Piropos
para Confucio
Por LAO YI
Cuando la joven china Wen Yansong salpica con su gracia
natural las calles de La Habana, un desfile de ojos atentos
la sigue sin tregua. Algún varón, deslumbrado
por la exótica presencia de Marcela (su nombre español),
usará uno de los recursos más socorridos de
la idiosincrasia criolla, y dejará escapar a su paso
frases como: ¡Chinita preciosaaa, por ti voy
caminando hasta China!
Si un requiebro de esos quilates fuera dirigido a una de
las despampanantes habaneras que cada día arrancan
similares reacciones de sus coterráneos, la respuesta
más probable sería una sonrisa, o una mirada
indiferente, en dependencia de cuán próximo
a un Adonis esté el autor de la frase. En Cuba, como
en todo el mundo hispanoparlante, el piropo suele ser bien
recibido cuando se dice con gracia y mesura. Pero con Marcela
Wen no valen los galanteos de la hispanidad. Sin importar
quién la interpele, responderá, en el más
áspero acento beijinés: ¡You bing! (estás
enfermo), dejando al lisonjero de turno en la duda eterna
de a dónde le han mandado en lengua tan ajena.
A pesar de sus veintitantos años, que la hacen coincidir
cronológicamente con el proceso de apertura al exterior
de su país, gracias al cual millones de chinos han
echado a volar la mente, esta empresaria china en ciernes
no entiende de piropos. Aunque habla español y está
al tanto de la cultura que acompaña a dicha lengua,
prefiere apegarse a la conducta de millones de coterráneas
suyas pues, según me confiesa, esas no son cosas
para decir en público.
Algunos iberoamericanos que hemos viajado a China, nos
preguntamos con frecuencia --sobre todo cuando se desconoce
el idioma local--, qué extraños e inasibles
vericuetos recorren los hombres chinos para llamar la atención
de una fémina desconocida. ¿Poseen alguna
fórmula para halagarlas sin ofenderlas? ¿Lisonjean
a sus compañeras de trabajo; llenan de mimos a sus
novias y esposas? ¿Puede una bella frase dicha casi
al descuido llevar a dos perfectos desconocidos a una relación
que termine en matrimonio? Todas nuestras interrogantes
comienzan a tener respuesta cuando aprendemos que, por regla
general, los extraños no se hablan en la calle, lo
cual va más allá de la relación entre
sexos opuestos. Y mucho menos se concibe la vía pública
para que un desconocido se regodeé alabando las bondades
físicas o sentimentales de una mujer.
Esta marcada característica beijinesa (luego aprenderemos
que, por ejemplo, shanghaineses, guanzhouneses y sichuaneses
son por lo regular menos estrictos) tiende a poner cortapisas
al sentimiento y la admiración por el otro sexo y
parece estrechamente vinculada a la moral confuciana. Hay
que ir a la historia para entender ciertas actitudes.
A Confucio (551-479 a.n.e.) se le responsabiliza por buena
parte de las actitudes que, para bien o mal, priman en la
sociedad china actual. Pocos filósofos han influido
tanto en la vida de un pueblo y por tanto tiempo. Sobre
todo teniendo en cuenta que el mismo vivió casi 500
años antes de nuestra era, durante la segunda mitad
de la primera dinastía Zhou (1027-221 a.n.e.).
Confucio tuvo mucho que ver con el conservadurismo
que se instaló gradualmente en la sociedad china
desde su época, como oposición a cierto liberalismo
en el campo sexual en siglos anteriores. Sirva de ejemplo
que en sus textos sobre los clásicos chinos quedó
eliminada cualquier referencia al evidente erotismo que
aparece en el Shi Jing (Libro de los Cantos, de la dinastía
Zhou, considerada la primera gran obra literaria china),
afirma el profesor universitario chino Chen Yuehong, especialista
en temas literarios e históricos. Y agrega: Con
él se reforzaron cánones de mojigatería
y negación absoluta de las más normales ansias
del ser humano, como pueden ser el amor y la atracción
sexual, además de implantar un total desprecio por
el papel de la mujer como persona con iguales aspiraciones
que el hombre. Ello explica que, de finales de la dinastía
Han (206-220 ane) a la Ming (1368-1644), el sexo fuera tabú.
Los discípulos y seguidores confucianos se encargaron
por espacio de generaciones de reforzar esta visión,
promoviendo la preservación de las llamadas virtudes
celestiales, mientras negaban a rajatabla cualquier deseo
terrenal. Se llegó al extremo de eliminar los términos
sexuales del habla cotidiana. La lujuria pasó a ser
el peor de los pecados.
La confusión que se fue instalando en la relación
entre sexos a la sombra de la prédica confuciana
ha durado hasta nuestros días, con breves períodos
de mano abierta, como el propiciado en la dinastía
Yuan (1279-1368), cuando los nómadas se hicieron
con el poder por un tiempo.
Ni siquiera al instaurarse la Nueva China nos libramos
por completo de las rémoras feudales con respecto
al sexo, asevera Chen. Después de 1949, y hasta el
final de la revolución cultural, el tema retomó
su naturaleza tabú. Durante la revolución
cultural la situación alcanzó un punto crítico.
Por ejemplo, una pareja que conviviera sin estar legalmente
unidos podía sufrir escarnio público, y a
ella se le endilgaba el mote de zapatos rotos,
lo que equivalía a ser una mujer de la peor clase,
sin la más mínima decencia.
Esta fue la época, cabría añadir,
en que no era raro encontrar matrimonios que se llamaban
mutuamente camarada.
Por suerte, mucho ha llovido desde entonces, sobre todo
en China, donde todo cambia a la velocidad de un trueno.
Si bien hoy no todo es color de rosa (¿dónde
lo es?), en el país se van imponiendo nuevos patrones.
Para el profesor Chen, en la China contemporánea
hay cuatro puntos de vistas fundamentales que inciden en
la relación entre sexos para igual número
de generaciones: Los mayores de 60 año siguen en
su mayoría anclados en normas al estilo de los zapatos
rotos; los mayores de 45 viven a mitad de camino entre
la liberación de la mente y la auto represión;
los de 30 a 45 ya aceptan el divorcio, la cohabitación
extramarital y son más abiertos, aunque viven muy
atados a los valores familiares. Y por último, llegan
los menores de 30. Estos, asegura el experto, experimentan
una época de franca confusión: son los hijos
de la economía de mercado, más expuestos que
todos los demás a la influencia extranjera. Para
ellos, el sexo es incluso una manera de enfrentarse a sus
padres.
Sin pretender ahondar en premisas históricas o sociales,
lo cual dejo al experto Chen, si me consta por propia experiencia
que son muchas las jóvenes chinas que ya aceptan
de buen talante un cumplido de un desconocido. Aunque este
artículo fue solicitado para una sección donde
los extranjeros exponemos nuestros puntos de vista sobre
aspectos de la vida china, consideré pertinente la
presencia de la voz femenina local, en busca de un contrapeso.
Pedí su opinión a mi colega Ángeles
Wang y ella, como buena periodista, prefirió responder
con un delicioso mini-reportaje, como complemento al tema.
Ángeles, que dicho sea de paso se convierte con frecuencia
en blanco de los cumplidos de numerosos iberoamericanos,
acepta sin reparos un piropo bien dicho. Por eso, Angelita,
qué menos puedo decirte que por ti, ¡voy caminando
hasta China!
Intríngulis
del piropo en China
Por
WANG YANG
Si veinte años atrás le hubieras dicho un
piropo a una chica china recién conocida, sin duda
te respondería con una mezcla de susto y desprecio.
Si insistías, mejor te protegías con un casco,
porque la muchacha, agraviada, podía responder agresivamente.
Bueno, la verdad es que exagero un poco. Pero lo hago para
ilustrar cómo entonces, y en buena medida hasta hoy
día, las mujeres chinas hemos rechazado los piropos
de los hombres desconocidos.
Digo 20 años atrás, por que ese
-algo más-- ha sido el tiempo transcurrido
desde que China empezó a aplicar la política
de reforma y apertura al exterior. En el decurso de estos
años ha ido incrementándose cada vez más
el número de extranjeros que viajan, estudian o trabajan
en China, e incluso se casan con chinos. Así las
cosas, lo que nosotros denominamos ideología social
ha sufrido notables cambios bajo la influencia foránea,
haciendo que los chinos seamos más abiertos que antes.
Pero, ojo, sólo relativamente. Si bien
los jóvenes chinos ya no son tan cerrados
no se puede decir que todavía sean tan abiertos.
Por ejemplo, es posible y normal que una mujer que por 10
años haya mantenido relaciones laborales y amistosas
con un colega masculino, nunca haya recibido la menor frase
de halago de éste. Aunque esto ocurre sobre todo
entre los mayores, no es extraño verlo en las nuevas
generaciones. Sirva de ejemplo en este sentido una chica
de 25 años, quien me dijo: Claro que me encantan
los piropos de mis amigos, compañeros, y sobre todo
de mi novio. Pero, si es un desconocido, me sentiré
incómoda y quizá hasta atemorizada.
Aunque los piropos de los conocidos se acogen de buena
gana, la persona china promedio no ve con buenos ojos al
hombre que se deshace en requiebros. Una mujer de 36 años
dice al respecto: no me gusta el hombre que siempre
dice piropos. Lo considero un Xiaobailian (joven intelectual
de cara blanca, atractivo para muchas mujeres). La
entrevistada, como la mayoría de las mujeres chinas,
ven dentro de un chico de boca dulce a un tipo
algo falso, con el cual no le gustaría casarse.
No es de extrañar entonces la carencia de halagos
mutuos entre la mayoría de las parejas chinas. Este
es otro fenómeno bastante interesante, como lo es
que un hombre esconda cuán atractiva le resulta la
cara de una mujer al confesarle su amor.
Ello puede obedecer a la vergüenza que embarga al
común de los hombres chinos para destapar sus sentimientos.
Por otra parte nosotras las mujeres somos cada día
más extrovertidas. Hasta cuestionamos los silencios
de nuestros enamorados o maridos. Una joven casada confiesa:
¡Mi marido ni en sueños me piropea! Cuando
me estreno un vestido, casi nunca me elogia, aunque leo
algo en su mirada. Como es tan parco, cuando por accidente
dice algo, me siento elevada al cielo. En estos casos,
las chinas decimos que nuestra pareja es madera,
porque la madera nos sugiere la falta de sentimientos. La
comparación puede parecer desproporcionada, aunque
no menos son nuestras ansias de que nuestros hombres sean
más románticos.
En cuanto al piropo o requiebro como forma de acercamiento
entre los sexos, lo que puede ser todo un éxito en
los países hispanohablantes, puede conducir al más
rotundo fracaso en China. Porque si bien las chinas exigen
más palabras dulces de su novio o marido, no están
en iguala disposición de aceptarlas de un desconocido;
mucho menos comenzar con ellas una relación amorosa.
Sobre el particular consulte a varias chinas de edades diversas,
en cuanto a su reacción ante un hombre que las piropea
en la calle y las invita a un café:
Geng, 26 añosMe parecería muy raro
y me atemorizaría. Quizá le rechazaré,
(¡a menos que sea un chico bastante guapo y agradable!)
Wu, 36 años Por dentro me sentiré halagada,
pero no se lo demostraré y no le haré caso.
Zhang, 25 años ¿Será un pícaro?
Tendré miedo.
Wang, 19 Seguiré de largo, fingiendo que no
he oído nada.
Zou, 50 Le diré gracias y me iré.
Guo, 32 años lo amenazaré con llamar
a la policía si insiste.
En cuanto a la actitud de los hombres, puedo decir que
por tradición se niegan a dedicar requiebros a las
mujeres. Y no faltan los que incluso desprecian el halago
al sexo bello. Desde su óptica, los hombres verdaderos
deben hablar poco y hacer mucho. Decir un piropo equivale
a una vergüenza capital.
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