Cao Yong, la tozudez premiada

Por LAO YI

- El pintor chino Cao Yong disfruta hoy de una popularidad extraordinaria en los grandes mercados del arte. Su fama, en buena medida hija del talento, es aún más el resultado de una constancia y dedicación a toda prueba.

Un viejo y un perro.

Desde finales de 2006, Beijing cuenta con su Calle de la Suerte un ecléctico edificio de dos plantas, cuya alegre fachada hace detener el paso a muchos transeúntes, atraidos por la única galería de arte del lugar. La misma, que en chino e inglés declara su naturaleza “internacional”, sirve de hogar transitorio, taller y centro expositivo a uno de los artistas plásticos chinos más renombrados en Occidente por estos días, Cao Yong.

Picado por la curiosidad, subí a la planta alta de lo que se me antojó a primera vista como una suerte de cuartel general. Allí encontré al maestro Cao y a su numeroso y disciplinado equipo de apoyo. Cao Yong regresó a Beijiing en fecha reciente, con todas las credenciales de hijo pródigo, tras haberse tuteado con la fama en el extranjero. Así aconteció en especial en Japón, a mediados de los años 90 del siglo pasado, y luego en Estados Unidos, donde el pintor dispone de hogar adoptivo en la ciudad de Los Ángeles, desde 1997.

A pesar del amplio espacio interior del edificio, apenas hay superficie – descanso de escaleras incluidos - que no esté ocupada por alguno de sus muy abundantes óleos. Parecería, a juzgar por la cantidad de obras expuestas, que Cao Yong no descansa nunca. Las pinturas de Cao Yong, en especial la etapa desarrollada en sus estancias en varias ciudades estadounidenses, se caracterizan por estar realizadas con una minuciosidad sorprendente. Quizás haya sido esta capacidad del pintor para recrear los detalles más mínimos que le circundan, lo que ha incidido en mayor medida en su actual cota de fama. Por si no bastara tal despliegue de maestría, al llegar al final de las escaleras de su galería encontré la mano extendida de un joven bonachón y mofletudo, de perenne sonrisa y paciencia infinita con sus admiradores y huéspedes. A primera vista supe que estaba tratando con un ser excepcional.

De la salvación providencial a la academia

Puesta del Sol en Venecia.

Nacido en 1962, en el poblado de Xinxian, en la oriental provincia china de Henan, una de las más pobladas del país y cuna de la civilización china, Cao Yong conoció las privaciones desde la más tierna edad. La fecha de su nacimiento coincidió con un período de tres años de penuria alimentaria que sobrecogió a casi todo el país. Cumplidos los cinco años de edad, en plena Revolución Cultural, el pequeño Cao debió iniciar su vida laboral, cargando canastas de gravilla en un sitio de construcción. En cierta ocasión, un pozo de piedra cedió a su paso y el pequeño cayó dentro, salvándose milagrosamente de morir aplastado por las rocas que se precipitaron sobre él. Esta pudo ser la primera señal de que su existencia estaba destinada a desmarcarse por completo de la rutina y el anonimato.

En medio de panorama tan poco alentador, Cao Yong halló cierto solaz en el dibujo. Llenaba pliego tras pliego de figuras, imaginando que en algún lugar sus trazos sobre el papel se harían realidad. Como en todo niño, los sueños eran su manera de rebelarse contra los fatalismos. A los once años ya gozaba de fama local como consumado dibujante.

Libertad.

Entonces comenzó a estudiar en serio con el maestro Yu Ren, un reconocido artista beijinés que por un breve período de tiempo estuvo trabajando en Hunan. La pobreza material continuó atenazando sus días juveniles, obligando al artista adolescente a empeñar sus ropas de invierno en el verano y sus prendas de vestir estivales cuando llegaba el frío, única forma de conseguir los materiales necesarios para su creación artística. Con frecuencia dejaba de comer y pintaba en cuanto material le caía entre las manos, ya fueran trozos usados de papel para envolver, o periódicos y pedazos de cartón corrugado de cajas desechadas. Todo valía para estampar su arte que, como contrapartida, se hacía cada vez más estilizado y acabado. El día que su madre le regaló un trozo de tela sucia, conseguida tras mucho rogar en una tienda de abarrotes, Cao Yong no pudo evitar las lágrimas de felicidad: ¡al fin tenía un lienzo!

En 1978, la familia vendió su único cerdo para ofrecer al prometedor artista los medios de pasar el muy competitivo examen nacional de entrada a la Universidad de Bellas Artes. Como si no bastaran los infortunios vividos hasta entonces, Cao Yong sufrió el robo de todo su dinero, documentos y hasta su carpeta de muestra antes de llegar a Zhengzhou, la capital provincial, sede de la universidad. Desesperado, Cao Yaong no tuvo otra salida que implorar a las autoridades universitarias que le permitieran pasar la prueba. Los directivos finalmente transigieron y el joven alcanzó las más altas calificaciones entre los candidatos de cinco provincias. Y en 1983 se graduó con las más altas calificaciones.

Encanto tibetano, tumbas japonesas y costas norteamericanas

En busca de nuevos horizontes Cao Yong tomó una decisión que cambiaría por completo su percepción del mundo y el rumbo de su carrera. Con 21 años de edad, se ofreció de voluntario para ir al Tíbet, como profesor de arte en la universidad de esa región autónoma china. En ella permaneció siete años, sumergiéndose en la belleza natural tibetana, permeándose de la cultura local y viajando miles de millas. Durante un año completo, el artista recorrió el Tíbet sin otra compañía que un caballo, un perro, un fusil de caza y su inseparable carpeta, que llenó de paisajes y bocetos de lugareños.

En ese período, durante el cual llegó a vivir en cavernas, copió los restos de las pinturas murales tibetanas, a la vez que se empapaba del vínculo entre naturaleza y ser humano, entre lo secular y lo espiritual. Su estancia en la planicie resultó en una serie de óleos que revelaban el conflicto entre los reinos de lo físico y lo espiritual, bajo el título de La Capa Dividida de la Tierra: el Monte Kailas. Este conjunto de cuarenta cuadros constituyó su primera muestra individual, en la Galería de los Artistas de Beijing, en la primavera de 1989. La exposición fue toda una revelación, refrendada por una amplia cobertura de prensa, nacional y extranjera. Debido a una sobrevaloración de los aspectos extra-artísticos de la obra, la exposición fue clausurada y el artista debió emprender un retiro forzado al interior del país. Ocho meses más tarde salía con rumbo a Japón, su primera experiencia internacional.

La bahía.

Una vez en tierra nipona, nuevos retos esperaban a Cao Yong, quien debió adaptarse a un desconocido ambiente de reñida competencia. Para seguir trabajando en su serie sobre el Tíbet, y mantenerse él mismo y a su joven esposa japonesa, trabajó como sepulturero y pintó por encargo. No pasó mucho tiempo sin embargo, antes de que los entendidos repararan en su capacidad. Desde entonces se elevó el nivel de las encomiendas pictóricas, que pronto llegaron a ser grandes obras murales. Pocos años después, sus pinturas adornaban elegantes edificios comerciales, lujosas tiendas por departamentos e incluso sitios ceremoniales en Tokio, Kioto y otras ciudades. En 1991, Cao Yong fundó su primera compañía, la C & G Wall-Painting Production. Poco después era reconocido como el muralista más premiado del país. Un crítico nipón, Yoshida Yoshie, afirmó entonces que la obra de Cao Yong no solo impresionaba al mundillo del arte por su extraordinario valor artístico, sino también por su “profunda perspicacia y poderoso impacto sobre el mundo donde habitamos.”

Decidido a acometer empresas de alcance más universal, Cao Yong emigró a EE.UU. en 1994. Una vez en Norteamérica efectuó un recorrido en auto que abarcó de Maine a Texas y de Nueva York a Los Ángeles. Comprendió entonces que su exitosa serie de pinturas sobre el Tíbet, si bien era admirada en todas partes, le resultaba ya insuficiente para llegar a un público más amplio. A partir de ese momento se embarcó en una nueva búsqueda. Primero en el nuevo paisaje que le rodeaba, imbuido de un afán por calar los entresijos de la sociedad estadounidense, describiendo con minuciosidad sus ciudades, calles, restaurantes, parques y vecindarios. Esto implicó trabajar día y noche, poniendo toda su energía en la nueva experiencia. A tal punto se empeñó, que en sus primeros tres años de estancia en EE.UU. concluyó más de 200 óleos, dotado cada uno de una alta carga de frescura.

Al fin el mar

En EE.UU. tuvo una experiencia singular. Por primera vez se vio frente al mar como fuente de inspiración. A propósito, el pintor expresó: “Nací en un pequeño poblado al que nunca llegaban los vientos marinos, y luego viví en la planicie nevada del Tíbet. La primera vez que vi el océano fue como descorrer el telón de mi alma. Las asombrosas curvas de la costanera, el parpadeo de las estrellas reflejadas sobre el agua oscura, un bote movido por la brisa. Me sentía trasladado de un sueño a otro. Pleno de dicha, no puedo soltar el pincel hasta dejar mi inspiración sobre el lienzo. Quiero compartir esta dicha con todo aquel que se enamora de un sueño.”

El otro suceso fue poco menos que traumático. Cao Yong nunca olvidará los rostros de sus nuevos conciudadanos, transfigurados por el ambiente de terror e incertidumbre que sobrecogió a los Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, tras lo atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. Sintiendo como propio el dolor de muchos, se encerró en su estudio a pintar un cuadro que le convertiría en ícono para cientos de miles de estadounidenses. Tras cuatro meses de labor extenuante Cao Yong dejó listo el óleo Freedom (Libertad), que le situó justo en el centro de atención de la opinión pública norteamericana. A partir de entonces llovieron los homenajes y reconocimientos de todo tipo. Las ventas de sus obras se dispararon a escala global.

Con todo, la gloria y los oropeles no hicieron que el artista olvidara sus orígenes. Hoy está de vuelta en su China natal, sus pinturas se exhiben en el país y sus compatriotas las adquieren como pan caliente, otorgando al artista la doble satisfacción de ver que su arte gusta en casa y saber que sus óleos se quedan en suelo patrio.

Un diálogo con Cao yong

¿Qué le ha compulsado a hacer una pintura que parece situarse a mitad de camino entre los clásicos flamencos y el impresionismo españolizado de Joaquín Sorolla?

- Mi credo es que las artes no se distinguen por etapas y que las expresiones artísticas no tienen fronteras. Tengo mucho interés en el arte y ante todo me dejo llevar por mis sentimientos. En fin, pinto lo que me gusta sin reparar en etapas.

¿Rechaza entonces las influencias más inmediatas del entorno artístico chino contemporáneo, como pueden ser el Pop político, el Realismo cínico o el Arte post70?

- De hecho, he tenido contactos con estos movimientos y sus protagonistas. Me interesa cualquier obra buena y me gusta disfrutar con ellas. Pienso que la vida es como un río; hay que dejarla correr. Que se abran cien flores.

¿Cómo concibe el proceso creativo? ¿Cómo logra ser tan prolífico? ¿Qué le conmueve al punto de ser inspiración?

- Mi preparación para crear es apenas una pequeña parte de mi vida. Es como una montaña, de la cual sólo se percibe la cima. La mayor parte de la misma queda debajo del pico. Muchas cosas me inspiran. Creo que realmente he creado muy pocas obras. Si pudiera extender la existencia sin límites, aún así me queda-rían demasiados paisajes por describir y pintar.

A juzgar por la reacción popular ante sus obras creadas en EE.UU. se podría concluir que usted se empeña en complacer el gusto del público promedio. ¿Hace concesiones en ese sentido?

- A mí parecer, la verdad es lo más importante. No me empeño en complacer, satisfacer o acomodarme al gusto de nadie, ni siquiera para ganarme comentarios o críticas positivas en los medios informativos. Sólo quiero expresar mis sentimientos reales con mis pinturas y representar mi vida.

Cao Yong en Estados Unidos.

Se afirma que la Galería de los Hermanos Cohen en Nueva York es la meca del arte chino en el extranjero. ¿Mantiene, o ha mantenido usted, algún vínculo con dicha institución?

- Si bien tales vínculos son naturales para muchos artistas chinos, en mi caso no he obtenido ayuda de ninguna galería. Viajé del Tíbet a Japón y luego a Estados Unidos. En este último país mi obra Libertad produjo una verdadera conmoción. Dos años después comencé a recibir invitaciones de diversas fundaciones y personalidades sociales, políticas y del gobierno, para pintar cuadros alegóricos a diversos acontecimientos de la historia estadounidense, como la redacción de la Constitución del país y otros.

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