Tras la civilización industrial,
la ecológica
Por PAN YUE*
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La protección de los
bosques y la cubierta vegetal forma parte principal del régimen
de seguridad ecológica del territorio nacional. |
LA civilización ha recorrido tres etapas de evolución.
La primera, la civilización primitiva, se desarrolló
en la Edad de Piedra, cuando la supervivencia del hombre dependía
de la fuerza colectiva. Las actividades productivas consistían
en la recolección, la pesca y la caza simples. Esta etapa
perduró por un millón de años. La segunda
etapa, de diez mil años de duración, fue la civilización
agrícola, con la aparición de herramientas de hierro
como señal de un avance sustancial de la capacidad humana
en su afán por modificar la Naturaleza. La civilización
industrial constituyó la tercera etapa. La revolución
industrial de Inglaterra en el siglo XVIII anunció el comienzo
de la vida moderna, que se ha prolongado por 300 años.
La conquista de la Naturaleza por el hombre definió en
mayor medida la estructura de la última etapa de civilización
en los últimos tres siglos, a la vez que dio forma a una
cultura que alcanzó su apogeo mediante la industrialización
en todo el mundo. Sin embargo, una serie de crisis ecológicas
a escala global advirtieron de que nuestro planeta sería
incapaz de soportar por mucho tiempo la carga adicional que tal
nivel de desarrollo suponía. Se hizo por ello necesaria
la creación de una nueva cultura para continuar la existencia
del ser humano. Nació así la cultura ecológica.
Si a la civilización agrícola se le atribuye una
coloración amarilla y a la industrial, la negra, entonces
la civilización ecológica debe por fuerza ser de
color verde.
Receptora con gran retraso de la civilización industrial,
China no se puede permitir ahora el lujo de retrasarse otra vez,
aplazando la llegada a su territorio de la civilización
ecológica. China cuenta con raíces culturales que
coinciden con las demandas de esa civilización. En las
bases de su sistema social y político, al igual que en
su cultura, filosofía y artes, brilla el destello de la
sabiduría y la inteligencia ecológica. La ética
ecológica fue parte esencial de la antigua civilización
de China.
En las diferentes épocas del país ha habido leyes
y reglamentos concernientes a la preservación ecológica.
Según registros del período de los Estados Combatientes
(año 475 a.d.C.año 221 a.d.C.), durante el
régimen del rey Yu (héroe legendario que frenó
el Diluvio) se prohibía llevar el hacha a la montaña
en la primavera, temporada en que el bosque resucitaba tras el
invierno. Según la ley de la dinastía Zhou (1046-256
a.d.C.), sólo cuando se caían las hojas de los árboles
convenía talarlos. Además de la protección
ecológica, se destacaron también las medidas contra
la contaminación, por ejemplo, la estipulación de
la dinastía Shang (1600-1046 a.d.C.) de que se cortaría
las manos a quien tirara basura a la calle. Era una ley cruel,
pero tajante y categórica para la conservación del
medio ambiente.
Los confucianos se pronuncian por la Armonía entre
la Naturaleza y el Hombre, y los taoístas por que
el camino tome a la Naturaleza por maestro. Los budistas
chinos reconocen la igualdad entre todos los seres, o sea el derecho
de disfrutar la vida. En 1988, 75 ganadores del Premio Nobel hicieron
una declaración en París, en la cual subrayaban
que si la Humanidad quería sobrevivir en el siglo XXI debería
apelar a la sabiduría de Confucio.
La civilización ecológica implica una ética
y una cultura cuyos principios responden a la convivencia armónica
entre el hombre y la Naturaleza, como forma de garantizar la armonía
entre las personas y entre el hombre y la sociedad. De tal combinación
equilibrada se derivarán el ciclo virtuoso, el desarrollo
integral y la prosperidad permanente. Esta cultura supone un elemento
que conducirá a la sociedad humana a experimentar un cambio
radical.
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El abuso de los recursos
ambientales está afectando al progreso de la civilización
ecológica. |
Primero que todo, el cambio deberá producirse en el ámbito
de la ideología y el valor. La filosofía tradicional
de Occidente considera como sujeto al ser humano y como objeto
la vida y la Naturaleza. Por tal razón, sólo las
personas adquieren valor, mientras que los otros dos componentes
pasan a un segundo plano. También por eso la moral se aplica
únicamente al hombre y no las demás vidas y a la
Naturaleza. Cuando se sentaron los cimientos filosóficos
para imponer la civilización industrial a la Naturaleza,
no se tomó en cuenta la cultura ecológica, olvidando
que no sólo el hombre depende de la Naturaleza sino también
los otros seres. Por ende, el hombre debe respetar a la vida y
la Naturaleza y compartir el planeta con los otros seres. Tanto
el humanitarismo marxista y el concepto de la Armonía
entre la Naturaleza y el Hombre de la cultura tradicional
china, como el desarrollo sostenible diseñado
en Occidente explican la necesidad de la unidad entre el ser humano
y la Naturaleza. Esta unidad, vale la pena recordar, no se edifica
supeditando la Naturaleza al ser humano; pero tampoco lo contrario.
Para decirlo con términos a la moda, el principio de la
armonía ecológica con el hombre como sujeto será
la precondición para el desarrollo integral de cada persona.
Partiendo de esa premisa, y sólo entonces, se producirá
un cambio sustancial en el modo de vivir y de producir. La producción
en la sociedad industrial, desde la materia prima hasta el producto
acabado y sus residuos, no entraña el proceso de reciclaje.
Por tanto, era de esperar que se adoptara como modelo de vida
el materialismo vulgar, al que se sumó el consumismo como
mayor motor para alcanzar el desarrollo económico.
La civilización ecológica se dedica a edificar
una sociedad protectora del medio ambiente, tomando en consideración
la capacidad de duración de los recursos ambientales y
asumiendo como principio la ley de la Naturaleza y como medidas
las políticas socio-económicas y culturales sostenibles.
La iniciativa del ser humano es la clave para obtener el triunfo
conjunto de la economía, la sociedad y el medio ambiente.
Las personas deben adoptar un modo de vida en el que prime el
ahorro como principio y el consumo apropiado como carácter,
buscando la satisfacción de las necesidades básicas
y exaltando el deleite en lo espiritual y cultural.
*Viceministro de Protección
Ambiental de China |