Los enanos del milagro

Todas las grandes transformaciones llevan intrínseca una cuota de riesgos o lados feos, evitables algunos, si se adopta una postura dialéctica y se hacen a tiempo en la práctica las debidas correcciones a la estrategia trazada; inevitables otros, como las malas gripes que a veces hay que pasar, pero de las cuales es posible librarse pronto, con oportunos y sencillos remedios, sin necesidad de apelar a complejas terapias.

De unos y otros ha conocido la sociedad china en casi tres décadas de Reforma y Apertura, gracias a la cual el país experimentó en pocos años un salto económico que el mundo ha calificado con razón como “milagro”, pero al que han crecido también sus enanos, convertidos con el paso del tiempo en pesados lastres de los que a la nación le urge deshacerse para alcanzar otros estadios.

La fuerte apuesta de China al desarrollo industrial, científico y tecnológico creó una brecha significativa entre sus principales ciudades y el campo. Sin la suficiente mano de obra para llevar adelante ambiciosos proyectos económicos, las primeras se vieron obligadas a mirar hacia las zonas rurales, donde una poco estimulante situación permitió a las empresas, en especial las de sectores como construcción y servicios, encontrar la fuerza motriz necesaria para emprender su despegue a un costo ínfimo.

Se produjo así una fuerte migración de trabajadores del campo hacia las grandes urbes chinas, en las que podían ganar en un mes lo que en un año les reportaban la ganadería o la labranza de la tierra y asegurar el sustento de sus familias.

Pero el fenómeno estuvo cargado de no pocas irregularidades legales y generó otros contratiempos, como las separaciones familiares, incumplimientos de pagos salariales, escasas garantías laborales y sociales y dificultades para el acceso a la salud, vivienda y educación de las grandes masas poblacionales que se desplazaron por el país en estos años, además del recelo con el que eran mirados en principio por los residentes urbanos.

Con una población rural de aproximadamente 900 millones de personas, China pudiera enfrentar pronto una desaceleración del flujo de mano de obra rural hacia las ciudades, en buena medida por los mayores incentivos que el Gobierno está ofreciendo a los agricultores y la estrategia de expansión del crecimiento económico hacia el centro y el oeste, regiones mucho más atrasadas que las del este y la costa del Pacífico, además del agotamiento lógico de una fuente que sólo en las provincias de Henan y Sichuan llegó a aportar cada año unos 20 millones de obreros inmigrantes.

Mucho de lo que son en la actualidad populosas metrópolis como Shanghai, Tianjin, Shenzhen, Guangzhou, Xiamen o Beijing, sus avanzadas redes de carreteras, metros y vías ferroviarias, rascacielos y otras obras importantes de su infraestructura, como las que servirán de sede a los Juegos Olímpicos del próximo verano en la capital, lo deben justamente al aporte social población rural de China.

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