JANVIER 2002

 

 

 

 

 

 

 

 


 

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Nuestro experto tiene su familia en China


Por Belén


Oriol, asesor lingüístico de la sección de español
Oriol, nuestro experto, es un compañero de trabajo al que conozco desde hace más de cinco años. Está casado con una mujer china y tiene una hija muy simpática de dos años y medio llamada Jennie. Siempre sonriente, Oriol es una persona apacible, tranquila e incluso silenciosa, muy diferente, por lo tanto, de la imagen que yo tenía de los latinos, a quienes se suele describir como muy temperamentales.  
Al recordar cómo conoció a la que hoy es su esposa, Oriol se detiene a pensar unos segundos y luego dice “Fue el destino”, para añadir de inmediato: “En el sentido chino del término [mingyun]”.
Este español (catalán, por más señas) y su esposa se conocieron en una fiesta celebrada en el Hotel de la Amistad, donde viven casi todos los expertos de habla hispana que trabajan para entidades estatales. Oriol recuerda que aquella noche no tenía muchas ganas de salir de su apartamento y que incluso se había dicho a sí mismo: “Aunque tuviera que conocer a la mujer de mi vida, no voy a ir”. Pero quién sabe por qué, al final cambió de opinión, fue a la fiesta y conoció a la muchacha que se convirtió luego en su mujer.
Después de conocerse en la fiesta, se citaron por primera vez en la Villa Olímpica de Beijing, lugar que se encuentra a mitad de camino de donde vivían los dos. Aunque ambos hablan español, no se comprendieron bien por teléfono y cada uno estuvo esperando al otro en un lugar distinto. Cuando por fin Oriol se dio cuenta de que se había equivocado de lugar, acudió inmediatamente al otro lugar, pero no la encontró, porque ella, cansado de esperarlo, ya se había ido.
Seguramente ésta fue la primera de una serie de anécdotas relacionadas con las diferencias lingüísticas y culturales. A veces, uno no tiene conciencia de haber dicho nada especial hasta que la otra parte demuestra su enfado. En cierta ocasión, por un pequeño detalle, su mujer empezó a gritarle y a enumerarle una serie de cosas con las que no estaba de acuerdo. Primero, Oriol se sorprendió mucho, puesto que su esposa se mostraba siempre muy sonriente y amable, carácter que suele inculcarse a las jóvenes chinas; luego se dio cuenta de que, en lugar de haber expresado su desacuerdo de vez en cuando, su esposa se lo había ido guardando todo dentro hasta que no pudo contenerse más.
En el almuerzo del Nuevo Año, invitamos a Oriol y a su mujer a compartir nuestra mesa. Cuando alguien le proponía un brindis, Oriol miraba furtivamente a su mujer; si ella movía ligeramente la cabeza, él rechazaba el brindis muy cortésmente. Seguro que cuando estaban en España, donde nació su hija, también tenían señales secretas para decirse qué hacer en algunas situaciones culturalmente diferentes.
La pequeña familia en el Parque del Bambú (Beijing)
Una de las ocasiones en las que mejor me lo paso es cuando Oriol trae a nuestra oficina a su hijita Jennie, una niña despierta e ingenua que parece revelarnos una cara de sus padres que desconocíamos. Si se le pide que baile, no vacila nada y empieza a cantar y bailar como una muñeca. Es tan simpática que se hace querer por todos, y muchas compañeras que tienen un hijo varón dicen en broma que querrían casarse con Oriol. Una vez, una compañera trajo a su hijo a la oficina, un niño año y medio mayor que Jennie que normalmente es muy travieso. Para reírnos un rato, todos jaleamos a Jennie para que besara a su “hermanito”. Jennie, con la mayor naturalidad, se acercó al niño y lo besó en la mejilla. Pero hubo alguien que, no satisfecho con eso, pidió a Jennie que lo besara en los labios, lo que hizo con la misma desenvoltura y alegría que antes. El niño, en cambio, se puso rojo como un tomate y corrió a esconderse detrás de su madre. Parecía que el beso de Jennie lo había hechizado, puesto que, parapetado detrás de su madre, no dejaba de lanzar miradas a aquella linda “mujercita”.
Jennie es una colita de su padre. Le encanta sentarse en el regazo de su papá y pedirle que busque en la computadora el flash de Blanca Nieves y los Siete Enanitos. Habla español con papá y chino con nosotras. Si le hablamos en español, nos mira unos segundos y luego gira la cabeza sin hacernos caso. Tal vez nuestra cara le recuerde a la de su mamá, con la que siempre habla en chino.
En la parte trasera de su bicicleta, nuestro experto lleva instalada una sillita para niños. Todos los días, después del trabajo, lo primero que hace Oriol es ir en bicicleta a la guardería para recoger a su hijita y llevarla a casa, tal como hacen muchos padres y madres de familia.
Oriol cuenta que durante los primeros días de su estancia en Beijing, donde llegó en noviembre de 1996, tenía una fuerte sensación de irrealidad, como si la estancia en este lejano país oriental fuera un sueño. Poco a poco fue superando el llamado “pekinazo”, sobre todo al ir descubriendo día a día que la gente de aquí, como la de su tierra natal, también se enfada, bromea, sonríe a los niños, tiene sus ilusiones, etc. Gracias a esos descubrimientos cotidianos la sensación de irrealidad fue desapareciendo. Pero cuando dos años más tarde regresó a Barcelona en compañía de su esposa, no pudo evitar sentirse un poco raro en su propia tierra.
Y ahora, cuando veo a mi experto Oriol tomar el tazón para bajar a comprar el almuerzo, a veces me pregunto si no será un chino que no sabe hablar chino.  
Ayer, Oriol dijo por teléfono a uno de sus amigos chinos: “Estoy aprendiendo chino, pues mi mujer ya esta harta de hacer de intérprete para mí”. Y es que como dice un viejo proverbio chino, “Cada familia tiene sus propias dificultades”, sean sus miembros de la nacionalidad que sean.
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