
Por ANA SOLARI*
¿Qué más puede desear un escritor que visitar
la calle de los escritores en Beijing? Sin embargo, la imaginación
me juega una mala pasada; esperaba encontrar un sitio en el cual
los escritores chinos departieran con el público, como
si se tratara de una feria del libro de cualquier ciudad del mundo.
Pero, el resultado es mucho más interesante y colorido
que las convencionales ferias occidentales.
La calle de los escritores, en el distrito de Xuanwu, al sur,
se extiende a ambos lados de la calle Nanxinhua. Son apenas dos
cuadras donde realmente los ojos no bastan para ver todo lo que
el lugar ofrece. Durante las dinastías Ming y Qing (1368-1911)
fue un centro cultural de encuentro de estudiantes, escritores
y poetas que se reunían para debatir, escribir o pintar.
La escritura, la caligrafía y la pintura van de la mano,
y una pieza caligráfica, de las tantas que se ven, reproduce,
por ejemplo, una sentencia de Mengzi (Mencio):
Traducida, la reflexión de Mencio (siglos III o IV a.n.e.)
expresa que originalmente los seres humanos son esencialmente
de naturaleza buena, y esa naturaleza los acerca; son las costumbres
las que los separan. Un pensamiento que en plena era de la globalización
y los conflictos interraciales llama la atención por su
actualidad y genera múltiples interrogantes.
La así llamada calle cultural Liulichang comienza con
una enorme tienda en una ochava, en cuyas ventanas se destacan
los pinceles de todos los tamaños, los recipientes de piedra
para preparar la tinta, y toda clase de papeles para escribir.
El interior es fresco; los pisos de madera, de listones viejos,
biombos tallados, mesas pobladas de artículos diversos,
algunos de los cuales al principio no identifico, estantes abarrotados
de pinceles algunos de casi un metro de longitud- y potes
de porcelana de distintos tamaños. Me da la impresión
de que todo lo vinculado con la expresión de ideas en forma
de palabras se relaciona con este pequeño universo: las
sombras chinescas coexisten con los cuadernos y las reproducciones
de la ópera de Beijing, postales y libros a la manera tradicional.
Para cuando reacciono, he adquirido varios pinceles, dos tinteros,
tres cuadernos con cubiertas de papel azul oscuro, varios metros
de papel de arroz y la reproducción de un plano de Beijing
que data de 1936. Liulichang me recuerda que regresaré
a mi país y no debo olvidar que mi equipaje tiene un lìmite.
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en cualquier lugar de Liulichang
pueden encontrarse toda clase de pinceles. |
A ambos lados de la calle se alinean las tiendas y entro a cada
una de ellas. Una librería especializada en las artes caligráficas
y la pintura tradicional, que se conecta con otra tienda que ofrece
música tradicional, da paso a un pequeño recinto
lleno de piezas de porcelana. Los budas de rostro misterioso conviven
con los panzones y las delicadas estatuillas de mujeres que sonríen
como la Mona Lisa. Me llama la atención que el público
es mayoritariamente chino y no extranjero. Quizá sea temprano
para los turistas, quizá no les interese la caligrafía.
En las aceras también hay vendedores que ofrecen supuestas
piezas antiguas, estatuillas de Buda y de los Ocho Inmortales,
tortugas y dragones, esculturas en porcelana, collares, más
pinceles, afiches de la Revolución Cultural, fotografías
de Mao, postales ya desteñidas (o desteñidas a propósito)
y cometas chinas. Todos anuncian sus productos a viva voz y no
hay cómo no detenerse ante cada uno de ellos. A esta calle
dan otros callejones, también poblados de tiendas diminutas,
con olor a viejo y a comida. El olor a comida es algo inseparable
de los vecindarios de Beijing, y si al principio me sorprende,
pronto me acostumbro a él y noto su ausencia cuando no
está; es indefinible, pero para mí forma parte del
paisaje urbano. Un poco oculta, una tienda angosta alberga lo
que luego veré en el museo de sombras chinas: las marionetas
como filigrana- repujadas en cuero y coloreadas, que se
siguen usando para contar los cuentos y las leyendas más
típicas. Quisiera llevarlas todas
pero recuerdo las
palabras de Liulichang. Más adelante me detengo ante un
muñeco blanco, de unos cuarenta centímetros de altura
de lejos podría ser de marfil- cruzado por los meridianos
y los canales de la acupuntura. El vendedor descubre mi interés
y me lo ofrece. Dice que es una antigüedad y que vale 800
yuanes. Me lo tiende. Es de plástico. Me río, le
digo que el plástico se inventó en el siglo pasado.
Es un muchacho joven, oriundo de una provincia del sur, que estudia
en Beijing. Sonríe y me hace pasar; dice que el siglo pasado
es una antigüedad. Nos invita a tomar té, sin cargo,
y nos entreveramos en una conversación sobre el lugar,
las antigüedades, los cambios que han sufrido este vecindario
y la ciudad en general. Se entusiasma con las preguntas y llama
al dueño, el señor Li Jia, de la provincia de Shanxi,
de bigotes, que parece salido de una película. ¿Cuánto
tiempo pasamos bebiendo té y conversando? Sin embargo,
el negocio no cesa. Entran algunos europeos y hacen sus compras;
también entran chinos, van y vienen. Las vitrinas son fascinantes,
hay peines que supuestamente pertenecieron a una concubina imperial,
monedas, piezas talladas en madera, recipientes de bronce, estatuas,
ceniceros de jade, cuadros, hasta una pequeña botella de
Coca Cola, que desentona en el contexto. El dueño se emociona
y decide que a partir de ahora somos amigos. De una caja de laca
y nácar extrae tres monedas; las anuda con un hilo rojo,
se pone una al cuello, y las otras, a nosotros. Yo compro otra
moneda bastante pesada con un ba gua de un lado y el símbolo
del yin yang del otro. Dice que es una buena elección,
un amuleto muy antiguo que me protegerá de la envidia,
las enfermedades y la mala suerte. Pienso que hubiera dicho algo
similar de haber comprado una tortuga mítica, pero negocios
son negocios y en esta calle, un sábado a la tarde, entiendo
que el término escritor, en China, es mucho más
amplio y abarcativo, y que supone distintas disciplinas, todas
relacionadas con la representación de la abstracción,
inseparables de la lengua y la escritura chinas.
*Escritora, periodista cultural
y docente universitaria de español en Uruguay.
Habla y escribe en alemán
e inglés; estudia chino y cultura china desde 1997.
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