Las nuevas mujeres tibetanas
Por XIE YE
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Suolang Quzong, policía de tráfico
de Lhasa |
AL pasear por las calles de Lhasa, lo que más
me llama la atención no son las ancianas que hacen girar
sin cesar sus molinillos de oraciones, ni los kangba, audaces
tibetanos comerciantes que llevan en la cabeza gruesas trenzas
atadas con cinta roja, sino las mujeres policía que dirigen
el tráfico. Que yo sepa, no es frecuente ver a agentes
de tráfico femeninas en las demás provincias chinas,
por lo que mi sorpresa es aun mayor al ver que en una ciudad de
una región tan aislada como es la meseta del Tíbet
haya tantas policías de tráfico.
Suolang Quzong, de 23 años de edad, es una de las 12 policías
de tráfico de la región autónoma del Tíbet.
Suolang me dijo que la expresión que más utiliza
es "por favor": "Muéstreme su carnet de
conducir, por favor"; "Deténgase, por favor;
ha sobrepasado el límite de velocidad"; etcétera.
Su tez, entre roja y morena, es la típica de los habitantes
de la meseta. La belleza de Suolang difiere de la hermosura de
las muchachas de las ciudades del este de China, que se caracterizan
por la blancura de su cutis y su buena presencia. Sin embargo,
lo que más me impresionó de esta joven tibetana
fue el brillo de sus ojos, su agilidad y vigor, así como
el uniforme azul y la gorra blanca que llevaba.
En su rostro no se apreciaba huella alguna de maquillaje. Suolang
me explicó que la entidad donde trabaja así lo exige
para mantener la buena imagen del cuerpo policial: "Este
trabajo no es el más indicado para las chicas, ya que éstas
generalmente desean mantener su cutis blanco. Nuestro trabajo
nos exige estar bajo el sol y la lluvia. Mucha gente se aburriría
si todos los días tuviera que permanecer de pie cinco horas.
A veces participamos en las patrullas nocturnas ordinarias".
Suolang no se arrepiente de haber elegido este trabajo. "Es
una ocupación respetada por la sociedad. Las autoridades
de la ciudad vienen a vernos con frecuencia y consideran que la
policía honra a la ciudad", añadió.
La escuadra de mujeres policías a la que pertenece Suolang,
creada hace dos años, se encarga exclusivamente de dirigir
el tráfico de la calle donde se encuentra el ayuntamiento.
La joven policía me dijo que su salario mensual (1.070
yuanes) se sitúa en un nivel medio dentro del conjunto
de la región, pero que es un poco alto más alto
que el de sus colegas masculinos.
Suolang estudió en la escuela secundaria tibetana de la
provincia de Zhejiang y posteriormente completó su formación
en una academia de policía de la provincia. Todos estos
estudios le permitieron incrementar sus conocimientos y ensanchar
sus horizontes. A Suolang le gustaría ampliar sus estudios
en alguna universidad de otra parte de China.
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Deji Zhuoga, representante de la primera promoción
de médicas tibetanas |
"Estudio informática e inglés.
Me estoy preparando para el examen de postgrado, porque las otras
provincias chinas cuentan con mejores condiciones para la enseñanza.
A veces he soñado con la oportunidad de estudiar en el
extranjero".
Muy ocupada con su trabajo, Suolang todavía no tiene novio:
"Quiero que mi novio sea tibetano; nunca he pensado en la
posibilidad de que sea de la etnia han. Aunque hay muchos
matrimonios entre estas dos nacionalidades, yo quiero que mi marido
sea tibetano para poder entendamos mejor".
Suolang es una de las mujeres sobresalientes que trabajan en los
diversos sectores laborales del Tíbet. Ci Renji, presidenta
de la Federación de Mujeres de la Región Autónoma
del Tíbet, dijo en una ocasión que las mujeres tibetanas
estaban desempeñando una función de importancia
creciente en los terrenos económico, político, cultural
y educativo. Ci añadió que su situación era
completamente distinta a la de los tiempos anteriores a la liberación
pacífica de la región, época en la que las
mujeres no tenían derecho a participar en la vida política.
Antes de su liberación pacífica, el Tíbet
era una sociedad semifeudal y semiesclavista más siniestra
que la Edad Media europea, caracterizada por la amalgama de los
poderes político y religioso. En aquellos tiempos, a las
mujeres no se las respetaba; las esclavas, que representaban el
95 por ciento de la población femenina, ocupaban el escalón
más bajo de la sociedad y no tenían ni libertad
personal ni el derecho de vivir, por no hablar de los derechos
políticos. Las mujeres tibetanas carecían por entero
del derecho de participar en la vida política y del derecho
de recibir una formación académica. Las mujeres
trabajadoras eran discriminadas tanto en la vida social, familiar
y matrimonial, como en la vida religiosa.
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Deji, la única maestra de Bajie, pueblo
de la zona de Nyingchi |
A partir de 1951, año de la liberación
pacífica del Tíbet, y, sobre todo, tras la reforma
democrática llevada a cabo en 1959, las mujeres tibetanas
empezaron a gozar de los mismos derechos que los hombres en la
política, la economía, la cultura y la vida social.
La Constitución China establece que las mujeres tienen
los mismos derechos que los hombres en todo los ámbitos,
incluidos los de la política, la economía, la cultura
y la vida social y familiar. El Tíbet es la zona de China
donde las mujeres se benefician de más políticas
preferenciales. Desde 1965, el Gobierno y la Asamblea Popular
de la Región Autónoma han elaborado más de
10 leyes encaminadas a proteger los intereses legítimos
de las mujeres.
La aceleración de la democratización política
ha propiciado una participación cada vez más amplia
de las mujeres tibetanas en los asuntos políticos, como
se desprende del hecho de que a finales de 1999 el 31 por ciento
de los cuadros de esta región autónoma fuesen mujeres.
Por otra parte, el nivel educativo de las mujeres es más
alto que antes. En efecto, a finales 1999, el 71,32 por ciento
de las niñas estaban escolarizadas y en las universidades
de la región se habían matriculado 1.342 alumnas,
cifra que representaba el 38,93 por ciento del alumnado. Según
Ci Renji, gracias a la mejora de sus cualidades personales y al
incremento de sus ingresos, las mujeres tibetanas han encontrado
su debido puesto en la familia y han conservado sus derechos.
Entre las mujeres más ilustres del Tíbet destacan
la famosa alpinista Panduo, la primera mujer que coronó
la cima del Chomo Lungma (Everest); la excelente maestra y pedagoga
Dazhen; y Deji Zhuoga, perteneciente a la primera generación
de médicas tibetanas.
Deji, de 55 años, es médica jefe del Hospital de
Medicina tibetana de Lhasa y encargada del departamento de cardiología,
especialidad que lleva ejerciendo desde hace 38 años.
Deji me contó que fueron dos las personas que influyeron
en su vocación. Una de ellas fue su tío, quien habiendo
sido médico desde antes de la liberación le hizo
descubrir la satisfacción que produce salvar vidas. La
otra fue su madre, una mujer muy simpática que se entristecía
al ver el sufrimiento de los enfermos. En el Tíbet anterior
a la liberación los médicos escaseaban y la madre
de Deji deseaba ser médica para aliviar el dolor de los
enfermos.
Antes de la liberación, no habría prácticamente
ninguna mujer que ejerciese la medicina. La liberación
pacífica de esta región favoreció un gran
cambio en la mentalidad de sus habitantes. Deji ingresó
en un instituto para estudiar medicina tibetana. De los 40 alumnos
de su clase, 10 eran muchachas. Las diez médicas de esta
primera promoción siguen trabajando en diversos hospitales
del Tíbet.
Tras la liberación, los servicios médicos fueron
gratuitos durante cierto tiempo. Deji se granjeó un profundo
respeto atendiendo a los pastores enfermos en las praderas.
Deji me contó una de sus primeras experiencias como médica:
"En cierta ocasión, siendo aún muy joven y
recién graduada del instituto, fui al campo. Un día
vinieron corriendo a buscarme para atender a los heridos provocados
por la explosión de la caldera del pueblo. Temía
que los heridos se hallaran en estado muy grave y que mi escasa
experiencia me impidiera tratarlos adecuadamente. Muy asustada
y deseando evitar una situación embarazosa, escapé
a un lugar aislado. Cuando transcurrida una hora hube recobrado
la calma, fui a ver a los heridos y me sorprendí al comprobar
que sólo habían sufrido leves heridas en la piel".
Esa experiencia la decidió a aprender más medicina
y a introducirse en la medicina occidental.
La medicina tibetana es una ciencia muy profunda que compendia
miles años de experiencia. Sus cuatro métodos de
diagnosis (observar, escuchar, preguntar y tomar el pulso) dependen
generalmente de la experiencia personal, mientras que en la medicina
occidental el diagnóstico suele basarse en análisis
y pruebas físicas.
La hija de Deji ejerce la medicina occidental en el Hospital Popular
de la Región Autónoma. Deji me dijo: "Antes
mi hija consideraba que la medicina tibetana tenía bastante
de superstición y no le daba importancia; creía
que sólo la medicina occidental era verdaderamente científica.
Esta actitud suscitó entre nosotras frecuentes discusiones
y muchas veces le reproché su ligereza y sus prejuicios.
La medicina tibetana también es una ciencia y ofrece tratamientos
eficaces para enfermedades que se resisten a la medicina occidental.
Poco a poco mi hija fue aceptando la medicina tibetana y a veces
la utiliza en su trabajo. Ahora mi hija está convencida
de que la medicina tibetana es eficaz en el tratamiento de ciertas
enfermedades crónicas, como el asma y la bronquítis".
Deji tiene una familia feliz: su hijo trabaja en un banco y su
marido, que fue su profesor en el instituto, también practica
la medicina tibetana. Deji recuerda que en aquella época
las relaciones sentimentales entre profesores y alumnas resultaban
inaceptables. Sin embargo, resistiendo la presión social
y superando numerosas dificultades, lograron el consentimiento
de ambas familias y contrajeron matrimonio. Actualmente, los ingresos
mensuales de Deji superan los 3.000 yuanes, suma muy elevada en
esta región. En el hospital Deji atiende diariamente a
más de 10 enfermos y en ocasiones a más de 40.
Un
hecho inesperado despertó mi curiosidad. En el pueblo de
Bajie, en Nyingchi (este del Tíbet), conocí a otra
Deji, una muchacha de 23 años que había venido desde
Lhasa tres años atrás. Bajie, muy famoso en el Tíbet,
se conoce también como "el pueblo de los automóviles",
pues todas las familias que viven en él tiene por lo menos
un automóvil o un tractor. Todas ellas se dedican al transporte
y ganan más que los campesinos de otros lugares.
Deji vino a este pueblo para trabajar de maestra. En una clase
de 15 metros cuadrados, los 27 alumnos a los que enseña
a leer en tibetano están sentados formando tres filas;
dos filas leen en voz alta lo que acaba de leer la maestra, mientras
que los alumnos de la tercera fila están escribiendo.
Deji me explicó que su clase es mixta, es decir, que en
ella hay alumnos de primer y segundo grado. Cuando da clase a
los de segundo grado, los de primer grado copian el texto.
Deji me contó que en el Tíbet la enseñanza
se imparte tanto en putonghua (chino mandarín) como
en tibetano, y que la enseñanza es gratuita. Lo único
que deben pagar los alumnos son los entre 15 y 25 yuanes que cuestan
los libros y los cuadernos. Deji, la única maestra que
hay en este pueblo, enseña también a 12 niños
más pequeños. Las asignaturas que enseña
son matemáticas, chino, ciencias, educación física
y música.
En realidad, esta escuela sólo tiene dos grados. Al terminarlos,
los niños deben proseguir sus estudios en otra escuela
más grande que hay en Bayi, cantón situado a 5,5
kilómetros.
Su jersey rojo y su falda de lana dan a esta joven venida de Lhasa
un aspecto más moderno que el de las lugareñas.
Deji se graduó en la Universidad Pedagógica de Lhasa.
Cumpliendo la normativa local referente a los estudiantes de este
tipo de centros, concluidos sus estudios regresó a su pueblo
natal para dedicarse a la enseñanza. Las condiciones del
lugar no son buenas, pero cuenta con el respeto de todo el pueblo
y está satisfecha con su trabajo.
Al finalizar su jornada, que empieza a las 9:30 y termina a las
18:00, Deji se siente realmente cansada. Pero al ver lo bien que
se lo pasan sus alumnos jugando en el campo de deportes no puede
evitar sonreír complacida.
Lo que más le gusta hacer en su tiempo libre es mirar la
televisión y leer revistas. Deji se casó el año
pasado. Su marido trabaja en el buró de comercio del cantón,
adonde ella va los fines de semana para pasarlos con él.
Deji lleva una vida tranquila y segura, pero tiene ganas de conocer
un poco de mundo. La joven maestra tibetana me dijo: "Me
gustaría cursar estudios de posgrado y conocer las otras
provincias chinas. El lugar que más me atrae es la ciudad
de Shanghai, porque es la más moderna del país".
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