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               Mis sueños olímpicos 
                (I)  
                
              Por Tang Mingxin 
                
               En la larga trayectoria de la vida humana 
                siempre hay momentos inolvidables. Sin embargo, cuando se trata 
                de sueños acariciados largo tiempo, y no sólo individuales, 
                sino vinculados con la aspiración secular de un pueblo, 
                el impacto sentimental ante la materialización de ese ferviente 
                anhelo es obviamente inexpresable. Este es el caso de mis sueños 
                olímpicos. 
                Nunca 
                olvidaré la noche del 13 de julio de 2001, que pasé 
                junto con los demás integrantes del grupo de retaguardia 
                del Comité para la Candidatura de Beijing a la Organización 
                de la Olimpiada del 2008 (CCBOO). Cuando por fin llegó 
                el momento en el que Juan Antonio Samaranch, Presidente del Comité 
                Olímpico Internacional (COI), anunció que Beijing 
                había sido elegida sede los XXIX Juegos Olímpicos, 
                no pude sino dar rienda suelta a mi emoción y saltar de 
                alegría abrazando al mismo tiempo a mis compañeros 
                de trabajo del sitio web del CCBOO. Una reportera de la Televisión 
                de Beijing me preguntó: "Como diplomático que 
                ha trabajado durante años en el Servicio Exterior, ¿podría 
                decirnos qué siente en este momento?". Sin ningún 
                titubeo respondí que la eleccion de Beijing era una gran 
                victoria tanto de la diplomacia deportiva china como de la nación 
                china, y que me sentía muy orgulloso de mi condición 
                de cuidadano chino. Ella, sin soltar el micrófono, insistió: 
                "Podría ser algo más concreto?". "¡Claro 
                que sí!", exclamé. Y añadí: "Durante 
                una serie de lúgubres años, el pueblo chino, al 
                que se describía como 'un montón de arena suelta', 
                fue tildado de 'enfermo de Asia'; los chinos, y los perros, tenían 
                'prohibido entrar' en los parques públicos de su propia 
                tierra; en esos años de triste recuerdo, ¿qué 
                importancia tenían China y el pueblo chino a los ojos de 
                los extranjeros? ¿Y qué decir de la posibilidad 
                de albergar unos Juegos Olímpicos? China ni siquiera podía 
                enviar delegaciones a participar en este magno evento olímpico, 
                sueño éste que nuestro pueblo acarició largo 
                tiempo sin verlo nunca convertido en realidad. ¿Acaso no 
                es cierto que los derechos diplomáticos de un país 
                débil apenas cuentan?. Pero ahora acabamos de asistir al 
                triunfo de la candidatura de Beijing. Ello se debe a que se dan 
                las siguientes circunstancias: China se ha puesto en pie y avanza 
                con la cabeza bien alta junto con las demás naciones; su 
                poderío crece día a día; sus éxitos 
                y su posición han sido reconocidos unánimemente 
                y se ha granjeado la confianza del mundo entero. De ahí 
                nace naturalmente este esplendor". 
               Mientras decía 
                todo esto, note que las lágrimas brotaban de mis ojos. 
                Es verdad que "los hombres no lloran fácilmente". 
                No obstante, en el momento en que nuestro ferviente y prolongado 
                sueño de organizar unos Juegos Olímpicos se hizo 
                finalmente realidad, mis sentimientos se manifestaron con el mismo 
                ímpetu que si cayeran del cielo y las escenas del pasado 
                fueron desfilando una tras otra ante mis ojos. 
               
                Subir al barco de la diplomacia deportiva - el anhelo nebuloso 
               Mi vinculación 
                con los intercambios internacionales de los círculos deportivos 
                de China y con los eventos deportivos internacionales se iniciaron 
                en la década de los 60. Mi condición de intérprete 
                de español me proporcionó bastantes oportunidades 
                tanto de acompañar a las delegaciones deportivas chinas 
                en sus visitas a países extranjeros, como de atender a 
                los grupos deportivos foráneos que venían a China 
                para participar en competiciones internacionales de gran envergadura. 
                La provechosa experiencia profesional así acumulada contribuyó 
                a ampliar mi visión de la función del deporte y, 
                más adelante, me llevó precisamente a tejer mis 
                insistentes sueños olímpicos. 
              A propósito de 
                experiencias, la que viví con ocasión del Torneo-Invitación 
                Tricontinental de Tenis de Mesa Asia-África-América 
                Latina, disputado en Beijing en septiembre de 1973, merece una 
                mención especial. En dicho torneo participaron 86 países 
                y regiones, cifra que en aquel entonces lo convertía en 
                un acontecimiento de una magnitud excepcional. La organización 
                y la recepción fueron todo un éxito. Aprovechamos 
                esa oportunidad espléndida para establecer vínculos 
                con los países que aún no tenían relaciones 
                diplomáticas con el nuestro. El torneo fue muy elogiado 
                por los países de los citados continentes. En lo que a 
                mí concierne, comprobé personalmente la importante 
                contribución de los eventos deportivos internacionales 
                a la elevación del prestigio internacional y a potenciación 
                de la voluntad cohesiva de las masas populares del país 
                anfitrión, así como a la consolidación del 
                entendimiento y el acercamiento de los pueblos de diversos países. 
                El deporte constituye un medio para reflejar el espíritu 
                de una nación a través de los atletas, mientras 
                que la diplomacia deportiva constituye un vehículo imprescindible 
                para llevar un país al mundo exterior. Por aquel entonces, 
                el Primer Ministro Zhou Enlai señaló en cierta ocasión 
                que algún día nos propondíamos organizar 
                también competiciones deportivas de nivel mundial. Las 
                palabras sonoras y enérgicas de ese gran hombre no sólo 
                expresaban la voluntad de un país emergente, sino que se 
                hacían eco de las aspiraciones de su pueblo. Para mí, 
                era uno de tantos objetivos fijados por aquel líder de 
                la vieja generación. 
              Conocer a Samaranch: 
                preámbulo de los sueños olímpicos 
              Parece que tuve buena 
                suerte, porque mis sueños olímpicos nacieron hace 
                casi 24 años, es decir, cuando Samaranch, entonces Vicepresidente 
                Primero del COI, visitó nuestro país por primera 
                vez. Para hacer de intérprete de Samaranch, que llegó 
                a Beijing el 21 de abril de 1978, fui trasladado temporalmente 
                a la Comisión Nacional de Cultura Física y Deportes 
                de China. En la primera reunión de trabajo, Samaranc fue, 
                como suele decirse, al grano, y dijo que su visita estaba destinada 
                a cumplir una misión importante; por lo tanto, sugirió 
                que su visita se centrase en extensas reuniones de trabajo, dejando 
                a un lado las excursiones turísticas. Asimismo, propuso 
                que, si no se disponía de tiempo suficiente, su esposa 
                cumpliese el programa turístico en su nombre. Esta forma 
                directa de desempeñar su cometido me causó un fuerte 
                impacto y fue la primera muestra del "fanatismo por el trabajo" 
                que ha hecho mundialmente famoso a Samaranch. Durante las reuniones 
                de trabajo, Samaranch manifestó en términos inequívocos 
                que el COI no podía perder de vista a los ochocientos millones 
                de personas que formaban el pueblo chino y que sería injusto 
                no dar una solución definitiva a la cuestión del 
                asiento de China en el COI. Prosiguió diciendo que estaba 
                dispuesto a esforzarse al máximo por rectificar semejante 
                situación. Resultaba evidente que Samaranch mantenía 
                una actitud amistosa hacia China y que sus palabras salían 
                realmente de su corazón. 
               Después de varios 
                días de reuniones y contactos llegué a la conclusión 
                de que Samaranch no era solamente un activista internacional del 
                Movimiento Olímpico, sino también un estadista dotado 
                de una visión de largo alcance y de gran perspicacia política 
                con respecto a los asuntos mundiales y el correr de los tiempos. 
                Como es natural, ello hizo surgir en mí una gran admiración 
                y una alta estima. En mi caso particular, el hecho de ser intérprete 
                de Samaranch me brindó una excelente oportunidad para pedirle 
                información y aclaraciones acerca del Movimiento Olímpico, 
                los Juegos Olímpicos, las funciones del COI y muchos tantos 
                temas que me interesaban. Lo cierto es que recogí una abundante 
                cosecha. El espíritu olímpico, condensado en su 
                lema "más rápido, más alto, más 
                fuerte", me conmovió profundamente y, como es lógico, 
                hizo brotar en mí la convicción de que el Movimiento 
                Olímpico y China se necesitaban mutuamente. 
              El día 23 de abril el Samaranch 
                aceptó nuestra invitación de recorrer un tramo de 
                la Gran Muralla. Al llegar al Paso de Badaling, expliqué 
                a Samaranch y a sus acompañantes que la Gran Muralla, parecido 
                a un gigantesco dragón ondulante y zigzagueante, constituía 
                un símbolo de la sabiduría y el ímpetu de 
                la nación china, y cité la famosa frase de un poema 
                del Presidente Mao Zedong: "no sería hombre verdadero 
                el que no hubiera subido a la Gran Muralla". Al escucharlo, 
                Samaranch asintió repetidamente con la cabeza y se deshizo 
                en elogios ante esta maravillosa obra humana. Finalmente, Samaranch, 
                al parecer perdido en sus pensamientos, dijo que si algún 
                día los atletas chinos volvían a la gran familia 
                olímpica con el mismo ímpetu que el demostrado por 
                sus antepasados, el panorama deportivo mundial no podría 
                ser más brillante. Y tenía toda la razón. 
                En efecto, la reincorporación al COI y el subsiguiente 
                lucimiento de la capacidad y el elegante porte de una gran nación 
                en los Juegos Olímpicos tendría como importante 
                resultado la victoria de la diplomacia deportiva de nuesto país. 
                Como miembro del contingente diplomático chino, yo abrigaba 
                el ferviente deseo de que ese día llegase cuanto antes. 
                Y hoy, cuando somos testigos de los meritorios logros alcanzados 
                por los atletas chinos al conquistar numerosas medallas de oro 
                y de plata, y al batir récords olímpicos una y otra 
                vez; cuando la bandera nacional china de cinco estrellas es izada 
                lentamente al son del solemne himno nacional en la ceremonia de 
                entrega de trofeos; y cuando evocamos lo que hace 24 años 
                predijo Samaranch desde una torre de la Gran Muralla; ¡Qué 
                menos que dar rienda suelta a nuestras muestras de júbilo. 
                  
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