JUNIO
2005


Piropos para Confucio

Por LAO YI

Cuando la joven china Wen Yansong salpica con su gracia natural las calles de La Habana, un desfile de ojos atentos la sigue sin tregua. Algún varón, deslumbrado por la exótica presencia de Marcela (su nombre español), usará uno de los recursos más socorridos de la idiosincrasia criolla, y dejará escapar a su paso frases como: “¡Chinita preciosaaa, por ti voy caminando hasta China!”

Si un requiebro de esos quilates fuera dirigido a una de las despampanantes habaneras que cada día arrancan similares reacciones de sus coterráneos, la respuesta más probable sería una sonrisa, o una mirada indiferente, en dependencia de cuán próximo a un Adonis esté el autor de la frase. En Cuba, como en todo el mundo hispanoparlante, el piropo suele ser bien recibido cuando se dice con gracia y mesura. Pero con Marcela Wen no valen los galanteos de la hispanidad. Sin importar quién la interpele, responderá, en el más áspero acento beijinés: ¡You bing! (estás enfermo), dejando al lisonjero de turno en la duda eterna de a dónde le han mandado en lengua tan ajena.

A pesar de sus veintitantos años, que la hacen coincidir cronológicamente con el proceso de apertura al exterior de su país, gracias al cual millones de chinos han echado a volar la mente, esta empresaria china en ciernes no entiende de piropos. Aunque habla español y está al tanto de la cultura que acompaña a dicha lengua, prefiere apegarse a la conducta de millones de coterráneas suyas pues, según me confiesa, esas no son cosas para decir en público.

Algunos iberoamericanos que hemos viajado a China, nos preguntamos con frecuencia --sobre todo cuando se desconoce el idioma local--, qué extraños e inasibles vericuetos recorren los hombres chinos para llamar la atención de una fémina desconocida. ¿Poseen alguna fórmula para halagarlas sin ofenderlas? ¿Lisonjean a sus compañeras de trabajo; llenan de mimos a sus novias y esposas? ¿Puede una bella frase dicha casi al descuido llevar a dos perfectos desconocidos a una relación que termine en matrimonio? Todas nuestras interrogantes comienzan a tener respuesta cuando aprendemos que, por regla general, los extraños no se hablan en la calle, lo cual va más allá de la relación entre sexos opuestos. Y mucho menos se concibe la vía pública para que un desconocido se regodeé alabando las bondades físicas o sentimentales de una mujer.

Esta marcada característica beijinesa (luego aprenderemos que, por ejemplo, shanghaineses, guanzhouneses y sichuaneses son por lo regular menos estrictos) tiende a poner cortapisas al sentimiento y la admiración por el otro sexo y parece estrechamente vinculada a la moral confuciana. Hay que ir a la historia para entender ciertas actitudes.

A Confucio (551-479 a.n.e.) se le responsabiliza por buena parte de las actitudes que, para bien o mal, priman en la sociedad china actual. Pocos filósofos han influido tanto en la vida de un pueblo y por tanto tiempo. Sobre todo teniendo en cuenta que el mismo vivió casi 500 años antes de nuestra era, durante la segunda mitad de la primera dinastía Zhou (1027-221 a.n.e.).

“Confucio tuvo mucho que ver con el conservadurismo que se instaló gradualmente en la sociedad china desde su época, como oposición a cierto liberalismo en el campo sexual en siglos anteriores. Sirva de ejemplo que en sus textos sobre los clásicos chinos quedó eliminada cualquier referencia al evidente erotismo que aparece en el Shi Jing (Libro de los Cantos, de la dinastía Zhou, considerada la primera gran obra literaria china), afirma el profesor universitario chino Chen Yuehong, especialista en temas literarios e históricos. Y agrega: “Con él se reforzaron cánones de mojigatería y negación absoluta de las más normales ansias del ser humano, como pueden ser el amor y la atracción sexual, además de implantar un total desprecio por el papel de la mujer como persona con iguales aspiraciones que el hombre. Ello explica que, de finales de la dinastía Han (206-220 ane) a la Ming (1368-1644), el sexo fuera tabú. Los discípulos y seguidores confucianos se encargaron por espacio de generaciones de reforzar esta visión, promoviendo la preservación de las llamadas virtudes celestiales, mientras negaban a rajatabla cualquier deseo terrenal. Se llegó al extremo de eliminar los términos sexuales del habla cotidiana. La lujuria pasó a ser el peor de los pecados.”

La confusión que se fue instalando en la relación entre sexos a la sombra de la prédica confuciana ha durado hasta nuestros días, con breves períodos de “mano abierta”, como el propiciado en la dinastía Yuan (1279-1368), cuando los nómadas se hicieron con el poder por un tiempo.

“Ni siquiera al instaurarse la Nueva China nos libramos por completo de las rémoras feudales con respecto al sexo, asevera Chen. Después de 1949, y hasta el final de la revolución cultural, el tema retomó su naturaleza tabú. Durante la revolución cultural la situación alcanzó un punto crítico. Por ejemplo, una pareja que conviviera sin estar legalmente unidos podía sufrir escarnio público, y a ella se le endilgaba el mote de “zapatos rotos”, lo que equivalía a ser una mujer de la peor clase, sin la más mínima decencia.”

Esta fue la época, cabría añadir, en que no era raro encontrar matrimonios que se llamaban mutuamente “camarada.”

Por suerte, mucho ha llovido desde entonces, sobre todo en China, donde todo cambia a la velocidad de un trueno. Si bien hoy no todo es color de rosa (¿dónde lo es?), en el país se van imponiendo nuevos patrones. Para el profesor Chen, en la China contemporánea hay cuatro puntos de vistas fundamentales que inciden en la relación entre sexos para igual número de generaciones: Los mayores de 60 año siguen en su mayoría anclados en normas al estilo de los “zapatos rotos”; los mayores de 45 viven a mitad de camino entre la liberación de la mente y la auto represión; los de 30 a 45 ya aceptan el divorcio, la cohabitación extramarital y son más abiertos, aunque viven muy atados a los valores familiares. Y por último, llegan los menores de 30. Estos, asegura el experto, experimentan una época de franca confusión: son los hijos de la economía de mercado, más expuestos que todos los demás a la influencia extranjera. Para ellos, el sexo es incluso una manera de enfrentarse a sus padres.

Sin pretender ahondar en premisas históricas o sociales, lo cual dejo al experto Chen, si me consta por propia experiencia que son muchas las jóvenes chinas que ya aceptan de buen talante un cumplido de un desconocido. Aunque este artículo fue solicitado para una sección donde los extranjeros exponemos nuestros puntos de vista sobre aspectos de la vida china, consideré pertinente la presencia de la voz femenina local, en busca de un contrapeso. Pedí su opinión a mi colega Ángeles Wang y ella, como buena periodista, prefirió responder con un delicioso mini-reportaje, como complemento al tema. Ángeles, que dicho sea de paso se convierte con frecuencia en blanco de los cumplidos de numerosos iberoamericanos, acepta sin reparos un piropo bien dicho. Por eso, Angelita, qué menos puedo decirte que por ti, ¡voy caminando hasta China!

Intríngulis del piropo en China

Por WANG YANG

 

Si veinte años atrás le hubieras dicho un piropo a una chica china recién conocida, sin duda te respondería con una mezcla de susto y desprecio. Si insistías, mejor te protegías con un casco, porque la muchacha, agraviada, podía responder agresivamente. Bueno, la verdad es que exagero un poco. Pero lo hago para ilustrar cómo entonces, y en buena medida hasta hoy día, las mujeres chinas hemos rechazado los piropos de los hombres desconocidos.

Digo “20 años atrás”, por que ese –-algo más-- ha sido el tiempo transcurrido desde que China empezó a aplicar la política de reforma y apertura al exterior. En el decurso de estos años ha ido incrementándose cada vez más el número de extranjeros que viajan, estudian o trabajan en China, e incluso se casan con chinos. Así las cosas, lo que nosotros denominamos ideología social ha sufrido notables cambios bajo la influencia foránea, haciendo que los chinos seamos más abiertos que antes. Pero, ojo, sólo “relativamente”. Si bien los jóvenes chinos ya no son tan “cerrados” no se puede decir que todavía sean tan “abiertos”. Por ejemplo, es posible y normal que una mujer que por 10 años haya mantenido relaciones laborales y amistosas con un colega masculino, nunca haya recibido la menor frase de halago de éste. Aunque esto ocurre sobre todo entre los mayores, no es extraño verlo en las nuevas generaciones. Sirva de ejemplo en este sentido una chica de 25 años, quien me dijo: “Claro que me encantan los piropos de mis amigos, compañeros, y sobre todo de mi novio. Pero, si es un desconocido, me sentiré incómoda y quizá hasta atemorizada.”

Aunque los piropos de los conocidos se acogen de buena gana, la persona china promedio no ve con buenos ojos al hombre que se deshace en requiebros. Una mujer de 36 años dice al respecto: “no me gusta el hombre que siempre dice piropos. Lo considero un Xiaobailian (joven intelectual de cara blanca, atractivo para muchas mujeres).” La entrevistada, como la mayoría de las mujeres chinas, ven dentro de un chico de “boca dulce” a un tipo algo falso, con el cual no le gustaría casarse.

No es de extrañar entonces la carencia de halagos mutuos entre la mayoría de las parejas chinas. Este es otro fenómeno bastante interesante, como lo es que un hombre esconda cuán atractiva le resulta “la cara” de una mujer al confesarle su amor.

Ello puede obedecer a la vergüenza que embarga al común de los hombres chinos para destapar sus sentimientos. Por otra parte nosotras las mujeres somos cada día más extrovertidas. Hasta cuestionamos los silencios de nuestros enamorados o maridos. Una joven casada confiesa: ¡Mi marido ni en sueños me piropea! Cuando me estreno un vestido, casi nunca me elogia, aunque leo algo en su mirada. Como es tan parco, cuando por accidente dice algo, me siento elevada al cielo.” En estos casos, las chinas decimos que nuestra pareja es “madera”, porque la madera nos sugiere la falta de sentimientos. La comparación puede parecer desproporcionada, aunque no menos son nuestras ansias de que nuestros hombres sean más románticos.

En cuanto al piropo o requiebro como forma de acercamiento entre los sexos, lo que puede ser todo un éxito en los países hispanohablantes, puede conducir al más rotundo fracaso en China. Porque si bien las chinas exigen más palabras dulces de su novio o marido, no están en iguala disposición de aceptarlas de un desconocido; mucho menos comenzar con ellas una relación amorosa. Sobre el particular consulte a varias chinas de edades diversas, en cuanto a su reacción ante un hombre que las piropea en la calle y las invita a un café:

Geng, 26 años—Me parecería muy raro y me atemorizaría. Quizá le rechazaré, (¡a menos que sea un chico bastante guapo y agradable!)

Wu, 36 años— Por dentro me sentiré halagada, pero no se lo demostraré y no le haré caso.

Zhang, 25 años— ¿Será un pícaro? Tendré miedo.

Wang, 19— Seguiré de largo, fingiendo que no he oído nada.

Zou, 50— Le diré “gracias” y me iré.

Guo, 32 años— lo amenazaré con llamar a la policía si insiste.

En cuanto a la actitud de los hombres, puedo decir que por tradición se niegan a dedicar requiebros a las mujeres. Y no faltan los que incluso desprecian el halago al sexo bello. Desde su óptica, los hombres “verdaderos” deben hablar poco y hacer mucho. Decir un piropo equivale a una vergüenza capital.

 


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