ABRIL 2002

 

 

 

 

 

 

 

 


Visita al Viejo de El viejo y el mar

Por CHEN NAIZHU

El autor (izquierda) del artículo y sus acompañantes en casa de Gregorio Fuentes

CONSTERNADO por la desafortunada desaparición del anciano de 104 años de edad Gregorio Fuentes, inspirador de la novela de Ernest Hemingway El viejo y el mar, me siento profundamente apenado, ya que tuve oportunidad de reunirme con él durante mi permanencia en Cuba y tengo aún muy frescas en mi mente su imagen y su sonrisa.

Un día de primavera de hace 3 años, guiado por un amigo cubano, llegué a Cojímar, aldea pesquera que se encuentra a las afueras este de La Habana. Es una hermosa aldea adornada por miles de palmeras, cuyos habitantes viven en casas de una planta o edificios bajos levantados a lo largo de una cala del Mar Caribe, pintados de blanco o azul claro, colores muy típicos en las zonas tropicales. Las olas suaves golpean las rocas de la ribera y el aire sopla llevando un especial olor a pescado.

En el momento en que averiguamos el paradero de la casa del viejo, vimos en la calle a un anciano tranquilo y amable despidiendo a un grupo de turistas españoles delante de una casa blanca. Tuvimos el presentimiento de que ese era precisamente el hombre al que queríamos visitar. Cuando nos presentamos como admiradores chinos provenientes de la lejanía, el anciano se emocionó y su mirada se iluminó con un brillo que nacía de lo más profundo de sus ojos. Nos saludó con la proverbial hospitalidad cubana y nos dijo con su clara voz: “Bienvenidos”. Sus familiares nos dijeron que el anciano gozaba de buena salud y tenía la mente lúcida. El viejo atendía casi todos los días a los visitantes, a veces a 4 o 5 grupos, e incluso a 10, grupos que en su mayor parte llegaban sin previos aviso.

El anciano, que medía más de 1.90 metros, nos tendió su gran mano y apretó fuertemente las nuestras, lo cual nos sorprendió mucho, ya que nos parecía imposible que una persona de 101 años se mantuviera tan saludable.

El anciano vivía en una casa muy humilde, en cuyo salón, muy limpio, había muebles sencillos. En la pared había colgada una gran foto del novelista Hemingway y él. El resto estaba decorado con óleos.

Durante nuestra conversación, el anciano nos contó su estrecha e inolvidable amistad con Hemingway. Gregorio Fuentes nació en el puerto de Arrecife (Islas Canarias, España) el 11 de julio de 1897. Junto con sus padres emigró a Cuba cuando tenía 6 años. Su familia vivía a orillas del mar y se mantenía como todas las familias de pescadores de aquella época. Hace más de 60 años Gregorio Fuentes conoció a Ernest Hemingway en Cayo Tortuga, donde el novelista estadounidense pescaba y él buscaba su fortuna. A partir de aquel momento su vida cambió totalmente, puesto que se convirtió en capitán del Pilar, el yate del novelista. Además de pilotar la embarcación, Gregorio Fuentes preparaba a su amigo comida y cócteles, y fue precisamente en el yate Pilar donde inventó la famosa bebida que posteriormente se conocería con el nombre de “Hemingway”.

El viejo acompañó al novelista en sus viajes por África y durante la segunda guerra mundial persiguió a un submarino alemán. Al narrar estas historias prodigiosas y legendarias, el anciano se mostraba muy tranquilo, como si contara algo ajeno. En realidad, había  pasado su vida entre grandes tempestades y oleajes, de los que siempre había salido milagrosamente indemne. Inspirado por la abnegada y persistente lucha con la naturaleza, el escritor galardonado con el Premio Nobel creó una gran novela: El viejo y el mar.

Esta novela cuenta la enconada y heroica lucha de un pescador con el mar para lograr la anhelada captura de un pez. El libro lo describe así: “El viejo era delgado y macilento, con profundas arrugas en la parte trasera del cuello. Las manchas corrían a lo largo de los lados de su cara y sus manos tenían profundas cicatrices de manejar pesados peces en las líneas, pero ninguna de estas cicatrices era nueva. Eran tan viejas como erosiones en un desierto sin peces. Todo sobre él era viejo, excepto sus ojos, que eran del mismo color del mar, alegres e inderrotables”. ¿Acaso no era ésa la descripción precisa de nuestro anfitrión, un anciano que había pasado toda su vida en el mar?

Al contemplar al anciano que tenía enfrente comprendí con mayor profundidad lo que el famoso novelista quiso decirnos en su obra maestra: el ser humano es invencible; se le puede destruir, pero nunca vencer. Sentado ante aquel anciano centenario mi admiración se reavivó.

La vida de Gregorio estuvo estrechamente ligada a la de Hemingway, quien lo consideraba un ayudante de toda confianza; el anciano, por su parte, mostraba un gran respeto por el novelista, al que llamaba “Papá”. Hemingway y Gregorio Fuentes compartieron más de 20 años de sus vidas. En 1959 el novelista abandonó Cuba con rumbo EE.UU. Antes de partir regaló el yate Pilar al anciano, quien lo donó al museo en el que había convertido la vieja casa donde Hemingway vivió largos años. Gregorio Fuentes nos contó que tras la muerte del novelista dejó de salir al mar a pescar. Todo ello pone de manifiesto las magníficas relaciones que existían entre ambos amigos.

En el momento de despedirnos, el anciano nos reiteró su bienvenida y añadió que le gustaría conocer a más amigos chinos, puesto entre quienes lo visitaban había pocos de esta nacionalidad. Un poco emocionado, el anciano nos estrechó de nuevo la mano con gran fuerza y mayor pasión.

América, la sobrina del viejo, nos contó que el anciano tenía 4 hijos, 7 nietos y 6 bisnietos, y que conservaba la costumbre de fumar 6 habanos al día. Dijo también que era un anciano cuyo carácter gustaba a todos los habitantes de la  aldea. Cuando cumplió 100 años fue felicitado por el Presidente Fidel Castro. Además era muy optimista. Cuando le preguntaban si tenía miedo a la muerte, contestaba sonriendo que no tenía miedo a nada y que esperaba “la muerte igual que todo el mundo a esa edad”.   

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