Una sociedad armoniosa:
Tironi, Edwards ¿y...?
Por MARIO IGNACIO ARTAZA*
EN los últimos días, diversos medios de comunicación
han publicado en sus ediciones dominicales sendos artículos
relacionados con un tema que provoca múltiples reacciones:
¿Somos felices los chilenos?
Así, mientras un medio edita los resultados de una
encuesta nacional producto de un trabajo a cargo de
la Pontificia Universidad Católica de Chile, ADIMARK,
El Mercurio y el Canal 13 la cual indicó que
la gran mayoría de la población se siente
satisfecha o contenta y considera
que Chile es el mejor país para vivir en América
Latina, otro matutino resalta que poco menos que la
mitad de los habitantes manifiesta sufrir diversos grados
de enfermedades mentales, incluyendo por cierto
la depresión, una de las principales prestaciones
médicas y motivo de ausencia laboral en el país,
sea por sus causas o sus efectos.
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La eterna
búsqueda de la felicidad. |
Tal como sucede en otros temas de interés nacional,
aún teniendo en mano los resultados de encuestas
o estudios especializados, cuando de felicidad se trata,
difícilmente podemos aseverar que en Chile sí
lo somos. Algo propio de la vorágine en la cual estamos
todos en mayor o menor grado insertos actualmente
y que tanto el sociólogo Eugenio Tironi como el economista
Sebastián Edwards, han puesto recientemente sobre
la mesa del debate.
De ahí que cuando el país que cuenta con
las más importantes reservas de divisas en el planeta
China comienza también a preocuparse
por la felicidad y cómo sentar las bases para una
sociedad armoniosa, pues nota con preocupación el
aumento en la brecha existente entre sus ricos y pobres;
la depredación del entorno ambiental y otros factores
negativos asociados al desarrollo, bien vale la pena escuchar
sus opiniones en torno a qué se debe hacer para construir
una sociedad más moderna e igualitaria, sin perder
de vista los positivos efectos que trae consigo el crecimiento
económico.
19 mil km no nos separan
Chile y China vienen experimentando fuertes cambios en
todas sus estructuras. Ambos países son extremadamente
distintos de lo que fueron hace veinte años: edificios
inteligentes en donde el vidrio y el acero han reemplazado
al hormigón y el ladrillo; carreteras de alta velocidad;
una mayor apertura en lo que se refiere a expresiones culturales;
interconectividad comunicacional en tiempo real con el resto
del ciberespacio y jóvenes luciendo los mismos atuendos,
peinados y gustos musicales que sus pares en Nueva York,
Seúl, Praga o Buenos Aires, son un puñado
de ejemplos que muestran a ambos países y sus sociedades
insertos en una acelerada evolución.
Los dos son ejemplos a nivel mundial en materia de lucha
frontal contra la extrema pobreza China ha reducido
el número de personas viviendo con menos de US$90
al año, de 125 a 23 millones, en 20 años,
mientras en Chile, desde 1990 a la fecha el número
de indigentes se ha reducido en más de la mitad
como también en la concreción de proyectos
orientados a facilitar acceso de su población a redes
de alcantarillado, agua potable y electricidad. Sin embargo,
a pesar de las billionarias inversiones en vivienda, salud,
educación e infraestructura, la brecha entre ricos
y pobres en ambos países sigue en aumento.
Es más, sus poblaciones están siendo crecientemente
infectadas por los mismos síntomas que ponen en peligro
la sustentabilidad de aquellos modelos societales aplicados
en países cuyos ingresos per cápita superan
los US$28 mil y que, muchas veces, son empleados como referentes
a seguir por quienes tienen la responsabilidad de definir
la ruta hacia el desarrollo. Y lo que está más
en juego, es la felicidad de sus poblaciones.
Obesidad; contaminación; aumento en el número
de horas dedicadas a permanecer en la oficina; inseguridad;
competitividad desenfrenada por alcanzar un empleo, sea
cual sea la remuneración a percibir; falta de transparencia;
desprolijidad; corrupción; egoísmo; desconfianzas;
intolerancias; el contacto en lugar del mérito;
incomunicación entre familiares, vecinos y compañeros
de labor; bajas jubilaciones, en fin, son todos factores
que inciden en el éxito o en el fracaso para los
países que apuntan a tener a su población
feliz. Y, en un menor o mayor grado, estos factores están
presentes tanto en Chile como en China.
De ahí que las recientes reflexiones del sociólogo
Eugenio Tironi, plasmadas en su libro Chile y la ruta
de Felicidad, constituyen interesantes aportes para
un nuevo tema de la amplia agenda que une a Chile y China.
Porque no sólo en Chile nos estamos preguntando si
hacemos todo lo posible para alcanzar la felicidad y formar
parte de una sociedad, first and foremost, en armonía
consigo misma. China también.
Es tal el nivel de auto-sinceramiento en China, en torno
a las deficiencias surgidas por medio de una mayor interactividad
económica y comercial con el planeta, que desde el
2005 hasta el 2010, la prioridad número uno del establishment
es la construcción de una sociedad armoniosa. Y los
primeros Juegos Olímpicos verdes, en
Beijing, en 2008, o una Exposición Universal en Shanghai,
en 2010, que promoverá ciudades y soluciones urbanas
amistosas con nuestro entorno, son tan sólo dos de
las actividades que se encuentran organizando como país
para demostrar al mundo con hechos concretos, su compromiso
nacional hacia el establecimiento de los pilares que sostienen
una sociedad más justa e integrada.
China está marcando una senda a través del
Plan Quinquenal 20052010, la cual apunta a alcanzar
un balance en su modelo de desarrollo que bien puede convertirse
en un elemento de análisis para nuestros expertos
en materia social, quienes buscan usualmente en otras latitudes
respuestas para la multiplicidad de demandas que están
surgiendo a diario en nuestro país, particularmente
en materia educacional; sustentabilidad de la familia; medio
ambiente; recreación; infraestructura y seguridad,
entre otros.
Si Chile es hoy uno de los referentes para China en materia
de previsión social, también por medio de
aportes provenientes de protagonistas del quehacer académico,
político y económico/comerciales en China,
podemos recabar ideas o proyectos a emprender de manera
colectiva, apuntando así a evitar el advenimiento
de una lenta, pero sostenida, putrefacción societal
que bien nadie querrá asumir cuando ésta esté
a la vuelta de la esquina.
Bien convendría escuchar qué piensan expertos
chinos sobre los contenidos de la última obra de
Tironi y visualizar cómo motivados por el nuevo
espíritu de asociatividad que nos ha permitido mutuamente
elevar significativamente el nivel de nuestra relación
bilateral podemos encarar conjuntamente, previstos
de una musculatura doble, los retos que debemos superar
para alcanzar el desarrollo en un mundo globalizado e interdependiente.
Obviamente, no todo requiere ser corregido en Chile o en
China. Eso sí, ambos países están apuntando
concretamente a reducir las frustraciones, disparidades
y riesgos asociados a los actuales modelos de desarrollo
actualmente siendo implementados y que han sido objeto de
cuestionamientos varios.
Porque tanto en Chile como en China, la definición
de felicidad está necesariamente basada en una franca
discusión, particularmente porque ambos pueblos tienen
sed de conocimiento y de experiencias para poder superar
los problemas que les afectan, sea en calles, barrios, colegios
o en el trabajo, el último libro de Eugenio Tironi
tiene el potencial de convertirse en un nuevo eslabón
para una relación bilateral que no cesa de incorporar
temas innovadores.
¿Y qué más importante que aportar
con ideas y proyectos que permiten avanzar en la búsqueda
de la felicidad?
*Diplomático de carrera
actualmente cumpliendo funciones en Beijing (mi_artaza@yahoo.com)