Consistencia en medio del cambio
Por PAMELA LORD
La primera vez que vine a China fue en 1982, tres años
después que la Política de Reforma y Apertura
permitió a viajeros individuales y grupos de turistas
recorrer el interior del país. Mi primera parada,
al desembarcar del barco en el que navegué de Hong
Kong a Shanghai, fue la estación de la policía
local. Allí un oficial mencionó los lugares
que yo deseaba visitar en un pasaporte interno.
El segundo fue el banco, donde cambié mis dólares
estadounidenses por los Certificados de Cambios Extranjeros
(FEC, siglas en inglés), la moneda obligatoria para
comprar en las tiendas Friendship, propiedad del estado.
Shanghai en 1982 no tenía vallas de anuncios publicitarios
y su horizonte era mediocre. Con excepción de unos
pocos jóvenes petimetres en playeras a rayas blancas
y azules, los residentes locales iban a sus negocios en
autobuses y bicicletas, generalmente vestidos con camisa
blanca y pantalones oscuros.
Los entusiastas practicantes del inglés por su cuenta
aprovecharon cada oportunidad para atraerme, así
como a otros visitantes extranjeros, en conversaciones que
invariablemente abordaban las cuatro modernizaciones, agricultura,
industria, defensa nacional y ciencia y tecnología.
Cuando volví a Shanghai, en 1990, tanto el pasaporte
doméstico como el FEC habían desaparecido,
pero las paredes de la ciudad eran todavía inocentes
de los anuncios de luces de neón, gran parte de los
shanghaineses vestía aún uniformemente y el
número de automóviles que circulaban era insignificante.
Fue cuando llegué a Beijing, seis años después,
que el cambio había tomado un ritmo perceptible.
La corriente de bicicletas, autobuses y los miandis amarillos
(taxis tipo camionetas muy populares) que rodaban en la
ciudad se entremezclaban con los autos particulares, como
los jeeps Cherokee producidos por empresas conjuntas chinas
y extranjeras. Los jóvenes portaban beepers en la
cintura, pantalones vaqueros de estilo occidental y los
empresarios hacían negocios por sus teléfonos
móviles.
El fin de las viviendas asignadas por el Estado llegó
en 1998, cuando los colegas chinos con los que trabajaba
en una escuela de los suburbios del suroeste de Beijing
comenzaron a comprar sus casas con la ayuda de préstamos
financieros del Gobierno. Para el nuevo milenio, los cafés
Internet abiertos en pueblos y ciudades del país
habían hecho que la red mundial estuviera disponible
para todos.
El cambio cobró impulso en 2001, después
que China se incorporó a la Organización Mundial
del Comercio, cuando el resultante descenso de los precios
de los autos transformó el deseo de adquirir un carro
de un sueño imposible en una realidad accesible.
Actualmente, el beeper es desde hace tiempo algo obsoleto.
Los residentes rurales y de las ciudades tienen teléfonos
celulares y el estilo de los jóvenes contempla los
peinados enmarañados, pelos largos y puntiagudos,
pantalones holgados a la cadera y reproductores de música
en un oído.
El arte contemporáneo chino, como el que es exhibido
en el Espacio Artístico 798, en Dashanzi, ha pasado
de la oscuridad relativa a la alta demanda internacional
y películas de jóvenes realizadores aficionados,
como Jia Zhangke y Zhang Yuan, han emergido de la nada,
siguiendo el sendero transitado por cinco generaciones de
compatriotas, en particular Zhang Yimou y Tian Zhuangzhuang.
Como dijera el difunto Deng Xiaoping, los cambios de tal
dimensión son saltos que llevan un cierto grado de
impacto negativo. Altos estándares de vida hacen
crecer la población, los carros están desplazando
las bicicletas de las carreteras en detrimento de ambos,
el medio ambiente nacional y tradiciones como la reunión
familiar de la Fiesta de la Primavera, que son desafiadas
por los atractivos viajes al extranjero.
Pero la transformación tecnológica y económica
de China parece no haber afectado el escenario nacional,
a juzgar por los valores comunes familiares y la confianza
en la capacidad gubernamental para mantener la estabilidad
nacional, que sale a la palestra en tiempos de desastres
naturales, como el terremoto del 12 de mayo de este año
y las inundaciones que periódicamente devastan zonas
del sur del país. Este es un aspecto de la vida en
China que ningún progreso tecnológico o influencia
global probablemente cambie.
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