Palabras en la presentación
en China de
El río que
te ha de llevar
Por Juan Morillo
LI Mingde, director del Instituto de América
Latina de la Acadenia de Ciencias Sociales de China, señora
embajadora del Perú en China, Luzmila Zanabria, señores
miembros del cuerpo diplomático de los países hispanoamericanos,
apreciados amigos:
La generosa iniciativa de la embajadora de mi país en China,
mi apreciada amiga Luzmila Zanabria, ha hecho posible que un libro
mío, El río que te ha de llevar, publicado no hace
mucho en Lima, ocupe, al ser presentado en esta ocasión,
un lugar, tal vez inmerecido, dentro de las celebraciones del
treinta aniversario de las relaciones entre el Perú y China.
Quiero expresar mi especial agradecimiento a Luzmila por este
gesto y quiero también hacer extensiva mi gratitud al Instituto
de América Latina de la Academia de Ciencias Sociales de
China por la gentileza de ofrecer este acogedor escenario para
la realización de este acto.
El río que te ha de llevar cuenta las peripecias de una
familia afincada en un pequeño pueblo del norte del Perú.
No hay en ella referencias a China, pero existe una historia que
la vincula de manera muy significativa.
Cuando
llegué por primera vez a China, hace 23 años, era
un profesor universitario con una trayectoria más o menos
decorosa, pero era, al mismo tiempo, un escritor que traía
a cuestas, aparte de un único libro publicado, un cúmulo
de sueños y una vocación en peligro de naufragio.
Dos oficios que me daban el sustento, el periodismo y la docencia,
eran el mar que amenazaba con hacer zozobrar la frágil
barca en que pensaba hacer mi travesía de escritor. Algunas
revistas y libros publicados en el Perú y en otros países
de habla hispana, incluida España, habían acogido
en sus páginas pequeñas piezas narrativas mías,
pero mis proyectos de fondo, los más ambiciosos, emprendidos
con un impulso inicial lleno de esperanzas, se iban quedando en
el camino absorbidos por las impostergables ocupaciones del diario
vivir. Apremiado por el mal irremediable de la vocación,
persistí en el empeño de sacar adelante esos proyectos
y pronto descubrí que la aventura de escribir novelas exigía,
para no morir en el intento, un espacio y un tiempo exclusivos
o, en todo caso, apenas compartidos con otros menesteres de la
vida. No había, pues, otro modo de meterse en ese campo
del delirio y librar las batallas que hacen falta para plasmar
los laberintos de la vida en universos de ficción capaces
de competir con los de la realidad. Espacio, tiempo, soledad,
exilio, destierro, marginación. Una opción ineludible
y perentoria, para alguien como yo, que ya pasaba de los cuarenta
años.
Una serie de hechos ocurridos en mi vida a fines de los ochenta,
en Beijing, que no es del caso referir, se constituyeron en mi
tabla de salvación y crearon las condiciones para que yo
pudiera disponer del espacio y el tiempo anhelados para no naufragar
como escritor. Aliviado y feliz, me puse a contemplar mi circunstancia
y me vi rodeado de muchas cosas estimulantes: una familia comprensiva,
amigos entrañables y algo que estaba ocurriendo allí,
delante de mis propios ojos: un país en pleno florecimiento.
La China a la que había llegado unos años antes
no era la misma. Cambios de increíble magnitud lo estaban
transformando y tanto el progreso como la modernidad empezaban
a ser parte de su nuevo panorama. ¿Un milagro? Fue entonces
cuando entendí que China era el país donde los milagros
eran posibles, pero eran unos milagros que no tenían la
marca de un hecho sobrenatural sino el sello inconfundible de
la fuerza creativa de la mano del hombre.
Un milagro, dije también viendo que mi vocación
de escritor se hallaba a salvo. Desde entonces, aparte de haber
concebido innumerables proyectos, he logrado escribir cuatro novelas
y un libro de cuentos. El Río que te ha de llevar, la novela
que hoy se presenta, hecha en gran parte con los indestructibles
materiales de mi infancia en un pueblito del Perú, ha sido
escrita íntegramente aquí, en Beijing, respirando
el aire, el aroma de este país que me ha acogido, junto
al calor vivificante de mis irreemplazables amigos chinos.
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