MAYO 2002

 

 

 

 

 

 

 

 


El Ecuador, tan lejano y tan accesible

Por CHEN XI

El autor en casa de un amigo ecuatoriano

ES mucha la gente que desea alejarse de su lugar de nacimiento para viajar a un tierra lejana y exótica en busca de algo diferente y de una cultura nueva. Por casualidad, tuve la suerte de trabajar dos años en el Ecuador, un país para mí remoto, separado de China por un inmenso océano. Incluso ante de pisar este país me impresionaron vivamente tanto sus pintorescos paisajes como la amabilidad de sus habitantes.

En el aeropuerto de Nueva York, oí hablar a tres ecuatorianos detrás de mí mientras hacía cola para facturar mi equipaje con destino a Quito, capital del Ecuador. Cuando me tocó el turno, me dispuse a llevar cuatro cajas pesadas que contenían material para la oficina a la que iba a trabajar. Al ver mis apuros, los tres ecuatorianos me ayudaron a llevar una caja tras otra hasta el mostrador de la compañía aérea. 

En la sala de espera los tres ecuatorianos, convertidos ya en mis anfitriones, me pusieron al corriente de la situación general de su país y me dijeron que en él habían muchos chinos que convivían amistosamente con los ecuatorianos. 

El avión sobrevoló el inmenso Océano Pacífico. Me pasé todo el vuelo mirando por la ventana para ver el paisaje. Al entrar en territorio ecuatoriano, un cuadro magnífico se dibujó ante mis ojos: desde la distancia, la pradera se veía fina como una seda; los variados cultivos teñían los fértiles campos aquí de amarillo, allí de dorado y más allá de marrón; sobre las altas montañas cubiertas de verde flotaban nubes que, iluminadas por la luz del sol poniente, reflejaban brillantes colores comparables por su belleza a los de las plumas del pavo real. ¡Qué vista tan espléndida! Quería detener el tiempo y permanecer eternamente en ese mundo ideal.

Al llegar a Quito, lo que más me atrajo fue el verdor de las montañas que rodean la ciudad, el frescor del aire y la amabilidad y sinceridad de los quiteños.

Vivía cerca del parque central de la ciudad, lugar de descanso y recreo de los quiteños. Atraídos por el verde césped y las buenas instalaciones deportivas del parque, eran muchos los quiteños que durante el fin de semana se daban cita en él para practicar su deporte favorito. A mi parecer, las personas que practican algún deporte están siempre de buen humor y saben cómo tratar a los extraños. Entre ellos había estudiantes, empleados y obreros, todos ellos abiertos y amables. Muchos hablaban inglés y tenían un nivel cultural bastante alto. Lo que más me sorprendió fue comprobar que muchos quiteños conocían China bastante bien, lo cual no es frecuente en otros países también lejanos. Mientras paseaba por en el parque recibía saludos y sonrisas de desconocidos, de modo que en lugar de sentirme forastero, me sentía como uno más de ellos.

Mi afición a las reliquias históricas me llevó repetidamente al casco antiguo de Quito, no muy extenso, pero pletórico de elegancia clásica. Se trata del casco antiguo mejor conservado que he visto. Azotados por largos años de viento y lluvia, los ladrillos y las piedras son mudos testigos del valor histórico de la ciudad. Al andar por las calles apiñadas de construcciones de estilo colonial, me sentía transportado a otra época.

Años después me informaron que el casco viejo de Quito había sido incluido en el Patrimonio Mundial de la UNESCO. Estoy muy contento de haber estado en esta ciudad y de haber conocido el precioso legado para la humanidad que poseen los amables ecuatorianos.

Paisaje muy frecuente en cualquier aldea montañosa

Durante mi estancia en el Ecuador visité varias ciudades, entre ellas Ambato, Ibarra, Cuenca y Esmeraldas, donde los numerosos emigrantes chinos dedicados a la restauración, el turismo, el comercio y la agricultura conviven armoniosamente con los ecuatorianos. En este sentido, Quevedo, una ciudad mediana, me llamó poderosamente la atención, puesto que la colonia de chinos es allí muy numerosa y casi la mitad de sus habitantes tiene sangre china.

Cuando llegué a Quevedo me quedé asombrado al ver rostros que me resultaban familiares, así como viviendas construidas al estilo de la provincia china de Cantón. Tenía la sensación de hallarme no en una ciudad latinoamericana, sino en una ciudad del sur de China. Según me explicó un amigo, a principios del siglo XX muchos emigrantes cantoneses decidieron establecerse en Quevedo atraídos por su clima subtropical, similar al de su tierra natal. Gracias a su laboriosidad e inteligencia, los emigrantes fueron bien aceptados por los lugareños y terminaron por mezclarse con ellos. Los emigrantes chinos, en su mayoría hombres, tendieron a casarse con quevedeñas. Se comprende así que ahora en las calles de esta ciudad se vean muchas caras con rasgos tanto chinos como ecuatorianos, hecho que refleja la íntima fusión de las respectivas etnias.

El Ecuador es un país renombrado por la producción y exportación de bananas. China empieza a conocer este lejano país por dos cosas: la línea ecuatorial que cruza todo su territorio y las marcas de banana Pacífica y Favorita. En los últimos años la segunda de ellas ha copado el mercado chino, desde Heilongjiang hasta Xinjiang y desde Beijing a la isla de Hainan. La banana ecuatoriana, grande, sabrosa y de buena calidad, satisface a todo tipo de consumidores.

Me encanta comer bananas del Ecuador, ya que el sabor de esta fruta me hace recordar mi estancia en este lindo y amistoso país.

El Ecuador ha quedado grabado en mi mente de forma indeleble. Quisiera tener otra oportunidad de ir allá, no por motivos de trabajo, sino por el simple placer de contemplar sus bellos paisajes, visitar sus antiguas ciudades y, sobre todo, vivir entre los hermanos ecuatorianos. 

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