Por
CHEN NAIZHU
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El autor
(izquierda) del artículo y sus acompañantes en casa de Gregorio
Fuentes |
CONSTERNADO por la desafortunada desaparición del anciano de 104 años de
edad Gregorio Fuentes, inspirador de la novela de Ernest Hemingway
El viejo y el mar, me siento profundamente apenado, ya
que tuve oportunidad de reunirme con él durante mi permanencia
en Cuba y tengo aún muy frescas en mi mente su imagen y su sonrisa.
Un día de primavera de hace 3 años, guiado por un amigo cubano, llegué
a Cojímar, aldea pesquera que se encuentra a las afueras este
de La Habana. Es una hermosa aldea adornada por miles de palmeras,
cuyos habitantes viven en casas de una planta o edificios bajos
levantados a lo largo de una cala del Mar Caribe, pintados de
blanco o azul claro, colores muy típicos en las zonas tropicales.
Las olas suaves golpean las rocas de la ribera y el aire sopla
llevando un especial olor a pescado.
En el momento en que averiguamos el paradero de la casa del viejo, vimos
en la calle a un anciano tranquilo y amable despidiendo a un
grupo de turistas españoles delante de una casa blanca. Tuvimos
el presentimiento de que ese era precisamente el hombre al que
queríamos visitar. Cuando nos presentamos como admiradores chinos
provenientes de la lejanía, el anciano se emocionó y su mirada
se iluminó con un brillo que nacía de lo más profundo de sus
ojos. Nos saludó con la proverbial hospitalidad cubana y nos
dijo con su clara voz: “Bienvenidos”. Sus familiares nos dijeron
que el anciano gozaba de buena salud y tenía la mente lúcida.
El viejo atendía casi todos los días a los visitantes, a veces
a 4 o 5 grupos, e incluso a 10, grupos que en su mayor parte
llegaban sin previos aviso.
El anciano, que medía más de 1.90 metros, nos tendió su gran mano y apretó
fuertemente las nuestras, lo cual nos sorprendió mucho, ya que
nos parecía imposible que una persona de 101 años se mantuviera
tan saludable.
El anciano vivía en una casa muy humilde, en cuyo salón, muy limpio, había
muebles sencillos. En la pared había colgada una gran foto del
novelista Hemingway y él. El resto estaba decorado con óleos.
Durante nuestra conversación, el anciano nos contó su estrecha e inolvidable
amistad con Hemingway. Gregorio Fuentes nació en el puerto de
Arrecife (Islas Canarias, España) el 11 de julio de 1897. Junto
con sus padres emigró a Cuba cuando tenía 6 años. Su familia
vivía a orillas del mar y se mantenía como todas las familias
de pescadores de aquella época. Hace más de 60 años Gregorio
Fuentes conoció a Ernest Hemingway en Cayo Tortuga, donde el
novelista estadounidense pescaba y él buscaba su fortuna. A
partir de aquel momento su vida cambió totalmente, puesto que
se convirtió en capitán del Pilar, el yate del novelista. Además
de pilotar la embarcación, Gregorio Fuentes preparaba a su amigo
comida y cócteles, y fue precisamente en el yate Pilar donde
inventó la famosa bebida que posteriormente se conocería con
el nombre de “Hemingway”.
El viejo acompañó al novelista en sus viajes por África y durante la segunda
guerra mundial persiguió a un submarino alemán. Al narrar estas
historias prodigiosas y legendarias, el anciano se mostraba
muy tranquilo, como si contara algo ajeno. En realidad, había
pasado su vida entre grandes tempestades y oleajes, de
los que siempre había salido milagrosamente indemne. Inspirado
por la abnegada y persistente lucha con la naturaleza, el escritor
galardonado con el Premio Nobel creó una gran novela: El
viejo y el mar.
Esta novela cuenta la enconada y heroica lucha de un pescador con el mar
para lograr la anhelada captura de un pez. El libro lo describe
así: “El viejo era delgado y macilento, con profundas arrugas
en la parte trasera del cuello. Las manchas corrían a lo largo
de los lados de su cara y sus manos tenían profundas cicatrices
de manejar pesados peces en las líneas, pero ninguna de estas
cicatrices era nueva. Eran tan viejas como erosiones en un desierto
sin peces. Todo sobre él era viejo, excepto sus ojos, que eran
del mismo color del mar, alegres e inderrotables”. ¿Acaso no
era ésa la descripción precisa de nuestro anfitrión, un anciano
que había pasado toda su vida en el mar?
Al contemplar al anciano que tenía enfrente comprendí con mayor profundidad
lo que el famoso novelista quiso decirnos en su obra maestra:
el ser humano es invencible; se le puede destruir, pero nunca
vencer. Sentado ante aquel anciano centenario mi admiración
se reavivó.
La vida de
Gregorio estuvo estrechamente ligada a la de Hemingway, quien
lo consideraba un ayudante de toda confianza; el anciano, por
su parte, mostraba un gran respeto por el novelista, al que
llamaba “Papá”. Hemingway y Gregorio Fuentes compartieron más
de 20 años de sus vidas. En 1959 el novelista abandonó Cuba
con rumbo EE.UU. Antes de partir regaló el yate Pilar al anciano,
quien lo donó al museo en el que había convertido la vieja casa
donde Hemingway vivió largos años. Gregorio Fuentes nos contó
que tras la muerte del novelista dejó de salir al mar a pescar.
Todo ello pone de manifiesto las magníficas relaciones que existían
entre ambos amigos.
En el momento de despedirnos, el anciano nos reiteró su bienvenida y añadió
que le gustaría conocer a más amigos chinos, puesto entre quienes
lo visitaban había pocos de esta nacionalidad. Un poco emocionado,
el anciano nos estrechó de nuevo la mano con gran fuerza y mayor
pasión.
América, la sobrina del viejo, nos contó que el anciano tenía
4 hijos, 7 nietos y 6 bisnietos, y que conservaba la costumbre
de fumar 6 habanos al día. Dijo también que era un anciano cuyo
carácter gustaba a todos los habitantes de la
aldea. Cuando cumplió 100 años fue felicitado por el
Presidente Fidel Castro. Además era muy optimista. Cuando le
preguntaban si tenía miedo a la muerte, contestaba sonriendo
que no tenía miedo a nada y que esperaba “la muerte igual que
todo el mundo a esa edad”.