La autora con el director de la Filial Latinamericana de China hoy, Wu Yongheng (centro), y el subdirector, Zeng Ping (derecha), en el Aeropuerto Internacional Benito Juarez, de la Ciudad de México, el 28 de abril reciente.

México, desierto y paralizado

Por nuestra reportera CHENG WENJUN

DEL 24 de abril, cuando Felipe Calderón, presidente de México, anunció el cierre de todas las escuelas del país, debido al brote de la influenza A/H1N1, hasta el 28 del propio mes, día en que abordé el vuelo AM098 de regreso a China, pasé sólo cinco días con el pueblo mexicano durante aquel difícil momento.

México D.F. ya no era lo que había sido. Las calles estaban desoladas, a excepción de muy pocos peatones que andaban rápidamente llevando cubrebocas. Los atascos y el endiablado tráfico habitual a todas horas eran cosa de un pasado reciente. Restaurantes, bares y cines “echaban la persiana”. Habían desaparecido los puestos callejeros y los centros comerciales apenas tenían clientes. Por todas partes se podían ver carteles en colores explicando a la gente cómo mantener las medidas de prevención contra el virus. Todo por culpa de la gripe A/H1N1.

Alerta, pero no pánico

El 24 de abril llegué temprano por la mañana a la oficina de la Filial Latinoamericana de China hoy, comencé a hojear con impaciencia el diario La Reforma, para leer las últimas noticias. Fue entonces que supe que las escuelas primarias y secundarias en todo el país estaban cerradas debido a la epidemia. Al mediodía concluyeron sus clases las universidades, después de una decisión adoptada en una reunión de emergencia del Gobierno. Era la primera vez que sucedía algo así desde el devastador terremoto de 1985. Wu Yongheng, director de la oficina, se me acercó y me dijo: “No salgas a la calle, hasta que todo haya pasado”.

La situación de la influenza ocupó la primera página de todos los medios de comunicación y fue el tema central de la nación. Todos los empleados de nuestra revista, cuando nos reunimos, nos preguntamos en primer lugar sobre nuestra salud y luego de recibir una respuesta positiva, continuamos la conversación.

Dos días después, por la tarde, Wu nos llevó cuatro cubrebocas. Simples como eran, nos parecían preciosos, porque ya no había en las farmacias y mercados. Todos se habían vendido. Algunos mexicanos estaban empezando a almacenar alimentos y agua y nos preguntamos si debíamos hacer lo mismo.

México D.F. posee una quinta parte de la población del país. Rodeada por montañas, la ciudad fue la más afectada por la epidemia de influenza A/H1N1. Su futuro era una preocupación para cada uno de nosotros.

En las calles

El 27 de abril, aunque era el lunes, la mayoría de los mexicanos se quedó en casa, dejando las calles desiertas. El único sonido que se escuchaba era el de las aves en los árboles. La colonia Benito Juárez, donde se encuentra nuestra oficina, está en el centro, cerca de la avenida de los Insurgentes. Sin embargo, por esa concurrida arteria comercial todo estaba cerrado: iglesia, museo, sala de música, biblioteca, zoológico, etc. Los parques públicos -siempre rebosados de jóvenes, familias, novios y abuelos- apenas tenían gente. Algunos amantes se besaban con sus cubrebocas puestos, e incluso un transeúnte con un especial sentido del humor había colocado una mascarilla a la estatua de bronce de la fuente.

Las parejas mexicanas extreman las medidas de protección.

Tampoco funcionaron los quioscos y puestos callejeros. En un estanco de periódicos pude ver que los principales diarios, La Jornada, El Universal y El Sol de México, concedían un espacio considerable a la noticia de la epidemia. Los grandes almacenes estaban abiertos, pero no los restaurantes, respetando las estrictas medidas dictadas por el Gobierno. Los alimentos sólo estaban disponibles en los mercados, como Seven-Eleven y Oxxo.

Zeng Ping, subdirector de la Filial Latinoamericana de China hoy, y yo caminamos hacia la plaza del Zócalo, el lugar más importante y famoso de la ciudad. Sus calles aledañas solían ser un paraíso para los compradores en busca de ropas, joyas y recuerdos, pero hoy estaban semivacías, ni siquiera había turistas.

Frente a la Catedral Metropolitana, un pequeño grupo fue sorprendentemente visto alrededor de un sacerdote, quien estaba pronunciando un entusiasta discurso. Todo el mundo llevaba cubrebocas. Los lugares turísticos alrededor de la plaza estaban cerrados y no tuvimos otra alternativa que hacer un segundo viaje.

La economía mexicana, que había entrado en recesión antes del brote de la gripe, se encontraba ahora en peor estado. Todos los restaurantes permanecían cerrados, al igual que los sitios de entretenimiento, lo que supuso pérdidas diarias por 100 millones de dólares para el país. México ha sido durante mucho tiempo el “patio trasero” favorito de los estadounidenses para pasar las vacaciones. Ahora, el sector turístico mexicano, que representa el 8 por ciento del PIB, se encuentra gravemente enfermo.

Un enfermo recibe los primeros auxilios en una calle del D.F.

El 27 de abril, las autoridades confirmaron el número de muertes y los casos sospechosos de contagio hasta el momento, 152. La epidemia no daba señales de detenerse. Se había propagado más allá de México D.F. y afectaba ya a otras 16 áreas administrativas. El pueblo mexicano es alegre y nunca ha visto la muerte con el mismo miedo que otras naciones. Los mexicanos prefieren tomar este tema a la ligera, e incluso bromean habitualmente al respecto, como ya había podido comprobar antes, durante la fiesta del Día de los Muertos. Incluso hoy, en medio de la epidemia en todo el país, miles de personas se reían bajo sus tapabocas y al final dejaban ver su optimismo.

Para ellos, la vida sigue, pase lo que pase, independientemente de una actitud optimista o pesimista. Con este ánimo y alegría, a la nación mexicana nada le perturba, excepto una vida sin fiestas ni entretenimiento.

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