MARZO 2002

 

 

 

 

 

 

 

 


Mis sueños olímpicos (I)

 

Por Tang Mingxin

 

En la larga trayectoria de la vida humana siempre hay momentos inolvidables. Sin embargo, cuando se trata de sueños acariciados largo tiempo, y no sólo individuales, sino vinculados con la aspiración secular de un pueblo, el impacto sentimental ante la materialización de ese ferviente anhelo es obviamente inexpresable. Este es el caso de mis sueños olímpicos.

Nunca olvidaré la noche del 13 de julio de 2001, que pasé junto con los demás integrantes del grupo de retaguardia del Comité para la Candidatura de Beijing a la Organización de la Olimpiada del 2008 (CCBOO). Cuando por fin llegó el momento en el que Juan Antonio Samaranch, Presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), anunció que Beijing había sido elegida sede los XXIX Juegos Olímpicos, no pude sino dar rienda suelta a mi emoción y saltar de alegría abrazando al mismo tiempo a mis compañeros de trabajo del sitio web del CCBOO. Una reportera de la Televisión de Beijing me preguntó: "Como diplomático que ha trabajado durante años en el Servicio Exterior, ¿podría decirnos qué siente en este momento?". Sin ningún titubeo respondí que la eleccion de Beijing era una gran victoria tanto de la diplomacia deportiva china como de la nación china, y que me sentía muy orgulloso de mi condición de cuidadano chino. Ella, sin soltar el micrófono, insistió: "Podría ser algo más concreto?". "¡Claro que sí!", exclamé. Y añadí: "Durante una serie de lúgubres años, el pueblo chino, al que se describía como 'un montón de arena suelta', fue tildado de 'enfermo de Asia'; los chinos, y los perros, tenían 'prohibido entrar' en los parques públicos de su propia tierra; en esos años de triste recuerdo, ¿qué importancia tenían China y el pueblo chino a los ojos de los extranjeros? ¿Y qué decir de la posibilidad de albergar unos Juegos Olímpicos? China ni siquiera podía enviar delegaciones a participar en este magno evento olímpico, sueño éste que nuestro pueblo acarició largo tiempo sin verlo nunca convertido en realidad. ¿Acaso no es cierto que los derechos diplomáticos de un país débil apenas cuentan?. Pero ahora acabamos de asistir al triunfo de la candidatura de Beijing. Ello se debe a que se dan las siguientes circunstancias: China se ha puesto en pie y avanza con la cabeza bien alta junto con las demás naciones; su poderío crece día a día; sus éxitos y su posición han sido reconocidos unánimemente y se ha granjeado la confianza del mundo entero. De ahí nace naturalmente este esplendor".

Mientras decía todo esto, note que las lágrimas brotaban de mis ojos. Es verdad que "los hombres no lloran fácilmente". No obstante, en el momento en que nuestro ferviente y prolongado sueño de organizar unos Juegos Olímpicos se hizo finalmente realidad, mis sentimientos se manifestaron con el mismo ímpetu que si cayeran del cielo y las escenas del pasado fueron desfilando una tras otra ante mis ojos.


Subir al barco de la diplomacia deportiva - el anhelo nebuloso

Mi vinculación con los intercambios internacionales de los círculos deportivos de China y con los eventos deportivos internacionales se iniciaron en la década de los 60. Mi condición de intérprete de español me proporcionó bastantes oportunidades tanto de acompañar a las delegaciones deportivas chinas en sus visitas a países extranjeros, como de atender a los grupos deportivos foráneos que venían a China para participar en competiciones internacionales de gran envergadura. La provechosa experiencia profesional así acumulada contribuyó a ampliar mi visión de la función del deporte y, más adelante, me llevó precisamente a tejer mis insistentes sueños olímpicos.

A propósito de experiencias, la que viví con ocasión del Torneo-Invitación Tricontinental de Tenis de Mesa Asia-África-América Latina, disputado en Beijing en septiembre de 1973, merece una mención especial. En dicho torneo participaron 86 países y regiones, cifra que en aquel entonces lo convertía en un acontecimiento de una magnitud excepcional. La organización y la recepción fueron todo un éxito. Aprovechamos esa oportunidad espléndida para establecer vínculos con los países que aún no tenían relaciones diplomáticas con el nuestro. El torneo fue muy elogiado por los países de los citados continentes. En lo que a mí concierne, comprobé personalmente la importante contribución de los eventos deportivos internacionales a la elevación del prestigio internacional y a potenciación de la voluntad cohesiva de las masas populares del país anfitrión, así como a la consolidación del entendimiento y el acercamiento de los pueblos de diversos países. El deporte constituye un medio para reflejar el espíritu de una nación a través de los atletas, mientras que la diplomacia deportiva constituye un vehículo imprescindible para llevar un país al mundo exterior. Por aquel entonces, el Primer Ministro Zhou Enlai señaló en cierta ocasión que algún día nos propondíamos organizar también competiciones deportivas de nivel mundial. Las palabras sonoras y enérgicas de ese gran hombre no sólo expresaban la voluntad de un país emergente, sino que se hacían eco de las aspiraciones de su pueblo. Para mí, era uno de tantos objetivos fijados por aquel líder de la vieja generación.

Conocer a Samaranch: preámbulo de los sueños olímpicos

Parece que tuve buena suerte, porque mis sueños olímpicos nacieron hace casi 24 años, es decir, cuando Samaranch, entonces Vicepresidente Primero del COI, visitó nuestro país por primera vez. Para hacer de intérprete de Samaranch, que llegó a Beijing el 21 de abril de 1978, fui trasladado temporalmente a la Comisión Nacional de Cultura Física y Deportes de China. En la primera reunión de trabajo, Samaranc fue, como suele decirse, al grano, y dijo que su visita estaba destinada a cumplir una misión importante; por lo tanto, sugirió que su visita se centrase en extensas reuniones de trabajo, dejando a un lado las excursiones turísticas. Asimismo, propuso que, si no se disponía de tiempo suficiente, su esposa cumpliese el programa turístico en su nombre. Esta forma directa de desempeñar su cometido me causó un fuerte impacto y fue la primera muestra del "fanatismo por el trabajo" que ha hecho mundialmente famoso a Samaranch. Durante las reuniones de trabajo, Samaranch manifestó en términos inequívocos que el COI no podía perder de vista a los ochocientos millones de personas que formaban el pueblo chino y que sería injusto no dar una solución definitiva a la cuestión del asiento de China en el COI. Prosiguió diciendo que estaba dispuesto a esforzarse al máximo por rectificar semejante situación. Resultaba evidente que Samaranch mantenía una actitud amistosa hacia China y que sus palabras salían realmente de su corazón.

Después de varios días de reuniones y contactos llegué a la conclusión de que Samaranch no era solamente un activista internacional del Movimiento Olímpico, sino también un estadista dotado de una visión de largo alcance y de gran perspicacia política con respecto a los asuntos mundiales y el correr de los tiempos. Como es natural, ello hizo surgir en mí una gran admiración y una alta estima. En mi caso particular, el hecho de ser intérprete de Samaranch me brindó una excelente oportunidad para pedirle información y aclaraciones acerca del Movimiento Olímpico, los Juegos Olímpicos, las funciones del COI y muchos tantos temas que me interesaban. Lo cierto es que recogí una abundante cosecha. El espíritu olímpico, condensado en su lema "más rápido, más alto, más fuerte", me conmovió profundamente y, como es lógico, hizo brotar en mí la convicción de que el Movimiento Olímpico y China se necesitaban mutuamente.

El día 23 de abril el Samaranch aceptó nuestra invitación de recorrer un tramo de la Gran Muralla. Al llegar al Paso de Badaling, expliqué a Samaranch y a sus acompañantes que la Gran Muralla, parecido a un gigantesco dragón ondulante y zigzagueante, constituía un símbolo de la sabiduría y el ímpetu de la nación china, y cité la famosa frase de un poema del Presidente Mao Zedong: "no sería hombre verdadero el que no hubiera subido a la Gran Muralla". Al escucharlo, Samaranch asintió repetidamente con la cabeza y se deshizo en elogios ante esta maravillosa obra humana. Finalmente, Samaranch, al parecer perdido en sus pensamientos, dijo que si algún día los atletas chinos volvían a la gran familia olímpica con el mismo ímpetu que el demostrado por sus antepasados, el panorama deportivo mundial no podría ser más brillante. Y tenía toda la razón. En efecto, la reincorporación al COI y el subsiguiente lucimiento de la capacidad y el elegante porte de una gran nación en los Juegos Olímpicos tendría como importante resultado la victoria de la diplomacia deportiva de nuesto país. Como miembro del contingente diplomático chino, yo abrigaba el ferviente deseo de que ese día llegase cuanto antes. Y hoy, cuando somos testigos de los meritorios logros alcanzados por los atletas chinos al conquistar numerosas medallas de oro y de plata, y al batir récords olímpicos una y otra vez; cuando la bandera nacional china de cinco estrellas es izada lentamente al son del solemne himno nacional en la ceremonia de entrega de trofeos; y cuando evocamos lo que hace 24 años predijo Samaranch desde una torre de la Gran Muralla; ¡Qué menos que dar rienda suelta a nuestras muestras de júbilo.

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