Lecciones
Para muchos en el mundo, involuntariamente, el terremoto de Sichuan
comienza a ser cosa del pasado. Los aterradores y aparentemente
interminables movimientos telúricos han cesado y por lógica
de la vida desaparecen de las portadas de los principales medios
de comunicación y agencias de noticias las informaciones
relacionadas con el desastre, cada vez menos frecuentes.
Sin embargo, para las autoridades chinas y, sobre todo, para
los habitantes de las zonas afectadas de esa provincia este es
apenas el comienzo de una etapa larga y compleja, en la que los
más afortunados deberán solamente entregarse a las
labores para hacer resurgir escuelas, casas, industrias y el resto
de sus ciudades, mientras los cientos de miles que perdieron algún
ser querido o quedaron marcados por las lesiones, deberán
luchar contra las secuelas sicológicas.
Asombran aún las reacciones de la población del
país, tanto de aquellos directamente afectados, como los
que extendieron y continúan extendiendo su mano solidaria,
bien con dinero, bien con recursos, afecto o los indispensables
conocimientos terapéuticos, para ayudar a aliviar en lo
posible el dolor que acompañará por siempre a los
huérfanos, a los que no pudieron rescatar con vida de entre
los escombros a sus hijos, amigos o familiares, o simplemente
a los que acudieron a por sus compatriotas y resultaron afectados
por la descarnada magnitud del desastre.
Independientemente de que tales situaciones no son ni por asomo
motivos para el regocijo y que muchas cosas deberán ser
revisadas y no pocas medidas adoptadas, China ha dado lecciones
de humanismo, nacionalismo, fraternidad, amor, entrega desinteresada
y capacidad organizativa para hacer frente a los desastres naturales,
ante las que no pocos países y organizaciones internacionales
se han quitado honrosamente el sombrero.
Sin olvidar a sus víctimas, a las de Sichuan y también
a las de las regiones afectadas por intensas nevadas, inundaciones
y fuertes lluvias o accidentes estremecedores en lo que va de
2008, el país no detiene su marcha y sigue enfrascado en
materializar en agosto próximo un sueño de cien
años, el de acoger unos Juegos Olímpicos a los que
muchos conceden desde hace rato el carácter de históricos
por el convencimiento de la actuación que tendrán
los atletas anfitriones y el esmero de los organizadores por atar
hasta el último cabo y hacer gala del espíritu hospitalario
que distingue a los chinos.
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