¿Población en peligro?

Tan temprano como quizás no muchos imaginen, China observaba ya el potencial de su población, cuantitativamente considerada incluso capaz de definir guerras por algunos emperadores, que no dudaron por ello en aprobar medidas dirigidas a estimular la natalidad.

Sumando millones a ritmos desmesurados, la prole de esta milenaria nación alcanzó cifras alarmantes, que se hicieron más notorias justo en momentos de crisis, como la hambruna que afectó al país de 1959 a 1962, obligando a las autoridades de entonces a frenar la procreación que otros habían alentado. Echando mano a la Política de Planificación Familiar (PPF) se fijó en uno el tope de hijos que cada matrimonio podría traer al mundo y se contuvo así una explosión demográfica que amenazaba la estabilidad social, política y económica del país.

Pero lo que sirve para una época no necesariamente tiene que ser efectivo en otras. La China actual dista mucho de aquella en la que el hambre y la escasez hacían ver con pánico la llegada al mundo de otros 200 millones de compatriotas. Y más allá de la manera arbitraria, injusta y corrupta en que algunos funcionarios la interpretaron e hicieron cumplir, la medida terminó por generar conflictos sociales que han venido creciendo como bola de nieve y exigen soluciones inmediatas.

Ya no solo se trata de encontrar fórmulas para contrarrestar el egoísmo que engendró en más de una generación de hijos únicos el hecho de criarse en un ambiente familiar de consentimiento pleno, sino de concienciar a un grupo creciente de jóvenes, casados o solteros, de cumplir con una de las fases imprescindibles del ciclo de la vida, la de reproducirse una vez llegan a una edad determinada y mantener así la continuidad de la especie.

Los cálculos de los demógrafos son más que elocuentes. De mantener el actual ritmo anual de nacimientos y no lograr revertir la tendencia ascendente de postergar la maternidad, o incluso pasarla por alto, en menos de medio siglo China será desplazada por la India como la nación más poblada del planeta y puede que también resulte rezagada en el plano económico.

Dos centurias después, un tiempo que hoy parece muy distante, la nación asiática no podrá presumir de su vigente condición de gigante y sus habitantes se reducirán a números que en estos momentos se alcanzan juntando apenas la población de dos de sus principales ciudades.

La apatía de un sector de la juventud por dar la vida a otros seres, así como a ellos les fuere dada antes, está justificada en parte por la falta de solvencia para acceder a determinadas facilidades consideradas imprescindibles para la crianza de un hijo y algunas garantías sociales, agravadas ahora por la difícil situación que viven los universitarios para encontrar empleo, por lo que no bastará tampoco con abolir de plano las regulaciones vigentes. Serán necesarias soluciones más elaboradas, que eviten el envejecimiento, estimulen el crecimiento poblacional en un rango racional y logren mantener el número de habitantes en niveles que aseguren la estabilidad social y económica del país.

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