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Ch: ¿Después de casi cinco intensos años aquí, cómo ves la China actual? DCL: De la China de hoy, por un lado, me da mucho miedo lo que te decía antes, que se pierdan las tradiciones. O sea, que la gente joven reniegue de lo que es en pos de la modernidad y que a cambio de eso se carguen desde la Ópera de Beijing, que te puede parecer o no pesada, las casas, la forma de vida tradicional Ya no hay tantas bicis. Esta ciudad, que era la ciudad de las bicicletas, ahora es la ciudad de los Audi. Y eso va en detrimento del medio ambiente y de la propia ciudad, de la belleza de la ciudad y del ritmo de la gente. La gente va mucho más acelerada ahora, van con mucha más prisa y se ha perdido ese tempo oriental de poco a poco, no hay prisa, paciencia. Yo entiendo que la gente joven se quiera sumar a la modernidad a toda costa, pero creo que la sociedad no está preparada todavía para ello. Es necesario que el país dé pasos que van mucho más allá de la economía. Ch: Hablemos de la novela. ¿La traías ya debajo del brazo cuando llegaste a Beijing? DCL: Sí, la comencé a escribir en Portugal y luego la seguí escribiendo en Madrid, cuando trabajaba en el Centro de Disminuidos Psíquicos, que no era un psiquiátrico exactamente, pero que en la novela lo dibujo como un psiquiátrico. Tenía toda esa parte ya redactada y cuando llegué a China tuve el tiempo y la paciencia para corregirlo y aunarlo. Después lo que hice fue narrar una historia central, que es el cuerpo de la novela, que transcurre en Beijing, y a través de ella uní las otras dos historias, la que escribí en Portugal, que es la historia de María, la madre del personaje central, Darío, y la del psiquiátrico.
Ch: ¿No solo fue tranquilidad y tiempo entonces lo que te aportó China para escribir la novela, también te dio argumento? DCL: Hombre claro. La novela tiene un trasfondo religioso. Es un chico que está en un psiquiátrico, que cree ser el anticristo. Tiene un desequilibrio o como se quiera ver. Entonces, lo bonito de China es que es uno de los últimos bastiones del comunismo en el mundo, el lugar perfecto para que un loco que cree ser el anticristo dé riendas sueltas a su apología del mal. La estancia aquí me dio toda la información, la gente que conocí, los lugares increíbles de Beijing que compartí con mis amigos y que me proporcionaron un escenario de fondo muy interesante. Ch: ¿Cambió tu expriencia en Pekín el argumento inicial? DCL: Toda la parte central nace en China, pero ya la tenía pensada. Dividí la novela en tres partes, el nacimiento de este chico, la parte final, que es la aceptación de lo que es, y la parte central, que narra cómo él cree ir descubriendo que es el anticristo, la cual nació y concebí en Beijing. Entonces, hablo mucho de todas esas experiencias y de esos años en los que he visto transformarse la ciudad por el desarrollo inmobiliario. Cuando yo llegué, en el Hotel Amistad estaban prácticamente todos los periodistas que trabajaban como expertos lingüísticos en Beijing. No podías alquilarte un piso fuera del hotel. Eso de por sí era un filón para contar sobre esa China de antes, que ya no es, un poco cerrada, en la que a los periodistas había que tenerlos más o menos acotados y que las experiencias y las cosas que viviesen tuviéramos cierto control sobre ello. Eso terminó, por suerte, a los dos años de estar yo en el Hotel Amistad, cuando nos permitieron alquilar casas fuera, lo cual era también un símbolo de la apertura ideológica de la ciudad, que te digo que es eso, tienes que permitir que la gente vea, opine y piense por su cuenta. Pero esa experiencia en el Hotel Amistad, hablando constantemente sobre China, de cómo era China en comparación con el país de donde veníamos, era preciosa. Ver cómo personas de todas partes del mundo, de culturas bastante dispares nos reuníamos en el mismo punto y acabábamos hablando de esa China que nos estaban permitiendo ver. Era superinteresante ver esas influencias, esos puntos de vista, y eso lo he intentado reflejar en la novela, aprovechando los amigos que hice en el hotel, exagerándolos demasiado a veces, porque es una novela, no he intentado hacer un reportaje periodístico ni ceñirme a la realidad. He sacado de quicio mis experiencias y las de mis amigos para contar una historia muy sui géneris en esta novela. Ch: ¿Sui géneris en qué sentido? DCL: Pues porque es mi voz o mi búsqueda de una voz, todavía sin determinar, y ahí está. Ch: ¿Es autobiográfica? DCL: Gran parte, lo que te decía de los amigos, sobre todo la parte de Beijing, es la más autobiográfica, porque narro mis experiencias en la ciudad, lo que viví y lo que vivieron mis amigos del hotel. Es autobiográfica, desquiciada de alguna manera o hiperbólica. Tomo las características de un amigo, buenas o malas, y hago una gran hipérbole, porque me lo requería la historia. Al ser mi primera novela, es una novela de búsqueda de mi voz, de cómo quiero contar las cosas que me intrigan, que me sacan curiosidad y que me atraen. Es una novela de primerizo, pero no la puedo adscribir a ninguna corriente, porque no creo que la tenga. Aparte, soy muy ecléctico. Pico de aquí y de allá y me afecta lo mismo El Nuevo Testamento, que los libros de Javier María que me leo, que me gustan mucho. Ch: Regresar a España con una novela bajo el brazo, ¿qué significado tiene para ti? DCL: Es un espaldarazo. Me da mucha confianza. Después de terminar Darío sin Dios, hace tres años, he estado escribiendo muchísimo, tres o cuatro horas al día, cinco días a la semana, leyendo muchísimo e insistiendo en lo que te digo de buscar mi voz. He escrito dos libros de cuentos, un libro de poemas y otra novela. En medio de este proceso me llamaron de España, para decirme que me iban a publicar la novela. Yo pensé que estaba trabajando en el vacío y que no iba a ningún lado. Y que me dijesen, mira, la propuesta es muy arriesgada, pero aún así hay algo que nos interesa y te la vamos a publicar. Eso me dio muchísimo fuelle para seguir trabajando y confianza en mí mismo para decir, bueno, no estoy tan desencaminado, no he encontrado todavía lo que quiero decir, pero no estoy desencaminado. Aparte, ha sido precioso, porque me lo publican justo ahora, antes de irme de China, y lo puedo presentar delante de mis amigos, en el Hotel Amistad. Es como decir vine, aprendí esto, lo plasmé en esta novela y ahora lo presento ya en un formato físico concreto y cierro un ciclo, que es el ciclo de China. Ch: En algún momento de la presentación de Darío sin Dios hablaste también de la tranquilidad que te aportó la ciudad
DCL: La ciudad y la suerte de haber tenido aquí dos hijos, que me han anclado un poco a mi casa y alejado de esta vida un poco disco que llevaba yo al principio, en la que pasaba mucho tiempo en la calle. Al tener a mi primera hija, Olivia, me quedé en casa y eso me dio también una paz y una tranquilidad que no tenía antes, cuando vivía más fuera de mi casa que dentro de ella. No invertía tanto tiempo en leer, corregir, escribir y apostar en serio por este sueño que es escribir. Ch: ¿Nostalgia por la partida? DCL: Bueno, ayer estaba llorando y todo. Me da muchísima pena irme, sobre todo por los amigos. He hecho muchísimos amigos aquí y grandísimos amigos y eso es lo más rico y lo mejor que me ha pasado. Nostalgia muchísima, de las pequeñas cosas, del olor de los pinchos asados por la calle, yo que sé, son mil pequeños detalles. Meterte en un callejón, en una terracita, a beber unas cervecitas, comer unos pinchos y hablar con los amigos. Para mí lo mejor de Beijing, sin lugar a dudas, han sido los amigos, la magia de la ciudad y la gente sencilla del pueblo, el taxista, el que te vende los pinchos, el de la tiendita, el que te sube el agua... De toda esa gente no me he llevado ningún desencanto. Y mira que es difícil, porque mala gente hay en todos lados. Pero yo he tenido muchísima suerte. Me he sentido muy querido y muy aceptado. Ch: En algún momento afirmaste que en Occidente existe a veces una visión un poco satanizada de China que no compartes. ¿Por qué? DCL: Sí. A mí, que me considero un enamorado de China, me duele muchísimo ver a veces a la gente juzgando no a un país, sino a la gente que conforma un país, sin saber realmente qué pasa, quiénes son o a quién le están haciendo daño. Cuando sale la gente a manifestarse en Londres o en París por cosas en las que pueden tener razón o no, la mayoría no saben de lo que están hablando y tienen una imagen de China, que si no has estado aquí y no la has vivido, es un cliché, de que es un país anclado en los años 50, gobernado por un grupo de poder y el pueblo sigue a esos gobernantes ciegamente y tampoco es así. Entonces, yo lo paso mal viendo cómo amigos míos, gente joven, gente muy liberal, gente que realmente es la China moderna, ven cómo critican sin saber a todo un país, a todo un pueblo que tiene muchísima ilusión. |
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