El final de un ciclo

Por LEONARDO ANOCETO

Embargado por la nostalgia de quien deja atrás los amigos que le acompañaron durante casi un lustro y la relación íntima y promiscua que vivió apasionadamente con los rincones más bohemios y emblemáticos de Beijing, esos que por su autenticidad no han podido ser tragados por las altas oleadas de rascacielos que en tres décadas de apuesta a la modernidad han inundado esta milenaria ciudad, y que resultan cada vez más exóticos y acogedores para los forasteros y naturales que aprecian su paz y particular encanto, David Cabrera López echó mano a su boleto de regreso definitivo a España, acomodó su carga, tomó de la mano a su familia y volvió.

Este madrileño, de intensos 35 años, pocas carnes, un tanto encorvado, sin más corpulencia que la necesaria para cargar su mochila, sus proyectos y utopías, de ojos pequeños y pelo trigueño ensortijado, con convicciones que tiran a la zurda y capaz de desatar apasionados debates en las veladas entre amigos, desembarcó en China justo el 11 de septiembre de 2003, con las mismas carencias sobre la historia, la cultura y la realidad de este país de casi todos los que llegan por primera vez, lo que alimentaba aún más sus expectativas.

Casi un lustro más tarde regresa definitivamente a la tierra que lo vio nacer en compañía de su esposa Alicia, quien poco después se le sumó a la aventura por el Lejano Oriente, sus hijos, Olivia y Olmo, nacidos ambos en Beijing, su fiel perro Gomo, un montón de experiencias que afortunadamente no cuentan como equipaje para las aerolíneas y, ya casi al final, un tercer descendiente que comenzó a gestar en Portugal, Darío sin Dios, su primera novela publicada, que asegura “es un espaldarazo” para su carrera como escritor, “me da mucha confianza” y “cierra un ciclo, el ciclo de China”.

China hoy: ¿Por qué decidiste venir a China?

David Cabrera López: Porque me surgió un trabajo. Yo estaba trabajando en un periódico en Canarias, La Voz de La Palma, donde hacía de todo un poco, cultura, política, era un todo terreno, aunque no soy periodista, y de repente se desató la epidemia del SARS en China. Todos estaban atemorizados, no quería venir nadie y yo, que era un loco, cuando me dijeron oye mira, hay un puesto en la agencia Xinhua y si lo quieres, porque nadie lo quiere, y dije dámelo. Me vine de temerario. Ya había pasado lo del SARS, pero todo el mundo en Europa tenía muchísimo miedo.

Ch: ¿Qué sabías de China antes de venir?

DCL: La verdad es que tenía muy poca idea, películas de Kung-fu, Bruce Lee, Mao Tsedong y los restaurantes chinos de España y otros países, que luego descubrí aquí que eran de comida cantonesa. No tenía idea de nada, no sabía nada de China, no sabía nada de literatura, me parecía otro mundo, que no tenía nada que ver con mi experiencia en Latinoamérica, Estados Unidos, Europa o el norte de África. China, dentro de Asia, era para mí como Marte. Yo vine con la sensación de me voy a ir a un lugar cerradísimo, anclado en el siglo pasado, y eso me hacía mucha ilusión.

Pensé, cuando llegue a China voy a descubrir eso, todo el mundo con el cuello mao, todo el mundo en bicicleta… y luego llegué y nada que ver, encontré una sociedad no moderna, pero sí intentándolo, con unas ganas enormes de subirse al carro de la modernidad. Sobre todo, entre la gente joven del trabajo me di cuenta de eso, habían viajado al extranjero, estaban más abiertos a la cultura, el cine y la literatura europea. Fue una grata impresión.

Por otra parte, lo que más me llamaba la atención era la China que en el fondo a mí más me gusta, la de los hutong, los viejitos, las bicicletas…

Ch: ¿La tradicional?

DCL: La tradicional. Eso, que a mí era lo que más me fascinaba, sin conocer aún la cultura china, me di cuenta que se estaba extinguiendo, que ya casi no quedaba. Y para mí lo más triste, en el tiempo que he vivido aquí, ha sido ver cómo ha ido desapareciendo parte de ese Beijing tradicional, cómo lo han derruido, cómo se han cargado los hutong y cómo la gente joven quieren que China sea un país modernísimo, que esté a la última, que Beijing tenga rascacielos… Para ellos los hutong son algo pobre, muy humildes, en los que nadie quiere vivir. Y sin embargo, para mí y para todos mis amigos laoway (extranjeros), los hutong son lo más bonito de Beijing y es considerable la cantidad de laoway que quieren vivir en ellos.

Mira, el otro día, por ejemplo, estuvimos cenando con la ayi, que lleva dos años en mi casa cuidando a los niños. Ella vivía en un hutong cercano a mi casa, aquí en Tongzhou, y lo han derruido y les han dado un piso nuevo. Para mí el hutong de la ayi era super auténtico, la China tradicional, pero claro, ¿cómo vivía esa señora? Pues la cocina era de carbón, tenían toda la pared de la casa negra, el baño no tenía agua caliente, el piso levantado… y de repente, a cambio, les han dado dinero y un apartamento nuevo, con un piso perfecto, una cocina enorme, dos cuartos y para ellos es espectacular. Ella estaba encantada de la vida y eso tienes que verlo con sus ojos, no con los nuestros. Es una pena que se carguen esos sitios, pero realmente ahí la gente vivía mal.

En cinco años en China “me he sentido muy querido y muy aceptado”, confesó el escritor.

Ch: ¿Después de casi cinco intensos años aquí, cómo ves la China actual?

DCL: De la China de hoy, por un lado, me da mucho miedo lo que te decía antes, que se pierdan las tradiciones. O sea, que la gente joven reniegue de lo que es en pos de la modernidad y que a cambio de eso se carguen desde la Ópera de Beijing, que te puede parecer o no pesada, las casas, la forma de vida tradicional… Ya no hay tantas bicis. Esta ciudad, que era la ciudad de las bicicletas, ahora es la ciudad de los Audi. Y eso va en detrimento del medio ambiente y de la propia ciudad, de la belleza de la ciudad y del ritmo de la gente. La gente va mucho más acelerada ahora, van con mucha más prisa y se ha perdido ese tempo oriental de poco a poco, no hay prisa, paciencia. Yo entiendo que la gente joven se quiera sumar a la modernidad a toda costa, pero creo que la sociedad no está preparada todavía para ello. Es necesario que el país dé pasos que van mucho más allá de la economía.

Ch: Hablemos de la novela. ¿La traías ya debajo del brazo cuando llegaste a Beijing?

DCL: Sí, la comencé a escribir en Portugal y luego la seguí escribiendo en Madrid, cuando trabajaba en el Centro de Disminuidos Psíquicos, que no era un psiquiátrico exactamente, pero que en la novela lo dibujo como un psiquiátrico. Tenía toda esa parte ya redactada y cuando llegué a China tuve el tiempo y la paciencia para corregirlo y aunarlo. Después lo que hice fue narrar una historia central, que es el cuerpo de la novela, que transcurre en Beijing, y a través de ella uní las otras dos historias, la que escribí en Portugal, que es la historia de María, la madre del personaje central, Darío, y la del psiquiátrico.

David y su hijo Olmo Tao, nacido en Beijing.

Ch: ¿No solo fue tranquilidad y tiempo entonces lo que te aportó China para escribir la novela, también te dio argumento?

DCL: Hombre claro. La novela tiene un trasfondo religioso. Es un chico que está en un psiquiátrico, que cree ser el anticristo. Tiene un desequilibrio o como se quiera ver. Entonces, lo bonito de China es que es uno de los últimos bastiones del comunismo en el mundo, el lugar perfecto para que un loco que cree ser el anticristo dé riendas sueltas a su apología del mal. La estancia aquí me dio toda la información, la gente que conocí, los lugares increíbles de Beijing que compartí con mis amigos y que me proporcionaron un escenario de fondo muy interesante.

Ch: ¿Cambió tu expriencia en Pekín el argumento inicial?

DCL: Toda la parte central nace en China, pero ya la tenía pensada. Dividí la novela en tres partes, el nacimiento de este chico, la parte final, que es la aceptación de lo que es, y la parte central, que narra cómo él cree ir descubriendo que es el anticristo, la cual nació y concebí en Beijing. Entonces, hablo mucho de todas esas experiencias y de esos años en los que he visto transformarse la ciudad por el desarrollo inmobiliario.

Cuando yo llegué, en el Hotel Amistad estaban prácticamente todos los periodistas que trabajaban como expertos lingüísticos en Beijing. No podías alquilarte un piso fuera del hotel. Eso de por sí era un filón para contar sobre esa China de antes, que ya no es, un poco cerrada, en la que a los periodistas había que tenerlos más o menos acotados y que las experiencias y las cosas que viviesen tuviéramos cierto control sobre ello. Eso terminó, por suerte, a los dos años de estar yo en el Hotel Amistad, cuando nos permitieron alquilar casas fuera, lo cual era también un símbolo de la apertura ideológica de la ciudad, que te digo que es eso, tienes que permitir que la gente vea, opine y piense por su cuenta. Pero esa experiencia en el Hotel Amistad, hablando constantemente sobre China, de cómo era China en comparación con el país de donde veníamos, era preciosa. Ver cómo personas de todas partes del mundo, de culturas bastante dispares nos reuníamos en el mismo punto y acabábamos hablando de esa China que nos estaban permitiendo ver.

Era superinteresante ver esas influencias, esos puntos de vista, y eso lo he intentado reflejar en la novela, aprovechando los amigos que hice en el hotel, exagerándolos demasiado a veces, porque es una novela, no he intentado hacer un reportaje periodístico ni ceñirme a la realidad. He sacado de quicio mis experiencias y las de mis amigos para contar una historia muy sui géneris en esta novela.

Ch: ¿Sui géneris en qué sentido?

DCL: Pues porque es mi voz o mi búsqueda de una voz, todavía sin determinar, y ahí está.

Ch: ¿Es autobiográfica?

DCL: Gran parte, lo que te decía de los amigos, sobre todo la parte de Beijing, es la más autobiográfica, porque narro mis experiencias en la ciudad, lo que viví y lo que vivieron mis amigos del hotel. Es autobiográfica, desquiciada de alguna manera o hiperbólica. Tomo las características de un amigo, buenas o malas, y hago una gran hipérbole, porque me lo requería la historia.

Al ser mi primera novela, es una novela de búsqueda de mi voz, de cómo quiero contar las cosas que me intrigan, que me sacan curiosidad y que me atraen. Es una novela de primerizo, pero no la puedo adscribir a ninguna corriente, porque no creo que la tenga. Aparte, soy muy ecléctico. Pico de aquí y de allá y me afecta lo mismo El Nuevo Testamento, que los libros de Javier María que me leo, que me gustan mucho.

Ch: Regresar a España con una novela bajo el brazo, ¿qué significado tiene para ti?

DCL: Es un espaldarazo. Me da mucha confianza. Después de terminar Darío sin Dios, hace tres años, he estado escribiendo muchísimo, tres o cuatro horas al día, cinco días a la semana, leyendo muchísimo e insistiendo en lo que te digo de buscar mi voz. He escrito dos libros de cuentos, un libro de poemas y otra novela. En medio de este proceso me llamaron de España, para decirme que me iban a publicar la novela. Yo pensé que estaba trabajando en el vacío y que no iba a ningún lado. Y que me dijesen, mira, la propuesta es muy arriesgada, pero aún así hay algo que nos interesa y te la vamos a publicar. Eso me dio muchísimo fuelle para seguir trabajando y confianza en mí mismo para decir, bueno, no estoy tan desencaminado, no he encontrado todavía lo que quiero decir, pero no estoy desencaminado. Aparte, ha sido precioso, porque me lo publican justo ahora, antes de irme de China, y lo puedo presentar delante de mis amigos, en el Hotel Amistad. Es como decir vine, aprendí esto, lo plasmé en esta novela y ahora lo presento ya en un formato físico concreto y cierro un ciclo, que es el ciclo de China.

Ch: En algún momento de la presentación de Darío sin Dios hablaste también de la tranquilidad que te aportó la ciudad…

Presentar Darío sin Dios en el Hotel Amistad, ante sus amigos “fue precioso”.

DCL: La ciudad y la suerte de haber tenido aquí dos hijos, que me han anclado un poco a mi casa y alejado de esta vida un poco disco que llevaba yo al principio, en la que pasaba mucho tiempo en la calle. Al tener a mi primera hija, Olivia, me quedé en casa y eso me dio también una paz y una tranquilidad que no tenía antes, cuando vivía más fuera de mi casa que dentro de ella. No invertía tanto tiempo en leer, corregir, escribir y apostar en serio por este sueño que es escribir.

Ch: ¿Nostalgia por la partida?

DCL: Bueno, ayer estaba llorando y todo. Me da muchísima pena irme, sobre todo por los amigos. He hecho muchísimos amigos aquí y grandísimos amigos y eso es lo más rico y lo mejor que me ha pasado. Nostalgia muchísima, de las pequeñas cosas, del olor de los pinchos asados por la calle, yo que sé, son mil pequeños detalles. Meterte en un callejón, en una terracita, a beber unas cervecitas, comer unos pinchos y hablar con los amigos. Para mí lo mejor de Beijing, sin lugar a dudas, han sido los amigos, la magia de la ciudad y la gente sencilla del pueblo, el taxista, el que te vende los pinchos, el de la tiendita, el que te sube el agua... De toda esa gente no me he llevado ningún desencanto. Y mira que es difícil, porque mala gente hay en todos lados. Pero yo he tenido muchísima suerte. Me he sentido muy querido y muy aceptado.

Ch: En algún momento afirmaste que en Occidente existe a veces una visión un poco satanizada de China que no compartes. ¿Por qué?

DCL: Sí. A mí, que me considero un enamorado de China, me duele muchísimo ver a veces a la gente juzgando no a un país, sino a la gente que conforma un país, sin saber realmente qué pasa, quiénes son o a quién le están haciendo daño. Cuando sale la gente a manifestarse en Londres o en París por cosas en las que pueden tener razón o no, la mayoría no saben de lo que están hablando y tienen una imagen de China, que si no has estado aquí y no la has vivido, es un cliché, de que es un país anclado en los años 50, gobernado por un grupo de poder y el pueblo sigue a esos gobernantes ciegamente y tampoco es así. Entonces, yo lo paso mal viendo cómo amigos míos, gente joven, gente muy liberal, gente que realmente es la China moderna, ven cómo critican sin saber a todo un país, a todo un pueblo que tiene muchísima ilusión.

Dirección : 24, calle Baiwanzhuang, Beijing, 100037, China
Fax : 86-10-68328338
Sitio Web : http://www.chinatoday.com.cn
E-mail: chinahoy@chinatoday.com.cn
Todos los derechos reservados: China hoy