JUNIO 2002

 

 

 

 

 

 

 

 


Cuentos históricos de China

El disco de jade retorna a su país

DURANTE el Período de los Reinos Combatientes (475-221 a.C.), el poderoso reino occidental de Qin abusaba de su poder y trataba despóticamente a otros reinos. Cierto día, el soberano de Qin, al enterarse de que el reino de Zhao había adquirido un disco de jade de inapreciable valor, trató de apropiarse de él por medio de una estratagema. Así que en el año 283 a.C. envió un emisario al reino de Zhao para poner en práctica su plan: ofrecer 15 ciudades a cambio del disco de jade, con la intención de no cumplir el trato después de apoderarse del objeto. Al conocer el motivo del envío del emisario, el monarca del reino de Zhao se encontró en un dilema: si aceptaba el trato, sin duda alguna el rey de Qin no le entregaría las 15 ciudades; pero si lo rechazaba, seguramente sería víctima de las iras de dicho soberano. Entonces, un ministro de la corte le aconsejó encomendar esa difícil misión a Lin Xiangru.

De humilde condición, Lin Xiangru no era más que un amigo de la familia de un ministro del Estado. Sin embargo, era conocido por su talento y sabiduría. Lin, de quien el monarca de Zhao pronto comenzó a aceptar consejos, dijo: “Como el reino de Qin es poderoso y el nuestro pequeño, no obraríamos conforme a razón si rechazásemos su propuesta de cambiar nuestro disco de jade por 15 ciudades; en cambio, si le damos el disco de jade y no nos entrega las 15 ciudades, entonces será él quien no actuará de forma razonable. ¡No se preocupe, Su Majestad! ¡Déjeme ir a cumplir esta misión!”. Y el monarca de Zhao accedió a su petición.

Al llegar al reino de Qin, Lin Xiangru presentó ceremoniosamente el disco de jade al soberano. Éste, muy satisfecho, lo contempló una y otra vez haciéndolo luego circular entre funcionarios y damas de palacio para que lo vieran. Todos los presentes felicitaron a su soberano por haber obtenido el tesoro. Pero nadie se volvió a acordar de las 15 ciudades, dejando a Lin Xiangru en la estacada.

Después de analizar con calma la situación, Lin dijo al soberano de Qin: “Este disco de jade, a pesar de ser inmejorable, tiene una tara difícil de ver a menos que se mire con atención. ¡Permítame que se la muestre!”. Cuando el rey de Qin entregó a Lin el disco de jade, éste retrocedió unos pasos hasta llegar a una columna, se apoyó en ella y, dirigiendo una mirada furiosa al soberano de Qin, le dijo: “Creía que Su Majestad cumplía sus promesas; por eso vine a traerle el disco de jade. Pero en realidad, no es digno de confianza. Una vez tuvo el disco de jade en sus manos no volvió a acordarse de las 15 ciudades. ¿No es esto un engaño? Por eso, lo he recuperado con la estratagema de la tara. Si trata de obligarme a devolvérselo, lo estrellaré contra esta columna y luego me suicidaré”. Al oír esto, el soberano de Qin cambió de actitud, le pidió perdón y ordenó traer un mapa en el que comenzó a buscar ciudades acuciosamente.

Dándose cuenta de las intenciones del soberano de Qin, Lin ideó otra estratagema y le dijo: “Como el disco de jade es un tesoro único en el mundo, antes de dármelo para traérselo a Vuestra Majestad, nuestro monarca se purificó durante cinco días y celebró un solemne acto de despedida. Espero que Vuestra Majestad haga lo mismo para recibirlo”. El soberano de Qin accedió.

De regreso a su alojamiento, Lin ordenó a un soldado de su escolta que aprovechase la noche para llevar el disco de jade de regreso a la patria. Cinco días más tarde, el soberano de Qin llevó a cabo de buen grado la ceremonia para recibir el disco, pero Lin le dijo con severidad: “Ni usted ni sus veintitantos antecesores han cumplido sus promesas y siempre han mostrado una actitud despótica hacia el pueblo. Para evitar que el reino de Zhao cayese otra vez en la trampa, ordené que llevaran el disco de jade de vuelta allí. Si realmente desea trocarlo, debe enviarnos a un emisario que nos traiga un mapa en el que estén indicadas las 15 ciudades que nos dará a cambio. Nuestro monarca siempre cumple su palabra. Ahora bien, estoy dispuesto a recibir cualquier castigo que me imponga”. El soberano de Qin se encolerizó, pero pensó que si mataba a Lin Xiangru jamás podría conseguir el disco de jade y, además, las relaciones entre ambos reinos se estancarían. Por lo tanto, no tuvo más remedio que permitirle regresar indemne al reino de Zhao.

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