Impacto del crecimiento económico

de China sobre el comercio mundial

Por EDUARDO ISRAEL MORENO OROZCO*

EN contraste con los demás países asiáticos, que en su mayoría sufrieron una de sus más fuertes crisis financieras a fines de los años 90, China, país con la población mas numerosa sobre la faz de la tierra y el tercer lugar en extensión territorial del orbe, ha experimentado una de las transformaciones económicas más sorprendentes de las últimas décadas.

Lo anterior, en mi opinión, se debe al programa de reforma económica y apertura al exterior que ese país ha puesto en práctica, como proceso gradual que, dada su complejidad, pudiera en ocasiones parecer lento, pero que en realidad obedece al ordenamiento de fases estratégicamente trazadas, con el fin de conseguir resultados que se traduzcan en desarrollo y bienestar seguros.

De tal suerte, podemos afirmar que un componente importante en la fórmula desarrollada por China para el logro de sus objetivos es la oportuna búsqueda de sus autoridades de un estado de equilibrio entre su apertura al mundo y el nivel de desarrollo adquirido por su economía. Esto no siempre ocurre en otros países, pues hemos podido observar que, sobre todo en las economías de Occidente, ha prevalecido una liberalización y apertura comercial desmedidas, con tendencia a la importación de numerosas mercancías idénticas o similares, a la par que se negocia la inclusión de sectores productivos o industriales que aún no se encuentran fortalecidos como para competir en un mercado global. Todo esto, según se ha demostrado, trae como consecuencia un debilitamiento de ciertos rubros de la economía nacional en los estados que adoptan tales políticas indiscriminadas.

En este sentido, cabe tomar en cuenta la perspectiva geográfica adoptada por la apertura china, que partió de hacer mayores concesiones a las denominadas zonas económicas especiales (ZEE), de modo que, con el decurso del tiempo, las mismas se fueran expandiendo a otras áreas de desarrollo económico y tecnológico, hasta alcanzar las zonas fronterizas con otras naciones. China procuró promover el desarrollo desde las provincias costeras y del interior hacia el oeste del país.

Tal estrategia fue concebida como un programa progresivo que en un principio abarcaría a sectores industriales muy específicos – los de mayor capacidad competitiva, como por ejemplo la industria manufacturera- para luego englobar a otros sectores que requerían ser reforzados, como en el caso de la agricultura y los servicios de la industria de procesamiento primario. De ahí debía pasarse a orientar los esfuerzos hacia el área de infraestructura, finanzas, seguros y comercio.

Tales esquemas han permitido que hoy China sean protagonista de la actividad comercial mundial, tras dejar atrás la economía planificada y alcanzar promedios de crecimiento económico de 10,2% anual, - cifra que acaba de lograrse ya en el primer trimestre de 2006,- como consecuencia en buena medida del constante flujo de inversión extranjera. China es en la actualidad el tercer país receptor de capital foráneo del mundo, lo que le permite disponer de empleos, tecnologías, organización institucional y divisas necesarias para financiar sus procesos de desarrollo y crecimiento.

Sin embargo, y paradójicamente, alrededor del 40% de su Producto Interno Bruto (PIB) es resultado del ahorro interno, lo cual significa que si bien es importante la captación de capitales por concepto de inversión extranjera, el mismo no es esencial. Por tanto, las fugas de capitales que pueden destrozar a otras economías emergentes, tienen efectos más moderados en China. Dicha situación explica por qué China fue uno de los pocos países asiáticos que mostró estabilidad durante la crisis financiera asiática de 1997.

La nueva organización económica de China le ha permitido asimismo alcanzar un alza en sus exportaciones, lo cual se manifiesta en la proliferación sin precedentes de la comercialización de sus productos en todo el planeta, o lo que yo me permitiría llamar “el principal socio comercial del planeta”.

Dicha aseveración resulta comprobable a diario, al recorrer cualquier centro comercial, abarrotado de productos hechos en China. Este país recurrió a la más lógica de las estrategias: “Adaptar sus productos y ventas a las demandas del mercado mundial”, de ahí la creciente influencia y, sobre todo, la aceptación de los artículos originarios de ese país.

Por si fuera poco, cabe señalar que se trata de un mercado gigantesco, la población de ese país triplica a la de las naciones miembros del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN), México, EUA y Canadá. En términos económicos debiéramos precisar que China es un país que produce y consume a gran escala, y que se trata del mayor mercado de consumo del mundo. De aquí que “el despertar del dragón” como algunos lo llaman no debe ser visto como una amenaza comercial, sino por el contrario, como el surgimiento de un aliado, de un gran mercado potencial que representa nuevas e inminentes oportunidades de negocios y que cuenta con ventajas comparativas que no deben pasarse por alto.

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