La
polémica en torno a la restauración del Palacio Imperial
Por
YANG RUICHUN
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El
Muro de los Nueve Dragones se construyó con 270 ladrillos
esmaltados de diferentes colores. Los bloques de madera
se deben probablemente a una restauración negligente
de nuestros antepasados |
TAL vez haya sido El último emperador , la famosa película del director italiano
Bernardo Bertolucci, lo que con mayor fuerza ha empujado a numerosos espectadores occidentales de todo
el mundo a volar hasta Beijing para conocer la famosa Ciudad
Prohibida, un palacio majestuoso rodeado de misterio e impregnado
de colorido oriental.
De hecho, desde que se abrió al público, el Palacio
Imperial (que es como también se conoce a la Ciudad Prohibida)
ha sido el lugar más visitado por los turistas tanto chinos
como extranjeros. A lo largo de sus 500 años de historia, en
él han vivido y ejercido el poder 24 emperadores de las dinastías
Ming (1368-1644) y Qing (1644-1911). Hace 100 años, un estadounidense
lo describió con las siguientes palabras: “Estoy conmovido por
todo lo que he visto aquí: es de una belleza estremecedora”.
Este complejo palaciego, el mayor y más completo
de la arquitectura antigua mundial, recibe todos los días a
numerosos turistas chinos y extranjeros, cuyo número llegó el
año pasado a los ocho millones.
En los últimos diez días de marzo del 2002, dieron
por fin comienzo las obras de reparación y mantenimiento más
importantes de los últimos cien años, obras que venían gestándose
desde hacía mucho tiempo. El subdirector del Buró Estatal de
Protección de Reliquias Culturales declaró con plena confianza:
“Esperamos concluir las obras antes del 2008, para poder así
ofrecer a los visitantes de todo el mundo un magnífico complejo
arquitectónico antiguo, que no sea un simple montón de ruinas
ni algo totalmente nuevo”.
Dichas obras incluyen la construcción de un moderno
museo en el que se expondrán miles de objetos antiguos descubiertos
en el Palacio Imperial, iniciativa que ha suscitado un sinfín
de discusiones en torno a sus ventajas e inconvenientes.
Cinco
años de retraso
Ya en 1994 se había pensado establecer un museo en
los establos imperiales del Patio de Shangsi, cerca de la Puerta
Donghua, del que hoy en día sólo queda en pie un muro cortina.
En 1998, el Departamento de Administración del Palacio Imperial
encargó un proyecto al Instituto de Diseño y Prospectiva de
Beijing. En el informe final se decía: “El terreno es muy compacto
y, por lo tanto, puede soportar grandes cargas. Además, hasta
ahora no se ha descubierto ningún fenómeno geológico adverso.
Por lo tanto, el impacto en los cimientos de las construcciones
vecinas sería mínimo”.
El futuro museo subterráneo vendrá a resolver las
eternas contradicciones entre la preservación del palacio y
la exposición de objetos antiguos. El Palacio Imperial cuenta
con casi un millón de objetos de valor histórico, pero no reúne
las condiciones indispensables para mostrarlos al público. De
ahí que sólo se expongan menos del uno por ciento de ellos y
que el resto permanezca custodiado en almacenes subterráneos.
Al ser una construcción de madera, resulta muy difícil
instalar sistemas de alarma contra incendios y robos, así como
equipos para mantener una temperatura y una humedad constantes,
elementos todos ellos imprescindibles para garantizar la seguridad.
Las pinturas suelen exhibirse durante un máximo de
entre 20 días y un mes, a fin de protegerlas de la acción perjudicial
de los rayos ultravioletas. Mayores cuidados requiere aun la
conservación de la exquisita y frágil seda que, empleada en
la confección de mantas, colchas, cojines y en los bordados
de las cortinas, va decolorándose con el paso del tiempo.
Ante esta problemática, muchos expertos en la conservación
de antigüedades han sugerido que se construya un museo de nueva
planta, que, de estimarse necesario, podría ser subterráneo.
En el curso de un congreso internacional, el gran arquitecto
I. M. Pei, restaurador del Museo de Louvre, dijo lo siguiente a los conservadores del Palacio Imperial:
“Tarde o temprano tendrán que decantarse por esa opción”.
Sin embargo, lo más sorprendente es que el proyecto
se abandonó en 1998, con lo que su ejecución se ha retrasado
cinco años.
Museo
sí, museo no
Según los entendidos, el proyecto ha estado aparcado
tanto tiempo debido a la oposición de los arqueólogos y los
expertos en la protección de reliquias culturales. En efecto,
muchos de ellos creen que la construcción de un museo subterráneo
no sólo dañará la textura original del terreno, sino que es
muy probable que perjudique a los edificios antiguos.
“Gu Gong (Palacio Imperial) significa palacio viejo
e histórico. Si queremos que siga haciendo honor a este nombre,
su estructura original debe dejarse intacta”, dijo un veterano
especialista que prefirió permanecer en el anonimato.
Aunque lo que más preocupa a la hora de construir
el museo subterráneo es cómo preservar los cimientos originales,
dicho especialista sostiene que, estrictamente hablando, ello
será del todo imposible, tal como ha quedado de manifiesto en
la construcción de la pirámide de cristal que se levanta a la entrada
del Museo del Louvre.
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Muro cortina
en cuya restauración se ha respetado el estilo original |
A juicio de los expertos, las ruinas también deben
protegerse, puesto que también tienen valor histórico. Todo
proyecto que exija la realización de excavaciones puede provocar
daños irreparables. Wang Shiren, antiguo decano del Instituto
de Estudios de las Construcciones Antiguas de Beijing, aboga
por levantar un museo convencional de construcción ligera, para
que sea fácil de demoler si algún día surge la necesidad.
Es probable que tantas discusiones confundan a los
legos. El Patio Shangsi es un espacio grande no vinculado con
otras construcciones: entonces, ¿qué impacto podría tener la
realización de obras en este lugar? Wang Shiren y Fu Qingyuan,
ingeniero jefe de dicho instituto, nos dieron la respuesta.
La Ciudad Prohibida se construyó sobre una sola planta de tierra
apisonada y ladrillos gigantescos que ofrece un excelente soporte,
gracias a lo cual ninguno de sus salones principales se ha visto
afectado por los terremotos.
En su libro La Ciudad Prohibida ,
el famoso arqueólogo Li Xuewen describe la textura de los cimientos
del Palacio Imperial, llamada “los siete horizontales y los
ocho verticales”. Cuando Zhu Di, emperador de la dinastía Ming,
construyó la Ciudad Prohibida, mandó excavar profundos fosos
y revestirlos con ladrillos especiales para impedir las zapas
enemigas. Los fosos se cubrieron con ladrillos dispuestos en
siete filas horizontales y ocho filas verticales, y las brechas
se rellenaron con “cieno de nieve”, una masa elaborada con esencia
de arroz glutinoso y cal apagada, convirtiendo así el Palacio
Imperial en una fortaleza inexpugnable.
Un famoso arqueólogo ha desenterrado esta afortunada
metáfora: “La Ciudad Prohibida es toda ella una pieza de jade:
si se daña una parte, se daña el todo”.
Sin embargo, existen opiniones contrarias, como la
de Zhang Kegui, ingeniero y encargado del Departamento de Construcciones
Antiguas del Museo del Palacio Imperial. A su juicio, esa antigua
metáfora no es muy precisa y la construcción de un museo bajo
tierra presenta algunas ventajas, puesto que haría innecesaria
la decoración exterior y facilitaría el mantenimiento de una
temperatura y una humedad constantes. Si en el informe final
de 1998 se decía que el impacto de la construcción de un museo
subterráneo en los edificios próximos “sería mínimo”, hoy en
día los responsables del Palacio Imperial aseguran que será
nulo. A juzgar por el inicio de las obras de restauración, la
opinión triunfante ha sido la favorable a la construcción de
dicho museo.
Otra
cuestión polémica
Las obras de restauración y mantenimiento del Palacio
Imperial abren otros interrogantes: ¿Seguirá siendo aquella
antigua Ciudad Prohibida? ¿Conservará su estilo y sabor originales?
¿Desaparecerán las huellas históricas estampadas en cada uno
de sus ladrillos? Esta preocupación está plenamente justificada.
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Excepto
por el color, las barandas de mármol blanco recién
reparadas no se distinguen en nada de las originales
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Algunos turistas señalan al este del palacio y dicen:
“Estos edificios y rascacielos tan cercanos no casan con el
palacio”. La verdad es que no resulta sencillo armonizar la
protección de las reliquias culturales con la urbanización de
la capital.
Según los administradores del palacio, casi la mitad
de las áreas cerradas al público están ocupadas por entidades.
La Ley de Protección de las Reliquias Culturales de la RPC prohíbe
explícitamente “construir en el interior de las zonas de protección
de reliquias arquitectónicas, así como levantar en sus cercanías
edificios que amenacen su seguridad o cuya forma, altura o color
desentonen con su ambiente histórico”.
Desde la cima de la cercana colina de Jingshan, se
aprecia la perfecta simetría de la Ciudad Prohibida, cuyos pabellones
y salones se elevan imponentes y majestuosos, con tejas esmaltadas
que resplandecen bajo el sol. Este paisaje único añade una invisible
carga de responsabilidad sobre los hombros de los arqueólogos.
Otro problema es que, hoy por hoy, China carece de
expertos capaces de restaurar las pinturas, la carpintería y
la albañilería del palacio. Wang Zhongjie, especialista en pintura
multicolor, enfatiza también la necesidad de llevar a cabo un
detallado estudio histórico para garantizar la calidad de las
obras de restauración y mantenimiento. La anchura de las líneas
usadas al pintar los edificios varía de una a otra dinastía.
La pintura multicolor sellada en las antiguas construcciones
posee una vitalidad extraordinaria y constituye un fiel reflejo
de la cultura de su tiempo. Wang se opone a que los pabellones
se repinten con colores brillantes y recomienda extremar la
prudencia al tratar aquellos que nunca han sido restaurados.
“La construcción del museo devolverá a la Ciudad
Prohibida su fisonomía original. De este modo, además de admirar
sus majestuosas edificaciones, quienes lo visiten podrán hacerse
una idea de cómo las dinastías feudales ejercían su poder imperial
y de cómo vivían los emperadores, las emperatrices y los eunucos
en la Corte Exterior y la Corte Interior. El futuro museo no
será un simple depósito de piezas de valor histórico, sino también
un portador vivo de cultura.” Estas palabras de un funcionario
del Buró Estatal de Protección de Reliquias Culturales resultan
muy esperanzadoras.
La polémica no se ha zanjado. Más que las opiniones
encontradas y la pasión con la que se expresan, lo importante
es el hecho de que los chinos sean cada vez más conscientes
de la necesidad de preservar las abundantes reliquias culturales
del país.
Datos
1.
Sobre el Palacio Imperial
El Palacio Imperial, llamado así por haber sido residencia
de los emperadores de las dos últimas dinastías, la Ming y la
Qing, se halla en el centro de Beijing. Conocido también como
la Ciudad Prohibida, cuenta con 9.999 habitaciones distribuidas
a lo largo y ancho de 720.000 metros cuadrados, 170.203 de los
cuales corresponden a la superficie construida. Estas cifras
lo convierten en el conjunto palaciego más amplio y más completo
del mundo de los llegados hasta nuestros días.
Los pabellones y salones que lo componen están distribuidos
según una simetría perfecta, sin apartarse un ápice de los ritos
feudales que reflejaban el poder absoluto del emperador. A lo
largo de 491 años vivieron sucesivamente en él 24 emperadores,
14 de la dinastía Ming y 10 de la dinastía Qing. Su incomparable
valor histórico, científico y artístico fue reconocido en 1961
mediante su inclusión entre las Reliquias Culturales de Protección
Nacional de Primera Categoría y en 1987 con su incorporación
al Patrimonio Mundial de la UNESCO.
2.
La restauración de mayor envergadura
Las obras de restauración del Palacio Imperial iniciadas
en marzo del 2002 se dividen en seis grandes proyectos: la sustitución
del suelo de hormigón y asfalto por el piso original de arcilla;
la reparación de algunas construcciones, entre ellas el Salón
Wuying, el Salón Cining y el Jardín Cining; la protección y
restauración de elementos de la decoración interior, como cielos
rasos, ventanas biombo, pantallas, etc.; la limpieza especializada
de objetos de piedra y bronce situados al aire libre; la reconstrucción
de los sectores del muro derruidos; y la modernización de las
alarmas contra incendios, los sistemas de seguridad y otras
instalaciones, como el alcantarillado y el abastecimiento de
electricidad.