El Ecuador, tan
lejano y tan accesible
Por
CHEN XI
 |
El autor en casa de un amigo ecuatoriano |
ES mucha la gente
que desea alejarse de su lugar de nacimiento para viajar a un
tierra lejana y exótica en busca de algo diferente y de una
cultura nueva. Por casualidad, tuve la suerte de trabajar dos
años en el Ecuador, un país para mí remoto, separado de China
por un inmenso océano. Incluso ante de pisar este país me impresionaron
vivamente tanto sus pintorescos paisajes como la amabilidad
de sus habitantes.
En el aeropuerto
de Nueva York, oí hablar a tres ecuatorianos detrás de mí mientras hacía cola para facturar
mi equipaje con destino a Quito, capital del Ecuador. Cuando
me tocó el turno, me dispuse a llevar cuatro cajas pesadas que
contenían material para la oficina a la que iba a trabajar.
Al ver mis apuros, los tres ecuatorianos me ayudaron a llevar
una caja tras otra hasta el mostrador de la compañía aérea.
En la sala de espera los tres ecuatorianos, convertidos ya en mis anfitriones,
me pusieron al corriente de la situación general de su país
y me dijeron que en él habían muchos chinos que convivían amistosamente
con los ecuatorianos.
El avión sobrevoló el inmenso Océano Pacífico. Me pasé todo el vuelo mirando
por la ventana para ver el paisaje. Al entrar en territorio
ecuatoriano, un cuadro magnífico se dibujó ante mis ojos: desde
la distancia, la pradera se veía fina como una seda; los variados
cultivos teñían los fértiles campos aquí de amarillo, allí de
dorado y más allá de marrón; sobre las altas montañas cubiertas
de verde flotaban nubes que, iluminadas por la luz del sol poniente,
reflejaban brillantes colores comparables por su belleza a los
de las plumas del pavo real. ¡Qué vista tan espléndida! Quería
detener el tiempo y permanecer eternamente en ese mundo ideal.
Al llegar a Quito, lo que más me atrajo fue el verdor de las montañas que
rodean la ciudad, el frescor del aire y la amabilidad y sinceridad
de los quiteños.
Vivía cerca del parque central de la ciudad, lugar de descanso y recreo
de los quiteños. Atraídos por el verde césped y las buenas instalaciones
deportivas del parque, eran muchos los quiteños que durante
el fin de semana se daban cita en él para practicar su deporte
favorito. A mi parecer, las personas que practican algún deporte
están siempre de buen humor y saben cómo tratar a los extraños.
Entre ellos había estudiantes, empleados y obreros, todos ellos
abiertos y amables. Muchos hablaban inglés y tenían un nivel
cultural bastante alto. Lo que más me sorprendió fue comprobar
que muchos quiteños conocían China bastante bien, lo cual no
es frecuente en otros países también lejanos. Mientras paseaba
por en el parque recibía saludos y sonrisas de desconocidos,
de modo que en lugar de sentirme forastero, me sentía como uno
más de ellos.
Mi afición a las reliquias históricas me llevó repetidamente al casco antiguo
de Quito, no muy extenso, pero pletórico de elegancia clásica.
Se trata del casco antiguo mejor conservado que he visto. Azotados
por largos años de viento y lluvia, los ladrillos y las piedras
son mudos testigos del valor histórico de la ciudad. Al andar
por las calles apiñadas de construcciones de estilo colonial,
me sentía transportado a otra época.
Años después me informaron que el casco viejo de Quito había sido incluido
en el Patrimonio Mundial de la UNESCO. Estoy muy contento de
haber estado en esta ciudad y de haber conocido el precioso
legado para la humanidad que poseen los amables ecuatorianos.
 |
Paisaje muy frecuente en cualquier aldea montañosa |
Durante mi estancia en el Ecuador visité varias ciudades, entre ellas Ambato,
Ibarra, Cuenca y Esmeraldas, donde los numerosos emigrantes
chinos dedicados a la restauración, el turismo, el comercio
y la agricultura conviven armoniosamente con los ecuatorianos.
En este sentido, Quevedo, una ciudad mediana, me llamó poderosamente
la atención, puesto que la colonia de chinos es allí muy numerosa
y casi la mitad de sus habitantes tiene sangre china.
Cuando llegué a Quevedo me quedé asombrado al ver rostros que me resultaban
familiares, así como viviendas construidas al estilo de la provincia
china de Cantón. Tenía la sensación de hallarme no en una ciudad
latinoamericana, sino en una ciudad del sur de China. Según
me explicó un amigo, a principios del siglo XX muchos emigrantes
cantoneses decidieron establecerse en Quevedo atraídos por su
clima subtropical, similar al de su tierra natal. Gracias a
su laboriosidad e inteligencia, los emigrantes fueron bien aceptados
por los lugareños y terminaron por mezclarse con ellos. Los
emigrantes chinos, en su mayoría hombres, tendieron a casarse
con quevedeñas. Se comprende así que ahora en las calles de
esta ciudad se vean muchas caras con rasgos tanto chinos como
ecuatorianos, hecho que refleja la íntima fusión de las respectivas
etnias.
El Ecuador es un país renombrado por la producción y exportación de bananas.
China empieza a conocer este lejano país por dos cosas: la línea
ecuatorial que cruza todo su territorio y las marcas de banana
Pacífica y Favorita. En los últimos años la segunda de ellas
ha copado el mercado chino, desde Heilongjiang hasta Xinjiang
y desde Beijing a la isla de Hainan. La banana ecuatoriana,
grande, sabrosa y de buena calidad, satisface a todo tipo de
consumidores.
Me encanta comer bananas del Ecuador, ya que el sabor de esta fruta me
hace recordar mi estancia en este lindo y amistoso país.
El Ecuador ha quedado grabado en mi mente de forma indeleble. Quisiera
tener otra oportunidad de ir allá, no por motivos de trabajo,
sino por el simple placer de contemplar sus bellos paisajes,
visitar sus antiguas ciudades y, sobre todo, vivir entre los
hermanos ecuatorianos.