JUNIO
2005


Ecuador: calor de sol, calor de pueblo

Por WANG YANG

Acompañada de niñas ecuatorianas

A finales de 2004, por cuestiones de trabajo, nuestra joven reportera Wang Yang viajó a Ecuador, donde vivió singulares experiencias. La siguente crónica es apenas un atisbo a su estancia en el país sudamericano.

Cielos encapotados bajo la nieve, fuerte ulular de vientos siberianos, lagos helados, y la gente huyendo del frío con paso apretado... así es el invierno en mi ciudad natal, Beijing. Fue precisamente en un invierno que abandoné temporalmente la capital china con rumbo al Ecuador, un país menos distante del sol que el mío. No en balde, al abandonar el aeropuerto de Quito y recibir en pleno rostro la primera luz ecuatoriana, olvidé inmediatamente el cansancio del viaje y me dejé llevar por el placer que brinda un clima templado.

Debo confesar sin embargo que había hecho cálculos que resultaron errados al final. Aunque Ecuador está atravesado por la línea geográfica de igual nombre - de ahí su denominación -, el sol que cae sobre el país andino no es tan fuerte como había imaginado. Ya sea en Quito, en las islas Galápagos, o en su zona oriental, el calor del astro rey no suele ser nunca sofocante. Al contrario, insufla energía y un toque de pasión al que lo recibe en su piel. Quizás ello tiene mucho que ver, me atrevería a afirmar, con ciertas facetas temperamentales de los ecuatorianos: entusiasmo, franqueza y, con frecuencia, una abierta vocación bromista.

Para endulzar tu boca

Al regalarme un caramelo, mi guía ecuatoriano me dijo: “Solita, esto es para endulzar tu boca”. “Para ser igual que ustedes, ja, ja, ja...” le respondí. Los ecuatorianos destacan por su perenne sentido del buen humor, y saben muy bien cómo decir las palabras más “dulces”. Por eso, cuando les digo que mi nombre ,“Yang”, significa sol, ellos prefieren llamarme “solita” chiqueando mi apelativo en tono de chanza. Y cuando les hago adivinar mi edad, responden invariablemente: “19”.

No crean sin embargo que los ecuatorianos sólo tienen boca “dulce”, como llamamos los chinos a las personas que saben decir halagos. También se destacan por su buen corazón. En Galápagos, a un compañero chino del grupo se le hincharon las piernas con el fuerte sol. Al saberlo, un lugareño, ni corto ni perezoso, buscó resina de sábila para hacer un remedio especial que curara los estragos solares. Hacerlo le costó mucho tiempo y esfuerzo, a pesar de lo cual no sólo preparó el emplasto, sino que ayudó a nuestro compañero a untarse el preparado en las piernas. No pudimos menos que sentirnos conmovidos. Al concluir, el buen hombre se limitó a dedicarnos una sonrisa.

Este caso no fue excepción. No hubo momento en que necesitáramos apoyo durante nuestros días en Ecuador, en que no acudiera algún ecuatoriano en nuestro auxilio. Otro hecho digno de mencionar fue lo acontecido en Tulcán, donde nos recibieron con mucho cariño los amigos de la Asociación de Amistad chino-ecuatoriana. Al enterarse de que queríamos viajar a un pueblo limítrofe con Tulcán, una señora miembro de la asociación se ofreció a acompañarnos durante todo el día siguiente. Nos alegró sobremanera  su ofrecimiento y decidimos que nos encontraríamos a las 7 de la mañana en el lobby del hotel donde pernoctábamos. La mujer estuvo de acuerdo sin la menor vacilación. Luego sabríamos, cuando la acompañábamos en el trayecto de vuelta a su casa, que para llegar a tiempo a nuestro lugar debía salir de su casa por lo menos a las 5 de la madrugada.

¡Vamos a bailar!

Todos quieren tomar fotos aquí - El parque "La mitad del mundo"

Dicen que cualquier latinoamericano tiene algo de artista, con lo cual concuerdo, pero de lo que si puedo dar fe plena es de su excelencia como bailadores. En cualquier lugar es posible ver a los ecuatorianos bailar, moviéndose a veces inconscientemente al son de la música: en la calle, en un bar, en el parque, y en... ¡una oficina!

En cierta ocasión, fuimos a discutir nuestro proyecto con los compañeros ecuatorianos. Al terminar el trabajo, y cuando estábamos a punto de decir adiós, nos detuvieron: “No, no, ¡vamos a bailar!” Casi no podíamos dar crédito a nuestros oídos, ¡cómo, bailar en la oficina! La escena que siguió nos dejó de una pieza a los  asiáticos, siempre tan “serios”: los anfitriones apartaron las mesas y sillas, pusieron música, y, ¡a bailar! Todavía tratábamos de comprender lo que ocurría y ya nos llevaban brazos amistosos y cálidos para hacernos bailar en la improvisada pista. La alegría era tan contagiosa que nos dejamos llevar, poniendo a un lado hasta el último remilgo.

Y la cosa no paró ahí. Tuvimos además la suerte de que nos invitaran a una boda local. En China, una boda significa generalmente un banquete pantagruélico. Por eso acudimos al ágape en ayunas, listos para probar las comidas ecuatorianas. Pero al llegar, nos quedamos boquiabiertos: sí que había una cena, sólo que bastante frugal para nuestras expectativas. La actividad principal, una vez más, era ¡bailar! Brazos que se agitaban, cinturas cimbreantes, música excitante y silbidos ocasionales. La boda era un mar de alegría y calor donde nadaban y se sumergían por igual allegados y desconocidos. Estos últimos dejaban de serlo por obra de la labor unitaria de la música. En cuanto a nosotros, al principio nos sentíamos un poco cortados, porque aunque ya habíamos pasado por la experiencia oficinesca, casi no sabíamos bailar. Eso no fue obstáculo, unas copas nos ayudaron a inflamar el valor y a dejarnos ganar por el mismo calor que hacía moverse a nuestros anfitriones. No me cabe duda de que si alguna vez has participado en una boda y “por desgracia” te has emborrachado, al despertarte al día siguiente creerás que has tenido un sueño fantástico.

Todo el que viaje a Ecuador podrá contar sus experiencias de acuerdo a lo vivido allí y a su visión particular del mundo, mas me atrevería a asegurar que quizás no haya impresión tan profunda como la que deja el carácter apasionado del pueblo ecuatoriano. Aunque con el tiempo las cosas que un día experimentamos van quedando relegadas al desván de la memoria, no habrá manera de sacarme del recuerdo el calor del sol de Ecuador, que desde el otro hemisferio del mundo me sigue llamando de vuelta a esa tierra que supo calentar mi piel y mi corazón.

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