JUNIO
2005


Sueño oriental del hombre occidental

Por ANGEL LA ROSA MILANO

¿Por qué quieren ser diferentes?  

 

Mientras más lejano es lugar de destino, y más diferentes nos resultan sus gentes, más emocionante es la aventura. Y es que en cada nuevo día entre nuestros nuevos anfitriones y nuevos parajes, nos aguarda la sorpresa, el descubrimiento...

Algunos de mis amables lectores dirán que la aventura también incluye malos ratos y dificultades. Coincidimos a medias, ya que pienso que entre tanto asombro y maranvilla diarios – producto de las marcadas diferencias culturales - los inconvenientes se diluyen; se hacen más pequeños, y pueden, incluso, desaparecer..

Esas diferencias culturales también originan muchas situaciones interesantes y simpáticas, como la comparto con ustedes a continuación.

Confieso que uno de los aspectos de otras culturas que más despierta mi curiosidad es sus mujeres. Pero, juro que mi fascinación por las féminas extranjeras es, fundamentalmente, antropológica. En el caso específico de las encantadoras mujeres asiáticas, la inmensa mayoría de nosotros los hombres occidentales tenemos una expectativa común: soñamos con el prototipo de mujer oriental enigmática, de ojos rasgados, piel blanca de porcelana y – muy importante – cabello muy largo, muy liso, muy oscuro, cayendo por la espalda cual cascada.

Pero, entre la globalización y la muy humana condición de querer diferenciarnos del resto; de ser únicos, esa expectativa occidental masculina se hace cada véz difícil de cristalizar.

Ya sea cuando camino por las calles beijinesas, cuando viajo en metro o en autobús, o cuando disfruto de una espumante “Tsingdao” en algún bar de San Li Tun, son cada vez más las bellezas orientales - chinas, mayormente - que veo luciendo estilos de cabello más occidentalizados: cabello rizado o muy, muy corto – a veces inexistente – o pintado de colores muy llamativos, en algunos casos, literalmente “electrizados”.

Ellas, como es de esperarse, están muy a gusto con su “look” original; diferenciándose del montón; rompiendo esquemas. Pero, porque “todo es del color del cristal con que se mire”, nosotros sus admiradores de occidente, aunque seguiremos eternamente prendados de su enigmática femeneidad oriental, no nos sentimos muy contentos que se diga. Y, si bien muy tolerantes y respetuosos de los gustos ajenos - sobre todo cuando de mujeres se trata – siempre terminamos viendo el mundo con el cristal de nuestra propia cultura, y nos preguntamos: “¿Por qué quieren ser diferentes? Se ven tan hermosas con el cabello muy largo, muy liso, muy oscuro...”


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