JANVIER 2002

 

 

 

 

 

 

 

 


 

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No es fácil decir adiós a un amigo

Por ATZE SCHMIDT

DESDE muy pequeño supe que alguna vez iría a China. Quería conocer todos los países de la tierra y me veía viajando por todo el mundo. Pero lo que en ningún momento llegué a imaginar entonces era que mi viaje a China se convertiría en una estancia que de momento dura ya 14 años. Sea como fuere, mi mente juvenil ya había tomado una importante decisión de la que saldría un viaje sin retorno a China: jamás desperdiciaría ocasión alguna de hacer algo completamente diferente.

Atze Schmidt siente un cariño especial por la Gran Muralla

Cuando en 1987 se me presentó por casualidad la oportunidad de trabajar durante un año en la redacción de la revista China Reconstruye (actual China hoy), no me lo pensé dos veces. Aquel año se convirtió en seis y posteriormente se me ofreció la posibilidad de trasladarme a la editorial de literaturas extranjeras para colaborar en la edición de libros, lugar en el que llevo trabajando ocho años.  

En la actualidad soy el más veterano de los colaboradores extranjeros del Grupo de Ediciones Internacionales de China, entidad de la que dependen varias editoriales. Como tal, suele corresponderme la tarea de hablar con los colegas que acaban de llegar a China y de responder a sus preguntas: “¿Cómo era Beijing cuando usted llegó a China?; ¿qué le ha retenido aquí tanto tiempo?; ¿adónde me aconseja viajar?; ¿qué es lo más interesante?”.

“Las palabras que se escapan por la boca no puede alcanzarlas ni siquiera una cuadriga”, escribió hace ya más de 2.000 años Liu Xiang. A pesar de lo limitado de mi experiencia,  voy a intentar responder esas preguntas.

En 1987, año en que llegué a Beijing, esta ciudad era completamente distinta de como es hoy en día. El ritmo de vida era más pausado, más apacible; ahora todo es bullicioso y bastante frenético. En aquel entonces, mi esposa y yo recorrimos en bicicleta toda Beijing y parte de sus alrededores. Al atardecer, solíamos pasear en bicicleta por el canal que lleva al Palacio de Verano y sentarnos sobre el césped para disfrutar de ese oasis de naturaleza: envueltos en la fragancia que exhalaba la hierbabuena, escuchábamos el croar de las ranas y el zumbido de las libélulas que brincaban sobre el agua. Con mi cámara fotográfica he capturado la modernización del canal, representada en este caso por la pavimentación de sus orillas. Ya hace mucho tiempo que no vamos allí.

Durante unos años cultivé un pequeño huerto situado en el Yuanmingyuan, el Antiguo Palacio de Verano. Un campesino que cultivaba arroz y hortalizas en lo que en otro tiempo fue suelo imperial me dejó trabajar una parcela que se extendía a lo largo de la orilla de un estanque repleto de flores de loto. En ella cultivé especias que no encontraba en Beijing, como perejil, mejorana, tomillo, eneldo y berro. Añoro mucho mi huertecito y aquella época maravillosa. Los campesinos ya han desaparecido del Yuanmingyuan, que pronto se convertirá en un gran parque de recreo.

Atze Schmidt, vestido con ropas mongolas, pasó unos días de vacaciones en una yurta

En cuanto a las colosales transformaciones estructurales de Beijing que he presenciado, creo que lo más juicioso es ceder la palabra a los arquitectos y urbanistas. Lo único que puedo decir yo es que he visto esfumarse mucho de lo que confería un encanto especial a esta ciudad. En los últimos años, podría haberse celebrado como mínimo un funeral al mes por la demolición de algún barrio y, con él, de muchas viviendas con patio cuadrado típicas de Beijing.

¿Qué me ha retenido aquí tanto tiempo? Esta pregunta tiene dos respuestas. La primera es que mi mujer y yo hemos trabado amistad con muchos chinos de distintas etnias; y no es fácil decir adiós a los amigos. La segunda es que, con el paso del tiempo, la curiosidad que sentíamos por China, lejos de atenuarse, ha ido agudizándose; y debido a su extensión, lleva bastante tiempo conocer este país y a su gente. Por lo tanto, a diferencia de otros extranjeros residentes en China que vuelven a su país de origen a pasar las vacaciones, nosotros hemos preferido pasarlas aquí.

Esto me lleva a la tercera pregunta: ¿A qué parte de China habría que viajar? Uno de los viajes más bonitos que hemos hecho fue a Xishuangbanna, en la provincia sureña de Yunnan. Allí uno debe tomarse su tiempo y vagar por los pueblos de los dai, una minoría étnica emparentada con los tailandeses. Los paisajes son magníficos; las personas, encantadoras; y la comida, deliciosa.

También vale la pena visitar la región autónoma uigur de Xingjiang. El único inconveniente es el agotador trayecto en autobús desde Kashgar hasta Taxkorgan. La carretera del Karakorum discurre por unos paisajes impresionantes que el viajero no olvidará jamás.

A pesar de no figurar en las guías turísticas, recomiendo encarecidamente una excursión a la Edad Media china: la antigua ciudad de Pingyao (provincia de Shanxi), rodeada toda ella por una muralla, atesora gran cantidad de patios caseros y de extensas haciendas.

La Gran Muralla es, sin duda, un lugar de visita obligada. Pero para apreciar la fisonomía original de este maravilla de la arquitectura universal es aconsejable alejarse de los tramos especialmente preparados para los turistas y dirigirse a los sectores no reconstruidos, donde la vegetación, los animales y las fuerzas de la naturaleza han ido dejando su huella a lo largo de los siglos.

Después de tantos años de estancia en este país, China ya no es para mí una tierra exótica. Todo me parece tan natural como si en lugar de vivir en Beijing viviese en Baviera, el lugar de donde provengo. Probablemente mi tierra natal me resultaría ahora más exótica.   

El hacer algo diferente de vez en cuando fue la decisión más sabia que tomé en mi juventud. Cuando con 50 años a mis espaldas llegué a China, me propuse no rechazar ninguna oportunidad de ocupación que me surgiera fuera de mi actividad profesional. A ese principio debo infinidad de nuevas experiencias. Durante estos 14 años he sido músico callejero, director de orquesta,  director de cine, empresario, decorador de interiores, embajador extraordinario, astrónomo y gerente de una empresa agrícola. En Alemania jamás se me habrían presentado tantas oportunidades. Y es que los estudios televisivos y cinematográficos necesitan con frecuencia rostros occidentales.

Agradezco sinceramente a China hoy, a la que siempre me sentiré vinculado, su invitación a trabajar en este hospitalario país.


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