Y lo mejor está por venir
Si pensamos por un momento más allá de los documentos
oficiales, podremos hablar de una relación de siglos, más
antigua que la que con carácter de primicia le atribuyen
los libros de historia a Europa, y en particular a España,
por la fortuita llegada de Cristóbal Colón a América,
sin ánimo de minimizar la proeza del gran almirante y la
tripulación que le acompañó en aquella ignorante
travesía trasatlántica que terminó con el
célebre ¡Tierra a la vista! de Rodrigo de Triana.
Más que probado está ya por los investigadores
que mucho antes existieron otros hombres arriesgados que, pese
al menor desarrollo de la navegación, desafiaron las extensas
y desconocidas aguas del Pacífico y trabaron vínculos
con el sur desnudo y virgen de América. Aunque desafortunadamente
el tiempo haya estado a punto de borrar todo vestigio, los lazos
se mantuvieron durante siglos con mayor o menor intensidad, hasta
que hace exactamente seis décadas, acontecimientos que
dejaron profundas marcas en el curso de la historia terminaron
por conseguir un mayor acercamiento entre América Latina
y el Caribe y China.
Cuba, el país del subcontinente por el que tocó
tierra aquella oleada de inmigrantes chinos iniciada hace 162
años, se adelantó al resto del subcontinente en
reconocer en 1960 a la República Popular China, fundada
en 1949, tras el triunfo del movimiento revolucionario liderado
por Mao Zedong.
A partir de entonces, el acercamiento fue en un principio tímido
y el intercambio económico prácticamente nulo, pero
con la recuperación de su puesto en la ONU y el reconocimiento
internacional, en las décadas del 70 y el 80 del siglo
pasado, China volvió una y otra vez sobre uno de sus grandes
inventos, el papel, para estampar su firma y dejar establecidas
relaciones diplomáticas con 21 países de la región.
El propio avance de la civilización humana, el despegue
económico y el papel cada vez más importante e influyente
que fue desempeñando la nación asiática en
el mundo, además de los lazos que los pueblos se habían
encargado de entablar por su cuenta a través de las migraciones,
hicieron que Latinoamérica volteara la mirada hacia China,
y viceversa.
Las relaciones políticas, económicas y culturales
experimentaron un auge acelerado en las últimas tres décadas,
en las que prácticamente todos los presidentes de los países
latinoamericanos que mantienen vínculos con Beijing visitaron
China, acompañados o sucedidos por una oleada de ministros
de los principales sectores económicos y empresarios, correspondidos
también por la parte china, que se sellaron con trascendentes
acuerdos de cooperación, intercambio, protección
y respaldo en el plano político, económico, social,
científico-técnico y cultural, bilateral y multilateral.
Todo ello propició que en un pestañazo el flujo
comercial entre América Latina y China alcanzara niveles
increíbles, pasando de los 29.000 millones de dólares
en el período 1978-1992 a los 143.400 millones sólo
en 2008, con el aliciente de que, pese a la actual crisis financiera
internacional, ambas partes tienen mucho aún por hacer
en favor del desarrollo recíproco y todos coinciden en
que lo mejor está por venir.
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