JANVIER 2002

 

 

 

 

 

 

 

 


 

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Ione Kramer


Por LIU ZONGREN

Ione Kramer, solemne y meticulosa
TRAS seis años de servicio, en 1965 me licencié del ejército y después de participar en un curso intensivo de inglés de 15 meses fui destinado a trabajar en China Reconstruye, actual China hoy. Instalado en un apartado rincón de una gran oficina, practicaba mecanografía todos los días. En aquella oficina trabajaban ocho personas, cinco chinos y tres extranjeros: una mujer y un hombre estadounidenses, y una mujer británica. Más tarde llegué a conocer a estos tres extranjeros por sus nombres: Israel Epstein, estadounidense cofundador de China Reconstruye y amigo de  Soong Ching Ling (esposa de Yat-sen, fundadora de China Reconstruye y antigua presidenta honoraria de la República Popular China); la esposa de Epstein, Elsie Fairfax-Cholmeley, que provenía de una distinguida familia británica; e Ione Kramer, una mujer estadounidense.
Me pasaba los días sentado en mi rincón mecanografiando, mientras mis compañeros chinos permanecían encorvados sobre sus máquinas de escribir traduciendo del chino al inglés y los tres extranjeros corregían afanosamente las traducciones. Para comodidad de nuestros colegas extranjeros, en la oficina sólo se hablaba inglés. A pesar de haber hecho un curso intensivo, no era capaz de decir correctamente una sola frase en inglés; además, no tenía ni idea de sobre qué hablaban; durante mucho tiempo me sentí fuera de lugar y abatido. También me sentía intimidado por el hecho de estar en un lugar cerrado con tantos extranjeros que iban y venían en automóvil, lo que en aquel entonces era un privilegio reservado a los funcionarios de alto rango. Por lo tanto, los extranjeros seguían siendo para mí gente remota y misteriosa. 
Un día Ione Kramer se me acercó y me preguntó: “Liu, ¿podemos hablar un momento?”; “¿Cómo dice?”, repliqué sintiendo un cosquilleo de pánico que me hizo olvidar de levantarme para mostrar mi respeto. Ione arrimó una silla y se sentó junto a mí. “Para aprender tienes que ser valiente”, me dijo. “Pero sé tan poco acerca del inglés”, objeté esforzándome al máximo por pronunciar correctamente cada sílaba”. “No te preocupes por eso”, me dijo, y añadió: “Para tí, lo más importante es practicar más. Si te parece bien, puedes venir a la oficina media hora antes y yo te ayudaré a mejorar tu pronunciación”. Como es natural, me pareció muy buena idea.
Fiesta de despedida antes del regreso de Ione Kramer a los EE.UU.
Nuestras clases cara a cara comenzaron la mañana siguiente. Ione vivía con su familia en el campus de la Universidad de Tsinghua, ya que su marido era profesor de dicha universidad. Antes de ese día, Ione iba en bicicleta desde su casa hasta el Hotel de la Amistad (en el que se alojaban la mayoría de los expertos extranjeros), donde tomaba el autobús de la oficina que la llevaba al trabajo. Pero ahora tenía que ir en bicicleta hasta la oficina, lo que le tomaba más de una hora. Ya había llegado el invierno y sobre Beijing soplaba un viento glacial.
Ione tenía varios planes para ayudarme a mejorar mi inglés, pero todo quedó en agua de borrajas debido a la agitación política de aquel período. En 1970 su marido fue acusado injustamente de ser un espía; Ione se vio involucrada y fue puesta bajo arresto domiciliario. En 1978 ambos fueron rehabilitados e Ione reanudó su antiguo trabajo consistente en corregir nuestras traducciones. Tras haber sufrido lo que sufrió Ione, muchos intelectuales chinos se volvieron cínicos, pero ella no dejó de mostrarse firme y entregada a su vida y a su trabajo; siguió mostrándose tan afectuosa como siempre con los traductores jóvenes sin experiencia, sobre todo conmigo. Yo ya había aprendido el inglés suficiente para poder hacer la corrección de pruebas básica, es decir, el cotejo de las galeradas con los originales. Ione siguió dándome clases particulares. Para mejorar mi inglés, de vez en cuando traducía a esta lengua un breve original en chino y, aunque no iba a publicarse, Ione corregía cuidadosamente mi traducción. Poco a poco, me fue enseñando a perfeccionar mi inglés y a fortalecer mi confianza en mí mismo. En 1980 hice un examen estatal y obtuve una beca para estudiar dos años en los EE.UU. Esa fue la oportunidad que me permitió convertirme en un buen traductor. Ione me felicitó calurosamente, pero yo no le dí las gracias, porque sabía que ella no las esperaba.
Ione Kramer se jubiló hace muchos años y ahora vive en los EE.UU. con su esposo y sus dos hijos. Dos años atrás vino a Beijing y me invitó a cenar en el Hotel de la Amistad. Yo quería pagar la cuenta, pero me abstuve de hacerlo. Aunque yo ya había cumplido los 58 años, sabía que Ione siempre me consideraría su alumno: un joven principiante que estaba dando los primeros pasos en su carrera y cuyo salario a duras penas le bastaba para llegar a final de mes.
Ione Kramer llegó a Beijing procedente de los EE.UU. con su marido chino en septiembre de 1955 y empezó a trabajar de redactora y correctora en China Reconstruye en diciembre de ese mismo año. En 1986, es decir, después de 31 años de trabajo, se jubiló y regresó a los EE.UU.

 

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