DESDE muy pequeño supe que alguna vez iría
a China. Quería conocer todos los países de la tierra y me veía
viajando por todo el mundo. Pero lo que en ningún momento llegué
a imaginar entonces era que mi viaje a China se convertiría
en una estancia que de momento dura ya 14 años. Sea como fuere,
mi mente juvenil ya había tomado una importante decisión de
la que saldría un viaje sin retorno a China: jamás desperdiciaría
ocasión alguna de hacer algo completamente diferente.
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Atze Schmidt
siente un cariño especial por la Gran Muralla |
Cuando en 1987 se me presentó por casualidad
la oportunidad de trabajar durante un año en la redacción de
la revista China Reconstruye (actual China hoy), no me lo pensé dos veces. Aquel
año se convirtió en seis y posteriormente se me ofreció la posibilidad
de trasladarme a la editorial de literaturas extranjeras para
colaborar en la edición de libros, lugar en el que llevo trabajando
ocho años.
En la actualidad soy el más veterano de los
colaboradores extranjeros del Grupo de Ediciones Internacionales
de China, entidad de la que dependen varias editoriales. Como
tal, suele corresponderme la tarea de hablar con los colegas
que acaban de llegar a China y de responder a sus preguntas:
“¿Cómo era Beijing cuando usted llegó a China?; ¿qué le ha retenido
aquí tanto tiempo?; ¿adónde me aconseja viajar?; ¿qué es lo
más interesante?”.
“Las palabras que se escapan por la boca no
puede alcanzarlas ni siquiera una cuadriga”, escribió hace ya
más de 2.000 años Liu Xiang. A pesar de lo limitado de mi experiencia,
voy a intentar responder
esas preguntas.
En 1987, año en que llegué a Beijing, esta
ciudad era completamente distinta de como es hoy en día. El
ritmo de vida era más pausado, más apacible; ahora todo es bullicioso
y bastante frenético. En aquel entonces, mi esposa y yo recorrimos
en bicicleta toda Beijing y parte de sus alrededores. Al atardecer,
solíamos pasear en bicicleta por el canal que lleva al Palacio
de Verano y sentarnos sobre el césped para disfrutar de ese
oasis de naturaleza: envueltos en la fragancia que exhalaba
la hierbabuena, escuchábamos el croar de las ranas y el zumbido
de las libélulas que brincaban sobre el agua. Con mi cámara
fotográfica he capturado la modernización del canal, representada
en este caso por la pavimentación de sus orillas. Ya hace mucho
tiempo que no vamos allí.
Durante unos años cultivé un pequeño huerto
situado en el Yuanmingyuan, el Antiguo Palacio de Verano. Un
campesino que cultivaba arroz y hortalizas en lo que en otro
tiempo fue suelo imperial me dejó trabajar una parcela que se
extendía a lo largo de la orilla de un estanque repleto de flores
de loto. En ella cultivé especias que no encontraba en Beijing,
como perejil, mejorana, tomillo, eneldo y berro. Añoro mucho
mi huertecito y aquella época maravillosa. Los campesinos ya
han desaparecido del Yuanmingyuan, que pronto se convertirá
en un gran parque de recreo.
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Atze
Schmidt, vestido con ropas mongolas, pasó unos días de vacaciones
en una yurta |
En cuanto a las colosales transformaciones
estructurales de Beijing que he presenciado, creo que lo más
juicioso es ceder la palabra a los arquitectos y urbanistas.
Lo único que puedo decir yo es que he visto esfumarse mucho
de lo que confería un encanto especial a esta ciudad. En los
últimos años, podría haberse celebrado como mínimo un funeral
al mes por la demolición de algún barrio y, con él, de muchas
viviendas con patio cuadrado típicas de Beijing.
¿Qué
me ha retenido aquí tanto tiempo? Esta pregunta tiene dos respuestas.
La primera es que mi mujer y yo hemos trabado amistad con muchos chinos de
distintas etnias; y no es fácil decir adiós a los amigos. La
segunda es que, con el paso del tiempo, la curiosidad que sentíamos
por China, lejos de atenuarse, ha ido agudizándose; y debido
a su extensión, lleva bastante tiempo conocer este país y a
su gente. Por lo tanto, a diferencia de otros extranjeros residentes
en China que vuelven a su país de origen a pasar las vacaciones,
nosotros hemos preferido pasarlas aquí.
Esto me lleva a la tercera pregunta: ¿A qué
parte de China habría que viajar? Uno de los viajes más bonitos
que hemos hecho fue a Xishuangbanna, en la provincia sureña
de Yunnan. Allí uno debe tomarse su tiempo y vagar por los pueblos
de los dai, una minoría étnica emparentada con los tailandeses.
Los paisajes son magníficos; las personas, encantadoras; y la
comida, deliciosa.
También vale la pena visitar la región autónoma
uigur de Xingjiang. El único inconveniente es el agotador trayecto
en autobús desde Kashgar hasta Taxkorgan. La carretera del Karakorum
discurre por unos paisajes impresionantes que el viajero no
olvidará jamás.
A pesar de no figurar en las guías turísticas,
recomiendo encarecidamente una excursión a la Edad Media china:
la antigua ciudad de Pingyao (provincia de Shanxi), rodeada
toda ella por una muralla, atesora gran cantidad de patios caseros
y de extensas haciendas.
La Gran Muralla es, sin duda, un lugar de
visita obligada. Pero para apreciar la fisonomía original de
este maravilla de la arquitectura universal es aconsejable alejarse
de los tramos especialmente preparados para los turistas y dirigirse
a los sectores no reconstruidos, donde la vegetación, los animales
y las fuerzas de la naturaleza han ido dejando su huella a lo
largo de los siglos.
Después de tantos años de estancia en este
país, China ya no es para mí una tierra exótica. Todo me parece
tan natural como si en lugar de vivir en Beijing viviese en
Baviera, el lugar de donde provengo. Probablemente mi tierra
natal me resultaría ahora más exótica.
El hacer algo diferente de vez en cuando fue
la decisión más sabia que tomé en mi juventud. Cuando con 50
años a mis espaldas llegué a China, me propuse no rechazar ninguna
oportunidad de ocupación que me surgiera fuera de mi actividad
profesional. A ese principio debo infinidad de nuevas experiencias.
Durante estos 14 años he sido músico callejero, director de
orquesta, director de cine, empresario, decorador de interiores,
embajador extraordinario, astrónomo y gerente de una empresa
agrícola. En Alemania jamás se me habrían presentado tantas
oportunidades. Y es que los estudios televisivos y cinematográficos
necesitan con frecuencia rostros occidentales.
Agradezco
sinceramente a China hoy, a la que siempre me sentiré
vinculado, su invitación a trabajar en este hospitalario país.