Adiós,
melodías callejeras
Por Angel La Rosa Milano
*
*Experto
venezolano de la sección en idioma español
de la TV Central de China (CCTV). |
MIS muy amables y apreciados lectores, cuando lean este artículo
ya habré dejado China, la que durante cuatro años
fue para mí una especie de patria chica. Pero la dejo
sólo en el plano físico, porque en el espiritual
donde sucede lo que trasciende realmente una parte
mia habitará aquí por siempre.
Esta entrega que ya no recibiré directamente en
mi apartamento del Hotel de la Amistad de Beijing, sino por
Internet, en Tokio quise dedicársela a un personaje
de la sociedad china que me deparó incontables momentos
de solaz en el día a día de esta dinámica
metrópolis que es Beijing: El músico callejero
chino.
Durante mi estadía en esta tierra de milenarias tradiciones,
uno de mis placeres predilectos fue la música china,
en todas sus formas. Recuerdo como si fuera ayer la primera
vez que escuché la balada-pop china, por ejemplo. Viajaba
en el vuelo París-Beijing, y me puse a escuchar música
en el sistema de audio interno. Fue amor a primera vista.
Las expresiones musicales de una cultura determinada revelan
información valiosa sobre la personalidad de su pueblo,
y al oír aquella sublime fusión de tradición
y modernidad, exótica sonoridad de gran dulzura interpretativa,
predije con exactitud: Ese país me va a gustar.
En China, la existencia de los músicos callejeros es
un tema sensible. La polémica gira en torno a si es aceptable
o no su presencia en las calles de las grandes urbes chinas.
Para algunos, ellos sencillamente son vagos, mendigos. Para
otros entre quienes me cuento son animadores
públicos, artistas de modestas capacidades musicales,
pero de gran corazón. De hecho, no veo diferencias fundamentales
entre los músicos profesionales y los de la calle. Los
primeros tocan en bonitos escenarios para grandes públicos,
los segundos tocan en su pequeño espacio para los apurados
transeúntes. Pero, ambición más, ambición
menos, brindan su música a la gente por gusto y por dinero.
Puedo entender perfectamente que en una nación como
China, en franco desarrollo, abocada a su exitoso proceso de
reforma y apertura, y deseosa de mostrar una buena imagen al
mundo, muchos se opongan a la existencia de los músicos
de la calle. Pero, según mi parecer, con el control y
la supervisión adecuados, puede evitarse algunos de los
problemas más serios vinculados a dicha actividad, como
la explotación y el abuso de los músicos por parte
de terceros, y la condición de indigencia que presentan
algunos. El gobierno chino debe ayudar y proteger a sus artistas
callejeros, ya que son dignos exponentes de la hermosa cultura
china, y, por tanto, merecedores también de sus glorias.
En todos estos años en Beijing; recorriendo sus calles,
confundiéndome con su gente, viviendo a su acelerado
ritmo, me tropecé con todo tipo de propuestas musicales
callejeras: Coros, solistas, instrumentistas y otros. Pero,
me identifiqué especialmente con los músicos invidentes,
valientes emuladores del legendario músico taoísta
chino Hua Yanjun (1893-1950), mejor conocido como el Ciego Abing,
quien tras perder la vista dedicó su vida a componer
música y tocar en las calles. De la oscura invidencia
de estos seres, brota música de luz para el alma. Ellos
construyen remansos de paz a su alrededor, en medio de la bulliciosa
ciudad.
Me voy a otras tierras a vivir entre otras gentes, pero el
recuerdo de esa música de ojos cerrados en rostro embellecido
por la humildad, traerá sosiego a mi corazón en
cualquier ciudad que me encuentre.