De vuelta a Yunnan

 

 

 

Por LIN LIANGQI

LA suerte me deparó una nueva oportunidad de ir a Yunnan, donde comencé mi vida profesional cuando, tras graduarme en la universidad en 1970, llegué allí procedente de Shanghai. En Yunnan trabajé por ocho años hasta 1978, cuando me fui a trabajar a Beijing. Desde entonces no había regresado. En marzo pasado pude volver, como parte de un recorrido periodístico por zonas rurales. Suponía que el aislamiento físico de esta zona le mantendría en el atraso y la pobreza, a pesar de los cambios que han traído al país la apertura y la reforma. Pero me quedé de una pieza al ver las transformaciones alentadoras que se han producido allí, si bien quedan temas pendientes para el futuro.

La autopista reduce la distancia

Al entrar en Kunming, ciudad central de la provincia, lo primero que me sorprendió fue saber que de la salida de ésta a la llegada a Simao apenas transcurrirían seis horas, para recorrer en autobús un tramo que antes requería tres días. Me tranquilizó la aclaración de mis anfitriones en el sentido de que aquel período quedó en la historia, gracias a la nueva autopista que reduce en gran medida el trayecto de 600 km por vías sinuosas de infinitas curvas.

Salimos de Kunming en la madrugada, por la autopista de seis vías que atraviesa un túnel tras otro. Con una velocidad promedio de 120 km por hora, y después de dos horas, llegamos al poblado Yangwu. Antes, este viaje tomaba todo un día.

Según me aclaran los anfitriones, los problemas de comunicaciones en Yunnan, rodeada de montañas, se erigieron en especie de “cuello de botella” para su desarrollo económico y social. Carente de fondos por mucho tiempo, el gobierno local acudió a los créditos de la Hacienda Central para cambiar la situación para bien. La longitud de la vía construida en los cinco años de 1998 a 2003 es el doble de la totalidad cumplida en los 45 años que median de 1950 a 1995. Para finales de 2005 la vía utilizable alcanzó 167.600 km, primer lugar en longitud entre todas las provincias. De ese total, 4.994 km son de carreteras de alta categoría y 142.400 km pertenecen a la red de vías rurales. Hoy, las instalaciones de tránsito de Yunnan son las mejores del suroeste del país.

Esta iniciativa fue imitada por diversos municipios de Yunnan, que recaudaron fondos para construir sus propias vías, lo cual contribuyó al fomento del urbanismo y el progreso social, y facilitó la movilidad de personas, circulación de mercancías y transmisión de información.

Con la construcción de carreteras en 2004, la economía local experimentó una notable mejoría, pues, entre otras cosas, dejaron de perderse miles de toneladas de alimentos que, como ocurría en la zona montañosa de Xibeile, en el distrito de Mengzi, no llegaban a tiempo a su destino al ser transportados por fuerza animal.

De los diez países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ANSEA), importante vínculo comercial de esa área geográfica con China, siete tienen acceso a Yunnan por tierra. En consecuencia, el estado de red vial tendrá un impacto directo sobre el papel de Yunnan en la zona de libre comercio que se construye entre ambas partes.

Esto lo pude comprobar cuando, al día siguiente, visitamos una antigua plantación de té en el distrito de Pu´er. Viajamos en un jeep campero que debió atravesar caminos de gravilla donde el polvo era una nube interminable. Para evitar el posible deslizamiento, el auto debía ir a escasa velocidad. ¡Una hora y media para recorrer sólo 30 km! Ello demuestra que aún queda mucho por hacer en Yunnan, que hoy ostenta el primer lugar nacional en cuanto a longitud disponible de viales, pero queda en el último puesto respecto a la categoría de las mismas. Súmese a ello que le quedan 100.000 km por asfaltar y 50.000 km que no alcanzan la categoría requerida.

Simao, nueva ciudad del té

En la tarde del mismo día llegamos a Simao. Me di de bruces con una nueva ciudad, en la cual me perdía, pues nada tenía que ver con lo que dejé 36 años atrás.

Recuerdo que entonces había una sola calle, donde se levantaban varias decenas de viejas casas, en su mayoría de una planta, y el resto de dos o tres pisos. Detrás de las casas estaban los sembrados. Los campesinos ataban el ganado a los árboles de la calle y se sentaban en el suelo a fumar ociosamente.

Eran poco los habitantes y todos se conocían. En la tienda no había mucha mercancía, que llegaba en su mayor parte de Shanghai. En la temporada de lluvias no había verduras y los restaurantes sólo ofrecían algas marinas, brotes secos de bambú y tallarín de arroz. El pescado y la carne eran poco menos que un imposible. Y no menos decepcionante era el estado de salud de los lugareños. En aquel entonces ni siquiera se podía curar el paludismo. En Simao, decían, nunca se sabe si se puede salir con vida.

Esta vez, sin embargo, apenas daba crédito a mis ojos: hermosos sedanes recorren amplias calles; altos edificios de confortables apartamentos destellan bajo el sol; productos de todo tipo pululan en las tiendas, que no tienen mucho que envidiar a sus similares de Beijing, Shanghai y Guangzhou. El viejo aeropuerto, me cuentan los amigos, ha sido renovado y su pista ya puede acoger aviones Boeing y Aerobús.

Simao está rodeada por un inmenso bosque y la verde plantación de té. Se afirma que es el mayor y único oasis en la zona del Trópico de Cáncer. Su actual tasa de revestimiento vegetal alcanza 62,9 por ciento.

En esta localidad se produce el té de Pu´er y fue punto de partida de la famosa “ruta del té y los caballos”. En sus montañas, de más de 2.000 m de altura todavía hay un área de unas 14.000 hectáreas sembrada de milenarias plantas de té. Con unas 44.000 hectáreas de plantaciones de té, Simao es una auténtica ciudad de esta infusión, gracias a la cual, los lugareños han visto aumentar sus ingresos, a la vez que se protege a la tierra del peligro de la erosión.

Mejoras en la aldea Chashulin

Otra sorpresa de mi visita fue la aldea Chashulin. En mi estancia previa me causó viva impresión la dura vida de sus aldeanos, sumidos casi todos en extrema pobreza, sin muebles y apenas con alguna ropa que debía durarle años. Los niños tenían que apacentar el ganado en vez de ir a la escuela; casi todos los aldeanos y sus hijos andaban descalzos. Esta situación sufrió un vuelco positivo en 1995, como pude comprobar a la mañana siguiente, cuando llegué a la nueva Chashulin. Según nos explicaron los anfitriones, mucho han mejorado las condiciones de vida de las 64 familias y 275 personas de la etnia yi que habitan el lugar.

Hoy la aldea es un mosaico de plantones verdes. A la casa de cada familia se llega por un sendero cementado. A ambos lados del camino se ven árboles de mango y cafetos. Todo aparece limpio y tranquilo.

La nueva y la antigua arquitectura conviven en armonía, y cada hogar dispone de calentador de agua de energía solar, televisor, teléfono, reproductor de VCD, tractor y motocicleta. En sus traspatios, hay un depósito común de gas metano que se conecta con el criadero de cerdos, las letrinas y las salas de baño, lo que facilita la plena utilización de la energía.

El aldeano Fang Shunsheng, de 63 años, responde al porqué de estos cambios drásticos:

“¿Cuántos miembros tiene su familia?”

“Somos yo, mi esposa, mi hijo y su mujer y dos nietos, en total, seis personas”.

“¿Cuánto fue su ingreso del año pasado?”

“Mi hijo y su mujer cultivaron ocho mu (15 mu equivalen a una hectárea) de té y café, siete mu de maíz, cuatro de arroz, uno de bambú, y criaron 11 cerdos. El ingreso total fue de 30.000 yuanes”.

“¿Y cuántos los egresos?”

“3.000 yuanes para la compra de fertilizantes, 2.000 yuanes para pasto, 300 yuanes para medicinas, 1.000 yuanes para la vida cotidiana y 400 yuanes para la escuela de los niños”.

“¿No sobra nada?”

“Tenemos 10.000 yuanes disponibles”.

“¿Es igual todos los años?”

“No. En 1995 sólo plantamos arroz y el ingreso total fue de 300 a 400 yuanes”.

A partir de 1996 la aldea puso el énfasis de su labor en una combinación de protección ambiental y siembra de té, café y frutales, así como la creación de bosques en sustitución de los motocultivos de antaño. El resultado fue el aumento de los ingresos, hasta elevarse de los 800 yuanes promedio anuales per cápita en 1996 a los 2.700 yuanes en 2005. No en balde hoy hasta los provincianos de Sichuan y Guangxi deciden residir y trabajar aquí.

Un ejemplo más marcado aún de estos cambios ha sido la aldea Dayingjie, en la ciudad de Yuxi. Tiene un mayor nivel de desarrollo que Chashulin, pues sus habitantes se han liberado de la agricultura tradicional.

Un embajador extranjero en China describió así a nuestro país al terminar su misión: “Las ciudades chinas se parecen a las de Europa y sus aldeas a las de África”. En mi opinión se le fue la mano al diplomático. Las ciudades chinas, a pesar de sus notables avances, todavía distan con mucho del nivel de sus similares en Europa. Por otro lado, las zonas rurales de China evidencian un desarrollo harto desigual, que en algunos casos las acerca a sitios parecidos en África, pero en otros se nota un nivel de desarrollo que casi las emparenta con las europeas. Así ocurre con Chashulin y Dayingjie.

La elección de jefe de aldea

Durante miles de años, los jefes de aldea, personas que encarnan el más bajo nivel administrativo en la escalera de mando en China, solían ser designados por órganos gubernamentales. En la honradez y rectitud de estas personas colocaban los aldeanos sus esperanzas, pero con frecuencia sufría amargas decepciones. Ahora que los campesinos han mejorado sus vidas, esperan que el jefe de marras proteja sus intereses y les conduzca hacia un futuro aún más luminoso.

En el caso del distrito de Hongta, en la ciudad de Yuxi, los 66 grupos directivos de aldea fueron elegidos directamente por los aldeanos. Antes de la elección, se selecciona un comité electoral de forma pública y por voto secreto. Este comité se encarga de empadronar a cada familia, distribuir las boletas y publicar el listado de electores, según la ley. Luego, el comité convoca a una reunión para definir las cualidades del futuro jefe y determinar el número y puestos de otros miembros de la junta directiva de la aldea. Todo esto se publica formalmente. Más adelante, los electores presentan sus candidatos y los eligen por votación secreta. Los candidatos son determinados según el número de votos que han ganado, y la lista se anuncia por orden alfabético.

En este proceso rige el principio de “elección directa, competencia en bases de igualdad, elección por mayoría y voto secreto”. Luego sigue la reunión de presentación de candidatos, que debe contar con más de la mitad de los electores presentes, mientras que el número de los candidatos debe ser mayor que el de los elegidos. Entonces se anuncia la hoja de vida de los aspirantes, el candidato jefe da un discurso, se verifica y sella la urna y se recogen los votos. Una vez contados los votos en público se anuncia el resultado, todo bajo la supervisión de los propios electores. Quien esté físicamente incapacitado para ir a las urnas, puede nombrar un representante.

Los aldeanos están satisfechos con las medidas formuladas por el nuevo comité de aldea. Un anciano dice: “En el pasado sentíamos que los cuadros de la aldea decidían a nuestras espaldas, por eso dejamos de creer en ellos. Ahora ellos deciden todo en las reuniones y nos dejan saber qué van a hacer, cómo y por qué. Así es la democracia”.

Los cuadros elegidos por los aldeanos pueden ser removidos de sus cargos si no los desempeñan cabalmente. Así ocurrió con el jefe de la aldea Paishan, que además de no cumplir con sus deberes se entregaba al juego de azar. En agosto de 2003, más de la quinta parte de los aldeanos presentaron una propuesta de destitución. El comité de aldea Paishan aceptó el caso el 28 de agosto, y organizó inmediatamente un grupo de trabajo para investigar. El 27 de septiembre se convocó a una reunión. De los 1.794 votantes de la aldea, 1.725 estaban presentes, y 1.371 votaron por la destitución. Como resultado, el jefe fue depuesto, pues los votantes habían superado la mitad del número total. Este acontecimiento tuvo honda repercusión en el lugar.

Después de charlar con los aldeanos notamos que para algunos la administración democrática se restringe a depositar su esperanza en un jefe capaz y honesto. Naturalmente, no debemos ser tan exigentes con las zonas rurales, donde la tradición feudal ha perneado la vida por miles de años. Pero sí debemos luchar porque se protejan los intereses de los aldeanos. Hago votos en este sentido, porque los campesinos aumenten continuamente sus conocimientos legales y participen en la construcción de un sistema legal y democrático, en vez de colocar su fe ciega en un jefe sobresaliente y perfecto.

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