Y el sueño se hizo realidad
Ha llegado agosto, y no es un agosto más, sino el que
muchos, impacientes, no veían el momento de vivir, lejano
para los que hace siete años vibraron de alegría
al conocer el resultado de la votación del Comité
Olímpico Internacional, algo más distante para los
que comenzaron a pugnar seriamente por él una década,
quince o veinte años atrás, remoto para aquellos
soñadores que hace exactamente un siglo fueron los primeros
en hacerse la pregunta de cuándo China podría organizar
unos Juegos Olímpicos y que por obvias razones biológicas
ya no están para verlo, pero que quedaron inmortalizados
en el instante mismo de hacer pública su idea, descabellada
e intrascendente quizás para no pocos, hoy realidad.
El tiempo, como buen corredor de largas distancias, a un paso
constante, no tan rápido como a veces quisiéramos,
ni tan lento como en otras rogamos, simplemente a su paso, eso
sí imparable, ha terminado por agotar uno más de
sus ciclos cuatrienales, esos que se cierran justo en la segunda
mitad de cada agosto y que los amantes del deporte, y hasta los
que no lo son, esperan ansiosos para volver a disfrutar.
Beijing ya está de fiesta. De norte a sur, de este a oeste
y viceversa, la ciudad, más presumida que nunca, no deja
de acicalarse para impresionar a los millones de personas que
acudirán a ella desde todas partes del mundo, en especial
a los más de 10.000 deportistas le harán un guiño
con la ilusión de ser correspondidos y regresar a casa
con una medalla sobre su pecho, no importa el color, como prueba
de una conquista eterna.
Y Beijing no los defraudará, incluso a aquellos que no
resulten premiados ni a los que solo vengan en calidad de espectadores,
porque desde que fue ella la agraciada, al recibir el honor de
organizar los Juegos Olímpicos de 2008, se ha entregado
en cuerpo y alma para crear las condiciones ideales y regalar
al mundo las mejores Olimpiadas de la historia, sobreponiéndose,
a fuerza de entrega, respaldo de sus autoridades y solidaridad,
a los duros obstáculos que la naturaleza ha puesto precisamente
este año en su camino.
Restan apenas horas para que comiencen a desvelarse, uno tras
otro, los mitos más esperados de cada edición: la
ceremonia de apertura, el encendido del pebetero y por fin los
campeones. La capital china simplemente extiende bien sus brazos
y da la bienvenida a los visitantes de todos los rincones del
planeta, para quienes agosto representará esta vez la oportunidad
no solo de ver competir a la flor y nata del deporte mundial,
sino de conocer también una cultura, una historia y una
gastronomía milenarias, un asombroso desarrollo económico
y social, un pueblo noble, solidario y hospitalario, un país
encantador.
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