MARZO 2002

 

 

 

 

 

 

 

 


Las nuevas mujeres tibetanas

Por XIE YE

 

Suolang Quzong, policía de tráfico de Lhasa

AL pasear por las calles de Lhasa, lo que más me llama la atención no son las ancianas que hacen girar sin cesar sus molinillos de oraciones, ni los kangba, audaces tibetanos comerciantes que llevan en la cabeza gruesas trenzas atadas con cinta roja, sino las mujeres policía que dirigen el tráfico. Que yo sepa, no es frecuente ver a agentes de tráfico femeninas en las demás provincias chinas, por lo que mi sorpresa es aun mayor al ver que en una ciudad de una región tan aislada como es la meseta del Tíbet haya tantas policías de tráfico.
Suolang Quzong, de 23 años de edad, es una de las 12 policías de tráfico de la región autónoma del Tíbet. Suolang me dijo que la expresión que más utiliza es "por favor": "Muéstreme su carnet de conducir, por favor"; "Deténgase, por favor; ha sobrepasado el límite de velocidad"; etcétera.
Su tez, entre roja y morena, es la típica de los habitantes de la meseta. La belleza de Suolang difiere de la hermosura de las muchachas de las ciudades del este de China, que se caracterizan por la blancura de su cutis y su buena presencia. Sin embargo, lo que más me impresionó de esta joven tibetana fue el brillo de sus ojos, su agilidad y vigor, así como el uniforme azul y la gorra blanca que llevaba.
En su rostro no se apreciaba huella alguna de maquillaje. Suolang me explicó que la entidad donde trabaja así lo exige para mantener la buena imagen del cuerpo policial: "Este trabajo no es el más indicado para las chicas, ya que éstas generalmente desean mantener su cutis blanco. Nuestro trabajo nos exige estar bajo el sol y la lluvia. Mucha gente se aburriría si todos los días tuviera que permanecer de pie cinco horas. A veces participamos en las patrullas nocturnas ordinarias".
Suolang no se arrepiente de haber elegido este trabajo. "Es una ocupación respetada por la sociedad. Las autoridades de la ciudad vienen a vernos con frecuencia y consideran que la policía honra a la ciudad", añadió.
La escuadra de mujeres policías a la que pertenece Suolang, creada hace dos años, se encarga exclusivamente de dirigir el tráfico de la calle donde se encuentra el ayuntamiento. La joven policía me dijo que su salario mensual (1.070 yuanes) se sitúa en un nivel medio dentro del conjunto de la región, pero que es un poco alto más alto que el de sus colegas masculinos.
Suolang estudió en la escuela secundaria tibetana de la provincia de Zhejiang y posteriormente completó su formación en una academia de policía de la provincia. Todos estos estudios le permitieron incrementar sus conocimientos y ensanchar sus horizontes. A Suolang le gustaría ampliar sus estudios en alguna universidad de otra parte de China.

Deji Zhuoga, representante de la primera promoción de médicas tibetanas

"Estudio informática e inglés. Me estoy preparando para el examen de postgrado, porque las otras provincias chinas cuentan con mejores condiciones para la enseñanza. A veces he soñado con la oportunidad de estudiar en el extranjero".
Muy ocupada con su trabajo, Suolang todavía no tiene novio: "Quiero que mi novio sea tibetano; nunca he pensado en la posibilidad de que sea de la etnia han. Aunque hay muchos matrimonios entre estas dos nacionalidades, yo quiero que mi marido sea tibetano para poder entendamos mejor".
Suolang es una de las mujeres sobresalientes que trabajan en los diversos sectores laborales del Tíbet. Ci Renji, presidenta de la Federación de Mujeres de la Región Autónoma del Tíbet, dijo en una ocasión que las mujeres tibetanas estaban desempeñando una función de importancia creciente en los terrenos económico, político, cultural y educativo. Ci añadió que su situación era completamente distinta a la de los tiempos anteriores a la liberación pacífica de la región, época en la que las mujeres no tenían derecho a participar en la vida política.
Antes de su liberación pacífica, el Tíbet era una sociedad semifeudal y semiesclavista más siniestra que la Edad Media europea, caracterizada por la amalgama de los poderes político y religioso. En aquellos tiempos, a las mujeres no se las respetaba; las esclavas, que representaban el 95 por ciento de la población femenina, ocupaban el escalón más bajo de la sociedad y no tenían ni libertad personal ni el derecho de vivir, por no hablar de los derechos políticos. Las mujeres tibetanas carecían por entero del derecho de participar en la vida política y del derecho de recibir una formación académica. Las mujeres trabajadoras eran discriminadas tanto en la vida social, familiar y matrimonial, como en la vida religiosa.

Deji, la única maestra de Bajie, pueblo de la zona de Nyingchi

A partir de 1951, año de la liberación pacífica del Tíbet, y, sobre todo, tras la reforma democrática llevada a cabo en 1959, las mujeres tibetanas empezaron a gozar de los mismos derechos que los hombres en la política, la economía, la cultura y la vida social. La Constitución China establece que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres en todo los ámbitos, incluidos los de la política, la economía, la cultura y la vida social y familiar. El Tíbet es la zona de China donde las mujeres se benefician de más políticas preferenciales. Desde 1965, el Gobierno y la Asamblea Popular de la Región Autónoma han elaborado más de 10 leyes encaminadas a proteger los intereses legítimos de las mujeres.
La aceleración de la democratización política ha propiciado una participación cada vez más amplia de las mujeres tibetanas en los asuntos políticos, como se desprende del hecho de que a finales de 1999 el 31 por ciento de los cuadros de esta región autónoma fuesen mujeres. Por otra parte, el nivel educativo de las mujeres es más alto que antes. En efecto, a finales 1999, el 71,32 por ciento de las niñas estaban escolarizadas y en las universidades de la región se habían matriculado 1.342 alumnas, cifra que representaba el 38,93 por ciento del alumnado. Según Ci Renji, gracias a la mejora de sus cualidades personales y al incremento de sus ingresos, las mujeres tibetanas han encontrado su debido puesto en la familia y han conservado sus derechos.
Entre las mujeres más ilustres del Tíbet destacan la famosa alpinista Panduo, la primera mujer que coronó la cima del Chomo Lungma (Everest); la excelente maestra y pedagoga Dazhen; y Deji Zhuoga, perteneciente a la primera generación de médicas tibetanas.
Deji, de 55 años, es médica jefe del Hospital de Medicina tibetana de Lhasa y encargada del departamento de cardiología, especialidad que lleva ejerciendo desde hace 38 años.
Deji me contó que fueron dos las personas que influyeron en su vocación. Una de ellas fue su tío, quien habiendo sido médico desde antes de la liberación le hizo descubrir la satisfacción que produce salvar vidas. La otra fue su madre, una mujer muy simpática que se entristecía al ver el sufrimiento de los enfermos. En el Tíbet anterior a la liberación los médicos escaseaban y la madre de Deji deseaba ser médica para aliviar el dolor de los enfermos.
Antes de la liberación, no habría prácticamente ninguna mujer que ejerciese la medicina. La liberación pacífica de esta región favoreció un gran cambio en la mentalidad de sus habitantes. Deji ingresó en un instituto para estudiar medicina tibetana. De los 40 alumnos de su clase, 10 eran muchachas. Las diez médicas de esta primera promoción siguen trabajando en diversos hospitales del Tíbet.
Tras la liberación, los servicios médicos fueron gratuitos durante cierto tiempo. Deji se granjeó un profundo respeto atendiendo a los pastores enfermos en las praderas.
Deji me contó una de sus primeras experiencias como médica: "En cierta ocasión, siendo aún muy joven y recién graduada del instituto, fui al campo. Un día vinieron corriendo a buscarme para atender a los heridos provocados por la explosión de la caldera del pueblo. Temía que los heridos se hallaran en estado muy grave y que mi escasa experiencia me impidiera tratarlos adecuadamente. Muy asustada y deseando evitar una situación embarazosa, escapé a un lugar aislado. Cuando transcurrida una hora hube recobrado la calma, fui a ver a los heridos y me sorprendí al comprobar que sólo habían sufrido leves heridas en la piel".
Esa experiencia la decidió a aprender más medicina y a introducirse en la medicina occidental.
La medicina tibetana es una ciencia muy profunda que compendia miles años de experiencia. Sus cuatro métodos de diagnosis (observar, escuchar, preguntar y tomar el pulso) dependen generalmente de la experiencia personal, mientras que en la medicina occidental el diagnóstico suele basarse en análisis y pruebas físicas.
La hija de Deji ejerce la medicina occidental en el Hospital Popular de la Región Autónoma. Deji me dijo: "Antes mi hija consideraba que la medicina tibetana tenía bastante de superstición y no le daba importancia; creía que sólo la medicina occidental era verdaderamente científica. Esta actitud suscitó entre nosotras frecuentes discusiones y muchas veces le reproché su ligereza y sus prejuicios. La medicina tibetana también es una ciencia y ofrece tratamientos eficaces para enfermedades que se resisten a la medicina occidental. Poco a poco mi hija fue aceptando la medicina tibetana y a veces la utiliza en su trabajo. Ahora mi hija está convencida de que la medicina tibetana es eficaz en el tratamiento de ciertas enfermedades crónicas, como el asma y la bronquítis".
Deji tiene una familia feliz: su hijo trabaja en un banco y su marido, que fue su profesor en el instituto, también practica la medicina tibetana. Deji recuerda que en aquella época las relaciones sentimentales entre profesores y alumnas resultaban inaceptables. Sin embargo, resistiendo la presión social y superando numerosas dificultades, lograron el consentimiento de ambas familias y contrajeron matrimonio. Actualmente, los ingresos mensuales de Deji superan los 3.000 yuanes, suma muy elevada en esta región. En el hospital Deji atiende diariamente a más de 10 enfermos y en ocasiones a más de 40.
Un hecho inesperado despertó mi curiosidad. En el pueblo de Bajie, en Nyingchi (este del Tíbet), conocí a otra Deji, una muchacha de 23 años que había venido desde Lhasa tres años atrás. Bajie, muy famoso en el Tíbet, se conoce también como "el pueblo de los automóviles", pues todas las familias que viven en él tiene por lo menos un automóvil o un tractor. Todas ellas se dedican al transporte y ganan más que los campesinos de otros lugares.
Deji vino a este pueblo para trabajar de maestra. En una clase de 15 metros cuadrados, los 27 alumnos a los que enseña a leer en tibetano están sentados formando tres filas; dos filas leen en voz alta lo que acaba de leer la maestra, mientras que los alumnos de la tercera fila están escribiendo.
Deji me explicó que su clase es mixta, es decir, que en ella hay alumnos de primer y segundo grado. Cuando da clase a los de segundo grado, los de primer grado copian el texto.
Deji me contó que en el Tíbet la enseñanza se imparte tanto en putonghua (chino mandarín) como en tibetano, y que la enseñanza es gratuita. Lo único que deben pagar los alumnos son los entre 15 y 25 yuanes que cuestan los libros y los cuadernos. Deji, la única maestra que hay en este pueblo, enseña también a 12 niños más pequeños. Las asignaturas que enseña son matemáticas, chino, ciencias, educación física y música.
En realidad, esta escuela sólo tiene dos grados. Al terminarlos, los niños deben proseguir sus estudios en otra escuela más grande que hay en Bayi, cantón situado a 5,5 kilómetros.
Su jersey rojo y su falda de lana dan a esta joven venida de Lhasa un aspecto más moderno que el de las lugareñas.
Deji se graduó en la Universidad Pedagógica de Lhasa. Cumpliendo la normativa local referente a los estudiantes de este tipo de centros, concluidos sus estudios regresó a su pueblo natal para dedicarse a la enseñanza. Las condiciones del lugar no son buenas, pero cuenta con el respeto de todo el pueblo y está satisfecha con su trabajo.
Al finalizar su jornada, que empieza a las 9:30 y termina a las 18:00, Deji se siente realmente cansada. Pero al ver lo bien que se lo pasan sus alumnos jugando en el campo de deportes no puede evitar sonreír complacida.
Lo que más le gusta hacer en su tiempo libre es mirar la televisión y leer revistas. Deji se casó el año pasado. Su marido trabaja en el buró de comercio del cantón, adonde ella va los fines de semana para pasarlos con él.
Deji lleva una vida tranquila y segura, pero tiene ganas de conocer un poco de mundo. La joven maestra tibetana me dijo: "Me gustaría cursar estudios de posgrado y conocer las otras provincias chinas. El lugar que más me atrae es la ciudad de Shanghai, porque es la más moderna del país".

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