príncipe Dan entregó a Jing
Ke un puñal envenenado y ordenó a Qin Wuyang, conocido por su
valentía, que lo acompañara.
Tras llegar al reino de Qin, no tardaron en ser recibidos
por el rey. Sin embargo, Qin Wuyang se asustó tanto que su rostro
empalideció y sus manos no podían dejar de temblar. Ello infundió
sospechas en el soberano, pero Jing Ke le explicó que su compañero
se sentía intimidado por la majestuosa presencia del rey.
Entonces, Jing Ke se acercó al rey llevando la caja
de madera en la que había puesto la cabeza de Fan Yuqi y un
mapa enrollado dentro del cual había escondido el puñal envenenado.
Apenas hubo desenrollado el mapa, apareció el puñal. El soberano
retrocedió, Jing Ke se abalanzó sobre él y mientras lo asía
por una manga lo apuntó con el puñal. Pero el rey dio media
vuelta y el arma sólo rasgó su manga.
Al rey no le quedó más remedio que parapetarse tras
una columna para intentar zafarse del incesante acoso de Jing
Ke. Como el soberano había ordenado que nadie entrase armado
al salón de audiencias, todos los presentes asistían al forcejeo
sin poder hacer nada. Por suerte, el médico privado del rey
arrojó su bolsa de medicinas contra Jing Ke, concediendo así
al rey un momento de respiro. Entonces, éste desenvainó su espada
e hirió en la pierna izquierda a Jing Ke, que cayó bañado en
un charco de sangre; desesperado, lanzó su puñal al rey, pero
falló. Los guardias entraron precipitadamente en el salón y
mataron a Jing Ke y Qin Wuyang, frustrando de este modo el complot.