Factura medioambiental
Como la gran mayoría de las naciones desarrolladas, China
ha recibido ya la factura por el desgaste causado al medio ambiente
durante años en los que, también como otros, apostó
todo al progreso económico, haciendo valer aquella máxima
maquiavélica en la que el fin es lo único lo que
cuenta.
No obstante, no por gusto hemos escuchado infinidad de veces,
que la Naturaleza es sabia. Tanto, que ha lanzado señales
de alerta ante las que hacer oídos sordos y mirar hacia
un lado pondrían en riesgo de desaparición lo que
millones de años le costó crear, entre ellas una
de sus especies más jóvenes y a la vez peligrosa,
la humana.
El problema, por fortuna, parece ir despertando un interés
creciente en las personas y los gobiernos, aunque no todo el que
se precisa para lograr revertir cuanto antes los daños
ocasionados al entorno, al menos aquellos que no resulten ya i-rreparables.
Las autoridades del gigante asiático, considerado uno
de los países más altamente contaminantes del planeta,
han comenzado a tomarse el asunto cada vez más en serio
y lo que es mejor, su población, que en un 90% considera
el problema muy grave, reclama como una necesidad
apremiante las soluciones que le permitan respirar
un aire más limpio, frenar el calentamiento global y los
aparentemente imparables cambios climáticos.
Para muestra, dicen que con un botón es suficiente. Y
Beijing hace cobrar fuerza el axioma. Su ambiente no deja de resultar
enrarecido. Aun cuando los monitoreos de las instituciones científicas
reflejen una muy ligera mejoría, distante, ¡muy distante!,
para ser más realistas, de los presupuestos salvadores
que plantearon algunas estrategias gubernamentales puestas en
marcha el pasado año, ya ni hablar de lo que verdaderamente
urge al planeta.
El destierro para siempre de la capital de las industrias altamente
consumidoras de energía y, peor aún, peligrosamente
contaminantes, hacia otras regiones del país no es coser
y cantar y su reinstalación, lógicamente, requiere
de tiempo y reajustes, para no caer en el absurdo de mudar un
problema de un lugar a otro y, al final, seguir como el pagador
de promesas, con la cruz a cuestas.
Beijing y el resto de China exigen un celo estricto y medidas
drásticas, que regulen también la alta contaminación
generada por una circulación de vehículos creciente
por miles, sin hablar ya de las nuevas tecnologías, esas
que a diario nos hacen alucinar, pero que por la misma dinámica
acelerada del proceso se vuelven obsoletas a la mañana
siguiente y luego cuesta más trabajo y tiempo desha-cerse
de ellas que el que tomó a los genios inventarlas, mientras
sus componentes químicos, como las drogas, ponen el planeta
a flipar.
No hacer los cambios de dirección pertinentes ya, podría
empañar, y sería muy lamentable que sucediera por
el esfuerzo que se iría por la borda, el acontecimiento
más importante que vivirá el país el próximo
año, los Juegos Olímpicos.
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